El corte de luz de la noche del 6 de junio fue la gota que rebasó el vaso. En ese momento, el puñado de gendarmes que hacía guardia de noche en el Recinto Especial Penitenciario de Alta Seguridad (Repas), ex Cárcel de Alta Seguridad, se dieron cuenta de que los internos se impacientaban. Lo primero que escucharon fueron quejas, para luego pasar a los insultos: les reclamaban porque se había cortado la electricidad de los enchufes que tienen en sus celdas personales en el penal. Argumentaban que, al no estar operativos los enchufes, no podían encender los televisores que tienen algunas celdas.
Tres gendarmes que trabajan en esa unidad fueron testigos de esto. Hablan en reserva de identidad, para evitar represalias y agresiones. Dicen que la mañana siguiente, con el cambio de guardia, los vigilantes les recriminaron las agresiones y amenazas de la noche anterior. Pero lo que iba a pasar después, asumen, no lo esperaban.
El penal Repas es la unidad de máxima seguridad en toda la estructura penal. Fue terminado a mediados de los años 2000. Sirve para albergar presos e imputados con un alto compromiso delictual, como el Tren de Aragua. Al 31 de mayo, según cifras oficiales, había 69 internos encerrados allí: 47 imputados, 22 condenados. Todos hombres.
Los expertos del Comité para la Prevención de la Tortura, que visita periódicamente los penales del país, estuvieron en el Repas entre noviembre y diciembre del año pasado. Según la observación que ellos hicieron en ese momento, los extranjeros representan más del 60% de los internos. De ellos, los venezolanos son por lejos la nacionalidad que más se repite. Lo otro que vieron es que de las personas imputadas que esperan un juicio, el 80% eran extranjeros.
Los gendarmes explican que la cárcel está dividida en cuatro alas de cuatro pisos. A cada una de esas alas le corresponde un patio, donde tienen una hora de recreo en las mañanas y otra en la tarde. Los internos pasan 22 horas al día encerrados.
En eso, observaron que los reos del patio tres, liderados por Hernán Landaeta, apodado como “Satanás”, una de las cabezas del Tren de Aragua, empezaron a generar alboroto. Él y José Sánchez, de la misma banda criminal, les gritaban directamente a los otros internos que estaban detrás de los muros que dividen los patios. Les pedían que se sumaran. Acudieron al llamado Jorkenidy Torres y Wilken Rondón, también compañeros en la organización, que también estaban en recreo. Saltaron los muros de dos metros de alto para sumarse a la revuelta.
Entre todos rompieron una mesa de pimpón, a la que le sacaron las patas de fierro. Con eso se armaron, mientras desde los otros patios saltaban más internos a apoyarlos.
Los gendarmes repararon en algo más: la idea era salir de los patios para agredir al personal. Trataron de comunicarse entre sí, pero no podían. Las radios que les entregó la institución no servían: usan chip para comunicarse, en una cárcel que tiene inhibidores de señales.
Las imágenes de las cámaras de seguridad muestran cómo los gendarmes aplacaron la revuelta. Lo hicieron a punta de escudos y de gas lacrimógeno. Eso sí, asumen algo.
-Los procedimientos siempre están y los aplicamos. El problema es que en ese momento el actuar fue improvisado e impulsivo. Porque cuando teníamos los internos ahí, nos demoramos en percatarnos de que estaban saltando de un patio al otro.
Los gritos de los reclusos pasaron de ser amenazas de muerte a quejas: “Los gendarmes nos están torturando”, se escuchaba en ese enfrentamiento. Doce funcionarios terminaron heridos: cortes en las manos, en el rostro, contusiones en piernas, un hombro dislocado y un capitán con un corte en el cuero cabelludo.
Todo esto, dicen los gendarmes, lo veían venir. Dicen que entienden de alguna forma a los internos. “Fue una seguidilla de cosas que se viene sumando de hace meses”, dice uno.
La revuelta
Fuentes en Gendarmería describen el perfil de los 140 gendarmes que custodian al Tren de Aragua. Dicen que tienen entre 20 y 40 años. Su sueldo en promedio es de $800 mil. Deben tener tres años de experiencia en vigilancia antes de tratar con presos. Los más experimentados, dicen, son los que tienen contacto con los presos más peligrosos. En cuanto a turnos laborales, el que prevalece es el de trabajar 24 horas seguidas para descansar las siguientes 48. Entre los más jóvenes, en cambio, el más utilizado es el de tres días completos en la unidad con horarios de descanso, para tener tres días completos de franco.
Eso sí, lo que critica una de esas fuentes es que estos vigilantes no tienen preparación especial para tratar con este tipo de reos: “Todos veníamos de cárceles tradicionales. Nadie nos preparó para este tipo de situaciones”, dice esa persona en reserva.
Los primeros meses desde que llegó el Tren de Aragua al Repas, recuerdan los gendarmes, fueron tranquilos. A esos reclusos se les había prometido mantenerse solo seis meses en ese aislamiento, y que su permanencia dependía de su buen comportamiento. De allí que se les veía jugar en los patios con los exfrentistas y narcos antiguos que también están ahí con dados hechos de migas de pan y naipes hechos con papeles cortados y rayados.
