Las presidenciales argentinas del próximo domingo asoman como las más inciertas desde 1983, cuando el radical Raúl Alfonsín se impuso al peronista Ítalo Luder y los peronistas no lo podían creer.
Nacido en Buenos Aires hace exactos 79 años, el historiador Luis Alberto Romero coincide vía Zoom en lo de la incertidumbre que ambas votaciones tienen en común, aunque constata una anomalía: ahora hay una “elección de tres partes”. Agrega el autor de un longseller como Breve historia contemporánea de la Argentina (150 mil ejemplares vendidos), “hemos tenido elecciones de dos partes: peronismo y el resto. A veces, el resto iba junto, a veces no, pero era claramente el resto. Y cuando parecía que para allá íbamos yendo, irrumpió la candidatura de Javier Milei, y ahora son tres.
Colega de su hija (Ana Leonor Romero), de su esposa (Lilia Ana Bertoni) y de su padre (José Luis Romero, faro de la historiografía transandina), se vale para efectos ilustrativos del tradicional juego del tute cabrero: “Es un juego de a tres donde gana el que acumula más cartas, gana el que acumula menos y el que está en el medio es el que pierde. Una estrategia suele ser que el que va para arriba y el que va para abajo se junten para perjudicar al tercero, que es un poco lo que ha estado pasando hasta ahora: el candidato oficialista [Sergio Massa] y Milei se pusieron más o menos de acuerdo para tirar al medio a Patricia Bullrich.
¿Ve posible un triunfo de Milei, incluso uno decidido en primera vuelta?
Creo que nadie lo sabe, y las encuestas están muy desacreditadas. Sumando todos los indicios, da la impresión de que Milei va a entrar primero, aunque no con un margen suficientemente amplio como para ganar en la primera vuelta. Pero todo esto son suposiciones, y la pregunta es quién entra segundo.
¿Ve un “todos contra Milei” en segunda vuelta, o no necesariamente?
No necesariamente. Esa sí que es una incógnita, pero creo que Bullrich tiene más posibilidades [que Massa] de ganarle a Milei.
¿Lo atribuye al desgaste del kirchnerismo?
Ha habido un largo desgaste, pero ahora hay una especie de derrumbe general en todos los planos. La situación coyuntural de la economía es tremendamente angustiante, porque no se sabe dónde estamos parados, y eso nunca es bueno para un candidato oficialista que, encima, es el ministro de Economía: no tiene forma de eludir la responsabilidad por lo que está pasando.
¿No se dispara en el pie el peronismo llevando hoy de candidato a un ministro de Economía?
Lo que ha ocurrido en el peronismo es que se derrumbó la conducción, de Cristina [Fernández] para abajo. Y apareció este hombre que dijo, bueno, yo voy a hacerme cargo: para ganar o para ser el mariscal de la derrota. Y no hubo otro que se ofreciera, así que este está haciendo eso, y lo está haciendo con mucha desenvoltura: no ha escatimado en medidas que puedan arrimarle algún voto, aun a costa de dejar una situación cada vez más desastrosa. Ese es un problema.
De ganar, Milei no tendría fuerza parlamentaria. ¿Qué tanto hay en juego, entonces?
Realmente, nunca conocí una situación con tantas incógnitas. Por un lado lo de Milei, analizado fríamente, no es consistente: no se preocupó de tener buenos candidatos en las provincias o una buena lista de diputados, con lo cual llegamos a esta situación en que Juntos por el Cambio [la coalición que apoya a Bullrich] va a tener muchos más gobernadores y muchos más congresistas si gana Milei.
Ahora, por otro lado, este hombre verdaderamente ha tocado un punto sensible del imaginario de los votantes que, sabemos muy bien, no es principalmente racional: lo emocional juega mucho en este tipo de elecciones y él lo ha encontrado. Y ha encontrado un montón de gente que no le pregunta por el cómo, sino que se siente atraído por esa idea de ruptura, de fuerza, de seguridad. Pero, mirándolo con ojos más racionales, bastaría con hacerse esa pregunta: ¿de dónde vas a sacar el apoyo para hacer esas cosas? O bien, dices que quieres cerrar el Banco Central. ¿Cómo haces eso? Porque en el cómo está el problema. Ahora, estas son cosas que piensa la gente que, como yo, va a votar por Patricia Bullrich. Pero eso no quiere decir que la mayoría del electorado lo piense, y ahí está la incertidumbre que tenemos hoy.
¿Qué líder ve en Milei?
Antes de las PASO [las primarias del 13 de agosto], era una especie de estrella del rock: con la motosierra, diciendo cosas contundentes que le atrajeron la atención de un sector raro de gente -muy variado, muy difícil de definir- que se sintió atraído por la magia del personaje y por ideas formuladas con tal generalidad que cada uno podía leerlas a su modo.
