Lo que sintió María Luisa Méndez (47) la noche del 25 de octubre, mientras veía en el televisor los resultados por comuna del plebiscito y observaba cómo la esquina superior derecha del mapa de la capital se pintaba de rojo, fue una constatación de varias conclusiones que viene sosteniendo desde hace siete años.
Una de ellas, la fragmentación de las élites, se hacía patente en su pantalla. Había un sector de esa clase social media-alta, sobre todo en quienes residen en comunas como Providencia y La Reina, que estaba adoptando una mirada más diversa sobre cómo pensaban el futuro del país. Pero en otros chilenos de ese mismo sector socioeconómico, y quizás más acomodados aún, “quedaba enquistada esta resistencia al cambio y a poner en riesgo ciertas cosas que se han logrado, que para ellos son percibidas como personales y buenas para todos”.
Méndez es la directora del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) y académica del Instituto de Estudios Urbanos de la UC. Estudió en el Liceo Manuel de Salas y creció en La Florida, dentro de una familia en la que ambos padres fueron primera generación de profesionales. Quizás por eso desde joven le interesó comprender los procesos de movilidad social ascendente y cómo a esas élites se han ido sumando grupos medios que se desplazaron a vivir en sus comunas. Entender el triunfo del Rechazo en el sector más acomodado del país -y también en esas comunas donde el Apruebo ganó por poco- es imposible para ella si no se aborda desde la perspectiva urbana. Lo explica así: “El lugar donde vives define, en parte, la persona que eres, en términos de lo que se entiende por clase social”.
La homogeneidad de una opción
El mapa que ilustra este artículo impresiona por la uniformidad de sus tonos en las comunas donde ganó el Rechazo. La firma de data science Unholster, que hace años trabaja realizando análisis electorales a partir de datos públicos, realizó un cruce entre el padrón electoral y los resultados por mesa del Servel en el plebiscito para identificar tendencias de porcentaje de votaciones a nivel de manzana censal en la Región Metropolitana, es decir, el detalle más pequeño a nivel territorial que se usa para estudios.
En Vitacura, prácticamente no hay matices: casi todas las manzanas censales están entre el 65 y el 71,3 por ciento de votos a favor del Rechazo. En Las Condes, la cifra de esa opción es más baja, pero también se repite el patrón: la gran mayoría de los bloques tuvieron votos entre 52,1% y 59,5% por la opción perdedora. Sólo un nicho se distingue levemente distinto: el rectángulo entre las calles Colón por el norte, Nueva Bilbao por el sur, Padre Hurtado por el poniente y Vital Apoquindo por el oriente. En esa zona, según el estudio, la disputa con el Apruebo fue estrecha, con porcentajes entre el 44 y el 52 por ciento para el Rechazo.
“Entre Tobalaba y Américo Vespucio hay más Rechazo que entre esta misma avenida y Manquehue. Una hipótesis es que el nivel socioeconómico parece ser un factor”, dice Cristóbal Huneeus, director de Data Science de Unholster. “El tema baja en Providencia y La Reina. Y dado cómo se construyen las mesas, se notan diferencias interesantes en una misma zona. Pareciera ser que la avenida Kennedy divide a dos mundos. Y, a simple vista, parece que mientras más me acerco del barrio alto a la Plaza Baquedano, baja más el Rechazo”, agrega.
Si el lugar donde uno vive -como dice María Luisa Méndez- define la clase social, también lo hace con las tendencias políticas. Históricamente las familias de élite que residen en las comunas del sector oriente, desde siempre, y luego con la dictadura militar aún más, han tenido mayor afinidad con la derecha y las ideas conservadoras. Sobre todo en las comunas como Vitacura, donde Méndez explica que aún no han llegado muchas personas de clase media. Ahí lo que ha pasado, más bien, es que los barrios se han ido conformando por familias que nacieron, se criaron y se quedaron viviendo allá. En cambio, en otras comunas de la Región Metropolitana, donde sí ha existido llegada de sectores medios, las tendencias políticas tienden a ser más progresistas de las que había antes, de acuerdo a sus investigaciones. Ver el triunfo del Apruebo -por más estrecho que fuera- en Peñalolén, Providencia, La Reina y Ñuñoa fue una manera de confirmar esa fragmentación de visiones, entre la élite históricamente de derecha y los nuevos residentes.
