“Otro Chile”, le dirían hoy. El de la “reconstrucción nacional”, le decían entonces los partidarios del Golpe.
A las puertas de la fuertemente custodiada Iglesia de la Gratitud Nacional, en Alameda con Cumming, llegaron la mañana de ese martes 18 de septiembre tres expresidentes de la República, que eran todos los que podían haber llegado: Gabriel González Videla (1946-52), Jorge Alessandri Rodríguez (52-58) y Eduardo Frei Montalva (64-70).
Casi a la pasada, Frei dijo a la prensa que asistía para orar “junto con todas las iglesias de Chile” por “la paz y la reconstrucción de nuestra patria”. Le iban a preguntar enseguida por la Junta de Gobierno, pero declinó contestar antes de que la pregunta terminara de formularse. Serio y circunspecto, había sido el último presidente del Senado disuelto días más tarde, y como tal, uno de los protagonistas del quiebre democrático.
Algo distinto haría un sonriente González Videla, segundos después. Tan distendido parecía que no temió extender la palma de su mano derecha para posarla cerca del cuello de uno de los periodistas, como quien está entre camaradas: “No tenemos palabras con qué agradecer a las Fuerzas Armadas de Chile por habernos salvado de las garras del comunismo”, manifestó.
El mismo expresidente radical que llegó a La Moneda junto al PC y lo declaró ilegal dos años más tarde manifestó a continuación: “Estábamos todos a punto de perecer, dada la organización paramilitar que ellos tenían organizada (sic)”. “¿Qué opinión tiene del futuro de Chile?”, fue la curiosa siguiente pregunta de la prensa, que no por incontestable dejó callado a “Don Gabito”: “Se ha salvado. Estamos salvados”.
Raudo, Alessandri se excusó, por su parte, de hablar con los medios, aunque luego comentó a La Tercera que había llegado a “orar por la patria”.
Los mencionados y algunas autoridades, partiendo por los integrantes de la recién instalada Junta de Gobierno (Augusto Pinochet, José Toribio Merino, Gustavo Leigh y César Mendoza) asistieron al tedeum, que el 73 no se llamó oficialmente así, sino “Asamblea Litúrgica”. En ella intervinieron representantes de distintas iglesias, aunque el momento estelar lo tuvo el cardenal Raúl Silva Henríquez, casi flanqueado por las cuatro máximas autoridades del país, sentados al costado derecho de la nave central:
“Hoy, dadas las dolorosas circunstancias que hemos vivido, esta celebración cobra un doble significado: venimos a orar por los caídos y venimos también, y sobre todo, a orar por el porvenir de Chile”.
Las “dolorosas circunstancias” de las que habló el arzobispo de Santiago explican en buena parte que el de 1973 haya sido un “18″ diferente. O derechamente un “no 18″, dependiendo de quién lo mire (según recuerda hoy una periodista, entonces partidaria de la UP, “no hubo nada que celebrar” en fechas en que las razones normalmente se asumen).
Tras el Golpe, y aunque la idea era dar todas las señales posibles de “normalidad”, no hubo un Dieciocho en regla, ya que la costumbre indicaba precisamente que entre la música, la comida y el alcohol, son las reglas lo primero en relajarse. Así, por más que en su página editorial de ese martes 18 la sección Día a Día de El Mercurio abordara la vieja costumbre de “endieciocharse”, la situación era otra.
Efectivamente, en virtud del Bando N° 10 de la Junta se estableció “libre tránsito entre las 7 y las 20 horas del día 18 de septiembre dentro de las restricciones de la Zona de Estado de Sitio”. También, la autorización a partir del mismo día de “la realización y asistencia de la población civil a espectáculos públicos y deportivos dentro del horario que permite el toque de queda [fijado para los días siguientes de 7 pm a 7 am]”.
A partir del 18, para mayor abundamiento, se asistió al regreso de las funciones en las salas de cine (con estrenos como El hermano Capulina y Gringo, prepara tu Colt), así como al despliegue de Las Águilas Humanas y otras compañías circenses.
Sin embargo, no habría fondas, ni ramadas, ni Parada Militar en el Parque O’Higgins, que muchos seguían llamando Parque Cousiño. De hecho, para el 19 se decretó jornada laboral de modo de “no distraer a los efectivos militares de las tareas a las que se encuentran en este momento abocados” (más aún, explicó La Tercera, señalaron fuentes castrenses que “si se autorizaban fondas y ramadas, tal vez podrían infiltrarse entre el público elementos extremistas dispuestos a desatar el terrorismo contra la población”).
Días malos para endieciocharse.
Talca, Concepción, Las Condes
Hasta el día anterior, el 17 de septiembre, las portadas de El Mercurio eran de un tenor no menos editorializante que las de los días y las semanas previas al Golpe. El lunes 17, por ejemplo, llevaba entre sus títulos “Sangriento golpe contra sus mandos y la oposición”, en referencia a un plan que las “FF.AA. hicieron abortar”, según explica el epígrafe (el célebre y ficcional “Plan Z”, según se sabría después).
Pero la edición del 18 de septiembre fue otra cosa.
Ese martes, la primera página del primer cuerpo del diario de los Edwards llevó como única imagen la fotografía en colores de una bandera chilena flameando contra un fondo cordillerano nevado. Como único texto, en tanto, lo acompañó una apología de Bernardo O’Higgins, cuya “figura inmortal” es una llama de “épico resplandor” que “nos señala la cumbre y el camino”. El escrito de Fernando Campos Harriet, quien obtendría el Premio Nacional de Historia en 1988, tenía el nombre de una composición escolar: “El día de la Patria”.
