Hasta hace poco, la historiadora Lucía Santa Cruz, una de las figuras intelectuales de la centroderecha, miraba con ilusión el proceso constituyente que se abrió tras el 18 de octubre. “Tenía muchas esperanzas en que una discusión constitucional razonable era la mejor, sino la única salida para nuestros conflictos”. Sin embargo, dice hoy, “el creciente uso de la violencia por parte de una minoría para lograr objetivos políticos, el nivel del debate que presenciamos en la Cámara, la agresividad demostrada por diputados de RN, incluso contra otros de su propio partido, la apelación permanente al odio, el repudio de la racionalidad, no constituyen un escenario propicio para una discusión constitucional seria. Ya que está de moda hoy, creo que yo también voy a entrar a un “proceso de reflexión”.
En esta entrevista por escrito, Santa Cruz aborda el momento político, la crisis de Chile Vamos y los efectos en la figura presidencial.
-Chile está en un punto de inflexión. Perdimos los consensos respecto a la democracia representativa y la economía de mercado como ejes fundamentales. Resucitó la profunda escisión ideológica, nos polarizamos y comenzó la erosión de las instituciones de la nación. Ello explotó en octubre, y primó la violencia. Luego, la pandemia, que está causando estragos y un retorno dramático a la pobreza.
¿Cómo se puede leer a la luz de la historia? Algunos lo comparan con crisis como las de 1891 o 1925.
Prefiero no hacer analogías. Lo primero que hay que tener claro es que la historia no se repite, aunque como la naturaleza humana no cambia mucho, los mismos actos probablemente tengan las mismas consecuencias en todo tiempo. Ahora, el conflicto entre el Ejecutivo y el Congreso nos hace recordar 1891, pero no olvidemos que una guerra civil, por definición, requiere una división de las Fuerzas Armadas y esa no está en el horizonte de lo posible. Gracias a Dios.
¿Es de las que piensan que Chile “se jodió”?
Ese recurso fue acuñado por Vargas Llosa en una novela y para una novela, y no es aplicable a la realidad. Los países no se joden de una día para otro; enfrentan crisis, a veces las superan, a veces no, toman caminos que para unos son de progreso y para otros, de barbarie. Pero la historia no es predecible, ni está determinada, ni tiene una marcha irreversible en un solo sentido.
Si éramos un país estrella, con buen camino al desarrollo e instituciones sólidas, claramente había un agua corriendo por debajo a la que no se le puso atención. ¿Hay un fracaso en las clases dirigentes?
En lo primero, creo que en todas las sociedades hay malestares, contradicciones, tensiones que pueden ser exacerbadas ideológica y políticamente. El malestar puede ser muy agudo en la transición desde una sociedad tradicional hacia la modernidad, cuando el viejo orden aún no muere enteramente y el nuevo no termina de consolidarse. Un gran pecado fue olvidar cuántos pobres aún teníamos y la importancia del crecimiento para mejorar su condición.
¿Qué está pasando en la derecha? Daniel Mansuy planteó en The Clinic que está viviendo una derrota cultural extraordinariamente fuerte. ¿Coincide con esa idea?
Coincido plenamente con Daniel. Yo atribuyo la derrota cultural fundamentalmente al hecho de que aquí se instalaron tanto la democracia como la economía de mercado sin un previo proceso de convencimiento de la ciudadanía respecto a los fundamentos morales y el sentido de justicia que los sustentan. Eso los hace muy vulnerables a los periodos, que siempre los hay, en que la eficacia es menor.
¿Cuáles son las raíces de la crisis que atraviesa Chile Vamos?
Falta de convicción respecto a las ventajas del sistema que nos permitió el más grande avance económico y social en nuestra historia.
El voto a favor del retiro de fondos de la AFP en parte de la derecha parece ser la gota que rebasó el vaso. Venía desde antes incubándose una desafección entre los partidos y de los partidos con el gobierno.
Efectivamente. Cuando los partidos no están unidos por principios y convicciones sólidas puede primar en algunos el oportunismo y es muy fácil que se produzca desafección, sobre todo cuando el gobierno ya no tiene la popularidad anterior y éste ya no es útil para la reelección de los congresistas. Sin embargo, no creo que el voto del 10% sea una gota que rebalse el vaso, sino más bien un exocet a la viabilidad de la coalición.
El presidente de RN planteaba que este no era un asunto de principios para él. ¿Lo es? ¿Debe estar en los mínimos comunes de una coalición?
A mí me parece que hay dos aspectos que deberían ser materia de principios: primero, el respeto al orden institucional. Aquí había una materia de exclusiva iniciativa presidencial y diputados UDI y RN se sumaron a un resquicio constitucional para lograr sus objetivos. Los principios de Chile Vamos contemplaban un mejoramiento del sistema previsional, pero no un desmantelamiento de la capitalización individual y de la idea medular de que el ahorro previsional es para uso exclusivo de las jubilaciones. Además, yo me temo que esta iniciativa sea solo el comienzo para la colectivización de casi 200 mil millones de los cotizantes. Eso sería la forma más rápida de estatizar una parte importante de la economía chilena.
Hay también una crítica al sector que ha predominado en la dirección de la centroderecha, como que no se ha preocupado de la clase media. ¿Es parte de su pecado estar dirigida por una elite?
Quienes dirigen cualquier gobierno forman parte de una elite, definida generalmente como aquellas personas que tienen poder sobre otras.
Me parece que usar el concepto de elite en un sentido meramente social no corresponde hoy y es muy clasista creer que solo ciertos segmentos tienen la capacidad y las condiciones para representar a la ciudadanía, o las dotes para buscar las mejores soluciones o el bien común. El único test de legitimidad son los votos.
¿Y el error en ese sentido ha sido por el contenido mismo del discurso o por la forma de plantearlas que muchas veces resulta apatronada para algunos?