Según sus análisis de la élite, Méndez ve difícil que ese grupo pueda pensar que Chile necesita una nueva Constitución, dado el entorno en el que se desenvuelven, con pares que tienen vidas homogéneas. “La experiencia urbana ellos no la tienen, y hay que cohabitar los espacios para entender cómo vive el resto”, explica. Esto se hizo aún más evidente con el traslado paulatino de colegios y lugares de trabajo hacia el oriente, donde cada vez fue más difícil mirar y encontrar al otro. “Con la Costanera Norte la autosegregación se incrementó mucho más: era recorrer esa autopista y llegabas a tu casa. Frente a ese distanciamiento empiezas a reconstruir al resto del mundo a partir de retazos desconectados”, añade.
Esta desconexión urbana tiene una consecuencia que Cristóbal Rovira, director del Instituto de Ciencias Sociales de la UDP, lee así: “Las élites están absolutamente desacopladas de lo que les sucede a los ciudadanos comunes”. Prueba de ello fue la encuesta “Percepciones sobre desigualdad en la élite chilena”, publicada por Unholster, el Círculo de Directores y la Universidad de los Andes, donde se les pregunta a 239 líderes de opinión cómo creen que es Chile. Según los encuestados, solo el 25% de los chilenos vive con menos de $ 160.000 per cápita, cuando la realidad es que el 77% tiene esos ingresos. O cuando estiman que el 39% de la clase media y el 18% de la clase baja están en los planes de isapres, lo cierto es que solo es el 8% y el 0%, respectivamente. “Nos miramos distinto y eso requiere una pausa. No es una mirada que justifique recriminación ni apunta con el dedo, sino que requiere que nos empecemos a mirar más entre nosotros”, concluye el gerente general de Unholster, Antonio Díaz-Araujo.
¿Esto sucedería si existiera una mayor movilidad social entre los sectores socioeconómicos? La socióloga del COES Emmanuelle Barozet cree que no. Piensa que el problema no es que las élites existan, sino que es casi imposible acceder a ese estilo de vida y mezclarse con ellas. Si bien es menos complejo pasar de clase baja a clase media, para dar el siguiente paso hacia la clase alta no basta con estudiar una carrera profesional en una buena universidad, sino que, además, está el factor social de establecer un vínculo afectivo con alguien de ese grupo. “Si tienes una sociedad con una élite, pero alta movilidad social, no es tan injusta. Pero cuando tienes desigualdad, poca movilidad social y la imposibilidad de entrar a grupos acomodados, ahí hay un sistema que es claramente de segregación”, es su mirada.
Conformidad con el statu quo
Creer que la Constitución ha permitido un crecimiento económico y buen posicionamiento respecto del resto de los países de la región latinoamericana, para Cristóbal Rovira no es intrínsecamente sesgado o desconectado de la realidad. Sin embargo, para entender por qué el Rechazo avanzó con más fuerza en las comunas más acomodadas de Santiago hay que identificar un factor más profundo. “Esa élite se siente muy conforme con el modelo institucional existente: no tiene problemas con un sistema de AFP o de isapre, ni con una educación privatizada, porque para ellos les funciona muy bien. Entonces, si piensan en su propio interés, no hay ningún motivo por el cual hay que modificar el modelo”. Algo similar cree Claudio Alvarado, director del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES): “El chileno acomodado usualmente no se imagina lo que es tener una vida precaria en las grandes ciudades. Allí no hay necesariamente mala fe ni mala voluntad, pero sí un problema político de primer orden. Es la hora del reformismo decidido y a gran escala”.
Pero para unos, el mapa pintado prácticamente monocolor a excepción de la esquina de esas tres comunas del sector oriente, muestra una imagen mucho más fuerte de lo que en realidad es. De hecho, del millón 633 mil votos que sacó el Rechazo a nivel país, los votos en Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea solo corresponden al 10,2%. Para Eugenio Guzmán, sociólogo y decano de la Facultad de Gobierno de la UDD, no hay que sacar conclusiones anticipadas. “Es como insinuar que ese 21% es de José Antonio Kast. No lo es. Para mí es un error decir que esta gente está perdida, porque eso tiene una aproximación más ideológica”.
