Hace un año, Lucía Dammert salía de La Moneda. Dejaba el cargo de jefa de asesora del Presidente Gabriel Boric. Salió en medio de una polvareda de rumores y de una publicación que decía que había sido llamada a declarar por el FBI en un caso de narcotráfico. El tema fue desmentido por Estados Unidos, según afirmó en ese momento el gobierno de Chile. “Mi salida fue aprovechada por unos sicarios del Twitter. No creo que merezcan un minuto de conversación, pero sí puedo decir que no les deseo ni las amenazas ni el acoso que me dejaron a mí por una cosa que era total y absolutamente falsa”, afirma.

Un año de silencio. Un año en que Lucía Dammert cuenta que vivió entre amenazas e incluso insultos. Lo pasó mal, pero dice que ya cerró el ciclo.

Desde octubre del año pasado, volvió como profesora titular de la Universidad de Santiago en el Departamento de Estudios Políticos y, además, hace consultorías externas en su calidad de experta en temas de seguridad.

¿Por qué salió del gobierno? ¿Diferencias al interior de La Moneda o algo más?

Mi salida tuvo que ver con el contexto de ese momento. Se había producido el cambio de gabinete. Salía Izkia Siches y entraba Carolina Tohá con un nuevo equipo al Ministerio del Interior. Se configuraba la necesidad de darle una mayor presencia a los partidos.

¿Era una razón para salir?

Sí, porque mi participación siempre fue desde lo que soy: una mujer profesional, migrante e independiente. Entré con la convicción de que podía ayudar a una generación más joven que tenía ganas de cambiar el país. Ahí yo jugaba un rol.

¿Cuál?

El rol de una persona 15 años más grande que casi todos. Pero además de la edad, yo había tenido experiencia de gobierno y había ayudado a diversos partidos del Frente Amplio en los temas de seguridad. Durante la campaña también me pidieron ayuda en el plan de gobierno. Pero siempre entendí que mi aporte era más técnico que político.

Ser la jefa de asesores del Presidente no es un cargo apolítico. Es de máxima relevancia política.

Sí, es verdad. Pero en la primera etapa, la decisión era que el Presidente tomaba las decisiones con su comité político. El cargo de la jefa de asesores no sería una réplica de Cristián Larroulet ni Ernesto Ottone. Mi rol era mucho más de soporte para llevar adelante la oficina del Presidente.

¿Y eso cambió…?

Luego de perder el plebiscito, hubo una decisión política de que el Segundo Piso tomara un rol distinto. En ese escenario, yo no veía que pudiera aportar. Para mí entrar al gobierno fue un honor, pero también fue un momento profesional que llegaba a su fin.

Pero también hubo tensiones…

Por supuesto que hubo muchas dificultades. La primera fue que jamás imaginé el nivel de malestar que generaba -en un mundo muy importante de Chile- el hecho de que yo hubiera nacido en Perú. Que fuera inmigrante, para mucha gente era casi como una ofensa nacional.

¿En el Frente Amplio?

Más bien fuera del gobierno...

¿Y los roces con la excanciller Antonia Urrejola…?

Hubo una discusión más mediática respecto a la relación entre el Segundo Piso y la Cancillería. Mi opinión siempre fue que los asesores del Presidente debían asegurarse que el Presidente tuviera toda la información para tomar decisiones. Se generó la sensación de que el Segundo Piso quería tener un impacto mayor.

Pero hubo tensión personal de roles con la excanciller, ¿o no?

El Segundo Piso siempre debe tener un rol en temas internacionales. Justo en este caso, yo tengo mi expertise y como jefa de asesores podía apoyar aún más. Sobre todo, con un Presidente con una enorme relevancia internacional.

¿Se mantiene la relación con el Presidente?

Sí, conversamos cuando él cree que yo tengo alguna opinión que le pueda ser de interés o cuando yo creo que él tiene que saber alguna cosa importante. Creo que el Presidente va a saber aquilatar todas las asesorías que le di en los primeros meses y a lo largo del tiempo.

