Ahora la casa de los Boric Font en Punta Arenas está tranquila. Hay 10 jóvenes afuera gritando por el perro Brownie, en medio de la Av. 21 de Mayo, y desde la terraza puede verse la bandera de Magallanes batiéndose contra el viento. No fue así hace una semana. Entonces, cuando el presidente electo vino a visitar a su familia, había escoltas y camionetas y tumultos tratando de saludar o fotografiar a Gabriel Boric, que remecieron la calma con la que usualmente viven sus padres, Luis Javier Boric Scarpa (75) y María Soledad Font (61).
–Más allá de eso no ha pasado mucho –cuenta Boric Scarpa– mientras abre la puerta de su casa. El otro día fui a tomarme un café con amigos y todo normal–.
Boric y Font se conocieron en 1980, en Punta Arenas, y hace más de 30 años que viven en esa casa. Ella nació en Santiago. Sus abuelos paternos llegaron desde Barcelona, mientras que la familia materna era de El Monte, en la provincia de Talagante. A los cinco años, junto a sus padres, se trasladó a Magallanes.
Ahí estudió secretariado ejecutivo en el Duoc. Boric Scarpa, en cambio, vivió toda su vida en Punta Arenas. Sólo se mudó cuando se fue a estudiar Ingeniería Química a la Universidad Católica de Valparaíso. Su padre fue peón de estancia y, luego, trabajó como pirquinero de petróleo en Enap, empresa a la que años después ingresaría Luis Javier.
Allí también se conocieron.
–María Soledad trabajaba en la biblioteca de Enap y yo, como trabajaba ahí, era un asiduo visitante y más aún cuando la conocí–, dice el padre del presidente electo.
Se casaron el 16 de agosto de 1985 y el 11 de febrero de 1986 nació el primero de sus tres hijos.
Pocos años después del nacimiento del primogénito, se mudaron a la residencia de tres pisos en la que viven hasta hoy. Ahí, dentro del living-comedor, hay varias fotografías de Gabriel Boric con sus abuelos. Aunque lo que más resalta es un altar con vírgenes, velas, oraciones y, en el fondo, un afiche de la campaña presidencial del magallánico. Ese espacio fue creado por su madre, quien pertenece al Movimiento Apostólico de Schoenstatt, en el que María, la “máter”, es la figura principal.
Gabriel Boric sigue manteniendo la pieza en el tercer piso, donde durmió durante su infancia y adolescencia. Aún guarda cosas de esa época. Por ejemplo, las paredes están rayadas con las frases: “La razón hace la fuerza” y “seamos realistas, hagamos lo imposible”. También hay una camiseta firmada por todo el plantel de Universidad Católica y una colección de casetes.
Lo que sí es nuevo son los detalles de la puerta de la habitación: dibujos y réplicas de árboles que recibió como regalo durante la campaña presidencial, y que varias veces subió a sus redes sociales. Y los girasoles que adornan la mesa del comedor también fueron un regalo. Un obsequio especial para la familia del presidente electo, porque traían recuerdos al pasado: durante la primera campaña a diputado, Boric y su equipo entregaban semillas de girasol en los puerta a puerta que realizaban por Magallanes.
Sentado alrededor de esa misma mesa, Luis Javier Boric dice que celebra la victoria presidencial como lo haría con cualquier logro de sus hijos. María Soledad Font piensa parecido:
–Mucha gente nos felicitaba, esto de ser los papás, qué orgullo. Yo les decía: no me siento para nada orgullosa. Yo me siento orgullosa del hombre que es, en lo que se ha convertido a través de todo este caminar afuera de la casa, que partió a los 18 años.
El apostolado
Cuando Gabriel Boric tenía cinco años, su abuela materna hizo un vaticinio que su familia tomó entonces como una humorada: dijo que el niño sería Presidente de Chile.
–Ella estudiaba las manos y se lo dijo una vez. Pero a mí me entró por una oreja y me salió por la otra–, cuenta María Soledad Font.
Boric estudió en el Colegio Británico de Punta Arenas y luego entró a Derecho en la Universidad de Chile. Para su familia no fue fácil dejar partir a su hijo mayor:
–Cuando Gabriel se va a Santiago a estudiar, yo hago un trato con la máter (María) y le digo: te encargo a Gabriel y a sus otros hermanos, para que los protejas, no permitas que nada malo les pase que no tenga solución, que siempre exista una luz en el camino, que sea de aprendizaje, pero no de dolor. Y yo me ofrezco para que me mandes todos los hijos que quieres que yo te críe–, dice su madre.
Por eso, desde que su hijo partió, los Boric Font han funcionado siempre como hogar de acogida del Sename. De hecho, actualmente se hacen cargo de un niño de dos años.
En la capital, en tanto, Boric empezó a cimentar su carrera política en Pío Nono. Eso a su madre no le gustaba nada. Recuerda que lo veía llegar cansado a la casa, que viajaba de noche y tenía reuniones a las 7.00 am del día siguiente:
–Me decía ‘no doy más’. Le dije: Bueno, tú elegiste. Yo también me puedo quejar de que no duermo con mi niño, que tengo que estar pendiente todo el día, pero yo elegí criarlo.