Hay que reconocer el talento de una persona que logra eso. En las PASO salió primero, sin mucha diferencia y con la impresión de que podía aumentar. En ese momento, entonces, decidió no arriesgarse y eliminar todo lo histriónico, eso de pelearse con todo el mundo. Bueno, no eliminarlo del todo, pero ofrecer una imagen de mayor sensatez. Eso de “a unos ya los tengo, ahora me queda ganar a otros”, es un razonamiento que hace cualquier político en esas circunstancias, pero efectivamente está apareciendo otro Milei, que a mí me parece mucho menos atractivo que el primero: lo que tenía de magnético es lo que achicó y ha empezado a hablar seriamente de las cosas que piensa hacer y también a hacer agua. Le preguntan cosas y una respuesta muy típica suya últimamente es: “Esto lo voy a hacer en mi tercer mandato”. Habla de la tercera etapa de su plan y no dice cuál es la primera. Las cosas grandiosas que prometió son un objetivo a mediano plazo. Podría ser más sensato, pero hoy, cuando tenemos una corrida al dólar espectacular, la gente está preguntando qué vas a hacer cuando empieces a gobernar.
Las dos palabras claves de su éxito fueron “dolarización” y “casta”. La palabra “casta” tiene una fuerza directamente proporcional a su imprecisión, e indudablemente Milei está buscando gente de la casta para armar su campaña, su esquema de gobierno: es gente seria, mucha gente muy veterana de la política y que vivió como miembro de la casta durante mucho tiempo, también sindicalistas de lo peor que se le acercan. Mi impresión es que Milei se está llenando de “peronistas de segunda selección”, como dice un amigo: no los que están en el centro del peronismo, sino los sin ubicación, los que se están subiendo al tren de Milei. Es algo que hemos visto en la historia argentina muchas veces. Y es lógico, ¿no?
“Vos ya estás en la casta”, le dijo Bullrich en el último debate, a propósito de su alianza con el sindicalista Luis Barrionuevo...
Está bien decírselo a un tipo que hace una bandera de eso. Por otro lado, no se puede hacer política desde cero. No se puede armar de la nada un gobierno que requiere como cien mil funcionarios: los tiene que sacar de algún lado, de gente que más o menos conozca. Creo que habría que cruzar las dos cosas: los mensajes y la demostración de que sabe cómo hacerlo. Ahora, a mí me parece claro que Bullrich, de los tres, es quien tiene más claro el problema del cómo. El cómo es un problema, y hay que elegir los pasos y las alianzas para cada paso. No dar vuelta el país, sino hacer una cosa muy cuidada, y creo que ella ha juntado un montón de gente que sabe de lo que se trata esto, lo cual es importante. Pero si tiene la calle en contra...
¿La tendría en contra si gana?
Podría tenerla, pero me parece que quien puede tenerla en contra más espectacular y dramáticamente es el propio Milei cuando la gente empiece a contrastar lo que hace con lo que prometió. En ese sentido, lo veo más cerca de un presidente peruano, del modelo peruano de Presidencia que del argentino.
La campaña de Bullrich ha ofrecido “un país ordenado”. ¿Dónde inscribe la demanda de orden si no es en el eje izquierda-derecha?
Personalmente, ya dejé de usar el lenguaje izquierda-derecha, aunque en Chile tiene mucho más sentido que en Argentina: nosotros tenemos más de 70 años de peronismo, que no es derecha ni izquierda, sino todo lo contrario (ríe), y estamos hace tiempo acostumbrados, pero creo que a estas alturas en casi ningún lugar del mundo funciona la manera en que pensábamos la izquierda y la derecha.
Creyendo ser de izquierda, yo estuve muy en contra del kirchnerismo, pero al menos entre la gente que conozco todos creen que el kirchnerismo es de izquierda, así que eso no me sirve. En cuanto a Bullrich, creo que apunta a algo que está bastante claro: el lugar donde se cruzan todos los problemas en Argentina es la falta de Estado. Y lo digo sabiendo que todo el ciclo peronista ha enfatizado mucho el tema del Estado, pero en un sentido que me parece incorrecto, porque lo que han enfatizado en realidad son gobiernos capaces de usar el Estado arbitrariamente.
A mí me parece que el principio primero y principal de un Estado es el Estado de derecho: el gobierno de la ley y la previsibilidad, cosa que no es característica de la tradición peronista, que es más bien autoritaria, plebiscitaria, con esta idea de que, como representan al pueblo, tienen derecho a todo. La idea de orden consiste en que la ley indica que las cosas se hagan de cierto modo, y la única forma de que los actores puedan actuar cómodamente es sabiendo que la ley se va a cumplir. Entonces, si hay una serie de pasos administrativos para llegar a algo, esos pasos deben darse, y lo mismo en la Justicia o en el Parlamento. Me parece que el orden es mucho más que poner orden en la calle, que obviamente es un problema exacerbado en la Argentina. La idea de orden es mucho más amplia que eso, y tiene que ver con la previsibilidad.
Usted ha dicho que en Argentina hay muy poco Estado y mucho gobierno...
