La vida para la familia Godoy Medina cambió el 16 de mayo. Hasta ese día, vivían en el cruce de Balmaceda con Barros Luco, en la comuna de Lampa. Pero luego tuvieron que irse. Jorge Godoy, de 36 años, recuerda ahora esa época mientras saluda a la mujer a la que antes le arrendaba esa casa. “Aquí con mi esposa comenzamos de cero. Aquí empecé con un colchón en el suelo”, recuerda. La casa tiene una pieza matrimonial y otra que era para el niño, living, comedor y un baño. En ella, Fabián Godoy (4) dio sus primeros pasos, conoció las piscinas y las bicicletas. Para su papá también fue importante: “Aquí uno se sentía más persona que estando en una toma”.
Junto a su señora, Rosario Medina (38), arrendaron esa casa por casi tres años. Era la primera vivienda que ambos compartían como pareja, pues antes de eso los dos vivían como allegados con sus respectivas familias. Tras el estallido social, Godoy perdió su trabajo en una construcción. Medina, por su parte, no ha trabajado de forma regular desde que quedó embarazada de Fabián. Con la llegada de la pandemia al país, la búsqueda de empleo empeoró para ambos. No les alcanzaba para pagar el arriendo y, aunque la dueña del terreno les tuvo paciencia, en enero del año pasado les pidió entregar la casa.
En un primer minuto la familia consideró vivir allegada en la casa de los padres de Medina, en Estación Central. Pero prefirieron no hacerlo. “Cuando salí de la casa de mis papás, yo dije: ‘Yo voy a hacer mi vida y mi familia’”, cuenta la mujer, quien tiene nacionalidad peruana y chilena. Además de querer ser independiente, otro impedimento para irse hasta allá es que la casa de sus padres, que también funciona como taller de reparación de refrigeradores, está llena. En sus tres piezas viven los papás de Medina, una de sus sobrinas, su hermana menor y los cuatro hijos de ella.
La segunda opción que barajaron fue irse a vivir a la toma Bosque Hermoso, instalada en un terreno de propiedad de la inmobiliaria Socovesa que queda a 10 minutos en auto de la casa que tenían. Ninguno de los dos había vivido antes en un campamento, pero era la única opción para vivir los tres juntos bajo un mismo techo. Resistieron mientras pudieron para no llegar ahí, pero el dinero se les acabó. “Todo padre o esposo anhelaría algo mejor para su familia, porque no es agradable vivir en una toma, soportar a veces que la gente hable mal y no tener los servicios básicos”, lamenta Godoy.
La alcaldesa de Lampa, Graciela Ortúzar, explica que el Campamento Bosque Hermoso, ubicado cerro arriba por la calle 18 de Septiembre, se originó a mediados de los 2000 y que fue erradicado en un 100% a través de dos proyectos habitacionales que organizaron en la municipalidad en conjunto con la Fundación Techo. Sin embargo, desde 2019, las personas, mayoritariamente migrantes, según explica la edil, han regresado.
Godoy y Medina pensaron en quedarse en la toma por un tiempo, hasta que pudieran pagar un arriendo nuevamente. No fueron los únicos. Aunque desde 2011 el número de familias en campamentos ha ido en alza, el director social de Techo Chile y Fundación Vivienda, Vicente Stiepovich, explica que la pandemia provocó que la indeseada tendencia se transformara en un “fenómeno que se desborda”. De acuerdo al Catastro de Campamentos 2020-2021 elaborado por las dos fundaciones, desde 2019 la cantidad de personas que viven en campamentos ha aumentado en casi un 74%: la cifra más alta desde 1996.
La directora del Centro de Estudios Socioterritoriales de Techo y la F. Vivienda, Pía Palacios, destaca que, en el mismo período de dos años, los campamentos en sí aumentaron en un 20,8%, lo que significa que “actualmente los campamentos son mucho más grandes de lo que eran antes”. Eso, detalla Palacios, complejiza las posibles radicaciones o soluciones habitacionales para las familias.