Su madre no se sorprendió cuando Boric asumió la presidencia de su facultad, pero no estuvo de acuerdo cuando decidió postularse a la Fech:
–Le decía: ¿Pero por qué tienes que ser tú? Porque significaba postergar, congelar cosas personales, como su carrera, en pro de un proyecto. Cuando se tira a diputado sin haber terminado Derecho, es lo mismo. Le decía: pero te falta, la prioridad es esa. Y me respondía: “Es que mamá, se abrieron las puertas. Es ahora, tenemos la edad”. Pero ¿por qué? Y él, oídos sordos a la pregunta.
Luis Boric marca una diferencia. Cuenta que siempre apoyó las candidaturas de su hijo y da un ejemplo: en la primera campaña de diputado, congeló su histórica militancia en la Democracia Cristiana para ser el encargado ante el Servel del comando de Boric.
María Soledad Font mostró más dificultades para asimilar el camino que tomaba su hijo. Tuvo que ver lo que Gabriel Boric generaba entre sus compañeros para comenzar a aceptarlo:
–En el minuto en que se iba a postular a diputado, yo lo amenacé con las penas del infierno. Yo no estaba en Punta Arenas y cuando llegué a la casa estaba invadida de jóvenes. Al ver a toda esta gente con proyectos propios dejando todo por este voluntariado, me entregué. Entendí que esto era un apostolado para él, como yo tengo lo mío con los niños. Lo vi así en vez de resistirme y de que se hiciera lo que yo quería, que era que terminara la carrera.
Eso fue uno de los cambios que se produjeron en la dinámica familiar. La madre da un ejemplo de hace dos años.
–Un tipo le pegó por ser “comunista” y Gabriel le dijo: ¿Por qué me pegaste? Y el tipo le explicó y le dijo que personas como él debían ser ojalá eliminadas. Y Gabriel le dijo: ¿Te hace bien? ¿Te sentiste bien al pegarme? ¿Querís pegarme otro combo? Y le pegó otro puñete. Entonces Gabriel me llama al otro día muy temprano y no podía hablar, por los golpes. Llamamos a nuestro dentista y él me dice: no, mamá, llévame al policlínico. Y yo le dije que no. Pero él dijo que estaba en Fonasa y que no se iba a atender en un dentista particular. Para su alegría, estos puñetes solo le hicieron heridas internas.
Incluso, a pesar de episodios como ese, desde la segunda campaña el apoyo fue incondicional. Pero nunca esperaron que fuera candidato a la Presidencia. De hecho, ambos recuerdan que dos años atrás Gabriel les pidió reunirse para conversar de sus planes a futuro, para cuando terminara su segundo periodo en el Congreso. Ahí les dijo que quería leer, escribir y descansar. Darse tiempo para él, porque había vivido años muy intensos laboral y emocionalmente.
–Nos dijo que ni siquiera iba de candidato a senador–, cuenta Boric Scarpa.
En esa cita, Gabriel Boric les planteó a sus padres la opción de terminar su carrera. Ambos lo frenaron y le preguntaron si pensaba ejercer. La respuesta fue que no.
–Ahí le respondí que no la terminara, que no hiciera eso. ¿Cuál era la idea? A mí no me interesaba que él terminara para entregar un cartón, yo quería que hiciera lo que él quisiese. Y Luis Javier le dijo lo mismo–, dice su madre.
Tiempo después, Boric les pidió otra reunión. Esta vez, para comentarles que iba a ser candidato a La Moneda.
–Fue por descarte. Gabriel tenía un elegido que le hubiera gustado a él, que era un hombre mayor, que hubiese sido el candidato. Y estuvo hablando con él de forma privada y esta persona decidió aportar desde otro camino, en la constituyente–, cuenta Font. Ella tenía sentimientos encontrados, por lo que volvió a repetirle la misma pregunta que ya le había hecho en 2011:
–¿Por qué tú?
Gabriel Boric le contestó que no quedaba otra opción. Que esta vez le tocaba a él.
Mi hijo, el presidente
Los padres de Gabriel Boric convivieron de formas distintas con la opción presidencial de su hijo. Por un lado, su padre conversaba y discutía con él.
–Intercambiábamos ideas políticas. A mí me gusta la política, escuchar, participar, entonces teníamos conversaciones sobre esos temas, en que en varios no estábamos de acuerdo–, dice el ingeniero químico, ya jubilado de la vida laboral.
Su madre, en cambio, no quería enterarse de nada.
–No me gusta escuchar cuando hablan de Gabriel. No me gustan las redes sociales. Una vez me metí, puse su nombre y quedé abismada de la cantidad de cosas. Pero me chocó, sobre todo, un comentario libidinoso de una señora mayor. Entonces lo apagué, chao. Yo encontré que me hacía mal. Luis Javier anda con la televisión prendida, anda con su radio, y cuando están hablando de Gabriel yo le digo que tiene que respetar eso de que yo no quiero enterarme.
Sólo que eso no la hacía inmune a los nervios. Ni tampoco a la tentación de preguntarles a sus dos hijos menores por las posibilidades de Boric Font.