Eso sí, se quejan de que nadie les bajó información de inteligencia para entender con qué presos estaban tratando. Se dieron cuenta de eso cuando vieron tatuajes en sus cuerpos. Tenían que buscar en Google qué significaba la estrella que llevaba Hernán Landaeta, sicario del Tren de Aragua. Cuando buscaron la corona con el logo de los relojes Rolex que lleva en el cuello, y no la vieron en el resto, entendieron que era alguien importante dentro de la organización.
Esas jerarquías se evidencian a diario. Por ejemplo, Ovimarlixion Garcés, imputado por el asesinato del suboficial mayor Palma, es considerado un “perkin” dentro del penal. Principalmente, por ser aún joven, y por querer agradar a otros miembros más antiguos del Tren.
Lo otro que empezaron a ver fue la cercanía que generaron los chilenos y los venezolanos.
Entre los presos chilenos, dicen los gendarmes, hay narcos conocidos que han caído en los últimos años. Entre ellos, Richard Lobos, “El Hormiga”; Carlos Retamales, “El Macaco”; los hermanos Toloza García, conocidos como “Los Risas”, y Cristián Aguirre, el líder del Cartel Jalisco Melipilla Nueva Generación, conocido por llegar a la Clínica Las Condes en helicóptero tras recibir seis balazos en octubre del 2021. Todos narcotraficantes de la Región Metropolitana.
De todos ellos, los gendarmes indican que fue Lobos, “El Hormiga”, el que encabezó las buenas relaciones con los venezolanos. Los fue conociendo de dos formas: en sus horas de patio y en las conversaciones que generan entre todas las celdas, incluso entre pisos distintos, a los gritos.
Esta buena relación se veía con algunos gestos, dicen los gendarmes.
El primer gesto fue presentarles a las “manilleras”: personas -en su mayoría mujeres- contratadas para enrolarse para visitar internos y llevarles comida y cosas que necesiten. Cobran aproximadamente $50 mil por cada visita.
Ellos les cedieron algunas “manilleras” como gesto, a cambio de que compartieran parte de las cosas que internaban de esa manera, como comida y cigarros.
Los internos también se comunican de otra forma: a través de las rejillas por donde les entra su alimentación, ellos extienden su mano hasta la rejilla de la celda vecina. Así, se van pasando cartas de un lado al otro del piso. Hasta ocho celdas se pueden pasar objetos de esa forma.
El punto de quiebre, dicen, fue cuando se enteraron de que no podían tener contacto de ninguna forma con sus familiares.
En el régimen del Repas, ningún preso puede acceder a visitas que permitan interacción física: ni familiares, ni conyugales. El único contacto de las visitas, que son una vez por semana, es a través de un citófono con un vidrio que separa a los reos de sus familiares.
Este sistema hace más difícil el acceso para los extranjeros. Esto, porque para conseguir enrolarse para visitar un preso, es necesario tener un RUT chileno o un pasaporte, además de antecedentes penales al día. Por ende, los familiares y parejas que están irregulares en Chile no pueden entrar al penal.
Los funcionarios notaron que la petición para tener visitas íntimas crecía cada vez más desde los extranjeros. Esto se evidenció en cartas que enviaban al exterior.
-En las cartas hablan de que querían panocha, que querían la cuca -dice un gendarme-. Yo pensé que la panocha era una prima de uno de ellos. “Cuídame la panocha”, decía otra carta. Y nos tuvimos que meter a buscar en internet. Ahí nos enteramos de que esas palabras significaban vagina.
En las audiencias, los reos le solicitaban al tribunal hacer una excepción para poder tener visitas conyugales y de sus hijos y familiares. También pedían tener videollamadas con gente de Venezuela. Todo eso fue denegado. Esto último, por motivos de seguridad. La medida se justifica, dicen los gendarmes, por lo que han hallado en esos mensajes.
-Una carta decía no tengo plata, pero tal persona tiene que responder por la harina que tiene que procesarla y darte la ganancia. También hemos visto códigos: palabras que no tienen sentido al leerla, pero si vas contando algunas letras, encuentras el significado.
La relación entre gendarmes y reos cambió drásticamente en esos meses. De la cordialidad pasaron a los insultos.
-Nos hablan fuerte como si quisieran intimidarnos. ¡Coño, papi!, nos gritan. O te dicen mamahuevo. Quieren mostrarse como que están por sobre ti. Quieren que se enteren quién manda en la cárcel. Te exigen que los respetes.
Los gendarmes explican la falta de paciencia de los internos extranjeros:
-Esos primeros seis meses en observación pasaron a ser 12, y luego, 18. Llevan casi dos años sin poder tocar a sus parejas ni abrazar a sus hijos.
Luis Vial, experto del Comité de Prevención de la Tortura, también visitó el penal. Explica que la literatura que existe sobre encierros prolongados evidencian que esto podía pasar.
