¿Qué es eso que Julio Martínez llamó tantas veces “el viejo y querido Magallanes”? Hecha la distinción con Magallanes SADP, que gestiona y administra el club de fútbol, el Club Deportivo Magallanes -corporación sin fines de lucro según le reconoce la ley- es y ha sido una multiplicidad de cosas, varias de ellas contrapuestas entre sí. Las vistas y vividas el martes 1 de noviembre en el Estadio Bicentenario de La Florida encarnan formas de sociabilidad residuales en el fútbol del presente (y en la sociedad, en general). Porque en eso, también, se parece poco y nada la de Magallanes a las demás hinchadas nacionales, al menos en este siglo.
Dos de esas muchas cosas que representan a Magallanes, y que se dieron cita esa tarde, son la familia y el pasodoble.
Pasadas las 18:20 del Día de todos los Santos, el público de la tribuna Andes padecía estoico un calor de aquellos, mientras sus coespectadores de casi todo el resto del estadio estaban de lo más sombreados. Era el entretiempo del partido de cierre de la Primera B 2022 para Magallanes, que enfrentaba a Recoleta: uno pujando por salir campeón y volver a Primera tras el descenso ignominioso de 1986, el otro con la misión de no caer a la Segunda Profesional.
Aprovechando el descanso, descendió desde lo alto hasta lo más bajo de la mencionada tribuna un par de representantes de “Los Vivanco”, que durante el primer tiempo habían estado mostrando un cartel de dimensiones no menores con las fotos de unas ocho personas y el apellido familiar. Llegaron hasta una reja de baja altura donde, scotch mediante, colgaron el cartel cual lienzo que competía con los varios lienzos de esa tarde, entre ellos el de una crecida Guardia Albiceleste en la galería norte y uno que rezaba “El primer grande”, en memoria de un hecho incontestable: Magallanes es el primer campeón y el primer tricampeón del fútbol profesional (1933-35). También, de pasada, cabe consignar que de sus filas salió el ídolo albo David Arellano, quien rompería con la dirigencia en 1925 para fundar Colo-Colo.
Terminado el partido, la victoria de 2-0 desatoró la euforia albiceleste. En ese momento, aparecieron o reasomaron otros carteles de corte familiar, en uno de los cuales el autor dice que pidió permiso en el cielo para apoyar a la Academia (así llamada en su minuto porque daba “cátedra”). Otro más pequeño, en la norte, saludaba a Juan Torres, el “Papi” Torres, quien no alcanzó a ver a su equipo campeonar. Todo era abrazos, emoción y chayas. Hasta algún colocolino camiseteado de tal fue visto ondeando la albiceleste.
En medio de todo asomó, como en un loop, el himno no oficial del club, el Manojito de claveles, de una perdurabilidad a toda prueba. El club deportivo había lanzado en 1953 una versión con coro, orquesta y el mismo tenor que canta el himno del Cacique: el estribillo es el de siempre, pero el resto habla del sur austral, de la figura del ovejero y de otros tópicos relamidos que salieron volando en la versión que se canta desde hace décadas, y que desde ya comporta la rareza de tratarse de un pasodoble: un formato musical español de los que se usan para intermedios teatrales y marchas militares.
La emoción se había instalado: mientras se escuchaba En el mundo no hay pinceles /Para pintar tus colores, era perceptible la voz quebrada de jóvenes que jamás vieron a los carabeleros en Primera, pero sí en Tercera. Tambien de los mayores, algunos francamente nonagenarios, que no podían creen que el club volviera a ser lo que ha sido más de una vez en una trayectoria errante que se inició hace 125 años.
Tras la vuelta olímpica, varios compraron a la salida del Bicentenario un afiche de ocasión con la copa pixelada, sin mencionar siquiera el año o la categoría; otros, y a veces los mismos, llevaban un póster más erudito, donde incluso hay estrellas para los campeonatos ganados en la década amateur de 1910.
Nadie se preguntó qué es ser de Magallanes ni tenía para qué. Pero la característica alegría asordinada de gente de distinta edad, pertenencia y condición social se propagaba por las calles como un sentimiento. Sin prisa y sin pausa, algunos llegaron a Vicuña Mackenna gritando “¡Erre con AAAAA!!”, mientras terminaba de caer la tarde.