¿Y por qué estuvo tanto tiempo sin hablar?

Porque yo vengo de una familia que cree profundamente en la disciplina política. No me gusta la gente que sale y da declaraciones manejadas por la ansiedad comunicacional. Es importante tomarse un tiempo para mirar los procesos. Además, nunca he tenido la intención de hacerle daño al gobierno y mucho menos al Presidente. Consideré que correspondía mantener un segundo plano.

“Yo era más centrista”

¿En algún minuto le pesó no ser parte de esa generación? Venías de otro círculo…

Nunca tuve la ambición ser parte del grupo más cercano al Presidente. Lo mío siempre fue una labor profesional. Nadie que haya pasado por el Segundo Piso cuando yo estuve ahí, puede decir que no hubo un proceso bien pedagógico de lo que significa trabajar en el Estado.

¿Hubo fuego amigo?

Puede que algunos encontraban que era demasiado centrista y no le gustaban mis opiniones. Por ejemplo, yo no estaba por la refundación policial, sino por la reforma. No tengo problemas con las diferencias. Eso es la democracia. Lo que encuentro terrible es cuando las cosas se resuelven por las redes sociales, los chismes. Porque, al final, con eso sólo logras que la gente no quiera entrar en la política.

¿Salió herida del gobierno?

No, no salí herida. Salí preocupada. Sigo pensando que el Presidente requiere un Segundo Piso que tenga la capacidad de ofrecerle una diversidad de pensamientos. Un Segundo Piso que no sea un espacio militante, sino de apertura.

¿Y qué es lo que le preocupa?

Que el Presidente siempre tenga a la vista los escenarios A, B o C. Reconozco que la llegada de Carolina Tohá, Mario Marcel y Álvaro Elizalde me dejan tranquila. Son un contrabalance.

La derrota del plebiscito fue un golpe para la izquierda. ¿Siempre estuvo a favor de empujar un proyecto más reformista?

Dentro de la coalición que llegó al poder, yo era la versión más moderada. Ya había trabajado en el Estado y sé que los cambios son lentos y requieren de muchos actores. Mantengo la convicción de que no vamos a salir adelante sin una mejor relación con el mundo privado. Y ése era un tema que no se había resuelto bien al inicio. Pero, además, siempre dije que uno no puede hacer todo a la vez. Menos saliendo del posestallido, de la pandemia y con una situación política muy difícil en la región.

En este caso, ¿era más complicado por la impronta de una nueva generación o porque había un mal diagnóstico sobre lo que requería el país?

Efectivamente, los gobiernos de minoría tienen que tener una racionalidad muy detallada a la hora de evaluar los cambios que realmente pueden producir.

¿No la había?

Era un análisis incompleto. Había diseño para hacer una transformación, pero no estaban claras las capacidades reales para poder hacerlo en conjunto con otras fuerzas políticas, incluyendo el mundo privado. Los cambios no los puede hacer solo un grupo.

¿Y eso fue tema?

Diría que fue un tema durante los primeros 8 o 10 meses de gobierno. Otro tema clave es el rol de la sociedad chilena frente a estos procesos. La ciudadanía jugaba activamente en algunos temas, pero después también se distanciaba. O sea, esa cercanía-distancia no se calibró necesariamente bien.

¿Hubo arrogancia? Es lo que acusan los otros sectores políticos…

No tengo esa impresión. Creo que lo que había era un enorme entusiasmo... Un entusiasmo que no necesariamente fue de la mano con un diseño que permitiera avanzar en aquellas cosas que eran claves tanto en el plan de gobierno como en el ideario del Frente Amplio. La reforma de la salud, enfrentar el tema de la previsión. Y por supuesto, todo muy mezclado con el tema constitucional.

¿Fue un error?

