Valentina Carrasco (23) llegó insegura a su cuarto año de Letras Hispánicas. Después de haber pasado dos años enteros con clases online, el retorno a la presencialidad, dice, la pilló con pocas herramientas para enfrentar los desafíos académicos. Sobre todo porque sentía que, ad portas de sacar su título, el último tiempo no había aprendido lo que esperaba.
Durante el primer semestre de este año esa preocupación la llevó a tener episodios angustiosos y de estrés que le costó manejar.
-En abril, mientras estábamos en una reunión para un trabajo grupal, me comenzaron a pedir ideas sobre lo que estábamos hablando. En ese momento yo estaba estresada por una prueba, me sentí bloqueada, en blanco. Lo único que atiné a hacer fue salir de la sala a llorar al baño.
Situaciones como esa, dice Carrasco, una alumna de la UC que vive en Quilicura, se repitieron más de tres veces en la universidad y se volvieron aún más recurrentes cuando estaba sola en su casa.
No era la primera vez que la alumna de Letras pasaba por algo así. En 2016, mientras pasaba por una crisis vocacional, habiendo desertado de la carrera de Derecho en la Universidad Diego Portales, le diagnosticaron una patología de salud mental que la llevó a iniciar un tratamiento con medicamentos. Ya en la carrera que le gustaba, y con apoyo psicológico en curso, estuvo mejor. Por eso -y también por lo caro que era sostener la terapia- decidió dejar los remedios.
Solo que a principios de la pandemia el problema volvió. Carrasco pensó que retornando a clases estaría mejor.
-Me hice muchas expectativas -dice ella.
Catalina Pinela (21) sintió que esto era un problema real cuando las crisis de pánico se empezaron a repetir apenas llegaba a la universidad. Ella, una estudiante de Quilicura que va en tercer año de Periodismo en la Universidad Finis Terrae, nunca antes había estado en una clase presencial. El día que llegó a matricularse, en marzo de 2020, había sido la única vez que había estado en la facultad. Por eso estaba contenta por volver a las salas.
El problema fue que se encontró con algo distinto a lo que imaginó:
-Se me hizo difícil socializar con mis compañeros, el ambiente era raro, con mucho acoso y todos tratándose muy mal. Me empezó a pasar que me daba pánico exponer frente a ellos en clase, porque no quería que se rieran de mí.
Sebastián Pino (20), un alumno de Terapia Ocupacional de la Universidad de Chile que vive en La Florida, se dio cuenta de que estaba con estrés cuando entendió que lo que había entrado a estudiar en 2020, en realidad, tenía una exigencia distinta a la que había tenido durante los dos primeros años. La rutina de estudiar en su casa, conociendo a sus compañeros a través de una cámara, lo tenía desde hace tiempo afectado. Esa era su primera motivación cuando anunciaron el retorno a clases.
Solo que Pino no esperaba que, en lo académico, el cambio fuese tan abrupto.
-A la mitad del semestre me empecé a estresar. Pasamos de tener clases cortas, mediante cápsulas que se podían volver a ver, y con la materia siempre a la mano, a módulos largos de una clase que se pasaba solo una vez y no la podías repetir.
Las alarmas se encendieron cuando las autoridades de diversas casas de estudios comenzaron a notar que estos casos no eran aislados. En la UC, desde la Dirección de Salud y Bienestar Estudiantil, venían siguiendo los problemas de salud mental de sus alumnos desde el inicio de la pandemia. El mayor indicio era que la demanda por asistencia psicológica había aumentado. Sintomatología ansiosa, depresiva y problemas asociados al ciclo sueño-vigilia era lo que más se repetía entre los alumnos que consultaban. El tema es que este año notaron algo nuevo: que un 25% de los estudiantes que consultaban, lo hacían por problemas asociados a la pandemia y al retorno a la presencialidad.
En la Universidad de Chile (UCH), el seguimiento de la encuesta que forma parte de la “Iniciativa Mundial de Salud Mental para Estudiantes Universitarios de la OMS”, que la psiquiatra y académica de la Facultad de Medicina, Vania Martínez lidera desde 2020, había arrojado algunos antecedentes: con la pandemia, las tasas de depresión y ansiedad se habían mantenido altas y la ideación suicida de estudiantes había aumentado. Eso llevó a Martínez a un pronóstico:
-Todos pensábamos que con la presencialidad esto iba a disminuir.
Después termina la idea:
-Pero no fue así.
Cambio abrupto
Las clases a distancia, al principio, tenían sus ventajas. La más directa, cuenta Sebastián Pino, era para sus compañeros de región que volvieron a vivir con sus familias. Eso implicaba también dejar de gastar en cosas como arriendo y alimentación.
Desde su casa en La Florida, Aníbal Concha (21), un alumno que en 2020 cursaba su primer año de Bachillerato en la Universidad de Chile, para luego cambiarse a Medicina, no tenía que gastar tiempo en traslados.
-Yo veía las clases acostado, no había que levantarse temprano -dice.
