Pablo Iglesias, el líder y fundador de Podemos en España, estuvo en Chile. Fueron pocos días, pero intensos. Vino invitado por el alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, quien organizó su propia conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado.
Ya en Chile, el Presidente Gabriel Boric, su amigo, lo invitó a la ceremonia oficial del 11 de septiembre en La Moneda. Por la tarde, se reunió con algunos dirigentes del Frente Amplio chileno.
La relación entre ellos es de larga data. Pero el líder de Podemos no entra en asuntos personales. “Creo que uno nunca debe hablar en público de la amistad con el Presidente. En eso soy discreto”, dice.
Pablo Iglesias e Íñigo Errejón son referentes indiscutidos de Boric, Giorgio Jackson y el resto de dirigentes de esa nueva izquierda. Ellos dibujaron el camino para llegar al poder y, antes, desafiar e impugnar a la socialdemocracia que los precedía.
A sus 44 años, Iglesias ya no está en primera línea del partido. Fue diputado, vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales del gobierno de España. Renunció en el 2021 para ser candidato a presidir la Comunidad de Madrid. Le fue mal. Luego de esa derrota, anunció su retiro.
Hoy es el director de CanalRed.tv y dirige el podcast “La base”. Su foco de interés está en los medios de comunicación.
Desde su experiencia política, ¿cómo ve el gobierno de Gabriel Boric?
Seguramente se me escapan muchos elementos cruciales para entender la situación política chilena. Creo que lo que ha pasado con Podemos y el Frente Amplio en Chile no son situaciones idénticas tampoco. Por lo pronto, nosotros no encabezábamos el gobierno, como sí es el caso de nuestros compañeros chilenos.
Pero hay muchas similitudes, ¿no?
Sí. El primer paralelismo que podría hacer es que veo una enorme hostilidad mediática contra el gobierno de Gabriel y sus dirigentes. Es una hostilidad que, a mi juicio, traspasa las reglas básicas de lo que debe ser la crítica política. Y lo segundo es que creo que la derecha chilena está renunciando a principios básicos de la democracia liberal.
¿Lo dice en relación a qué?
A la reivindicación más explícita que han hecho de Pinochet. Lo veo en el intento de presentar el Golpe de Estado como un mal menor; en calificar las violaciones a los derechos humanos como simples excesos y no como un proyecto político de destrucción de la democracia y aniquilación del adversario político. Todo eso me recuerda el estilo de la derecha española y la violencia mediática que utilizaron contra nosotros.
Tanto el Frente Amplio como Podemos llegaron como una promesa joven. En el último tiempo han sufrido duras derrotas. ¿Alguna autocrítica por hacer?
No seré yo el que haga una autocrítica. No me corresponde. Lo que veo es que el Presiente Boric y su gobierno han tenido una clara voluntad de llegar a acuerdos, de alcanzar mayorías para lograr avances sociales. De hecho, ya han avanzado en reducir los horarios de trabajo, en elevar el salario mínimo…
El avance de la derecha, tanto allá como acá, ¿no es una suerte de derrota cultural y política? ¿Una pérdida de apoyo a sus ideas?
Hay una ola reaccionaria en varios países. Aún así, en el caso de España, las elecciones generales revelaron que la derecha y la ultraderecha no tienen mayoría para gobernar. De hecho, nuestra tesis de lograr un amplio acuerdo con las otras fuerzas progresistas sigue siendo la mejor alternativa democrática. Estamos muy satisfechos de las reformas que hemos impulsado. Los resultados están a la vista. ¿Hubiera sido posible la reacción feminista que hubo en España después de la agresión sexual del presidente de la federación de fútbol española contra una jugadora sin el trabajo feminista de Irene Montero y el Ministerio de Igualdad?
¿Por qué cree que han perdido algunas elecciones?
Puede haber momentos electorales mejores y peores, pero nuestra experiencia en España es que se están consolidando muchas transformaciones sociales y de derechos feministas que hablan de un éxito de nuestro partido, a pesar del desgaste electoral. Hay que saber que en la política hay ciclos.
También se hace otro símil del FA con Podemos. Se dice que ustedes, como generación, han sido bastante soberbios. ¿Lo ha escuchado?