Claramente, los partidos políticos de izquierda pudieron haber hecho mucho más para llevar el proceso constitucional anterior de una forma más reflexiva.

Me refiero a si fue un error que el gobierno se involucrara tanto…

Recordemos que la necesidad de una nueva Constitución había sido una bandera de la izquierda por muchos años. Eso permitía empezar a tener una conversación distinta con el país. Pero con todos los errores que ocurrieron en la Convención, se perdió el plebiscito y se tuvo que pensar en un plan B.

¿Qué implicaba ese plan B?

Reconocer que ese espacio que se había considerado, se había cerrado. Se tenía que seguir gobernando con las mismas ideas, pero en el marco de un diálogo con partidos distintos.

Para la oposición el problema más de fondo fue que hicieron una mala lectura de la sociedad…

Creo que los dos procesos constitucionales han generado espejismos de realidad. No es verdad que ahora la mayoría del país sea republicana ni lo fue pensar que era el fin de los expertos y el gran momento de los movimientos sociales, como la Lista del Pueblo. La ciudadanía está en una búsqueda y funciona con una cierta desideologización. Todos caímos en un error de interpretación. Eso le pasó al gobierno y ahora nos está pasando de vuelta.

¿Qué debiera hacer ahora el gobierno? ¿Jugar un rol activo?

Si alguien me preguntara, yo creo que el gobierno tiene la obligación de entregar información respecto al proceso. Pero no tener un rol activo. Está en su segundo año y debería concentrarse en la reforma previsional, en los temas de salud, en educación.

¿Y seguridad? Se dice que la izquierda tiene un complejo para hablar de esos temas que son claves para la gente…

Es una mitología decir que la izquierda es más débil frente al delito. La gran mayoría de los gobiernos latinoamericanos de izquierda han sido más duros. Saben que parten desde una sensación de sospecha de la ciudadanía. Hay varios estudios que muestran que no hay una inhibición de esos temas en la acción política de la izquierda cuando está en el poder.

La agenda de seguridad ha sido un dolor de cabeza para la ministra Carolina Tohá. No sólo por la oposición. También por el Frente Amplio y el PC.

Las posiciones de divergencia dentro de una coalición son saludables. Pero, claro, al final del día, el gobierno es evaluado por las cosas que hace, más allá de las discusiones internas que se tuvieron.

Pero hay cosas que no puede hacer si sus fuerzas internas no acompañan.

Veamos: este gobierno le ha pasado 1.500 millones de dólares a las policías. Les ha dado señales de apoyo, está ayudando a un proceso de fortalecimiento del Ministerio Público, ha mantenido los estados de excepción en el sur. Entonces, me parece que el gobierno, que el mismo Presidente, han ido más allá de lo que muchos esperaban en términos de fortalecer el rol policial, que era una gran duda.

¿Sigue siendo oficialista?

Creo que en muchas áreas, el gobierno ha pecado de exceso de autoconfianza y todavía hay algunas políticas públicas que avanzan muy lentamente. Y más allá del gobierno, creo que la izquierda necesita una reflexión mucho más profunda en su relación con la ciudadanía. Dicho eso, me parece injusto criticarlo todo. Este es un gobierno que llegó después de un estallido, de la pandemia y con una ansiedad muy grande. Y no olvidemos que, más allá de la violencia, el estallido generó una conversación sobre el país, pero ese debate se cerró.

¿La pandemia la cerró?

Se suspendió en la pandemia, pero es una conversación que el país debería retomar. Porque todo lo que se habló en ese momento, no era una locura colectiva. Son problemas que todavía están. Sería una profunda irresponsabilidad pasar cuatro años más sin hacer algunos de los cambios que el país necesita. No resolver nos va a llevar a que la gente esté cada día más hastiada de gobiernos que no le solucionan la vida cotidiana. Y es verdad que uno necesita una narrativa de futuro, pero esa narrativa tiene que ir de la mano de avances concretos en el día a día. La derecha lo tiene que entender también.