Mientras Camilo Salinas (30) se bajaba del auto para entrar a su turno de las 18.30 en el Hospital Clínico de la UC, se topó con un enfermero del equipo que venía saliendo. “Apúrate, que van a conectar a un paciente a la Ecmo”, le dijo, refiriéndose a una máquina de respiración artificial. Camilo ingresó nervioso. Era mediados de junio y el ritmo de atención a pacientes Covid se hacía cada día más intenso. Estaba cansado física y emocionalmente.
Pero lo que vivió ese día terminó por angustiarlo aún más. En solo 10 minutos vio cómo la preparación para conectar a un paciente de 50 años derivó en una hemorragia interna y, luego, una operación a corazón abierto. Más de 15 funcionarios entraban y salían del box tratando de salvarlo. Pero no pudieron.
Devastado, Camilo reunió las pertenencias del paciente para entregarlas a su familia. Entre las cosas encontró dos credenciales: el paciente era médico en un consultorio y en una clínica del sector privado. “Venía de su trabajo, se contagió y perdió la vida batallando igual que nosotros”, dice hoy Camilo.
Esa experiencia ha sido una de las que más lo han afectado desde que comenzó a lidiar con el Covid. Fue la madrugada del 4 de abril cuando lo llamaron para entrar a ese piso del hospital: había entonces 16 pacientes graves, todos requiriendo intubación y atención lo más rápido posible. “Era aterrador, no hay otra palabra. Si a mí me hubieran dicho que yo tenía Covid ese día hubiese pensado que me iba a morir, porque era lo que estábamos viendo”, relata Salinas, Tens de profesión.
Desde ese día, la rutina que Camilo tenía desapareció. Ya no tomó más la locomoción junto a su pareja para ir al trabajo y comenzó a irse solo en auto; ya los turnos en el hospital no fueron de 12 horas, sino de 24; ya no pudo ver a sus hijos pequeños todos los fines de semana, como antes. No los vio durante tres meses.
Camilo comenzó a sentir bajones que nunca había sentido. Aumentaron las discusiones con su pareja, las diferencias con sus pares en el equipo y muchas veces no tenía ganas de conversar o reírse. “Esta enfermedad te aleja de todo”, dice Camilo.
Lo que el Tens del Hospital UC ha vivido no es un caso aislado. Ya lo diagnosticó una encuesta de la Sociedad Chilena de Medicina Intensiva (Sochimi), que midió la prevalencia del síndrome Burnout en el personal de salud a través de la presencia de tres indicios: cansancio emocional, personalización y realización personal. De 909 respuestas recibidas tanto del sector público como del privado, un 66% dice sentirse menos realizado profesionalmente; un 31%, haber generado emociones negativas hacia el trabajo y sentimientos distantes hacia las personas que lo rodean -lo que llaman la “despersonalización”-, y un 60% de los encuestados afirma haber percibido “cansancio emocional”, la cualidad central del Burnout. “Es lo primero que ocurre. Es cuando se ven sobrepasados todos los recursos emocionales que tiene la persona para poder brindar el cuidado a los pacientes y adaptarse a su trabajo”, explica Leyla Alegría, enfermera del Hospital UC e investigadora del estudio.
Ese cansancio emocional que percibió Camilo lo atribuyó al hecho de ver a tantos pacientes morir en soledad. Pero aumentó aun más cuando pasó su cumpleaños lejos de su familia, o cuando no pudo ver a su mamá titularse de técnico en Trabajo Social. “Te empiezas a cuestionar perderte tantas cosas en tu vida familiar por salir a trabajar. Esta enfermedad te lo quita todo en un par de semanas”, cuenta él.
Señales del cuerpo
Desde el mismo cuarto piso del hospital en el que estuvo Camilo, Andrea (28), otra Tens de la UCI, también notó este agotamiento emocional. Fue a mediados de mayo, cuando llevaba dos semanas atendiendo a pacientes. El nivel de estrés la llevó de vuelta a un cuadro de depresión que había superado hacía meses. Los problemas de adicción a las drogas de su madre y su hermano la habían tenido con crisis de pánico, ansiedad y problemas de sueño. Y ahora, con el Covid, volvían.
Apenas egresó de su carrera en marzo y entró a trabajar al hospital, había decidido dejar los antidepresivos y ansiolíticos por un tiempo. Su arribo al hospital fue en medio de camas saturadas y en un ambiente frío. De a poco, los bajones comenzaron a aparecer. Luego, los problemas para dormir, cuadros de ansiedad y crisis de pánico. Y vuelta a los medicamentos. “Mi yo racional me decía que tenía que seguir luchando contra el Covid, pero mi mente me decía otra cosa”, cuenta.
