El misilazo del lunes 16 del contralor Jorge Bermúdez impactó directo al Segundo Piso de La Moneda, donde se agrupa el equipo de asesores presidenciales. En apenas un par de minutos el contralor -quien asistió a la comisión investigadora por el lío de platas- derribó el blindaje levantado en Palacio que pretendía proteger a Miguel Crispi, jefe de los asesores del Presidente, de acudir a la instancia parlamentaria.
En La Moneda apretaron los dientes cuando Bermúdez esbozó con relativa claridad que cualquier persona en un Estado democrático tiene el deber de rendir cuentas, independientemente de la denominación del cargo, echando por tierra el argumento de que Crispi tenía una contratación a honorarios y que los asesores ostentan un estatus distinto, postura defendida por el gobierno.
Sin querer, el contralor abrió otro flanco para el jefe del Segundo Piso. A la seguidilla de críticas de Chile Vamos a uno de los hombres más cercanos al Presidente se unieron otras, especialmente del Socialismo Democrático, donde hay voces privadas y públicas que hoy demandan su salida.
En La Moneda comenzaron a vivirse horas difíciles, más aún en días en que el Presidente no estuvo en la sede de gobierno, por un viaje de Estado a China. La señal de Bermúdez obligó a una reunión de urgencia apenas conocida su postura, en la oficina del Ministerio del Interior, en la que participaron la vicepresidenta Carolina Tohá y los ministros de Justicia, Luis Cordero; del Trabajo, Jeannette Jara, quien reemplazó en la vocería a Camila Vallejo (también en China), y el propio Crispi.
En dos oportunidades el jefe de asesores se había resistido a declarar ante la comisión investigadora de la Cámara las razones que tuvo como subsecretario de Desarrollo Regional para visar la idoneidad de la Fundación ProCultura para ejecutar un contrato de $ 629 millones para la pintura de fachadas del casco histórico en Antofagasta, unos 260 mil pesos por metro cuadrado.
La intención de los parlamentarios de la oposición -sin embargo- apuntaba a dilucidar cuándo Crispi se había enterado de los antecedentes del escándalo de platas que explotó en junio pasado y que aún tiene en ascuas a La Moneda. Una duda que -en todo caso- había instalado el expresidente de RD, senador Juan Ignacio Latorre, cuando admitió conocer las polémicas tratativas de Democracia Viva -la fundación donde se inició el lío de platas- antes de que se hicieran públicas, pero evitó dilucidar si había informado a las autoridades de gobierno.
En la oficina de Tohá, la sensación de derrota se propagó rápidamente. Los ministros y el mismo Crispi evaluaron la situación y concluyeron que estaban en un callejón sin salida.
Aunque Cordero poco después insistió en que los asesores presidenciales tienen un estatus distinto, justamente por la información privilegiada que manejan, de manera privada se decidió mandatar al ministro de la Segpres, Álvaro Elizalde, para sondear la posibilidad de una tercera invitación de la comisión investigadora a Crispi que -esta vez- sí aceptaría.
“Si la comisión quería a Crispi, ahí lo tienen”, sentenció a La Tercera un integrante del gabinete.
Las tratativas de Elizalde, a las que se sumaron otros secretarios de Estado -no obstante- resultaron fallidas. La oposición se resistió a enviar una nueva citación al asesor presidencial. Los cálculos eran claros: esperarán a que la Contraloría conmine a Crispi a rendir cuentas.
En esas horas amargas, La Moneda sólo sumó un apoyo inesperado. El del exjefe del Segundo Piso de Sebastián Piñera, Cristián Larroulet, quien sostuvo que Crispi debe asistir como ex subdere, pero que el cargo de jefe de asesores tiene un “estatus especial”.
Su postura fue evaluada como un movimiento estratégico, para no enfrentar una situación similar si llegan al gobierno en la próxima presidencial.