Todos lo hacían, cuentan los estudiantes. Eso, sumado a la posibilidad de tener la cámara apagada en todos los ramos que se transmitían vía Zoom daba una sensación de protección. Al menos así lo sentía Catalina Pinela al momento de exponer sus trabajos.
Un alumno de College en la UC cuenta que, incluso, se juntaban a hacer las pruebas en grupos o con los apuntes encima para asegurarse una buena nota.
En esos dos años, los universitarios adoptaron una rutina. Así lo resume Antonia Arellano (21), de Enfermería en la Universidad Autónoma de Talca:
-Yo me acostumbré a una modalidad de clases y a un tipo de carga académica.
El asunto es que esa modalidad, ya en 2021, empezó a agotarlos y las ganas de volver comenzaron a asomar. Especialmente porque todos coinciden en que se sentían solos.
-Yo quería tener esa vida universitaria, poder comunicarme con mis compañeros y que no fuera a través de una cámara -dice Aníbal Concha.
Los problemas de salud mental en los estudiantes de educación superior ya eran un tema recurrente en 2019: en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile hubo protestas pidiendo reducir la sobrecarga académica. Ese mismo año, la Confech llamó a un paro reflexivo por salud mental y en diversas casas de estudios se comenzó a abordar el problema.
La pandemia vino a pausar esos procesos y, con ello, agudizar aún más el malestar de los alumnos. Por eso que, en comparación con crisis de salud mental anteriores, las que comenzaron a aparecer durante el primer semestre de este año, luego del retorno, eran distintas.
-No se había visto algo de esta perspectiva antes -dice el psicólogo Christian Schnake, director del Centro de Psicología Integral de la Persona (CPIP) de la Universidad Finis Terrae. Sobre todo por la magnitud y cómo empezó a abarcar a gran parte de los alumnos.
Lo que empezaron a notar en la UCH es que con la información que habían estado reuniendo con la Encuesta de Salud Mental, el aumento de síntomas como depresión siguió con el retorno a la presencialidad. Vania Martínez explica que hoy día los datos preliminares -que contempla números de tres universidades del país- son que uno de cada cuatro estudiantes presenta algún problema de salud mental luego de haber regresado a sus facultades.
Eso tiene una explicación: los alumnos tuvieron que enfrentarse a un sistema del que perdieron el ritmo.
-Está relacionado con el desafío de volver a adaptarse a las rutinas, traslados, tiempos, abordaje de la carga académica en contexto presencial, entre otros muchos factores, explica Irma Ahumada, psicóloga comunitaria de la Dirección de Salud Estudiantil de la UCH.
En la UC, lo que vio la psicóloga y directora de la Dirección de Salud y Bienestar Estudiantil, María Paz Jana, era que había dos tipos de estudiantes: los que volvían contentos por retomar la rutina y otros, como las generaciones que entraron en 2020 y 2021 -que nunca se habían enfrentado a una vida universitaria normal-, que empezaron a tener problemas de inseguridad, ansiedad, sintomatología depresiva e incluso trastornos del sueño.
-Algunos tenían mucho temor al retorno. Ya sea por todo lo que tenía que ver con la pandemia en sí, o porque vieron mermada su imagen corporal -esto de estar acostumbrados a verse por cámara y luego tener que presentarse por completo ante el otro-. También el haber olvidado ciertas habilidades de sociabilización afectó.
Lo mismo vieron en la Universidad Autónoma (UA) y en la Finis Terrae (UFT), que algo les estaba pasando a los alumnos: junto con su retorno a clases, desde abril también aumentó la demanda por horas de atención psicológica. Eso los obligó a tomar medidas.
En la Finis Terrae, por ejemplo, se generó un programa de acceso a psicoterapia a un valor reducido, atendidos por psicólogos egresados de la misma universidad. Algo similar ocurrió en las sedes de la Universidad Autónoma. En esa casa de estudio aseguran que hubo un 38% de alumnos que registraban cuadros depresivos y/o de angustia o ansiedad. Eso en comparación con 2018 y 2019 corresponde a un aumento del 41%. Pero ese no era el único antecedente: las crisis de pánico también habían aumentado en un 40%.
-Incorporamos nuevos psicólogos, especializados en estas temáticas, para que pudieran contener a nuestros alumnos de la manera adecuada -cuenta el vicerrector de Vinculación con el Medio, Mauricio Vial.
Lo mismo ocurrió en la UC, con el lanzamiento de la iniciativa Reencuentro UC el año pasado, para abordar el retorno con foco en la salud mental.
-Hemos estado fortaleciendo el equipo profesional de la Dirección de Salud y Bienestar, contratando cuatro psicólogos más y una trabajadora social. Así hemos ido generando programas de atención especiales asociados a la pandemia y los desafíos del retorno a la presencialidad, dice el vicerrector académico, Fernando Purcell.
Valentina Carrasco participó de estas instancias desde la Facultad de Letras. Aunque conocía bien cómo eran las clases presenciales y las virtuales, su mayor temor era, tras dos años de un tipo de rutina, darse cuenta de no haber aprendido lo que esperaba.