Los dos escenarios que los Godoy Medina evaluaron son similares a lo que contempla la mayoría de las personas que se resignan a vivir en un campamento. El ministro de Vivienda y Urbanismo, Felipe Ward, explica que las familias que los habitan mencionan como principales factores de su llegada el allegamiento, el hacinamiento, el alto costo de los arriendos y el valor del suelo. En este sentido, Stiepovich considera que el problema de fondo del alza en la llegada de familias a los campamentos es el déficit habitacional, que, se estima, en Chile es de entre 500 mil y 700 mil familias. “Hay que poner el foco en lo que está anterior a los campamentos: las familias hacinadas y allegadas”, sostiene.
Subir el cerro
El 17 de mayo de 2020 la familia Godoy Medina llegó a El Mirador, una de las tomas que componen el ex Campamento Bosque Hermoso. Como el espacio que ocuparían aún no estaba despejado, las primeras noches las pasaron los tres en un colchón, entre cuatro pallets parados y cubiertos de nylon, en el terreno de uno de sus nuevos vecinos. Así, se convirtieron en una de las 81.643 familias que habitan en los 969 campamentos del país, de acuerdo a datos de Techo y la F. Vivienda.
Godoy recuerda que cuando llegó se sintió observado como “una persona extraña”. Pero asegura que con el tiempo logró ganarse a la mayoría y que ahora funcionan como una gran familia. Uno de los primeros gestos que le demostró a Rosario Medina que estar en Bosque Hermoso significaba pertenecer a una comunidad es que, apenas llegaron, una de las familias que llegó antes que ellos se encargó de darles agua, pues en el campamento la única forma de conseguir el recurso es desde la copa comunal que abastece al centro de Lampa.
Medina recuerda que mudarse fue difícil. Cuenta que dejó la que era su casa con lo que tenía puesto, pues en el cerro no tenía dónde dejar sus cosas. Estaba embarazada, debía hacerse cargo del cuidado de Fabián y dormir en carpa. Pero lo peor vino después. La mujer sufrió la pérdida de su embarazo al tercer mes, en junio del año pasado. Ella cree que todos los esfuerzos que hizo para financiar y construir la casa cerro arriba tuvieron que ver. “Fue por estar sube y baja acá. Cuando a mí se me vino mi bebé, yo estaba vendiendo papas rellenas y me vinieron los dolores. Me tuve que ir al hospital, después me regresaron y en la noche ya no di más y se me vino”, rememora.
Aunque ambos lamentan la pérdida, no hubo tiempo para vivir el duelo. El matrimonio retomó el trabajo con sus propias manos para levantar su casa. Buena parte de los materiales que usaron para la construcción los compraron con los bonos que dio el gobierno y con el primer retiro del 10% de las AFP, que ambos sacaron.
Una de las actividades que Godoy realiza para generar ingresos es ayudar en la construcción de las casas de sus vecinos. Así ocurrió con Johana Cruz, una peruana de 25 años que llegó al campamento en octubre del año pasado junto a su hija de dos meses. Tras perder la pieza que arrendaba en Independencia, supo de la toma por un reportaje que vio en televisión. Llegó al cerro a preguntar si había terrenos disponibles, y Godoy y Medina la ayudaron a instalarse. “Teníamos miedo de que nos saquen, pero los vecinos nos aseguraron que no nos iban a sacar tan fácilmente. Por eso yo me quedé con mi hijita”, dice.
Según el Catastro de Campamentos, Lampa lidera a nivel regional tanto la cantidad de campamentos como la de familias en ellos, con 25 y 3.709, respectivamente. Dos años atrás, según datos del Minvu, en la comuna existían ocho campamentos en los que habitaban 617 familias. Y aunque no hay un catastro oficial, se estima que en el Bosque Hermoso hoy viven 400 familias. Stiepovich explica que ese y otros campamentos de Lampa han crecido durante los últimos dos años debido a que hay una disponibilidad espacial más grande que en otros lugares de la Región Metropolitana.
