Después de cuatro horas de preparación, llegan cuatro pacientes dentro de una ambulancia amarilla del Samu. Varios enfermeros los ayudan a bajar con cuidado desde una camilla que en la parte superior tiene una extraña cápsula transparente. Parecen orugas, pero son personas que están sedadas y en estado grave. No hay familiares para despedirlos. En la losa son recibidos por más especialistas, vestidos de pies a cabeza con trajes anaranjados o blancos, además de cascos amarillos que los aíslan del virus.
Los enfermos están a punto de viajar en un Hércules C-130, un avión enorme que pertenece a la Fuerza Aérea y que fue modificado para servir como una suerte de ambulancia a gran escala. Todo se realiza de manera rápida y perfectamente estudiada. El margen de error debe ser mínimo. Parece una escena de película de ciencia ficción, pero en esta época, la del Covid-19, es la realidad más cruda, la de contagiados que necesitan atención de manera urgente para sobrevivir frente al colapso de los hospitales de la Región Metropolitana.
Son las 19 horas del lunes 25 de mayo y, a un costado del aeropuerto, se realiza un traslado más de pacientes con coronavirus. Son dos mujeres (de 68 y 41 años) y dos hombres (de 64 y 56 años) que necesitan camas críticas, que ahora escasean en la capital. Cubrirán los más de mil kilómetros que separan Santiago de Puerto Montt.
A bordo viajan seis especialistas médicos junto a los contagiados y dos pilotos, quienes suben a la nave de manera separada. El avión fue acondicionado de tal manera que funciona como un pequeño hospital de campaña con la idea de minimizar los riesgos de contagio. Organizaron el espacio en tres zonas: una para las camas de los pacientes, otra para circular en un área limpia y una tercera acondicionada para el descanso de la tripulación. Todo está delimitado con huinchas fosforescentes. El protocolo incluye un estricto proceso de descontaminación para quienes pasan de las zonas limpias hacia las contaminadas.
La Fuerza Aérea ha colaborado activamente en los intentos para manejar la crisis. Su primera misión fue el 27 de marzo, cuando trasladaron a dos pacientes desde Rapa Nui a Santiago en el Hércules C-130. Desde esa fecha, 33 contagiados han viajados con la FACH a distintos puntos del país. Además, han realizado vuelos para transportar vacunas, insumos médicos y ventiladores mecánicos desde China. En total, desde el inicio de la crisis, han contabilizado 147 operaciones aéreas y 747 horas de vuelo. Ninguno de los tripulantes ha resultado contagiado.
“La gracia de estos viajes es que, gracias a las medidas de prevención, ningún tripulante ha debido hacer cuarentenas obligatorias. De otra manera, sería imposible realizar la cantidad de vuelos que se necesitan”, dice Gino la Rosa, Comandante de Escuadrilla de Sanidad de la FACH.
Para optar a un traslado se deben cumplir una serie de requisitos: los pacientes no pueden tener enfermedades adicionales al Covid-19. Deben ser casos graves, pero no de riesgo y con proyección superior a tres días en ventilación en la UCI de destino. En la cápsula, deben estar completamente sedados. La principal dificultad está en las descompensaciones, que obligan a abrir las cápsulas y a cancelar vuelos. Hasta ahora, dos personas han sufrido esta situación.
El Hercules C-130 volvería desde Puerto Montt de madrugada. Al día siguiente, la misma tripulación viajaría a Concepción para trasladar a otros cuatro pacientes. Al mismo tiempo, un helicóptero Black Hawk iría con un contagiado con destino a Chillán.
“Esto nos ha permitido darnos cuentas de la magnitud de esta guerra sanitaria… Es nuestra manera de aportar un granito de arena”, comenta el comandante La Rosa.