El sorpresivo arribo
El Segundo Piso no era algo que Crispi -de 38 años- tenía en sus planes cuando Boric asumió el gobierno. Al inicio de este debió resignarse a no asumir un puesto de primera línea en el gabinete -que en el caso de RD terminó por favorecer a Giorgio Jackson- y se instaló en la Subdere, donde, en septiembre del año pasado, lo sorprendió el ajuste posplebiscito.
El militante de Revolución Democrática llegó así al corazón de La Moneda, a raíz de una crisis que lo obligó a ceder su puesto al PC Nicolás Cataldo, quien no pudo asumir en la Subsecretaría del Interior durante ese ajuste de gabinete debido a las fuertes críticas que había hecho en sus redes en contra de Carabineros.
Desde ahí, el jefe de asesores ha cultivado un estricto bajo perfil, en línea con sus antecesores, incluso de gobiernos anteriores, pero ha introducido cambios que le han generado una fría distancia con los dirigentes partidarios.
Y es que Crispi sólo se entiende con el Presidente y los ministros, y no tiene contacto con los partidos, relación que recae en el jefe de gabinete del Presidente, Carlos Durán (Convergencia Social), quien mantiene la comunicación con las dirigencias y parlamentarios, informa las prioridades del gobierno y atiende sus demandas.
Este diseño ha generado una fuerte distancia en el Socialismo Democrático con Crispi, donde no sólo resienten la nula relación, sino que también lo que señalan como un fuerte favoritismo del asesor por el Frente Amplio. No es un misterio que el Mandatario ha resguardado su círculo más íntimo a militantes de su alianza fundante.
El estilo de Crispi causa desazón en parte del oficialismo, que le cuestiona su falta de experiencia política y lo compara con el tonelaje de Ernesto Ottone, quien inauguró el cargo en la administración de Ricardo Lagos, o de un Larroulet con Piñera. “Desde que asumí en julio pasado nunca he tenido una reunión ni bilateral ni de trabajo con Crispi. La relación con La Moneda la canalizamos a través del jefe de gabinete, Carlos Durán, con al menos una reunión al mes”, sostiene Leonardo Cubillos, presidente del Partido Radical.
Tampoco socializa, según afirman, en los cónclaves ampliados de Cerro Castillo, donde aseguran que solo se limita a mirar y a anotar, sin darse espacios, incluso informales, para saber lo que piensan las dirigencias de los 10 partidos base.
El mayor reclamo es que no observan en él experiencia política, una visión más estratégica ni capacidad para anticipar y desarticular conflictos, cosa que también se cuestiona desde fuera.
“La resistencia de Crispi para ir a declarar a la comisión demuestra su falta de experiencia política, lo que pone en cuestión su capacidad para aconsejar”, sentencia el jefe de la bancada DC, Eric Aedo.
Molesto con las críticas, Diego Vela, presidente de Revolución Democrática, salió con dureza en defensa de su correligionario, lo que dejó expuesta la tensión y el fuego amigo entre las dos almas del gobierno por este caso. “Quienes lo cuestionan, simplemente es por desconocimiento del rol, que es interno, reservado y que fue definido por el propio Presidente”, afirma-. Y va más allá al sostener que aquellos del Socialismo Democrático que lo critican “no han sido leales a la Presidencia”.
Cuna concertacionista
Crispi siempre recibió un trato distinto en el Socialismo Democrático. Porque a pesar de ser fundador de Revolución Democrática y del Frente Amplio, junto a Giorgio Jackson, este exalumno del Saint George’s, nacido en Francia en 1985, titulado en Sociología en la Universidad Católica y fundador también del movimiento Nueva Acción Universitaria (NAU), tiene sus raíces políticas y familiares en la ex Concertación.
Además, fue militante del PS, al igual que su madre, la socióloga Claudia Serrano, exsubsecretaria de Desarrollo Regional y exministra del Trabajo en los gobiernos de Michelle Bachelet. E integró la Fundación Dialoga, de la exmandataria, y el Mineduc, como asesor de la reforma educacional, durante la segunda administración de Bachelet.
