Mientras el mundo de la izquierda está visiblemente tensionado por sus dos polos -el Socialismo Democrático y Apruebo Dignidad-, la derecha parece ser la contratapa del mismo fenómeno. Allí también hay sectores en pugna.
María José Naudon, abogada, magíster y profesora asociada de la Facultad de Artes Liberales de la Universidad Adolfo Ibáñez y columnista, lo observa clarísimo. Pero ella avanza un poco más allá. Dice que no hay sólo diferencias en sus posiciones políticas entre Chile Vamos y el Partido Republicano. También hay una grieta generacional, distintos diagnósticos del país y distintas estrategias para llegar al poder.
Aunque vive en el espacio de las ideas, Naudon también es una aguda observadora de los movimientos políticos y sociales del país. Es columnista de este diario y panelista de programas de radio. No milita en ningún partido político, pero habita en el espacio intelectual de la derecha liberal.
¿Cómo describiría el mapa de la derecha actual? ¿Hay una reconfiguración en curso?
Aquí hay dos derechas. Está el Partido Republicano, que está jugando la carta del vociferante, de oponerse a todo. Es una derecha más homogénea. Y está Chile Vamos, que es más plural. Va desde la derecha liberal hasta una que está en la frontera con los republicanos. Obviamente, ahí existen tensiones. Lo vimos en el proceso constituyente en que, finalmente, se impuso una visión más dialogante, que entendía el momento de la responsabilidad política…
¿Lo hizo pagando costos? A Javier Macaya y Diego Schalper los trataron hasta de traidores en su propio sector…
Sí, pero lo importante es lo que está en juego en el largo plazo. La centroderecha debe estar orientada a lograr objetivos de futuro y mostrarse como alternativa de gobierno, aunque tenga que pagar costos.
Eso no se vio cuando rechazaron la idea de legislar de la reforma tributaria.
Pero se va a ver. Después de ese rechazo –que dejó asombrada a la derecha, porque fue con votos de la izquierda también- ya ha mostrado intención de dialogar. Pero ojo: es un diálogo que tiene como eje una negociación. No se trata de que el gobierno llegue con una postura y haya que aceptarla tal cual.
¿Y cómo se diferencian de los republicanos, entonces?
Tienen coordenadas distintas. Los republicanos han dicho que Chile Vamos va a tener que darle la cara a su electorado por su apertura al diálogo. Ahí hay una clara diferencia. A los republicanos les interesa establecer una distancia con el gobierno. A Chile Vamos le interesa alcanzar un pacto tributario. Estamos de acuerdo en que es necesario, pero con condiciones que no intervengan aspectos como el crecimiento o el ahorro.
Negociar también implica hacer una transacción política. ¿Eso es lo que viene?
La clave de la política hoy es la negociación. Tenemos que confluir hacia reformas que son muy sentidas por la ciudadanía y que no resisten más postergación. La política debe lograr acuerdos. Pero hay una gran diferencia entre la política de los acuerdos, en que no es tan claro qué es lo que cede cada uno, y un acuerdo en base a una negociación.
¿Cuál es la diferencia?
En una negociación debe quedar muy claro a qué renunció cada uno y a qué no renunció. ¿Por qué es importante eso? Porque la oposición tiene que mostrar que es una alternativa viable y debe marcar bien sus diferencias.
Conquistar a los cansados
¿Hay un diagnóstico común en la derecha sobre aquellos cambios que se tienen que hacer sí o sí?
A estas alturas podemos distinguir las diferencias entre la derecha del Partido Republicano y la centroderecha de Chile Vamos. Cada una tiene un desafío distinto y, por lo tanto, requiere acciones muy distintas. El Partido Republicano es un partido más de nicho. Chile Vamos debe ampliar su base de votantes. Debe ir en búsqueda de la gente que está cansada.
¿Cansada de qué?
De vivir en la inseguridad; cansada de un gobierno ambivalente y que tiene una marca identitaria muy importante. Pero, sobre todo, cansada de que sus problemas más acuciantes no estén visibilizados en el accionar de la política.
¿Por qué eso lo podría recoger mejor la centroderecha?
Por eso digo que las acciones políticas de cada uno van a determinar hacia dónde se inclinan esas dos almas de la derecha. La estrategia de los republicanos es vociferante. Siempre pone al otro como su enemigo y los acusa de no tener convicciones, de transar con el gobierno. En ese sentido, es una estrategia eficiente para sus objetivos.
¿Y Chile Vamos hacia dónde debería apuntar?
Chile Vamos tiene que ampliar su base electoral. No puede ser un partido de nicho como lo fue el Frente Amplio en la izquierda. El problema es que, por un lado, tiene que atajar el desangre de su gente hacia el Partido Republicano y, a la vez, tiene la responsabilidad política de ofrecer gobernabilidad al país.
¿A quién debe hablarle, entonces?
Chile Vamos tiene la opción de acercarse a un grupo de clase media trabajadora, incluso de clase baja, que está cansada de sentir que sus prioridades no están en la palestra. Un grupo que hasta hace poco tiempo estaba en el espacio de la izquierda y que hoy día quedaron huérfanos. Hay una posibilidad de ir a captar esos votantes.
¿Con qué discurso, con qué promesa?