Cuestión de clase
La historia del club está ampliamente documentada por el periodista, académico de la U. de Chile e hincha albiceleste Eduardo Santa Cruz. Para el Centenario, en 1997, le encargaron escribir De alegrías y pesares, libro en tres volúmenes y edición modesta que hoy es más bien inencontrable. De ahí que el propio autor tenga una versión actualizada, con El primer grande como título, y que podría ver la luz si el actual “momento magallánico” entusiasma a algún editor.
Como toda historia así de larga, la de Magallanes lo es también de una práctica deportiva que partió a fines del siglo XIX como el deporte de “los gringos”, que los chilenos solo miraban, y que a poco andar traería identidad y sentido de comunidad a un amplio espectro social . Eso sí, hay que partir barriendo con algunos mitos. Y uno de los más persistentes, como corrobora Santa Cruz, es el mito del origen.
Fundado en 1897 como Atlético Escuela Normal F.C., al alero del legendario centro formador de profesores primarios “normalistas”, tuvo distintos nombres por los trasvasijes con otros clubes (Britania, Baquedano) hasta que el actual llegó en 1904, acompañado de una camiseta de franjas rojas y blancas. Solo en 1908 empezaría a usarse la albiceleste, que no fue un homenaje a Argentina ni a los colores de su selección, los que de hecho se instauraron con posterioridad a los magallánicos. En la época de la controversia territorial de 1902, Magallanes fue un nombre que estaba permanentemente en la prensa y en la opinión. Chile quería quedarse con el estrecho, y eso terminó ocurriendo. Así las cosas, hipotetiza Santa Cruz, el nombre se habría puesto “como reivindicación de la posesión patriótica del Estrecho de Magallanes”. Y los colores que quedaron para siempre “son la nieve y el mar”.
No es fácil caracterizar una trayectoria con tanto altibajo y tanto quiebre (partiendo por el que dio origen a Colo-Colo), pero hay elementos para considerar, sobre todo si se quiere entender cómo sigue en pie un club que hace 110 años integraba la élite local del balompié con el Santiago National y el London F.C. Ahí está, por ejemplo, la vinculación al medio social y cultural. Porque, en consonancia con su cuna “normalista”, Magallanes es -para magallánicos y no magallánicos- una expresión mesocrático-popular.
Plantea Santa Cruz que, “a diferencia de países en que la rivalidad futbolística, dicho de forma muy gruesa, es entre ricos y pobres (River-Boca, Peñarol-Nacional), en Chile las rivalidades más importantes siempre se dieron dentro del pueblo”. ¿Quién se queda con lo popular? He ahí la cuestión. “Por algo el Colo-Colo viene del Maga: son profesores primarios del barrio Estación Central. De ahí surgen los dos. Es un mundo de clase media baja, donde hay obreros”.
De ahí que, por raro que suene hoy, durante décadas el único clásico futbolístico digno de ese nombre en Chile fue Magallanes–Colo-Colo.
Antiguamente, cuenta el investigador, se decía, “La Vega es del Colo y el [barrio] Matadero es del Maga. Se referían a los terrenos en los que está el Matadero Lo Valledor. Esa zona estaba relacionada con Magallanes”. Perdonando la redundancia, a fines de los 40 la revista Estadio exhibía una maqueta del estadio que Magallanes construiría en esa zona de la capital (si alguien ve una analogía con la “U”, no es la única). El proyecto no prosperó, y el club entró en un declive que lo llevó a Segunda en 1960. Eso sí, fue de los que encontraron una vuelta: al año siguiente se fundaría, con músicos del Orfeón de Carabineros, la Bandita de Magallanes, hoy considerada oficialmente “Tesoro vivo” y una evidencia de la siempre sorprendente singularidad magallánica.
Ya para entonces, cuando la época gloriosa era solo un recuerdo, se dibujaba lo que hasta hoy los propios magallánicos consideran su perfil.
¿Quién es de Magallanes? Según Santa Cruz, “gente de clase media para abajo”. Nunca hubo millonarios, ni industriales ni grupos económicos, agrega, aclarando que otra cosa son los comerciantes como Enrique Guendelman. “Felizmente, nunca hemos estado cerca del poder”, remata, sin que eso haya sido obstáculo para que la excanciller Soledad Alvear, hija del mosquetero del 62 Ernesto Alvear, sea presidenta honoraria de la entidad.