–Me decían: posibilidades tiene. Y soy muy nerviosa, entonces tener que escucharlo era una tortura.
Al principio, cuando necesitó buscar firmas para competir en la primaria de Apruebo Dignidad, Luis Boric veía lejana la opción de que su hijo fuera presidente, pero apenas las consiguió advirtió:
–Gabriel metido en una campaña es muy fuerte, pensaba que era muy probable que saliera presidente.
El ingeniero químico no pudo firmar ni votar en las primarias por ser militante DC, partido en el que participa en las reuniones ampliadas, pero con el que tiene algunos reparos:
–Sigo creyendo en el proyecto base, pero ahora está bien desperfilado. Hay demasiado individualismo. En las primarias ciudadanas de mi partido voté por Yasna Provoste, pero en primera vuelta obvio que voté por Gabriel.
María Soledad Font, por su parte, dice que siempre ha votado por las personas más que por los partidos. Hasta que firmó por la campaña de su hijo, no había militado nunca.
–Voté por Piñera en la primera vez, también voté por Lavín hace muchos años. Veía la obra de las personas y me fijaba. Como no tengo partido, bueno, ahora sí, pero no soy como Luis Javier, que él es DC. Le guste o no le guste la persona, va a hacer la indicación de su partido.
De hecho, como comparte movimiento religioso con José Antonio Kast, tiene una buena impresión de él:
–No puedo pensar que es un hombre con alguna malicia. Pienso que debe ser, tiene que ser, un hombre bueno.
La campaña tuvo momentos complejos. Muchos de ellos por acusaciones del bando contrario.
–Uno se indigna en cierta medida cuando aparecen mentiras. En mi caso no le hacía mucho caso. Atacaban cosas de la familia, me crearon dos abuelos: uno nazi que no sé dónde lo sacaron y otro que participó en genocidios con los Selknam. Unas cuestiones absurdas–, recuerda Boric Scarpa.
Algunas absurdas y otras dolorosas. Entre las segundas está el trastorno de salud mental que el presidente electo ha reconocido abiertamente que padece, y que se ha tratado.
–Él tiene este TOC diagnosticado desde los 12 años más o menos. La psiquiatra que lo vio después de darlo de alta dijo claramente: ahora está bien, está de alta, pero esto va a volver a florecer normalmente en el nerviosismo de la época universitaria –recuerda María Soledad Font.
–Creo que lo manejó muy bien, tuvo la ayuda necesaria. Él tomó la decisión de internarse, con el apoyo de su psiquiatra. Se hizo cargo de eso, no lo va a abandonar, pero sabe manejarlo y no es una preocupación –agrega Luis Boric.
Ambos prefieren evitar hablar de política y dicen que no se referirán ni a lo que vivieron cuando Boric fue acusado de acoso, ni tampoco a los roces de campaña con el Partido Comunista o a la relación de su hijo con Irina Karamanos.
Todo ese nerviosismo y tensión acumulados se disipó la noche del 19 de diciembre. Ese día, el de la segunda vuelta presidencial, la familia viajó por el día a Santiago y a las 18.00 llegaron al Hotel Fundador, donde estaba el equipo de campaña de Gabriel Boric.
Así lo recuerda la madre del presidente electo:
–En media hora ya sabíamos que había ganado. Gabriel estaba en una habitación solo y nos pidió que nos juntáramos. Entonces nos dijo que ante la eventualidad de que pudiera ganar él se comprometía a cuidarnos. Nosotros le hicimos ver que nosotros, como padres, estábamos muy tranquilos y que lo importante era que él se cuidara. Entonces él volvió a ratificar que no nos preocupáramos, que él ya estaba totalmente consciente y que no tuviéramos miedo de que algo le pudiera pasar.
El momento no duró demasiado. Alcanzaron a abrazarse entre todos, cuando alguien tocó la puerta. Era Giorgio Jackson que venía a llevárselo. Tenía una llamada de José Antonio Kast esperando, para reconocer su derrota.
Luego de eso vino la celebración, las multitudes agolpadas y todas las expectativas que se empiezan a acumular sobre los hombros del presidente más joven en la historia de la República. María Soledad Font confía en su hijo. Sobre todo, por su capacidad de dialogar:
–Con Luis Javier de repente nos agarramos de las mechas, nos peleamos y él nos dice: pero conversen. Él fue capaz de sentarse con otros el 15 de noviembre, hacer todo eso y ser capaz de pensar que en el diálogo puede estar la unión por el bien común.
–¿Cuál será el rol de ustedes en la presidencia?
María Soledad Font responde que “ser padres, quizás más adelante ser abuelos”. Luis Boric asiente y agrega: “No corresponde otra cosa”.
La entrevista termina y ambos salen a la terraza.
–Tenemos que sacar la bandera de Magallanes–, le dice ella a él.
–Lo que pasa es que solo la ponemos cuando uno de nuestros hijos está en la casa–, explica Luis Boric, recordando que el mayor ya se fue hace días.
–Y a Gabriel –confiesa Font– lo más probable es que lo vamos a ver menos.