Miguel Crispi era un espectador ese martes. Dos días después de la derrota del gobierno en el plebiscito de salida, el desorden reinaba en La Moneda. En el Patio de los Cañones, poco después del mediodía, los periodistas e invitados esperaban con impaciencia el cambio de gabinete que se había atrasado por el frustrado nombramiento del PC, Nicolás Cataldo, a la Subsecretaría del Interior.

Crispi observaba esto, incluso dándose tiempo para aclarar a un canal que no se movía de su puesto en la Subdere, mientras las transmisiones televisivas lo posicionaban como un “serio candidato” para suceder a Giorgio Jackson, su compañero de partido en RD, en la Segpres. Fue entonces que Crispi, de 37 años y poco amigo de la incertidumbre, regresó apurado a su oficina. La salida fue tan ansiosa y precipitada, que una asesora no pudo dejarla pasar.

“Van a pensar que vas a asumir un cargo”, le dijo, riéndose.

Tres días después Cataldo fue anunciado como subdere -para compensar al PC del bochorno del cambio de gabinete- y Miguel Crispi entró al Segundo Piso, que aún era encabezado por Lucía Dammert.

Pero había una explicación para ese anuncio: las presiones de RD y, también, un nuevo diseño presidencial que llevaron a Boric a realizar un cambio en su equipo de asesores. El Mandatario conversó con Dammert, para decirle que iba a reenfocar el equipo y darle un perfil más político. Con eso, la asesora tuvo que salir. De todas maneras, quedaron de hacer un traspaso gradual para que la salida de la socióloga no se juntara con el cambio de gabinete. De esta forma, Crispi y Dammert alcanzaron a tener reuniones de introducción hasta la renuncia de ella la mañana del jueves 15 de septiembre.

Sin buscarlo demasiado, Miguel Crispi llegó a la jefatura del Segundo Piso. Había cierta ironía que podía leerse en ese hecho. Porque justamente las características que antes lo habían dejado en una posición minoritaria en su coalición, como su cercanía familiar con el mundo de la Nueva Mayoría, y sus lecturas más moderadas sobre la transición, eran ahora los atributos que La Moneda necesitaba después de haber perdido en las urnas.

“Conozco a Miguel y creo que va a darle un rol más ejecutivo, de seguimiento de metas, al Segundo Piso. Creo que, además, al tener un tronco socialista en su familia, no tiene tanto prejuicio como otros. Es crítico, sí, pero no tiene prejuicios de entrada con quienes somos parte de partidos más antiguos”, plantea Natalia Piergentili, presidenta del PPD.

Miguel Crispi y el Presidente Boric en su época de diputados.

Hijo

Cuando Claudia Serrano fue nombrada como ministra del Trabajo durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, armó un equipo que la aconsejaba fuera del horario laboral, ad honorem y una vez al mes. En ese grupo participaban nombres importantes del PS, como Mahmud Aleuy, Francisco Díaz, Ricardo Solari y Osvaldo Andrade, además de Patricio Tapia, pareja de Serrano. El último integrante era el hijo de ella, Miguel Crispi.

Entonces tenía 21 años, estudiaba Sociología en la Universidad Católica y militaba en las Juventudes Socialistas. La aparición, cuenta uno de los consejeros, no les hizo mucha gracia al principio, pensando que Crispi sólo estaba ahí por ser hijo de la ministra. Pero esa impresión no duró mucho.

“Decíamos es capo este cabro. Tomaba nota y nos convocaba él, era como un junior. A ese grupo de viejos militantes nos llamó la atención que un cabro de 21 años dominara los temas legislativos. Desde ahí lo tomamos para impulsarlo”, cuenta uno de los asistentes.

Osvaldo Andrade, antecesor de Claudia Serrano en esa cartera y uno de los primeros padrinos políticos de Crispi, recuerda que la primera vez que lo vio fue porque lo fue a visitar cuando presidía el partido.

“Me fue a plantear un proceso de modernización del partido para incorporar la mirada de los jóvenes. Algo que él pensaba que se estaba perdiendo”, recuerda Andrade.