Esa ligazón ha perfilado al “Príncipe”, como lo llaman sus detractores, como una suerte de puente político entre las dos coaliciones de gobierno, un plus que pocos ostentan en el frenteamplismo.
Por eso no extrañó que fuera bien evaluada en el SD su llegada a la Subdere, después de perder en 2021 el escaño por el Distrito 12, pero fue ahí donde paradójicamente terminó granjeándose relevantes enemistades con las dirigencias de los partidos, que le atribuyen la autoría de la mítica planilla Excel destinada a ubicar en las seremías solo a gente de su sector.
Esa práctica, afirman en los partidos del SD, la ha replicado en el Segundo Piso, donde resienten el que haya fichado prácticamente solo a militantes y/o simpatizantes del frenteamplismo.
“Sigo pensando que el Presidente requiere un Segundo Piso que no sea un espacio militante”, criticó en esta línea Lucía Dammert, antecesora de Crispi en el Segundo Piso, en estas mismas páginas.
Presidente definió el rol
Un análisis de la conformación del equipo da cuenta que en las cuatro áreas de trabajo, con más de 20 personas en total, Crispi se ha rodeado de afines al FA. En enero de este año instaló en Estudios a la doctora en Filosofía e ideóloga feminista Luna Follegati, de Convergencia Social, quien -según el Portal de Transparencia- tiene como tarea asesorar en materias relacionadas con los proyectos presidenciales.
En Contenidos incorporó el 1 de agosto pasado al sociólogo Manuel Guerrero Antequera, también de Convergencia Social e hijo del profesor y militante del PC Manuel Guerrero Ceballos, asesinado en 1985 en el “caso degollados”, para la elaboración de discursos y encargarse de la comunicación estratégica de las actividades presidenciales.
La diferencia la marca el área de Seguimiento del Programa, función clave del Segundo Piso, que está encabezada por Leonardo Moreno. Es el único que proviene del gobierno de Lagos, como jefe de la División Social del Ministerio de Planificación Social y el que no pertenece a la generación del Presidente. Moreno llegó en reemplazo de Diego Pardow, de Convergencia Social, tras el ajuste posplebiscito.
Y en Programación llevó a Pablo Arrate, exjefe de gabinete de Izkia Siches en el Colegio Médico, quien se encarga de la avanzada presidencial. Estuvo a punto de perder el puesto en mayo pasado por un acto del 21 de mayo en Iquique, luego de que se le impidiera a la gente acercarse al acto, para prevenir eventuales pifias al Mandatario. El episodio, al final, terminó con la salida del jefe de la unidad, Fabián Salas, quien fue reemplazado por César Vargas el 1 de junio.
Además, la fórmula Crispi considera -por primera vez- la suma de asesores propios, al igual que Durán.
En La Moneda están al tanto de las críticas. Pero en su defensa sostienen que el rol del Segundo Piso fue definido por el Presidente, y que la labor de esa jefatura se focaliza en el Mandatario y en los ministerios, para el cumplimiento de metas.
Aseguran que está en permanente comunicación con los ministros, aunque sus detractores sostienen que no lo ven dándole instrucciones a un Mario Marcel.
El caso también ha generado desconfianzas y suspicacias del frenteamplismo hacia sus socios de alianza, al punto que cercanos a Crispi afirman que el Socialismo Democrático en un momento tuvo la intención de intervenir el Segundo Piso, que es el espacio más íntimo del Presidente, y que incluso hicieron circular el nombre del socialista Ricardo Solari como posible candidato para el puesto.
Y, en los últimos días, han cuestionado en voz baja al ministro de la Segpres, Álvaro Elizalde, por no haber logrado sofocar en parte el incendio en la comisión investigadora y no haber alineado a sus parlamentarios para bajar la intensidad de las críticas.
En medio de la polémica, el equipo jurídico de la Segpres está trabajando en el oficio de respuesta al contralor, que vence el martes y que puede abrir otro foco de conflicto.