Me vine a Chile en 1999, persiguiendo el amor. Soy sociólogo, pero justo salí de la universidad en la crisis que vivió España entre 1993 y 1994, donde la tasa de desempleo llegó a un 25%. Cuando mi novia de ese entonces me dijo que iba a volver a Chile, yo no tenía nada que perder y me vine con ella. Conseguí trabajo en una librería en el Alto Las Condes, que ya no existe, hasta que el escritor Jorge Edwards me contrató para hacerme cargo de la librería Altamira.
Llegué a trabajar en la librería Takk en 2006. Llevaba cinco años en Altamira y por cosas de vida de barrio que rodean al Drugstore, conocí a Lina, la entonces dueña de Takk. Ella estaba cansada de tratar de hacer funcionar el negocio, pero no quería dejárselo a cualquiera. Un día me dijo: Joan, quiero que seas tú, porque sé que contigo va a perdurar. Acepté y nuevamente me lancé sin saber qué iba a pasar.
Me han ofrecido abrir nuevas sucursales, pero no me entusiasma. Quiero vivir tranquilo y mi rutina me hace feliz: voy a dejar a mi hijo todos los días al colegio, estaciono el auto cerca de ahí, luego tomo el metro y llego un rato antes de las 10 am a la librería. A medio día almuerzo con mi hijo y vuelvo al trabajo hasta las 20 horas. Hago esto todos los días, porque si algo he aprendido en esta librería, donde me relaciono con muchas personas, es que no hay que dejar pasar las cosas que te están ocurriendo en el presente. A los hijos hay que disfrutarlos a concho. A la gente le cuesta entender eso.
Esta librería sobrevive por esos amigos-clientes que vienen periódicamente. Con ellos converso de todo: familia, problemas personales, amor, política e ideas para mejorar el mundo. Lo más penoso es cuando viene un familiar de uno de ellos y te dice: Joan, mi abuelo murió y siempre hablaba de este lugar. Hay otros amigos-clientes que admiro mucho por su trabajo y con los que hablo más de libros, como Rafael Gumucio y Alejandro Zambra.
En la inundación de abril de 2016 perdimos 300 libros. Hasta el día de hoy nadie ha respondido, pero al final aprendes a ver el lado positivo. Pude ver la grandeza de la humanidad, de la sociedad, del barrio.
El libro no morirá. Hoy todo el mundo apunta hacia lo digital, pero aún no es un negocio rentable. Quizás el heroico es aquel que resiste como papel, quizás ese llegue a ser el referente en el futuro. Yo aún no tengo página web, porque me gusta obligar a las personas a que vengan a mirar los libros. Estamos todo el día conectados y estar con un libro es un descanso a esa vida, es una experiencia que no se puede perder.