Es el sábado 5 de marzo, el noveno día de la invasión rusa a Ucrania, y Serhiy Perebyinis utiliza la geolocalización de Google para saber la ubicación de su familia. Él está atrapado en su natal Donetsk cuidando a su madre contagiada de Covid-19. Y ellos están en Irpin, a 790 kilómetros. Once horas los separan. Dado el recrudecimiento de los enfrentamientos, la conexión de internet estaba intermitente, pero Serhiy logró comunicarse con su esposa, Tetiana Perebyinis. Ella está angustiada, no hay agua, electricidad, ni gas, y después de que la casa fue alcanzada por disparos decidió esconderse en el sótano con sus hijos Mykyta, de 18 años, y Alisa, de nueve, y sus dos perros, Benz y Cake. Al día siguiente, por fin podrían evacuar para salir del fuego cruzado.

La mañana del domingo 6 de marzo, Serhiy despierta temprano. Los bombardeos y las sirenas de emergencias se han vuelto parte del sonido ambiente, así que las horas de sueño son escasas entre el temor y la incertidumbre. Lo primero que hace al abrir los ojos es buscar su teléfono y verificar dónde está su familia. El celular de su esposa aparece en el camino entre Irpin y Kiev, una ruta peligrosa y blanco de ataques rusos, ya que cada día por esta vía huyen cientos de civiles. A la fecha, la guerra ha dejado más de dos millones de refugiados.

La portada del diario estadounidense The New York Times, el lunes 7 de marzo.

Para calmar la preocupación decide llamar a su mujer. La pareja lleva 21 años felizmente casada. Estudiaron juntos en el mismo colegio y vivían en el mismo barrio, pero recién en la universidad se conocieron, se enamoraron y nunca más se separaron.

El teléfono suena, pero ella no contesta, así que decide intentar llamando a los números de sus hijos. Suenan desconectados. La preocupación invade el cuerpo de Serhiy Perebyinis. Vuelve a revisar el GPS y la localización de Tetiana cambió. Aparece en el hospital número 7 de Kiev. Sin pensarlo, el padre intenta comunicarse desesperadamente con amigos que siguen en Kiev y entre súplicas les pide que acudan al centro médico para buscar a la familia. Algo anda mal.

Quince minutos tras pedir la ayuda entró a redes sociales. En Twitter, un usuario publicó un mensaje alertando que “civiles habían recibido disparos durante la evacuación y que una familia había muerto”. Cierra la aplicación. Los minutos parecen eternos y su corazón late cada vez más rápido. Vuelve a abrir Twitter y ahí están publicadas las fotos de las víctimas en Irpin. Hay cuatro cuerpos tendidos en el suelo cubiertos de sangre, a tan solo metros del puente que sería su camino a la libertad, pero un mortero ruso les robó la vida.

En la imagen se ve a una mujer con chaqueta color café claro y pantalones negros, junto a una maleta gris. A su lado derecho hay un adolescente con chaqueta azul marino y una mochila del mismo tono, y a la izquierda, una pequeña con chaqueta azul y mochila turquesa. Son ellos. “Identifiqué a mis hijos por la ropa que traían y sus artículos personales. Ellos murieron instantáneamente. Mi esposa falleció en el hospital 24 horas después. Me quedé solo”, es parte del descarnado relato de Serhiy Perebyinis en conversación con La Tercera.

Serhiy y Tetiana Perebyinis durante la ceremonia de matrimonio, en 2001.

El cuarto fallecido es Anatoly Berezhnyi, un voluntario de la iglesia, de 26 años, que estaba ayudando a la familia. Los soldados ucranianos corrieron a auxiliar a las víctimas, mientras intentaban tomar sus signos vitales y unos ladridos los alertaron. Junto a los cuerpos había un transportador para perros verde, en su interior los dos Yorkshire terrier, solo uno con vida, y tras abrir la jaula el segundo huyó.

Intentando rescatar al otro único sobreviviente de su familia, Serhiy inició una búsqueda frenética en las redes sociales, donde subió un afiche con la imagen de su perro para dar con su paradero. Miles de personas compartieron el post. “A mi perro lo pude encontrar a través de Facebook. Lo encontré en una clínica para animales y me estaba esperando. Estuvimos 11 años juntos y tenía esperanza de que al menos uno sobreviviera. Estuvo en terapia y finalmente murió”, lamenta Perebyinis.

Cuando la explosión estalló en Irpin, en el lugar estaban corresponsales del diario estadounidense The New York Times, quienes fueron testigos. Tras socorrer a los ucranianos, recogieron algunas de sus pertenencias y fotografiaron la dramática escena, que el lunes 7 de marzo fue portada, dando la vuelta al mundo.

Viajar a buscar los cuerpos

El matrimonio de Serhiy y Tetiana es originario de Donetsk, donde nacieron, trabajaron y vivieron hasta 2014, cuando la escalada de violencia en Donbás, territorio controlado por separatistas prorrusos y reconocido este mes por el Presidente de Rusia, Vladimir Putin, como independiente.

“Ante las hostilidades abandonamos definitivamente nuestra ciudad y nos mudamos a Kiev para vivir en un departamento arrendado. Fueron cinco años difíciles, pero no nos dimos por vencidos, no perdimos la fe y logramos comprar nuestra propia casa en los suburbios de Kiev, en la pequeña y hermosa ciudad de Irpin, rodeada de bosques”, recuerda el padre.

La noche antes de la tragedia, Serhiy llamó a su esposa y entre lágrimas le pidió perdón. “Perdóname por no estar para defenderte. Traté de cuidar a una persona (mi madre) y no puedo protegerlos a ustedes”, recuerda.

Para salir de Donetsk y llegar a buscar los cuerpos de sus seres queridos, Serhiy debió cruzar a Rusia, para luego tomar un vuelo a Kaliningrado, desde ahí cruzar por tierra a Polonia y después la frontera a Ucrania.

“Quiero maximizar la exposición de mi dolor a la prensa para que todo el mundo conozca mi tragedia, porque perdí a todos y con ellos mi razón de vivir. También voy a apelar a los tribunales del mundo para presentar demandas contra Rusia. Esto es un crimen de guerra, y alguien tiene que rendir cuentas. Iré hasta el final”, denuncia Perebyinis.

Mykita (18) y Alisa (9) Perebyinis junto a sus perros, Benz y Cake, en el subterráneo de la casa en Irpin, Ucrania.

La fotografía de los cuerpos inertes sin censura en la portada del diario significó un giro en la cobertura periodística de la guerra en Ucrania. La científica social y autora del libro Death Makes the News: How the Media Censor and Display the Dead, Jessica Fishman, explica a La Tercera que “una regla no oficial de los medios de comunicación estadounidenses es que rara vez muestran cuerpos. Un argumento para no mostrar víctimas muertas es que daña a sus familiares”.

“Sin embargo, la realidad es más compleja. Algunas familias buscan desesperadamente que el mundo sea testigo de la pérdida y la consideran parte importante para lograr justicia. Es razonable argumentar también que el público no debería tener censurada parte de la guerra. Hay muchos relatos de imágenes que cambian la forma en que las personas se sienten acerca de una guerra u otra tragedia, sugiriendo que las fotografías de víctimas pueden cambiar las mentes y las políticas de una forma en que las palabras no pueden”, finaliza la experta.