“Llegar a marzo en paz y que resulte bien la constituyente. No pidamos más”. Esa es una de las sinceras lecturas que circulan entre los ministros del Presidente -la frase es de uno de ellos, ayer en la tarde- que resumen la esperanza que cifran en lo que pueda derivar la maratón de conversaciones de las últimas horas con sus opositores en el Congreso, que aún no tienen cara de negociación al detalle y menos todavía de un acuerdo a mediano plazo que incluya a casi todos. Es incierto y depende de varias cosas, pero es algo menos malo que lo que Sebastián Piñera tenía al frente al caer la negra tarde del martes.

Hace cinco días, el gobierno había quedado todavía más arrinconado en el callejón en que se había metido en las últimas semanas. La paliza que le propinó el Tribunal Constitucional -al dejarlo sin plan B cuando se negó siquiera a tramitar el requerimiento con que pretendía frenar el tercer retiro de fondos de pensiones- obligó al Mandatario a promulgar una ley que nunca quiso, y al bochorno de retirar un proyecto alternativo que no llevaba ni un día en el Legislativo.

Con su coalición dándole la espalda al votar, en minoría dentro de la minoría, con sus dirigentes ya medio hastiados de criticarle al Mandatario que seguía llegando tarde a una crisis, con una oposición con la que veía muy difícil negociar una salida, y con el peligro de que todo esto -y más- deje al sector a punto de morder el polvo en la megaelección de dos fines de semana más, si es por comparar, había que usar un lente macro para hallar margen de maniobra.

Las últimas 72 horas despejan dudas menores y abren interrogantes mayores.

Vamos con las primeras. Uno, el Presidente se saca de encima -por ahora- la amenaza de su segunda acusación constitucional. No porque temieran perderla en el Senado, peligro que sí temían en la Cámara: el solo hecho de que avanzara implicaba gastar tiempo y sangre política que no les sobra.

Dos. Al nombrar como interlocutores de la mesa del Senado a sus ministros políticos, el cuarto cambio de ese gabinete que se venía inevitablemente encima -y para el cual ya se había desatado un sube y baja de nombres, como Andrés Allamand, Hernán Larraín, Baldo Prokurica- queda congelado. Eso confirman en al anillo del Gobernante. Pero un mal desenlace la noche del domingo 16 podría obligarlo.

Y los mismos ministros que llevan semanas bajo críticas y que habían quedado demudados el martes le habían dicho a Piñera en la semana que era mejor gastar esa bala después de las elecciones. Hay otro punto a favor ahí: el elenco de potenciales ministros se amplía con todos los candidatos que no logren ganar.

“¿Qué negociar con un 9%?”

Tres, y acá las certezas se mezclan con las dudas. La Moneda ahora está sentada a una mesa de diálogo con sus adversarios. Pero en su bando -ministros y parlamentarios- dicen tener claro que es porque en parte los errores propios llevaron las cosas a esto, y que en esta delicada situación no ven posible controlar lo que venga. “¿Qué puedes negociar con un 9%? No estás en posición de negociar nada”, resume casi brutalmente un parlamentario del sector aludiendo a la encuesta CEP de esta semana (eso marcó el apoyo a cómo Piñera conduce) que ha sacudido más todavía el tablero.

La maratón de encuentros abierta el viernes en Palacio, no lo niegan allá, le abre al Presidente un canal en busca de un posible acuerdo, pero que pinta tener un precio mucho más alto que antes.

De partida, lidiar con el olor a cogobierno, asociado a la crisis que descascara a Palacio y a tener que repetir una y otra vez la foto con Yasna Provoste. Mientras más se involucra la presidenta del Senado, más color de candidata tiene. Por más que ella niegue quererlo y por más que su segundo en la testera, Jorge Pizarro, diga que “no tenemos ganas de cogobernar”, o que -como dice un secretario de Estado- “no es cogobierno sentarse a conversar”, el ruido está.

Pistas. En La Moneda al menos dos voces dan por hecho que a medida que esto avance, se levantará la crítica de algunos bolsones de Chile Vamos acusando que se les está dando más ventajas a sus rivales (todo esto se hace con las elecciones encima). El primer aviso, dicen, fue Marcela Cubillos denunciando ayer en La Tercera que “no son acuerdos los que bajo la apariencia de serlo son una rendición” y que “cuando un acuerdo se quiere elaborar solo en función de la agenda de la izquierda, eso no es un acuerdo”.

En el gobierno ya tienen el argumento de vuelta: que ese tipo de crítica no procede si la mayoría de sus parlamentarios votaron con la oposición. La presión por ordenar las huestes propias continuará.