Vistas las cosas en el largo plazo, hay algo que va más allá de los gobiernos, que es la progresiva captura del Estado por distintos grupos de interés. El modo natural de organizarse de los argentinos es armar algo para reclamarle una cosa al Estado. Ahora tenemos la fase “minorías progresistas”, que funciona más o menos igual: quieren un ministerio de los pueblos aborígenes, se crea el ministerio con un presupuesto, se crea una dirección y ahí entran los militantes de los pueblos aborígenes para manejar esa porción del presupuesto y para manejar la acción del Estado en el lugar donde operan. Si usted multiplica eso por 25 ministerios, tiene un gobierno donde cada pedacito está manejado por alguien. Encima, ante semejante despelote, un grupo político está prácticamente liberado de control.
Para mí, los fundamentos del Estado son el Estado de derecho, que tiene que ver con una cultura política, y la capacidad de instrumentar el Estado de derecho, que tiene que ver con una burocracia estable, profesional y con eso que Weber llamaba la ética de la función pública. Lo que uno está viendo en el derrumbe del kirchnerismo es todo lo contrario, y por eso el orden me parece asociado a volver al gobierno de la ley y mejorar la burocracia.
¿Cómo cuadra la palabra “populismo” en todo esto?
La palabra me inspira un poco de desconfianza, porque me parece que se meten en ella demasiadas cosas. Pero nosotros tenemos al peronismo, que es en sí mismo una categoría. El peronismo tiene esa tendencia a concentrar decisiones y a llegar a acuerdos con grupos -sindicatos, empresarios-, lo que está dentro de su cultura política. Y ahí se ha ido perdiendo el Estado.
El Estado “deshecho” del que usted habla, ¿qué tan sensible es al hecho de que haya una conducción peronista? ¿Qué puede pasar para que esto no sea asumido como una condena?
Ojalá lo supiera. A estas alturas, el peronismo forma parte central de nuestra cultura política, sólo que es maleable. Tuvimos a Carlos Menem, que sin salir de la forma peronista lo llevó para un lado, y Néstor Kirchner, que sin salir del peronismo lo llevó para otro. Quizá lo que haya que conseguir es que el peronismo termine aceptando que es un partido y no la expresión del pueblo: que es una parte y no el todo, y que siendo una parte como cualquier otra, tiene que discutir con las demás.
En ese escenario, ¿es factible lo que propone Bullrich en el sentido de “descapturar” el Estado?
Ante la pregunta por la factibilidad, ya sea que se haga con Bullrich, con Massa o con Milei, la respuesta más lógica es “no”. Mi impresión es que una vez que se decida la elección empieza una cosa nueva: el que ganó va a tener que abandonar buena parte de lo que estaba diciendo, y si quiere sobrevivir -a menos que no le interese sobrevivir, sino morir espectacularmente- va a tener que encontrar el acuerdo con los otros. Es decir, debería tener que encontrarlo, pero llevamos ya tantas décadas de desencuentros que en una de esas la Argentina todavía puede irse un poco más abajo.
No sólo Milei ha esgrimido la idea de una “decadencia argentina” de los últimos 100 años. ¿Qué le dice a un historiador? ¿Qué le dice a los votantes?
Hay acá una pregunta posible a la manera de Vargas Llosa: ¿cuándo se jodió la Argentina? Hay muchas respuestas, y yo creo que cada una tiene algo de verdad y mucho de insuficiente, porque uno sabe que en la historia no hay “un momento”. Pero yo preguntaría, cuándo fue perceptible para los que vivían en ese momento que las cosas iban yendo para peor. Una gran diferencia de Argentina con otros países latinoamericanos fueron estas clases medias a las que era fácil acceder y a través de las cuales era fácil prosperar. Nunca son todos, por supuesto, pero sí los suficientes como para que quedara la idea de que esto era posible: que se podía esperar que el hijo estuviera un poco mejor que el padre.
Mi impresión es que desde la década del 70 la percepción cambió en sentido inverso, y un primer dato es el aumento progresivo de la desocupación, que hace tambalear la idea de que el hijo pueda estar mejor que el padre. Cada vez son menos los sectores que pueden especular con esa perspectiva, y desgraciadamente los canales que se ofrecen son el narcotráfico y la política (y el fútbol, claro, que es el más virtuoso, aunque no en la Argentina). Me parece que esa percepción se fue acentuando, aunque el 83, cuando ganó Alfonsín, todavía era creíble que con la democracia se educa, se come y se cura, según su famosa frase, que era el voluntarismo más extremo, y vista desde hoy, bastante absurda. Pero de ahí en más, cada vez fue más visible que no, con la salvedad de que al comienzo de la globalización tuvimos dos momentos en que el mundo empujó para arriba a la Argentina: en el primer gobierno de Menem y en los primeros años de Néstor Kirchner, con el precio de los commodities. Esos fueron descansos que tuvimos al cabo de los cuales la caída se sintió más fuertemente.
Hoy, es un lugar común decir que las clases medias están deshaciéndose, y que cada vez son más los que caen en la pobreza, y entonces la película del ascenso social no es creíble. Con lo poquito que conozco Chile, me dio la impresión de que muchas de las turbulencias sociales tuvieron que ver con la apertura de expectativas, y eso siempre es complicado porque las expectativas exceden las posibilidades y ahí aparece la sensación de injusticia, que es muy movilizadora. Cuando no hay expectativas, tampoco hay ideas de injusticia.