Otro tanto piensa el abogado Hernán Vodanovic, exmilitante PS y exsenador. Miembro del directorio carabelero a fines de los 70, cuando el vicepresidente era un coronel de Carabineros, tiene 76 años y 71 de ellos ha sido socio (durante largos años, fue sistemáticamente a ver los partidos oficiales y hasta los torneos de reservas). Y “por aventurar algo”, ya que está en esa cuerda, afirma que “Magallanes es muy representativo de la nacionalidad”:
“Yo lo considero el equipo del pueblo. Es lo que históricamente hemos considerado el pueblo: los trabajadores, las clases medias pobres. Esa es la hinchada de Magallanes, que tiene una sicología determinada de esa franja social, que es respetuosa pero combativa, que no tiene pijes ni tiene flaites, como ocurre con otras instituciones. Por eso es que acá no va a haber nunca barras bravas. Acá está el pueblo chileno de verdad”.
Los territorios
La cuestión no es solo social, sino también territorial, dicho en la jerga al uso. Se tiende a pensar que, como el resto de los equipos capitalinos, Magallanes no se ha hecho especialmente fuerte en un sector de la capital. Así y todo, algo hay.
San Bernardo, por ejemplo, fue la casa de Magallanes durante la última etapa dorada, en la primera mitad de los 80, cuando volvieron a Primera y tres años después clasificaron a Libertadores (los tiempos del “gringo” Neff y el sudafricano David Waterson, de Luis Marcoleta y el “Fino” Toro, del “Rápido” Rojas y el “Hueso” Basay). Eran los tiempos del estadio Vulco, ex Maestranza, que se fueron para no volver. Pero sí volvió el equipo a la comuna en 2015 gracias a las gestiones de la alcaldesa Nora Cuevas, hija de un dirigente destacado. Hoy, la camiseta albiceleste lleva impreso a San Bernardo, y el martes pasado nada menos que ocho buses salieron de la comuna camino al Bicentenario.
Otro tanto pasó en Maipú, donde se jugó Segunda y Tercera. Allí, un grupo de adolescentes que ni siquiera eran seguidores del club formaron en 2006 La Guardia Albiceleste. En un guiño indesmentible a la Guardia Imperial de Racing de Avellaneda (otro club albiceleste al que llaman “Academia”), saltaron en el tablón del estadio Santiago Bueras sin la violencia ni las maledicencias de las barras bravas que el país conoce.
La barra oficial Nissim Sadia, en tanto, sigue en pie, aunque no son muchos: gente mayor que se reúne semanalmente en su sede a echar la talla. Son, de hecho, mayores que los miembros regulares de la Bandita quienes, coordinados por doña Aurora “Lola” Sánchez”, tocan lo que les pidan: la última generación de músicos es dirigida por un miembro de la FACH que tiene 50 años. ¿Hace ruido este mundo de “viejos” y los nexos uniformados? En la Guardia no dicen que no, pero tampoco se complican.
Después de todo, este espacio juvenil, que manda mensajes en lenguaje inclusivo, que este año ha visto crecer significativamente su convocatoria (hasta tiene su propia “bandita”), que convoca a “arengazos” que no aparecen en las noticias y que promueve la no discriminación de todo tipo, tiene una agenda en clave antifa. Así lo ve, poco más o menos, el maipucino Jesús González (36), fundador y presidente de la Guardia: Hay, dice, una “línea política. Eliminamos de nuestras canciones todas las menciones a madres [hinchas de la ‘U’] o zorras [hinchas de Colo-Colo]. Eliminamos las ofensas a disidencias. Cosas sexistas tampoco hay”.
¿Y la relación entre jóvenes y mayores? Por ahora no ha habido dramas, con la posible excepción de la controversia interna generada por un lienzo de gran tamaño, favorable al Apruebo, que gente de la Guardia desplegó en plena campaña plebiscitaria. “Algunos se enojaron, pero había una opción que se quiso visibilizar”, redondea González. El Tribunal de Disciplina de la ANFP no aplicó multa, eso sí, por irreprochable conducta anterior y por acreditarse que el club hizo lo posible por evitar que se siguiera mostrando el lienzo.
Hoy, cuando las sociedades anónimas deportivas no gozan de gran popularidad, algo inhabitual está pasando en Magallanes. Para variar.