-En el encierro, conectarse a clases ya era sentir nudo en la garganta, porque no entendías, te sentías tonta, hacer una pregunta me daba vergüenza. Aún así fue complicado volver, porque tuve que repasar cosas que había pasado ese tiempo y que no había entendido. Si no, no podías conectar con lo que empezamos a ver ahora.
Al entrar a Medicina en la UCH, Aníbal Concha se encontró con algo distinto a lo que se había imaginado. Ese mundo universitario que le habían dicho que era más difícil que sus años de colegio no era tan exigente. De hecho, podía ver sus clases con la cámara apagada desde su casa. Por eso, explica, el choque fue tan abrupto.
-Porque las clases online no reflejan la verdadera dificultad de la vida universitaria.
En ese sentido, varios coinciden en que, quizás, la transición de volver a la vida real debió haber sido más pausada.
Vania Martínez coincide:
-Probablemente no hubo una transición adecuada de pasar de lo online a lo presencial.
Sobre todo porque, como dice el alumno de Terapia Ocupacional, Sebastián Pino, por resguardar la salud física de los estudiantes se terminó pasando a llevar la salud mental:
-Uno tiene que colapsar para que se den cuenta de que necesitamos ayuda.
“Sorry, estoy en la misma”
A mediados del primer semestre, los estudiantes fueron a buscar las ayudas que empezaron a entregar las universidades. Las horas de atención psicológica se comenzaron a llenar a tal punto que ahora, dicen, es difícil encontrar una o se opta por priorizar a los que padecen de sintomatología más grave.
El problema, explica la psiquiatra de la UCH, Vania Martínez, es que esta crisis va más allá de las casas de estudio.
-Esto siempre lo hemos tenido -ahora más agudo-, pero hay que lograr acceder a una atención oportuna y de calidad de salud mental. Eso es algo de lo cual no pueden hacerse cargo las universidades en un ciento por ciento.
La alumna Valentina Carrasco coincide. Ante las pocas horas disponibles en la UC, debido a la alta demanda, le ofrecieron esperar para una atención. Pero ella decidió volver con una psicóloga particular que tenía de antes. Eso, cuenta, significa un costo económico importante. Especialmente porque el retorno a clases vino con un contexto nuevo: una inflación que empezó a afectar en su casa.
-Hay mucha incertidumbre, todo el día, de si voy a tener trabajo cuando salga y cosas así. Nosotros somos una familia de clase media, aquí en mi casa vivimos con el sueldo de mi mamá al justo. Si no es por la tarjeta de crédito, no podría pagar nada.
Las autoridades universitarias están conscientes de que el prolongado modo de clases online pudo haber afectado la salud mental de sus estudiantes. Sin embargo, explican, es difícil hacer un mea culpa considerando las distintas realidades de cada universidad, en especial las de región. Eso sostiene David Figueroa, presidente de la Comisión de Vicerrectores del Cruch:
-Mientras abríamos una universidad en el norte, en el sur estábamos en cuarentena. Obviamente que afectó la salud mental, pero el 50% de nuestras universidades tuvieron actividades presenciales durante el 2021. Eso no fue suficiente y obviamente que mientras más tiempo, fue peor. Pero había que analizar universidad por universidad en su contexto.
Desde la Corporación de Universidades Privadas, su presidente, Cristián Nazer, coincide. El aislamiento prolongado, en un momento tan crucial, fue generando una situación de fragilidad emocional en los estudiantes.
-Probablemente en muchos casos no fue posible prever aquello, pero debo decir que nuestras universidades respondieron con agilidad ante las primeras manifestaciones del problema, saliendo al paso de las necesidades de nuestras comunidades.
En el Mineduc están conscientes de este problema. Actualmente, la Subsecretaría de Educación Superior tiene una mesa de trabajo con el Minsal para analizar la situación de la salud mental de los universitarios y técnico-profesionales.
-Este tema ha sido analizado también en la mesa de trabajo que se mantiene con la Confech y, de hecho, en septiembre habrá una sesión especial para tocar el tema -dice el Ministro Marco Antonio Ávila.
De todos modos, existe la pregunta entre las autoridades de cuál va a ser el alcance de esta crisis: ¿Será un fenómeno transitorio? El psicólogo Christian Schnake, de la UFT, cree que eso sólo se verá con el tiempo.
-Va a tomar unos meses. El ser humano requiere tiempo para la adaptación, necesita normalización para aprender las cosas que se van exigiendo ahora, con este retorno y las nuevas reglas que tiene este.
Valentina Carrasco ha visto cómo la vuelta a clases ha afectado a sus compañeros al igual que a ella. Es un fenómeno mucho más masivo que antes. Lo resume así:
-En 2016, cuando empecé con mis problemas de salud mental, yo les contaba a mis compañeros y me decían ‘qué cuático, aquí estoy para ayudarte’.
Ahora, afirma, el escenario es distinto.
-Tú les dices que estás mal y te responden: ‘Sorry, no te puedo ayudar. Yo estoy en la misma’.