-El aislamiento en solitario tiene graves consecuencias y daños a la salud física y mental -dice-. Lo que hemos visto entre los internos son alteraciones del sueño, en su salud cardiovascular, en pérdida muscular y migrañas. Y en salud mental, ellos confunden el día con la noche. Todo eso va generando impulsos de ira en los momentos que están en contacto con otros internos o con el personal a cargo de su custodia.
Vial agrega algo más.
-Esto se suma a que son personas con una trayectoria de vida compleja, tanto por haber ejercido la violencia como haberla recibido. Si les metes toda esta presión, se explica la inestabilidad anímica, que es más evidente que en otras personas.
Todo esto derivó en la revuelta del 6 de junio. Desde ese día, dicen los gendarmes, han vivido un infierno dentro del penal.
Tres semanas de miedo
Desde ese intento de motín hasta hoy, cuentan los gendarmes, la situación en el penal es crítica. Explican que casi todas las celdas del penal han sufrido algún tipo de daño. Algunas han quedado totalmente inutilizables.
Los destrozos partieron así: con el extremo más duro de los cubiertos plásticos con los que comen, los reos fueron raspando los muros que rodean los lavamanos. Esto fue fácil, dicen: el material de construcción es una especie de cemento que se hace polvillo solo con pasar un dedo por encima.
Luego soltaron el lavamanos de su lugar. Con eso, accedieron al shaft. En él, encontraron una pieza de metal duro, de unos 10 kilos, que sirve como martillo. Eso, sumado a que con el “correo humano” esas piezas pasan de una celda a otra, la destrucción en cadena de las habitaciones fue cosa de un par de días.
Por estos destrozos, empezó a chorrear agua potable y servida por los pasillos hasta el subterráneo del penal, donde se realizan las audiencias y las visitas por locutorio. El agua -dicen- hasta la semana pasada llegaba a la altura de los tobillos.
El director nacional subrogante de Gendarmería, Víctor Provoste, ha estado manejando la crisis. Señala que como institución han presentado tres querellas: por amenazas a funcionarios; por las agresiones durante la jornada del 6 de junio, y por destruir la cárcel, que es un bien fiscal. Los daños al penal los lista en $ 130 millones.
Estos gendarmes explican que aún no entienden que tengan tan poca información de los reos, que solicitaron tener un televisor en el subterráneo para poder ver las noticias.
-Nos informamos de los perfiles de ellos cuando salimos a almorzar. Ahí aprovechamos de ver tele o revisar el celular y ver las noticias. Así, nos vamos contando lo que vemos entre todos.
Pero hay internos que sí ven televisión. Dicen que los escuchan reírse cuando se ven en las noticias.
-Ellos saben todo lo que pasa a través de la tele. Ven los matinales y se ríen. Dicen: nos están pidiendo 300, 400 años de cárcel. Y se ríen.
Los destrozos han llegado a tal punto que está comprometiendo seriamente la seguridad de los gendarmes. Si una persona consigue entrar a los shafts, comentan, puede lograr llegar a una lata que, si se saca con fuerza, da acceso al pasillo. Es decir, a salir de la celda.
Ellos mismos denuncian que la noche del martes 25 de junio, siete internos salieron de sus celdas de esa forma. Uno de ellos, Daniel Márquez, el líder de Los Gallegos, conocido como “El Ruso”, destruyó cámaras de seguridad antes de ser reducido por el personal que estaba en ese momento.
Lo otro es que durante más de 20 días han sufrido amenazas de los internos del Tren. Esto se agrava, ya que deben trabajar a rostro descubierto, sin forma de ocultar su identidad. Varios, dicen, quieren dejar su trabajo en ese penal.
-Ya hay psicosis, porque ellos nos tienen identificados. Nos llaman por el nombre y apellido a todos. Nos dicen: sabemos dónde vivís. Ya van a ir llegando las coronas de flores a tu casa. Imagínate cómo afecta eso a los más jóvenes -denuncia uno de ellos-. Nos pasó también que íbamos saliendo de la unidad y con un colega nos estaban sacando fotos desde un auto.
Lo que más les duele de todo es que su institución está cuestionada por casos de corrupción. Aunque ellos se defienden: dicen que en su unidad los casos de ese tipo no existen. Lo sustentan en los allanamientos permanentes que ejercen unidades externas al Repas. Eso sí, admiten escuchar intentos de sobornos en los pasillos.
-El Rondón y el Pichardo tiran cosas al aire. Dicen: qué ganas de llamar por teléfono, ando con tres millones. O qué ganas de entrar un pollo asado, ando con un millón. Pero nosotros no los pescamos.
Uno de los gendarmes cuenta algo más.
-Todo lo que los reos hacen es para llamar la atención. Quieren romper todo hasta que no queden celdas, para que los trasladen o que les den mejores medidas. Pero las amenazas no paran. Ellos nos han dicho: si no matamos a un funcionario, vamos a elegir a un interno para matarlo.