En política y en el intercambio social las formas importan. En mi libro La igualdad liberal, digo que Chile transitó desde una sociedad tradicional a una modernidad capitalista, pero que, como las evoluciones culturales son a veces más lentas que las materiales, en Chile perduran ciertas formas de relación en algunos dirigentes que son más propias de los tiempos de la Hacienda incompatibles con un orden liberal.
Hoy la respuesta de un sector, partiendo por La Moneda, ha sido acusar “populismo”. ¿No habrá algo más de fondo en ese actuar, que no sea solo buscar el aplauso fácil?
Yo creo que en la izquierda hay un tema de fondo, que es la búsqueda de la sustitución del sistema capitalista. Sin embargo, en el mundo entero están surgiendo movimientos que pueden ser calificados técnicamente de populistas de derecha, y ejemplos de ellos serían Trump, Brexit y otros. Tengo la impresión de que en la derecha chilena han resurgido algunas tendencias muy antiliberales, en las cuales las consideraciones económicas que no sean de corto plazo, son descalificadas como tecnocráticas y carentes de compasión.
Hay una discusión sobre la existencia de dos almas en la derecha. Desbordes la graficaba en una derecha Chicago, y otra Friburgo. ¿Comparte la idea?
Me parece que uno de los factores que han atentado contra la viabilidad de Chile Vamos es la construcción maniquea, y a veces muy ofensiva, de dos derechas: una, estigmatizada como cruel, fría, tecnocrática y, otra, que sintonizaría con el dolor del pueblo. Esto ha introducido una brecha que en este momento es responsable de un verdadero quiebre, difícil de remediar, en el principal partido de derecha. Todos estamos en la discusión política por el bien de Chile.
Yo no he dedicado tanto de mi tiempo a defender ciertos principios para que los ricos sean más ricos, sino porque tengo el convencimiento de que es el sistema mejor para los más pobres y desvalidos, y así lo demuestra nuestra historia reciente. La verdad es que si se le resta legitimidad moral a un porcentaje grande de la derecha, que no es representado por Desbordes, las huestes quedan bastante disminuidas.
Ud. en su columna del viernes planteaba que esta destrucción institucional se debe al triunfo del FA
y la izquierda, al centro subyugado a ellos, y una aparición de una derecha populista. ¿No ve una responsabilidad del Presidente Piñera en el estado de descomposición de su sector?
Ha pasado a ser un lugar común culpar al Presidente de todo lo malo que ocurre en el país. Esto se debe, por una parte, a que es evidente que la oposición busca la destrucción de la figura presidencial por cualquier medio, por la destitución de facto y la vía violenta o por la acusación constitucional. La derecha, o ciertos grupos dentro de ella, a menudo han creído más en figuras mesiánicas que en las instituciones, y si esperan que el Presidente sea el gran salvador, también lo condenan como el gran culpable.
¿Descuidó la relación con la coalición? Se habla de que cosecha lo que siembra…
Obvio que el gobierno no puede ser exonerado de toda responsabilidad. Han faltado esfuerzos por reforzar el affectio societatis dentro de la coalición. Yo una vez sugerí, en broma, que el único cargo de gobierno que me habría gustado era de “Ministro de Relaciones Interiores” para cultivar el diálogo, no solo dentro de la coalición, sino también con personas de oposición con las cuales hay todavía mucho en común.
La queja de los partidos es que finalmente no están en las decisiones del gobierno, cuestión que se vuelve aun más compleja cuando es minoría en el Congreso.
La falta de mayoría en el Congreso es un dato duro difícil de remediar políticamente, sobre todo en un clima de polarización.
El mismo Mansuy planteaba que el problema de fondo es el diseño que hace Piñera, al construir equipos políticos en base a confianzas personales, y eso es un error en la forma de dar gobernabilidad a un sector.
Efectivamente, los gobiernos tienden a favorecer las lealtades personales, pero también se acusa al gobierno de elegir a sus ministros por cuoteos y se le reprocha cualquier desviación del apego estricto a la distribución proporcional entre los partidos. Tengo el convencimiento de que un gran número de ministros están ahí porque tienen la capacidad para tomar decisiones correctas en sus carteras.
¿Cómo puede Piñera salir de esta situación? ¿Tener un gabinete con verdadera representación de los partidos?
Los problemas son más estructurales que la composición del gabinete.
La recetas que se dan suelen ir porque Piñera delegue el poder, se repliegue. Pero eso es como pedirle que nazca de nuevo. ¿Qué puede hacer, realistamente hablando?
A mí me gustaría que el Presidente asumiera más su rol de Jefe supremo del Estado. Es vital salvaguardar la institución de la Presidencia por la integridad de la República. Me refiero a que debe ser más bien un árbitro que un activista y no seguir pagando los costos. Es una forma de comportarse frente al público, más alejado de la contingencia, delegando autoridad y entregándoles más poder y autonomía a sus ministros.
Ud. planteó que en la votación a los parlamentarios les faltó coraje. Otros critican que al gobierno le ha faltado coraje para defender las ideas de su sector. En el caso de Blumel, por ejemplo, le cuestionan que intenta atravesar el cerco hacia el centro, descuidando sus propios parlamentarios.
Cuando no se tiene mayoría en el Congreso es necesario dialogar y ello implica transar, pero yo no podría especificar qué principio habría violado el ministro Blumel.
Se ha puesto sobre la mesa la idea del cambio del sistema político. ¿Es partidaria de avanzar hacia un semipresidencialismo, o sistema parlamentario?
El peor escenario es la política de hechos consumados representados por la idea del parlamentarismo de facto, pero siempre me ha gustado la idea de un semipresidencialismo para resolver el conflicto entre Ejecutivo y Congreso.