Una de cada dos personas reconoce que su estado de ánimo empeoró en comparación con el periodo anterior a la pandemia. Un porcentaje similar señala que se ha sentido constantemente agobiado y una de cada cinco personas dice sentirse menos capaz de hacer frente a sus problemas. Estos datos del “Termómetro de la Salud Mental en Chile”, estudio realizado en conjunto por el Centro UC de Encuestas y Estudios Longitudinales y la Asociación Chilena de Seguridad en agosto pasado, son señales de una realidad esperable: “Tal como lo pensábamos al inicio de este año, la salud mental de la población empeoró el 2020”, sentencia la sicóloga Mariane Krause, académica UC y consejera del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (Midap).

La pandemia provocó síntomas como ansiedad, estrés e incluso depresión en las personas, debido a la sensación de falta de control ante una amenaza externa contra la que poco se puede hacer, mientras que el confinamiento por sí mismo es “un atentado contra la salud mental”, explica Krause, por el estrés que genera el encierro y la falta de contacto con otras personas que, como se sabe, es un factor protector de patologías sicológicas. Pero varios estudios realizados durante este año señalan que un ingrediente adicional jugó un rol relevante: la situación del empleo y de los ingresos.

“Si bien estos factores actúan de manera sistémica, los estudios muestran que los problemas de salud mental una vez más se concentran en los sectores de menores ingresos”, explica la sicóloga. “Esto tiene una fuerte relación con la pérdida de empleo, la baja de ingresos y el endeudamiento familiar. A eso hay que sumar que las condiciones de confinamiento de los sectores más bajos son mucho peores, porque estar encerrados en espacios más pequeños”.

El investigador del Midap, Alex Behn, dirigió un estudio en el que realizó un seguimiento continuo a las personas en pandemia y los resultados muestran cómo los síntomas iban en aumento a medida que avanzaba el año, salvo un momento donde eso se revirtió levemente, que coincide con las primeras ayudas del gobierno. “Es un factor a considerar muy importante, porque nos indica que apuntalando por el lado económico y del empleo también mejoras la salud mental. Es algo que sabemos, pero que nadie toma muy en serio: la pobreza es uno de los peores factores causales de los problemas de salud mental y cada día hay más evidencia de aquello”.

De los grupos más sensibles a desarrollar patologías de salud mental en la pandemia, ¿cuál se vio más afectado este año?

Hay estudios que muestran que los migrantes en Chile son un grupo altamente afectado. Ahí se juntan condiciones de bajos ingresos y de precariedad laboral y habitacional, pero aparte de eso está aspecto sicológico del desarraigo. Si a todos nosotros nos ha afectado la pandemia en términos de los vínculos presenciales, imagínate lo que ocurre con alguien que ya tiene una red social precaria porque es migrante.

Otro grupo son los niños y jóvenes, pero sobre todos los niños, que están un poco más invisibilizados. Los niños fueron sacados de sus rutinas escolares, lo que va más allá de la enseñanza. Existe preocupación de que los niños puedan dejar de aprender y creo que ese no es el problema mayor, sino el haberlos sacado de sus redes de pares y, además, estar en una situación familiar donde hay mucho estrés. A los niños tenemos que mirarlos con mucho cuidado pospandemia también, porque algunos estudios muestran que el juego de los niños, el cómo y cuánto juegan -que es un indicador importante de su salud mental-, se vio afectado.

El tercer grupo son las personas que venían con trastornos sicológicos o siquiátricos previamente y que vieron discontinuado su tratamiento. Este es un grupo altamente vulnerable y también hay que prestarle atención.

Mariane Krause hace un punto aparte para hablar de las mujeres. Los estudios chilenos previos a la pandemia muestran que las mujeres presentan peores condiciones de salud mental que los hombres y, en particular en la depresión, esa brecha es grande: quintuplican a los hombres en la prevalencia (10,1% contra 2,1%). Durante la pandemia se mantuvo esa situación.

De acuerdo con el “Termómetro de la Salud Mental en Chile”, el 32% de las personas entre 21 y 68 años en el país señaló haberse sentido poco feliz o deprimida más o mucho más que lo habitual. Esta proporción fue de un 26,4% para los hombres y 37,6% para las mujeres, con una diferencia de 11,2 puntos.

Sin embargo, el estudio que dirigió Alex Behn mostró una mayor capacidad de resiliencia en las mujeres: su sensación negativa iba mejorando en el tiempo, a diferencia de los hombres. “Al mirar cómo evolucionan las curvas durante la pandemia, las mujeres, no sé de dónde, pero sacan recursos y están mejor. Lo mismo ocurre en su relación con los niños a medida que avanzan las semanas, en cambio, en los hombres empeora”.

¿Cuál es la explicación?