Otro tanto, acaso para no ser menos, hizo el mismo día El Sur, de Concepción, cuya primera página se vio ilustrada por un retrato del primer Director Supremo, pero no consagrada a su persona, sino a la trayectoria independiente del país, como aclara su título: “163 años de libertad”.
El llamado de la autoridad, amplificado por estos y otros medios, fue a la celebración tranquila, sobria y familiar, acompañada por una semipromesa: la distribución de alimentos permitiría abastecerse de bienes básicos hasta el minuto esquivos, incluyendo carnes, harina, huevos y otros requeridos en esas fechas (aun si algunos de estos últimos, como se subrayó en varios casos, no estarían disponibles para el mismo 18).
Hubo cosas que ocurrieron ese 18 y de las que muy pocos se enteraron entonces, como la masacre de Laja, que terminó con 17 personas asesinadas. Otras, más pedestres y menos brutales, llenaron la expectativa de unos días dominados por el toque de queda y por los acomodos a la vida bajo manu militari.
Pero también, como ilustran las portadas descritas más arriba, hubo cuando menos el intento de acudir a las memorias heroicas para reconstruir el mito de la nacionalidad. Hoy se diría, para “refundar”.
¿Insuflaron estos arranques de patriotismo algún aire celebratorio en la población, o al menos de la franja que se sentía con disposición a celebrar algo? No es posible saberlo. Quedan, sin embargo, algunas viñetas de esos días, complementarias del temor y la delación, de la clandestinidad o del desentendimiento.
Por ejemplo, la posibilidad de consumir carne para quienes vivieran en la provincia de Talca, como reporta el diario La Mañana, cuyas páginas interiores rebosaron el 18 de avisos comerciales que incluían emblemas patrios y saludos al “nuevo gobierno de reconstrucción nacional”.
En medio de advertencias de castigo a toda forma de mercado negro -sin mencionar las penas para el robo de ganado y su comercialización ilegal-, se dio también a conocer que la estatal Sociedad de Construcciones y Operaciones Agropecuarias (Socoagro) dispuso 125 vacunos para la capital provincial homónima, carne que se repartió el 17 de septiembre en sus carnicerías, a razón de un animal por establecimiento. En días en que el salario mínimo rondaba los 6.700 escudos, se dispuso la mantención de los precios preexistentes: 160 escudos por el kilo de filete, 120 por el de lomo liso, 90 por el de asiento de picana y punta de ganso, y 70 por el de posta, sobrecostilla y huachalomo.
La Mañana, que el mismo 18 celebraba que los varones jóvenes estuvieran cortándose el pelo para así diferenciarse de las lolas, sentenciaba que los abasteros “deberían respetar estos precios y vender directamente al público consumidor”.
Otro tanto ocurría en Concepción, donde pareció darse una confusión muy frecuente, antes y después del 73: el 18 de septiembre se conmemora la instalación, en 1810, de la Primera Junta de Gobierno, pero no la “jura de la Independencia”, que corresponde al 12 de febrero de 1818. En días “refundacionales” no hubo margen para sutilezas y al menos en el discurso oficial se celebraba la Independencia, por sobrio que fuese el festejo.
En la página editorial de El Sur correspondiente a ese martes se llama al lector a “meditar” en torno al hecho de que cada uno “es pieza fundamental” en una tarea “que asume Chile entero”. Por esto, el 18 no es más que “un alto en el camino”.
Páginas después, el diario reporta una salida a la calle para preguntar a los peatones qué harían en esas fechas (“‘18 en familia’” fue el título; “Comprensión penquista”, el epígrafe). Fresia Beltrán, funcionaria de la Escuela Dental de la UdeC, reportó que se quedaría en casa con sus sobrinas, haciendo empanadas y, si encontraba pollo, una cazuela de ave. “No habrá cuecas -dijo-, porque estaremos solitos, ya que no se puede hacer visitas por el temor de que uno no alcance a volver y nos pille el toque de queda”.
Por su parte, Hernán Castellón, domiciliado en Talcahuano, dijo que ese sería un 18 como otros -asado al palo incluido-, pero que no podría vender anticuchos en las ramadas como lo hacía con su club, el Trece Gallos. En tanto, Héctor Toledo, otro funcionario de la universidad penquista, dijo que iría a una iglesia a rezar, entre otras cosas “por que la situación que estamos viviendo tenga los costos mínimos en vidas humanas”.
Y en lo que toca a la capital, no se hizo mucho, pero algo se hizo, como dejaron ver la prensa y la TV en el Parque Metropolitano, a un costado del Zoológico Nacional, con globos, banderas chilenas y niños correteando.
Nada de oficial, por su lado, cuando no derechamente ilegal, fue una suerte de rodeo que se armó en Las Condes. Según informó La Tercera el miércoles, un rodeo “a lo amigo” tuvieron el día anterior los huasos de la comuna, “debido a que el evento programado con público y ramadas se tuvo que suspender por disposición de la autoridad militar”. La fiesta “tuvo la ‘salsa criolla’ al entrar a la medialuna de Los Dominicos media docena de huasos con sus trajes típicos y luciendo su donaire al conducir sus cabalgaduras”.
Objeto de entretención para los “numerosos turistas que llegaron al lugar atraídos por el anuncio del rodeo”, los jinetes “fueron aplaudidos” a lo largo de las tres horas de sus demostraciones, en las que “no faltó la chicha en cacho ni el asado, junto a la sabrosa empanada”.
Los huasos, prosigue la nota, terminaron celebrando en Canal 13, donde armaron una ramada “de estudio” para que pudiera grabarse con miras a la celebración dieciochera de la estación televisiva.
Fue lo más parecido a una ramada que se vio ese día.