La opinión le importó porque Crispi ya se estaba convirtiendo en un líder de la centroizquierda universitaria. En 2009 fue presidente de la FEUC por el movimiento del que se le considera el fundador, la Nueva Acción Universitaria (NAU): una agrupación de centroizquierda que nació “para combatir el conservadurismo en la PUC”, según sus fundadores. Ese mismo año Gabriel Boric, una generación más joven, presidía la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Ahí nacieron los primeros contactos entre ambos.

“Hay un mito que cuentan en el NAU, que dice que cuando planificaba los próximos años del movimiento, escribió los nombres de los futuros presidentes de la Federación en una servilleta”, cuenta un antiguo militante. Dentro de esos presidentes estaba el ministro de Desarrollo Social, Giorgio Jackson, estudiante de Ingeniería Civil en esa época, a quien Crispi apadrinó y asesoró hasta cuando fue líder del movimiento estudiantil en 2011. De hecho, para ambos todavía son muy importantes las reflexiones que compartieron en un viaje a la carretera Austral en uno de esos veranos.

“Desde que lo conozco es un muy buen lector de escenarios. Ha sido consistente en empujar que vayamos avanzando, siempre desde el lado de poder levantarnos desde el movimiento social. No dejar de ser parte, pero con una apuesta institucional importante”.

Giovanna Roa (RD), amiga de Crispi y exconvencional.

Noam Titelman, presidente de la FEUC en 2012, también recibió los consejos de Crispi. Valoraba su cabeza fría, dice.

“Me acuerdo de algo que una vez conversamos. Como la sociedad en la que vivíamos estaba llena de incertidumbre, la gente estaba en busca de certezas. Entonces el rol de la política, en un mundo así, era buscar un camino hacia la certidumbre”, recuerda. Pero ese ascenso tan rápido no se produjo sin acumular detractores. Primero en las juventudes socialistas, donde quienes no crecieron a su misma velocidad, lo atribuían a sus privilegios de cuna: haber nacido en Francia, estudiado en el Saint George, en la UC y ser hijo de una ministra, lo que le facilitó tener padrinos políticos de peso.

“Decían que se le dio todo fácil, que siempre estuvo protegido”, cuenta un exdirigente.

Años después, esa caricatura lo seguiría persiguiendo. Desde los sectores más duros del Frente Amplio, hay quienes se refieren a él como “el príncipe”, reprochándole que, por sus conexiones, “siempre cae parado”.

Algo así pasó cuando María Angélica Álvarez lo invitó a formar parte de la Fundación Dialoga -de la expresidenta Bachelet-, en un equipo de jóvenes. En el mismo grupo se sumaron sus amigos del NAU, Nicolás Valenzuela -hoy director de Metro- y la cientista política Natalia Jiménez, quien hoy acompaña a Crispi en el Segundo Piso. Y eso, claro, despertó ciertos resquemores.

A pesar de esos privilegios, Miguel Crispi tenía que tomar una decisión. Si quería darle continuidad a lo que había comenzado con el NAU, armando lo que se convertiría en Revolución Democrática, no podía seguir en el partido donde siempre sería el “hijo de”. En 2012 apostó y renunció al PS.

Crispi junto al Presidente. Foto: Mario Téllez.

Candidato

Hay una suerte de cofradía en los orígenes de RD. Se remite a una casa, en Providencia, ubicada en la calle Joel Rodríguez, donde vivieron Miguel Crispi, Nicolás Valenzuela, Giorgio Jackson, Giovanna Roa, Camila Ponce y Francisco Pinochet -quien trabajó con Crispi en la Subdere-. El lote la bautizó como la casa “Jurel” y cada uno se tatuó una imagen de ese pescado. Eso en lo íntimo, porque en lo político las primeras huellas de RD se encuentran en el apoyo a la candidatura de Josefa Errázuriz y en la primera diputación de Jackson, en la que la Nueva Mayoría bajó las postulaciones de Marcelo Díaz (PS en ese entonces) y Eugenio Ravinet (DC) para darle la entrada al Congreso al movimiento estudiantil. Jackson fue en cupo protegido, tras negociaciones lideradas por él mismo y por Miguel Crispi.