Puede haber varias hipótesis. Una de ellas es que los hombres en Chile tienen un rol tradicional de proveedores y que ese papel esté en peligro por la pérdida de empleo puede explicarlo. Lo otro es que las mujeres, y me voy a incluir, como estamos muy acostumbradas a hacer múltiples cosas a la vez, históricamente tenemos más herramientas para un escenario como este. Al trabajar desde la casa, los hombres se vieron obligados a ejercer más roles y no se podían recluir en el trabajo.

¿Cree que la pandemia fue un examen para medir la respuesta emocional de los hombres?

Yo te diría que va en la línea de lo que en la sicología llamamos estrategias de afrontamiento: ante una situación negativa, uno recurre a ciertas estrategias para sobrevivir de la mejor manera. Las estrategias de los hombres probablemente tienen que ver con cosas que están fuera del hogar, pero al estar dentro del hogar pierden esas redes. Sin embargo, en términos más generales, parte de lo que explica que la depresión sea mayor en las mujeres es la percepción de poco apoyo social, de falta de redes, y eso tiene que ver con la baja inserción laboral femenina. Los hombres, a su vez, están más protegidos por su alta inserción en el mundo del trabajo. Si tomas a este grupo de hombres y lo sacas de su círculo laboral presencial, queda con menos herramientas para sobreponerse a una situación adversa. Eso explica, en parte, por qué las mujeres se adaptaron mejor al confinamiento, pero cuidado: los índices son mucho mayores para las mujeres, lo que pasa es que, si miras la curva en el tiempo, las mujeres van mejorando y los hombres no.

Durante este año, las autoridades criticaron en varias oportunidades a la población por no respetar las indicaciones. ¿Cómo explica el comportamiento de la gente?

Hay un conjunto de explicaciones que son muy importantes. Partamos por la gente: la negación, el hacer como que no pasa nada, es una de las estrategias más habituales y antiguas para tratar de bajar los niveles de ansiedad que te produce una amenaza. Si esta amenaza es invisible, peor, entonces es fácil hacer como que no existe. Por otra parte, hay gente que está estresada por el confinamiento, por la pérdida de sus libertades personales y hay una cierta rebeldía frente a eso. Y por el lado de la autoridad y del manejo comunicacional se sigue cometiendo el mismo error: se entrega información contradictoria y se trata a las personas como cabros chicos. Yo misma estoy indignada con el juego que han hecho con el toque de queda: ya, hoy día le vamos a dar permiso al niño para que se queda hasta las 2, pero mañana solamente hasta las 10. Eso es algo que infantiliza a la población y no se entregan argumentos que lo sostengan. Yo miro obsesivamente todos los días las estadísticas del Ministerio de Salud y no se condicen con las medidas. Si das explicaciones de verdad, con peras y manzanas si es necesario, vas a aumentar la probabilidad de una conducta más consciente de las personas. Pero si las medidas son un poco erráticas, pasa lo que escuchamos todos los días: “cómo le sacamos la vuelta a la medida” o “para qué la vas a cumplir si igual no controlan”. Y todo este cóctel de cosas en Chile se asocia a algo que ya sabemos: la terriblemente baja credibilidad de las autoridades y de las instituciones, algo que muestra la última Encuesta Bicentenario. Eso agrava mucho las cosas.

¿Qué podemos esperar para el 2021 en términos de salud mental?

Yo pronostico que sobre todo la sintomatología ansiosa, que es mucho más reactiva a la situación del momento, va a disminuir en cuanto empiece la vacunación más masiva, porque eso da sensación de mayor control. No así con la depresión, porque es más lenta en aparecer y en irse, y tampoco con la sintomatología de estrés postraumático, que recién va a empezar a aparecer, porque una vez que tú sacas el estresor se hace presente en forma de cansancio y falta de ánimo, que a veces se confunde con depresión. Los síntomas de estrés postraumático nos van a acompañar por un buen tiempo. Creo que en este escenario hay que prestarles mayor atención a estos grupos de riesgo que mencionamos previamente: los niños y jóvenes, los migrantes, y quienes discontinuaron su tratamiento sicológico. Sumaría al personal de salud, es muy importante estar pendiente de ellos. Creo que las autoridades deben entregar más información científica, que da mucha seguridad, y ojalá disminuya la lista de prohibiciones y aumente la lista de cosas que sí se incentiva a hacer. Eso revierte la lógica restrictiva que estamos viviendo.

¿Cuál es el gran aprendizaje de 2020 en salud mental?

En términos positivos, el gran aprendizaje es que podemos cultivar nuestros vínculos interpersonales de forma no presencial, aunque no todos, por supuesto, porque hay diferencias dependiendo de las posibilidades y los ingresos. También, que podemos teletrabajar, los que hemos tenido la fortuna de hacerlo. Lo otro que hemos aprendido es la importancia de lo colectivo: en Chile venía cayendo el sentido colectivo hace décadas, y en situaciones de gran precariedad y en sectores de menores ingresos se desarrolló este espíritu colectivo y de ayuda mutua de una manera muy importante. Espero que no se nos disipe pospandemia