Pero los colaboradores del Presidente recalcan que la opción que tienen es llegar a un acuerdo que evite nuevos retiros (algo que la misma Provoste dijo ayer que no debiera repetirse si esto funciona), que brinde margen de gobernabilidad y que permita llegar al final de los 10 meses que le quedan en Palacio sin más incendios. Si eso es al costo -confiesa uno- de alimentar candidaturas presidenciales rivales como la de la senadora por Atacama, pues lo otro es la prioridad.

“Estamos demostrando que la centroizquierda es garantía de gobernabilidad, tenemos posibilidad de actuar con unidad”, dijo ella ayer en Chilevisión.

06/11/2019 CRISTIÁN LARROULET Mario Tellez/La Tercera CRISTIAN LARROULET VIGNAU - ECONOMISTA- ASESOR - PRESIDENCIA DE LA REPUBLICA - DEPENDENCIAS - PALACIO DE LA MONEDA

Falta todavía. Provoste y los senadores opositores -antenoche analizaron el mapa- han insistido en que las bases de un acuerdo pasan por la renta básica universal, apoyo a las pymes y la eliminación de las exenciones tributarias. El primer punto (la senadora dice que da lo mismo el nombre que lleve) puede seguir siendo una piedra de tope: el Presidente salió ayer en el balance del Minsal hablando de extender la cobertura del Registro Social de Hogares del 80% al 100%, lo que para el comité político es un sinónimo de la “universalidad”.

Ayer, los ministros Juan José Ossa (Segpres) y Rodrigo Cerda (Hacienda) enviaron una minuta de ocho puntos en que proponen establecer un mecanismo para aumentar la cobertura del IFE, crear un fondo pyme Covid de US$ 1.000 millones, una mesa de trabajo para las exenciones tributarias (que pueda despachar sus conclusiones el 15 de junio). Además, incluye “fortalecimiento de institucionalidad” y reintegro de fondos previsionales.

Insuficiente, responden al otro lado. “Bastante pobre desde el alcance que tiene. La responsabilidad la tiene el gobierno. La oposición tiene propuestas bastante más decantadas”, dice el senador PS Carlos Montes.

Palacio transmite que esperan enviar los primeros proyectos esta semana; eso está por verse. Casi todo, en realidad: allá hacen ver que nada garantiza que no pase lo mismo que el año pasado, cuando después de firmar el pacto de los US$ 12 mil millones de ayudas cayeron encima los retiros de fondos de pensiones.

El Presidente tiene una bala, eso sí. Los suyos insisten en que juega a favor que ahora la oposición tiene el acicate -sobre todo después de la CEP- de echar a la berma, si eso se pudiera, la amenaza electoral de Pamela Jiles. Ella ya ha acusado a “la clase política miserable que arma cocina para salvar a Piñera”.

Como sea, el Mandatario ha pasado de la soledad a cederles espacio a sus rivales con tal de llegar en paz a marzo. Es hablar de oxígeno. No de legado.

Una dura ¿lección?

Que este mapa, incierto y todo, sea algo distinto al del martes no borra el dato -reconocen en el bando gobiernista- que es para salir de la peor crisis de esta administración. Piñera se abrió a negociar, pero en los hechos lo está haciendo nuevamente tarde, porque hace semanas que hasta pares suyos le insistían que debía hacerlo con la oposición, si ya no tenía el grueso respaldo de los suyos.

El manejo del Presidente ha exasperado a varios dirigentes de Chile Vamos. El martes algunos se preguntan con la cabeza a dos manos por qué el gobierno no previó el desastre en el TC o si no se sondearon bien las intenciones de los jueces. En la víspera hubo señales, pero Palacio decía que no era posible. Con ese nuevo error, agregaban, la herida de la crisis es más profunda.

Piñera había apostado casi todas sus fichas en esa mise en scène del domingo 25 en la noche, cuando él y cuatro de los aspirantes a sucederlo se embarcaron en su proyecto alternativo de un nuevo giro de fondos de pensiones (llevaba semanas negándose). Pero las jugó sobre la base de un supuesto casi letalmente errado.

Él y sus ministros se decían seguros que el TC iba a declarar inconstitucional la norma de factura opositora ya despachada por el Congreso y avalada por mucho más de la mitad de Chile Vamos. Le oyeron decir que podía ganar hasta por seis a cuatro, sin siquiera depender del voto dirimente.

Nunca pensaron en un plan B ni en el peor escenario, confiesan en Palacio.

Todo dependía de este cálculo: que el TC fallara inmediatamente después de la megaelección del 15 y 16 de mayo. Justo para conjurar el peligro electoral.

Distintas voces leían a mitad de semana que por culpa de tan mala puntería la bala del TC se agotaba; los proyectos de ley inconstitucionales figuraban validados; seguía la amenaza del parlamentarismo de facto.

Y que en vez de disipar el temor a una derrota en dos fines de semanas más, el martes la oposición les restregaba a Joaquín Lavín, Evelyn Matthei, Mario Desbordes y Sebastián Sichel la foto del domingo con Piñera (“les dieron garantías que no tenían”, se hace ver).