Eugenio Ravinet (DC) era uno de los candidatos que bajaron para que Jackson no tuviese competencia. Hoy recuerda que se reunió con ambos en un café en Providencia para hablar del tema. “Quedé con la mejor impresión de Miguel, era inteligente y honesto en sus planteamientos”, comenta. En esas conversaciones, recuerda, los RD le dijeron que tenían ganas de sumar experiencia y que fueron muy insistentes con un objetivo: aprender a gobernar.

Con ese motivo es que decidieron marcar un hito en su naciente trayectoria y entrar a trabajar al segundo gobierno de Bachelet, al Ministerio de Educación. Pero lo hacía con una definición estratégica, de la que Crispi -que entraría luego al ministerio- fue mentor: estar en el gobierno pero no ser parte de la coalición. Pablo Paredes -hoy director de la Secom y amigo de Crispi-, bautizó el concepto con el nombre de “colaboración crítica”.

Pero la aventura duró poco, porque el gobierno de Bachelet también cambió su estrategia al instaurar el moderado “realismo sin renuncia”. Miguel Crispi y sus compañeros de RD salieron del gobierno.

También lo hizo -ante el consejo de Crispi- Javiera Parada, agregada cultural en Estados Unidos.

La salida del grupo generó roces con algunos integrantes del PS y otros sectores de la Nueva Mayoría, incluso del PC, quienes veían con incomodidad el surgimiento del Frente Amplio, del cual RD fue impulsor.

El paso siguiente, en 2017, fue ser candidato a diputado, donde tuvo que enfrentar a Osvaldo Andrade, su antiguo padrino político. Crispi sacó más que el doble de votos que el socialista y se quedó con uno de los siete cupos del distrito en el que generó roces con las autoridades de la vereda contraria, como el alcalde de La Florida, Rodolfo Carter (independiente ex UDI).

“Fue un diputado muy ausente, una persona muy dura en términos ideológicos, poco dispuesto al diálogo. Son un tipo de liderazgos muy de la Católica, lo sé porque vengo de la misma universidad. Son gallos que vienen de buena familia, buenos colegios, que a veces se dedican a la política como un deporte extremo. Se olvidan que la política es una actividad humana, que deben tener cuidados con las formas, porque a la vuelta de la esquina pierdes la elección y te vuelves a encontrar con las personas. Como le pasó al subdere y probablemente le pase como jefe de asesores”, dice el edil.

Con los suyos tampoco la tenía fácil. En esa época el sociólogo ya mostraba ciertas diferencias políticas con Jackson, pese a su amistad. En las elecciones internas, mientras Jackson apoyó a la diputada Catalina Pérez, Crispi optó por Javiera Parada.

Con la actriz, dicen en su entorno, fue “muy leal”. Hasta que en octubre de 2019, con el estallido social, la salida de Parada de RD se volvió inevitable y la relación se quebró.

El 15 de noviembre 2019, Crispi escribió el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución junto a Ena Von Baer (UDI). En esos diálogos, cuentan, sirvieron los lazos que tenía con el Partido Socialista.

“Una cosa que a Miguel lo diferencia del resto de RD, es que siempre mantuvo relaciones con todo el mundo. Eso se le reconoce hoy. Es el tipo del Frente Amplio con mejores relaciones, desde el PC hasta el PS”, comenta Noam Titelman.

Mientras Jackson apoyaba a la diputada Catalina Pérez para la presidencia de RD, Crispi optó por Javiera Parada.

Aun así, en el Congreso no todos comparten esa imagen. De hecho, algunos parlamentarios de su coalición aseguran que le costaba impulsar sus tesis y que, casi siempre, se vio sobrepasado ante las ideas “más frenteamplistas”. De hecho, en el Congreso algunos plantean que Crispi no tiene una buena relación con todos los integrantes de la bancada RD.

Esas diferencias son por “temas personales” y también por diferencias estratégicas. Una de ellas ocurrió en diciembre de 2020, cuando su amigo Pablo Vidal renunció al partido junto a la exdiputada Natalia Castillo para crear el Nuevo Trato. En esas conversaciones, dicen militantes de RD, Crispi, aunque optó por quedarse, coincidía más con la tesis de Vidal y Castillo: hacer una primaria más amplia ante el riesgo de que Daniel Jadue (PC) se impusiera ante el Frente Amplio.