Primero, recogiendo y visibilizando las prioridades de esas personas. Por eso es importante que Chile Vamos negocie la reforma de pensiones, avance en la tributaria y en la de salud. O sea, tiene que mostrarle a ese grupo que hoy está desvalido que sus demandas van a ser una prioridad. Ese grupo -a raíz del estallido- también tiene una suspicacia respecto de los abusos. Chile Vamos tiene que ser más empático e insistir que está en contra de los abusos.
Una cosa es la identidad de los partidos y otra es lo que quiere el mundo político-cultural de la derecha. ¿Hacia cuál de esas almas se inclina la élite?
Esas son las tensiones que están por debajo. Claramente, hay diferencias. Por ejemplo, el Partido Republicano desconoce el estallido social. No cree que haya frustración o un malestar. Lo entiende como una articulación de la izquierda a la que la derecha se hubiera rendido.
¿Y la otra derecha incorpora las razones del estallido?
Bueno, es la línea que ha trazado Javier Macaya. Es una centroderecha que entiende la frustración, el malestar y las demandas más sentidas de la ciudadanía. Y lo hace en un tema bien esencial: su punto de observación no es únicamente economicista. Esto es bien relevante. Hay que incorporar valores sociales, más sociológicos y antropológicos para entender ese malestar. Ahí hay una diferenciación de base.
¿Hay una pugna generacional también?
Sí, totalmente. También existe una pugna generacional en la derecha. No es tan fuerte como la que veo en la izquierda. Es más de matices. Hay una generación que se siente mucho más libre para evaluar lo que fue el proceso de la dictadura. Por lo tanto, va a poder acercarse de otra manera a la celebración de los 50 años del Golpe. Es una generación que puede acercarse a la configuración de un Estado social y democrático de derecho con mucha más libertad. Esta nueva generación puede producir un cambio y manifestar una liberación en el peso de la historia. O sea, puede proyectarse hacia adelante con mucha más libertad.
El factor seguridad
En ese gallito de fuerzas, ¿cuál cree que se va a imponer? De alguna manera, hay una tensión parecida en la izquierda…
En cierto sentido, el Frente Amplio y el Partido Republicano son el mismo fenómeno. Los dos son partidos de nicho que juegan a lo mismo: hablarles a grupos específicos y oponerse al gobierno de turno, porque en el fondo su costo es cero. El FA, a diferencia del Socialismo Democrático, no tenía el eje de la responsabilidad política. ¿Qué quiero decir con esto? Que cuando quieres ser una verdadera alternativa de gobierno, tus exigencias son distintas. Y si Chile Vamos aspira a gobernar, tiene que mostrar capacidad para dar gobernabilidad.
¿Y tendría que sacudirse del fantasma republicano?
Tendría que administrarlo. No puede minusvalorar el fenómeno, porque es importante. Pero su objetivo es establecer límites.
¿Límites?
Sí, los límites de la democracia liberal. Por ejemplo, pensemos los temas del orden y la seguridad pública. Ahí está el caso de Bukele en El Salvador. Efectivamente, bajó la tasa de homicidios y ha mejorado los índices de seguridad. La pregunta es a qué costo de la libertad democrática.
La encuesta CEP mostró un dato preocupante. La gente estaría dispuesta a restringir libertades para tener más seguridad.
El tema de seguridad es un problema crítico. Cuando la política falla; cuando la política no es capaz de hacerse cargo de los problemas de la ciudadanía, se abre un espacio para liderazgos populistas o gobiernos autoritarios. Por ahí también se cuela una desafección de la ciudadanía con la libertad. O sea, yo estoy dispuesto a sacrificar mi libertad para obtener seguridad. Ese es el gran riesgo que tenemos hoy día.
O sea, ¿la batalla política de fondo es por la seguridad?
La seguridad es lo más urgente, pero no hay que perder de vista otras prioridades como salud, educación, pensiones. Nada de eso es posible en un país donde tú no puedes salir a la plaza. Por lo tanto, esto no tiene que ver con grandes relatos, sino que con políticas concretas.
¿Qué quiere decir con eso?
Que si no sale la reforma tributaria, si no resulta la reforma de pensiones o la de la salud, es imposible que los votantes no se entusiasmen con cualquier alternativa populista o autoritaria. Y el problema es que hoy están dadas todas las condiciones para que emerja un líder populista.
¿Ese es el objetivo político más de fondo de la centroderecha?
Digámoslo así: Chile Vamos puede ir a conquistar a ese grupo de personas que quieren trabajar tranquilos y ser escuchados en sus demandas. ¿Cómo? Resolviendo de verdad los temas de seguridad, salud y pensiones. Y, por cierto, tomar distancia de las políticas identitarias.
Por lo pronto, la derecha no ha logrado capitalizar la desaprobación al gobierno. ¿Qué la hace pensar que la derecha podrá conquistar a esos grupos cansados de no ser vistos?
Esa es la gran pregunta de la política hoy: ¿Quién va a capitalizar esa distancia que este gobierno está generando? Insisto: Chile Vamos podría hacerlo si logra representar a ese grupo de ciudadanos que está huérfano. Pero no es una orfandad hacia la derecha, sino que más de centro. Era un grupo que estaba, que pertenecía a la izquierda más bien, y que hoy está solitario. Ahí radica el desafío.