Sobre el regreso de las personas a Bosque Hermoso después de la erradicación del campamento, la alcaldesa Ortúzar plantea que el proceso se caracterizó por su velocidad: “Nosotros vimos que en una mañana aparecían lotes rayados, señalizados, y a las 17.00 empezaban a llegar buses con migrantes”. Llegaron tantas personas, que desde el municipio no supieron cómo reaccionar: “Cuando se nos vienen 14 ocupaciones ilegales, de más o menos seis mil personas, en un par de meses, es muy difícil controlarlo. Pudimos parar algunas tomas, unas cuatro, pero porque la gente nos avisó y llegamos con Carabineros”.
La segunda casa propia
Aunque el matrimonio aún trabaja en reparaciones y ampliaciones de la casa que tienen arriba del cerro, ambos reconocen que quieren salir de ahí apenas se pueda. “Estamos tratando de postular, de buscar en otro lado. Yo no quiero vivir siempre en una toma, no pienso quedarme aquí para toda mi vida”, dice Godoy. Admiten que la vida ahí arriba es compleja y que se sienten estigmatizados, pues no pueden contar con los servicios que una vivienda con numeración sí tiene. A eso se suma el calor desértico del verano, el frío a la intemperie en el invierno y tener que subir a diario por caminos de tierra que más de una fractura han ocasionado.
Así como la familia quiere salir del campamento, desde el Minvu y las fundaciones Techo y Vivienda también dicen estar comprometidos con frenar la llegada de familias a ellos. El ministro Ward señala que para que la tendencia deje de crecer, es clave anticiparse, acelerar y modernizar los procesos que prevengan que las familias lleguen a los campamentos. Una nueva política habitacional y urbana que iría en esa dirección, explica, es la creación de un Banco de Suelo. “El Estado ya adquirió 120 terrenos bien localizados en las ciudades, que se traducirán en la construcción de 20 mil viviendas, de las cuales 10 mil iniciarán obras este año”, sostiene.
Además, durante este año, en el Minvu tienen presupuestado entregar 286 mil subsidios habitacionales que beneficiarían a cerca de un millón de personas en todo Chile, iniciarán la construcción de 70 mil viviendas y pretenden comprar 50 terrenos más para “ofrecer proyectos modernos y de calidad a las familias que más lo necesitan”, según detalla el ministro.
A la espera de recibir algún beneficio, la familia cuenta que, aunque se han acostumbrado a la rutina del campamento, el miedo de que podrían desalojarlos y perder todo lo invertido es persistente. “Sé que no se puede construir, entiendo que estamos en un terreno privado, pero no me quedó otra opción”, justifica Godoy. Reconoce que, a casi un año de vivir ahí, siente como si el terreno fuese propio: “Construir la casa con tus manos, con el esfuerzo de uno… Uno lo valoriza”.
Aunque desde Socovesa no quisieron participar de este reportaje, fuentes cercanas a la empresa y la alcaldesa de Lampa confirman que en septiembre del año pasado se presentó una ampliación de una querella por la ocupación del terreno y fue declarada admisible por el Juzgado de Garantía de Colina.
Como la amenaza de que los saquen está activa, durante los últimos 11 meses Godoy ha construido casas para sus vecinos, ha hecho reparaciones eléctricas y ha vendido frutas y verduras. Trabaja en lo que pueda, con tal de juntar dinero y sacar a su familia de Bosque Hermoso. El matrimonio sueña con volver a vivir en una casa, pues saben que sería lo mejor para su hijo. “Los que más sufren son los niños, porque uno puede aguantar el frío, el hambre, el calor, todo. Pero el niño no”, dice Medina.
Preferirían que la casa nueva no estuviera en Santiago, por el ruido y por los altos precios de los arriendos. Para ellos, dicen, sería ideal mudarse al área urbana de Lampa, donde estaba su antigua casa, o en Melipilla, donde, gracias a un subsidio, hoy viven los vecinos que les entregaron agua cuando ellos recién llegaron.
Cuando bajan del cerro a comprar o a trabajar junto a Fabián y pasan por Balmaceda con Barros Luco, el niño reconoce el hogar que perdió cuando tenía tres años y dice: “Casa, papá. Casa, mamá”. Godoy cree que su hijo aún piensa que esa casa es suya.