Había un detalle biográfico que también lo separaba: no era tan severo para evaluar la transición y “los 30 años”, como el resto del Frente Amplio. Porque hacerlo, también habría significado enjuiciar el trabajo de su madre. De hecho, la propia Bachelet, en una entrevista a TVN en 2017, dio una explicación que podía aplicarse a Serrano y Crispi, cuando habló del surgimiento del Frente Amplio: “Si bien es cierto que hay irrupción de estos partidos nuevos, si ustedes se preguntan quiénes son estos jóvenes que irrumpen: son hijos de personas militantes de los otros partidos tradicionales”.

Esos matices fueron evidentes, incluso, para sus adversarios políticos.

“Es inteligente, con mucha capacidad de diálogo y muy estratégico. Lo difícil de saber es cuánta espalda realmente tiene en los sectores más frenteamplistas”, dice el diputado Diego Schalper (RN).

El año pasado Crispi tenía pensado presentarse como candidato a senador, pero un error en la negociación, que algunos atribuyen al exsecretario general del partido, Sebastián Depolo, lo dejó fuera de esa elección. Eso lo obligó a buscar la reelección en el distrito 12, sin un compañero de subpacto. Así, ganar era demasiado difícil.

El día de la elección consiguió 7.865 votos menos que en 2017 y perdió su puesto en la Cámara.

Sus adversarios lo explicaron por su falta de carisma, pero, dentro de su círculo, el análisis era otro: que ya no pesaba lo mismo.

Miguel Crispi era muy cercano a Pablo Vidal en la Cámara de Diputados.

Gabriel

En el perfil de Instagram de Miguel Crispi hay varias fotos de Gabriel Boric. Lo muestra como precandidato, en campaña, y ya de presidente. Pero una de ellas tiene un simbolismo especial. La publicó el 12 de mayo de 2021, pero retrata algo que ocurrió tres meses antes. En la imagen se ve a Crispi abrazado de Boric y de Irina Karamanos, durante unas vacaciones en las que coincidieron en Chiloé. En la lectura de la foto, el sociólogo escribió “Por dentro tenía muchas ganas de que habláramos de la presidencial, quería insistirle a Gabriel de que se tirara a la piscina y fuera candidato, pero al final postergué esa conversación (que ya venía de antes)…”.

Un poco más abajo hay un comentario de Boric. Dice: “Gracias compañero querido. Ese viaje y conversas fueron muy importantes”.

Crispi no sólo estuvo en los orígenes de esa postulación presidencial, que comenzó con una recolección de firmas, sino que también siguió trabajando para la primaria. Luego, durante la primera vuelta, desapareció: tuvo que dedicarse a la campaña donde perdería su diputación.

Sin otro lugar donde ir, Crispi fue acercándose a la oreja de Boric en la segunda vuelta. Se incorporó al comité político y comenzó a sugerir nombres. Uno de ellos fue el de la jefa de prensa del Presidente, Tatiana Klima, a quien conocía desde la Fundación Dialoga y el Mineduc. Hasta hoy Boric y Crispi tienen una relación cercana y el Presidente ha confesado que valora “sus críticas constructivas”. Por eso fue el único subsecretario que lo acompañó en su oficina el día del plebiscito, cuando aún estaba en la Subdere, uno de los puestos más codiciados en el gobierno, en el cual tuvo buenas relaciones con alcaldes de la centroizquierda, pero en el que también coleccionó ciertas distancias con alcaldes de izquierda.

“No existió durante la gestión del subsecretario Crispi un avance en el cumplimiento del programa de gobierno en el ámbito municipal”, se queja Mauro Tamayo (independiente cercano al PC), alcalde de Cerro Navia.

Retomar los lazos con todos los sectores es uno de sus primeros desafíos para su rol. El otro es ofrecer gestión política a un gobierno tensionado por dos coaliciones, convencido de que la fórmula del éxito es trabajar con la centroizquierda.

Lo que le queda puede ser más difícil aún.

Convencer al resto del Frente Amplio, desde un puesto de privilegio, que él no está equivocado.