Ni que lo hubiesen planeado.

Por eso, varios en el sector no podían creer que ese mismo martes, poco después de la humillación constitucional, se supo que Piñera -pese a no tener margen- pensó en no promulgar la ley y enviar un veto al Congreso. Cerca de las 15.00 la Segpres consultó con los senadores UDI: no, hay que promulgar ya, les dijo tajante Jacqueline van Rysselberghe.

Enterados del peligro -y para cerrarle esa puerta al Mandatario-, Matthei y Lavín se apuraron en demandar por Twitter que firmara de inmediato.

Si el Mandatario sacó en limpio alguna lección de esto está por verse. Hasta hace muy poco seguía retrucándoles a sus interlocutores que aflojar la billetera era peligroso si eso no paraba más retiros. Con un posible acuerdo que derive en cambios tributarios puede ser distinto. En el gabinete hay gente que afirma que “entendió que ahora hay que abrirse a más universalidad de beneficios, que hay que llegar a más gente”.

Pero también hacen ver que a mediados de semana, antes de que comenzara la sucesión de encuentros del viernes, le oyeron decir -sílabas de más o de menos- que “yo puedo abrirme, puedo entender, pero no me pidan que destruya al país accediendo a todo lo que pide la oposición”.

Otra voz agrega que Piñera no quiere pasar a la historia como el Presidente que terminó cediendo y yendo en contra de sus convicciones.

La cumbre Piñera-Larroulet

El abismo del martes no solo tenía al comité político en vilo. Sin fusibles como los que poseía antes, Piñera ahora tenía en riesgo a su jefe de asesores del Segundo Piso, Cristián Larroulet. Con parte de ChileVamos pidiendo su cabeza -más allá de las feroces críticas de Mario Desbordes y su facción en RN-, el jueves en la mañana los dos se reunieron a solas a hacerse cargo del culminante asunto.

O sigue o se va, para que Piñera tenga un último fusible que quemar ante este drama que cada semana le planta peor cara que la anterior.

“Se tiene que ir”, insisten dos personas de confianza del Mandatario. Un amigo del mandamás del Segundo Piso admite que si sale, puede ser el ícono que la élite perciba como un giro del Presidente, pero “que si es por ofrendarle un trofeo a Twitter, sería una estupidez”.

Sobre Larroulet pesa casi desde el inicio de este gobierno la interminable cuestión de si es o no el real poder en las sombras, de cuánto incide en las decisiones del Mandatario, de hasta dónde su conservadurismo ideológico es responsable de la reticencia del Ejecutivo a ceder. Una larga lista que sus leales rechazan.

Pero exministros -que no son sus adversarios- insisten en que su ortodoxia económica es muy similar a la del Presidente. Que por muy “brillante” que sea con gráficos, números y la planificación de políticas públicas que le apasiona, carece del ojo político fino que le ayudaría a su jefe a decidir mejor. Y que se nota más -dicen- sin el cotidiano contrapeso de Andrés Chadwick. Suman a la nómina su conservadurismo ideológico.

No hay un medidor graduado del poder que tiene o llegó a tener. Varios insisten que es menos del que se cree; algunos exministros que le llevan factura dicen lo contrario. Su gente reclama que asignarle tanto es una caricatura malintencionada, una excusa de “desleales” del sector que buscan culparlo gratis o huir de las brasas. Pero el que ha tenido se lo ha dado Piñera.

En julio del año pasado ya fue tema su posible salida; él tiene en contra parte de La Moneda. Es vox populi que él y la exjefa de gabinete de Piñera, Magdalena Díaz, han tenido conflictos.

Sus amigos dicen que, pese a su resiliencia, que “no es inmune a la crítica” y que más de alguna vez pensó en irse, pero que Piñera no quiso. Otros testigos cuentan otra cosa: que el Gobernante no ha dado con un sucesor -pese a que ha habido listas con nombres, afirman- que le mediara tan bien como el economista el manejo de los ministerios.

Le preocupa -se lo dice a su equipo- que “nos debemos al Presidente”, que por sobre cualquier cosa es leal a él, que siente esto como “su causa”, que es de los primeros en llegar y los últimos en irse, y que en este trance está ‘haciendo patria’. Pero los últimos días lo hicieron reflexionar de nuevo.

Larroulet vive su propia versión de esta crisis. Tiene asumido que mientras siga como el jefe de asesores seguirá bajo fuego y que se ha convertido en un símbolo. Ha cavilado sobre si en esas condiciones ayuda o perjudica al Presidente. El jueves le planteó estas cosas y analizaron si seguía o no. Se sabe que de ahí salió con el cargo aún en la mano y que habría sido una decisión conjunta.

¿Hasta el final? Él aún tiene abierta la puerta para volver a la Universidad del Desarrollo.