Entiendo la crítica, pero esas acusaciones de arrogancia, me recuerdan a cuando una mujer es víctima de una agresión sexual y le dicen que iba vestida demasiado provocativa. En esa crítica de que “ustedes eran demasiado arrogantes; ahora no se quejen de lo que reciben”, hay una profunda injusticia.
¿Quiere decir que no hay tal arrogancia?
Es que no me parece justo llamarles arrogantes. Arrogancia es lo que vimos en la anterior clase política chilena. A mi juicio, el Frente Amplio supo hacer una lectura muy inteligente de lo que significó el estallido social y el anhelo mayoritario de progreso social. En esa línea, han hecho avances significativos. Pero se han encontrado con una violencia política y mediática sin precedentes.
EL TERRENO DE LA POLÍTICA
En el caso chileno, la nueva Constitución -que fue rechazada en el primer proceso-, era una condición sine qua non para el programa de gobierno. ¿En qué pie cree que quedan hoy?
Parto por reconocer que nos llamó mucho la atención la victoria de Gabriel Boric. Nos impresionó que, después del estallido social, el Frente Amplio junto al PC se hayan convertido en una alternativa de gobierno. Es verdad que nosotros veíamos con mucha esperanza la aprobación de una nueva Constitución. Eso implicaba avanzar en una dirección progresista para el país.
“Pero luego, viendo el éxito del Rechazo y el rearme ideológico de la derecha chilena, somos conscientes de que gobernar también implica enfrentarse a muchísimas dificultades. A pesar de todo eso, Chile puede presumir de tener un gobierno que está logrando avances notables y que, en clave internacional, es una referencia del progresismo tanto en América Latina como en Europa”.
El ejercicio de gobernar choca con la realidad. ¿Hay un aprendizaje por hacer en ese sentido?
Hay una frase que se le atribuye a Allende y que dice que tener el gobierno no es tener el poder. Nuestra experiencia de haber irrumpido como una fuerza electoral nueva implicó la reacción y el giro reaccionario de una serie de poderes en España.
¿Cómo se expresó ese giro?
Es que el asunto esencial es lo que representa el poder mediático en España y en muchos otros países. Hay una estructura oligopólica en la propiedad de los medios de comunicación que hay que observar. Hoy no se puede entender la política sin el rol que cumplen los medios…
¿Por qué?
Hoy, los grandes actores políticos, sociales e ideológicos son los medios de comunicación. La corrupción es un mal que no sólo afecta a la política, sino que también al periodismo. De hecho, nosotros hemos sido víctimas de la normalización de la mentira. Mi sensación desde afuera es que en Chile también ha habido una enorme agresividad mediática contra el Frente Amplio y el gobierno de Gabriel Boric.
¿Dice que les ha pasado lo mismo?
No son experiencias idénticas, pero nos sentimos reconocidos en esa violencia, que forma parte de la realidad política de nuestros países.
¿No habrá también un problema en la lectura que ustedes han hecho respecto a lo que quiere la gente?
Ese argumento siempre se pone encima de la mesa. Se dice: “Si ustedes han perdido apoyo electoral es porque han hecho algo mal " o “Bueno, será que ustedes no han sabido interpretar los deseos y voluntades de amplios sectores sociales”. Es un argumento que tiene mucho de inapelable, pero también es cierto que los cambios sociales son un campo de batalla que se define en lo comunicacional.
¿Y eso no ha estado contemplado en el accionar político?
A veces la izquierda se olvida que el terreno de la política no solamente es el camino de las políticas públicas. Las leyes que se hacen, las reformas sociales, pueden contribuir a mejorar la vida de las personas. Pero el terreno de la política es también el control de la agenda. Te voy a dar algunos ejemplos.
A ver…
Yo seguí muy de cerca el debate sobre la nueva Constitución en Chile. Básicamente, lo importante no era tanto lo que decía el texto constitucional, sino el despliegue de “fake news” a propósito de lo que decía el texto. Eso condicionó el debate chileno. Por lo tanto, lo importante es entender que el terreno de la política no siempre es el institucional. Es un terreno ideológico de combate donde la hegemonía la tienen los grandes medios. Entender lo que eso implica nos lleva a un plano más realista de la competición política.