Camilo Salinas también comenzó a medicarse. Si bien nunca antes había tenido algún tipo de terapia, tras varios meses con jornadas intensas, sintió que el trabajo le estaba pasando la cuenta. Luego de enterarse que en su trabajo había un programa de apoyo de salud mental para los funcionarios, accedió a una consulta gratuita con un psicólogo. Pero fue derivado a un psiquiatra, ya que su estado de ánimo era demasiado lábil. “Uno no se da cuenta qué es lo que está pasando hasta que ya es mucho. No vislumbras lo que el cuerpo está sintiendo, porque tu cabeza está funcionando bien y de repente es el cuerpo el que comienza a dar señales”, comenta Camilo.
Este efecto de respuesta tardía es común en tiempos de crisis. Según explica Guillermo Vergara, jefe del Servicio de Salud Mental del Hospital El Pino y académico de la Universidad Andrés Bello, “la mayoría de las personas tenemos los recursos para ampliar nuestra capacidad de adaptación frente a situaciones de estrés y responder a la situación de mayor exigencia”. Sin embargo, estas reservas son limitadas y no sostenibles en el tiempo, por lo que “pasada la tormenta, las personas pueden presentar síntomas de depresión o ansiedad, asociado al desgaste acumulado, la toma de conciencia de lo vivido, dificultades para procesar los cambios personales y laborales vividos, y el difícil acomodo a las nuevas condiciones”, advierte Vergara.
Volverse a levantar
Dentro de los resultados de la encuesta de la Sochimi que más preocupa a los expertos es que un 48% de los participantes dice haberse alejado de sus familias por riesgo de transmisión del virus. Esto, sumado a que un 69% percibe una disminución en sus ingresos y un 40% dice nunca haber tenido experiencia en UCI o haber estado menos de un año ahí, son factores que hacen que el síndrome de Burnout se haga más intenso. Pero hay otro dato más: dentro de los tres indicios evaluados, cansancio emocional, despersonalización y la sensación de baja realización personal, las mujeres señalan percibirlo más que los hombres. “Pese a que en la red de salud, en general, hay más porcentaje de mujeres que hombres trabajando, estos datos se explican por la doble carga de trabajo: tienes la carga laboral ,pero además la carga de la casa y la preocupación por el cuidado de los hijos”, explica Leyla Alegría.
Todo eso le pasó a Blanca Osses (31), enfermera de la Urgencia del Hospital Barros Luco, quien apenas vio venir la pandemia pensó en su hija de 10 años y su miedo a contagiarla. Por eso, como medida de protección la llevó donde su mamá mientras durara la atención del Covid. Al comienzo quedó sola en su casa, pero luego llegaron a quedarse junto a ella colegas que también se alejaron de sus familias. Eso la ayudó a estar acompañada. “Para esto, la única terapia es el apoyo de tus pares, tus compañeros de turno que te brindan un abrazo, que al momento de quebrarte te dan consuelo”, comenta Blanca.
Ya van cinco meses lejos de su hija, a quien aún no puede ver. Ha sido, por lejos, lo más duro para ella, además del momento en que empezó a ver a sus propios compañeros contagiarse. “Un día tuve que asumir la jefatura de mi turno, ya que mi jefa se había contagiado, llegando grave a la urgencia y teniendo que atenderla nosotros, sus propios compañeros. Fue un impacto emocional tremendo”, recuerda.
En el Barros Luco están conscientes de los casos de Burnout de sus funcionarios y coinciden en que su manifestación ha sido tardía. “Si bien los efectos podrían haberse generado de manera proporcional al incremento de la presión asistencial, estos se evidenciaron mayormente una vez que los niveles de saturación disminuyeron”, afirma Francisca Muñoz, psicóloga del Programa de Salud del Trabajador del hospital.
Para esto se han implementado una serie de intervenciones psicosociales donde han podido notar que tanto en el Servicio de Urgencia como en UCI son el agotamiento físico, la falta de energía y la dificultad para conciliar el sueño los síntomas que más se han presentado entre sus funcionarios. Muñoz añade que la situación educacional de los niños también ha sido un agente estresor. Algo que lo confirma la encuesta Sochimi: del 60% que dice tener cansancio emocional, un 66% tiene hijos.
Pese a que todavía es pronto para dimensionar cuál ha sido el verdadero impacto en la salud mental de los funcionarios de la red, para el psiquiatra Guillermo Vergara es indispensable que exista un programa de apoyo psicológico. “Debemos esperar que un conjunto de los trabajadores de salud necesite tiempo y apoyo para recuperar su nivel de bienestar previo. El apoyo no solo de tipo terapéutico, sino que también desde el colectivo de pares y de la organización sanitaria. Una mayor cohesión con mejores vínculos laborales y organizaciones con conductas de cuidado del personal favorecerán una mejor recuperación”, señala.
Hace un mes que Camilo Salinas comenzó su tratamiento con ansiolíticos y asegura que de a poco ha mejorado su estado de ánimo. Sabe que el rebrote es inminente y no le teme, pues de alguna manera se enfrentará a algo conocido. Física y emocionalmente.