Emmanuelle Barozet notó otro antecedente en sus entrevistas: muchos empresarios de ese sector se sienten parte del logro de ese desarrollo del país en los últimos años y, agrega ella, “existe esa sensación real de haber contribuido a un modelo excepcional en América Latina, que ahora se podría destruir”. De alguna manera, para un grupo votar Rechazo era un reconocimiento a lo que ven como su propio legado.
También sienten que han hecho un aporte al país con el pago de impuestos. Pero Javier Sajuria, cientista político y académico de la Queen Mary University de Londres, explica que estos grupos no tienen mayor contacto con el Estado más que el acceso a la seguridad pública. Gran parte del resto de sus necesidades las resuelven a través de privados. Eso genera una sensación que Sajuria la describe como “un grupo que ha tenido que rascarse solo por mucho tiempo, sin la ayuda institucional”, y añade: “El aislamiento territorial sumado a esa falta de comprensión respecto de cuál es el rol del Estado en la vida de las personas está en gran parte detrás de este problema”.
Esa misma falta de comprensión del Estado, María Luisa Méndez lo ha visto cuando le pregunta a ese grupo qué piensan respecto de la desigualdad. Muchas veces le ha pasado que, pese a que manifiestan estar conscientes de que existe pobreza y que hay que atender esos problemas, no lo ven como un problema estructural. Le sorprendió sobre todo cuando conversó con padres que le explicaban que para ellos era importante que sus hijos conocieran esa realidad, pero siempre a través de experiencias de ayuda social acotadas. “Hay un grupo que tiende a ver la sociedad así: los privilegiados y los pobres. Para mostrar interés desarrollamos estas ayudas sociales, pero sin pensar en romper ese statu quo”, explica.
Lo emocional no es irracional
Hay otro factor: el voto emocional. El miedo a la violencia, a que el país cambiara radicalmente y a perder lo que ya se había logrado. Muchos de esos temores ya se habían gatillado en la élite con el 18 de octubre del año pasado, lo que hizo que incluso muchos pensaran en la idea de abandonar el país, según relata Barozet. “Hay muchos traumas que aún dan vuelta, como la reforma agraria, el tiempo de la UP y una construcción más irracional al tema de Venezuela. Pero también está la sensación de estar atrincherados, particularmente cuando las manifestaciones empezaron a subir desde la Plaza Italia hacia arriba”.
Estos temores ya los había diagnosticado el PNUD en un estudio que hizo el 2017. Mientras el temor a caer por una enfermedad, accidente o desempleo eran los miedos generalizados en la mayoría de los grupos en Chile, “en las clases altas tradicionales los miedos apuntan al país: expresan miedo a que se pierdan ‘los valores’, miedo a que se pierda el respeto, miedo a que se pierda el rumbo de la economía. Su capital económico, cultural y social es probablemente tan alto, y está tan enraizado en la historia del país, que solo la decadencia de este último podría arrebatárselos”, señala el estudio.
Para Sajuria, la emocionalidad en el voto no se debe confundir con irracionalidad, ya que esta estuvo presente en ambas opciones: “También hubo mucha emoción en el Apruebo: mucha gente votó con esperanza de que el país iba a cambiar, de que se iban a reducir las desigualdades, pero si uno es objetivo, nada de eso está asegurado. Entonces hay mucha gente que votó Rechazo pensando que para esto no era necesario hacer de nuevo una Constitución”, explica.
La constatación que tuvo María Luisa Méndez la noche del plebiscito también le generó algo de emocionalidad. Sobre todo cuando percibió que algunos sectores que acorde a sus estudios se mostraban más homogeneizados ya no parecían estarlo, lo que hace que pueda existir una mayor apertura al diálogo y una oportunidad a contribuir en el proceso constituyente. Cristóbal Rovira lo plantea así: “Nos invita a diseñar nuevas instituciones, y si tenemos un sistema político más inclusivo y un Estado que logre hacerse cargo de alguna de las desigualdades estructurales que tiene el país, lo más probable es que va a ayudar a que mejoremos el vínculo entre élites y ciudadanía”.