También es una posibilidad asumir que se cometieron errores, ¿o no?
Claro, una nueva fuerza política, con representantes de una nueva generación, puede cometer errores. Eso no está en discusión. Lo que digo es que hay que saber que aquí también juegan otros factores.
¿Cuáles?
Cuando hay transformaciones sociales y una fuerza de izquierda gana poder político -y aspira a cambiar muchas cosas-, también se reorganiza la resistencia de los sectores oligárquicos a través de sus poderes ideológicos. Un ejemplo: el Golpe de Estado en Chile. Inicialmente, nos lo contaban como si hubiese sido un pronunciamiento militar. Después, cuando lo estudias más de cerca, te das cuenta de que la trama civil tuvo un papel determinante. Y la trama mediática también. El golpe no se puede entender sin significantes como El Mercurio. Sé que no es políticamente correcto decir esto, pero es importante para explicar la composición política del presente.
¿Poner toda la culpa en los medios, no es una manera de no hacerse cargo de los errores propios?
Yo entiendo ese discurso. Es muy difícil que un periodista se reconozca a sí mismo como un actor político e ideológico. Los periodistas dicen: “Sólo somos los mensajeros”. Comprendo la dinámica de la autojustificación. Pero estamos viviendo en sociedades mediatizadas. La influencia de los medios es enorme. ¿Cómo se puede entender que figuras tan impresentables en términos democráticos como Javier Milei, en Argentina, o Donald Trump, en Estados Unidos, puedan tener ese éxito político? Me parece que su éxito radica en lo que han hecho los medios. Alguien me diría: “La gente no es idiota. Y si les vota es porque eso es lo que desea”.
Puede ser una respuesta de hartazgo con la política tradicional…
Ese es un argumento. Pero, para seguir con el ejemplo de Milei y Trump, ellos no son el resultado del fracaso de políticas progresistas. El éxito de esos personajes tiene mucho que ver con una correlación mediática de agentes determinados y de normalización de la mentira. Los medios de comunicación tienen una enorme responsabilidad a la hora de determinar las condiciones políticas de una sociedad. Y eso se debe politizar.
¿Cómo? ¿Tomando el control de los medios?
Cada vez que uno dice: “Democraticemos la correlación mediática de fuerzas”, la respuesta es: “Usted quiere estatizar los medios”. Y no pasa por ahí. Lo importante es poner el foco en eso y asumir que hay otros actores políticos operando, entre ellos, los medios de comunicación.
Entonces, ¿la responsabilidad la tienen los medios de comunicación? ¿No los partidos, no los gobiernos?
Nadie cuestiona que un gobierno pueda hacer las cosas mal, pero centrar el foco en lo que representa un gobierno en sociedades tan mediatizadas, bajo el dominio de grandes empresas, es muy relevante. Entender el poder de los medios aporta más elementos para entender la realidad. No siempre los resultados electorales son por el acierto o desacierto de los actores políticos. Hay actores políticos que operan desde otro ámbito…
¿Y usted cree que la gente no lo ve?
Es que al final la gente vota lo que piensa y muchas veces piensa lo que ve, lo que oye, lo que lee. El otro día tomé un taxi en Santiago. El conductor me preguntó por qué estaba aquí. Le dije que estábamos haciendo un programa de televisión por el aniversario el Golpe de Estado. Me dijo: “Mire, el Golpe nos sirvió para librarnos del comunismo en Chile. Es verdad que se cometieron excesos, pero lo otro nos hubiera convertido en la Unión Soviética y hubiese sido mucho peor”. Le dije: “Seguramente usted votó por José Antonio Kast”. Y él me respondió: “No, voté por Boric”. Eso me dejó pensando…
¿En qué?
En cómo puede haber en una misma persona marcos progresistas y reaccionarios. O sea que, en un contexto determinado, alguien puede tomar una decisión electoral en la que se activen en su cabeza argumentos progresistas o conservadores. Vivimos en una “mediocracia”. Hacer política es activar unos de esos valores que conviven en nosotros. En el fondo, todos tenemos valores progresistas y valores conservadores adentro. Por eso, el escenario mediático es tan determinante.