Ignacia ha estado varias a veces a punto de seguir a su hermana y abandonar el chat familiar. No lo hace aún porque quiere poner a prueba su tolerancia. Pero ganas no le faltan. Las discusiones políticas -cruzadas por Constitución, violencia y desigualdad como temas principales- se han vuelto cada día más frecuentes y difíciles de soportar. El aumento de las noticias falsas, las peleas viralizadas entre civiles -que han terminado a golpes en las marchas del Apruebo y del Rechazo- y los interminables hilos de discusiones por Twitter han venido a recordar un período entre los chilenos que parecía olvidado: ese momento más álgido de polarización que se dio en los 70, cuando muchas familias se terminaron distanciando por pensar ideológicamente distinto.
La sensación de una sociedad dividida ya la comenzaron a percibir algunos: un 20,9% de quienes participaron del último estudio quincenal de Pulso Ciudadano, en octubre, asegura que entre las consecuencias del estallido social ha habido una mayor polarización entre los chilenos y sus visiones de país. Pero aunque se siente como un fenómeno real, y los algoritmos de las redes sociales han actuado como espejismo para reflejar esa impresión, lo que ocurre según el debate académico no sería precisamente una polarización de la ciudadanía. Más bien serían otras formas de polarización nunca antes vistas desde el retorno a la democracia, y que vienen a concluir que ya no es la división de izquierdas y derechas lo que conflictúa a los chilenos.
Una buena muestra, dicen los expertos, la dan las encuestas. En julio, el 82% de la ciudadanía aprobaba un retiro de sus fondos previsionales, según la encuesta Pulso Ciudadano Flash. O en octubre, más de un 80% señalaba estar por el Apruebo en ese mismo sondeo. La conclusión que sacan, entonces, es que pese a la crisis social, sanitaria y económica que está viviendo el país, la polarización está solo en la élite política que ha exacerbado sus posiciones. El sociólogo y cientista político del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), Alfredo Joignant, lo describe así: “Mientras que la mayoría de los chilenos aprueba los consensos sociales como el retiro del 10%, en el Congreso esas discusiones se han polarizado. La élite política está corriendo por un carril desconectado del carril del común de los chilenos y eso se ve con claridad en el tenor del debate legislativo”.
Esta diferencia tendría una explicación, advierten, en que desde hace varios años que a la ciudadanía el eje izquierda-derecha no le hace sentido. No por nada según la última medición de Pulso Ciudadano, el 64% de la población no tiene posición política, y un 60% no se identifica con ningún partido o coalición. Esa teoría es la que más le hace sentido a Ramón Cavieres, director de Activa Research, empresa que hace estas encuestas quincenales. “Las personas están en un cuestionamiento, en una pérdida de credibilidad y confianza de las élites políticas, económicas, y todo aquello que implique privilegios. La población no está ideologizada políticamente, las élites sí, y eso genera desconexión”.
Esa desafección con la política, sumada a la baja participación electoral y a la fragmentación de los partidos con sus conflictos internos, ha hecho que el país esté avanzando hacia mayores niveles de polarización. Así lo es para Mauricio Morales, académico de la Universidad de Talca, quien cree que si bien debiera existir una polarización buena -cuando se discuten dos proyectos ideológicos que luchan por ser elegidos-, hoy los partidos políticos han explotado niveles de conflictos entre ellos con el fin de que sus líderes puedan figurar, dejando de lado la discusión de contenidos. “Cuando colocas a la élite y a los ciudadanos en el eje izquierda-derecha, estado-mercado y liberal-conservador, hay mayores niveles de polarización en la élite que en la ciudadanía. Pero esto es razonable, porque los legisladores se quieren distinguir del otro con el fin de presentarse como individuos autónomos, distintos del resto de los representantes”, explica Morales.
Pero hacer política con mayores dosis de personalismo tiene un costo. Eso, explica Morales, ha hecho que sobresalgan más los liderazgos que funcionan en escenarios de conflicto en comparación con quienes promueven un mayor consenso. Para Cristina Escudero, doctora en Ciencia Política y académica del Instituto de Asuntos Públicos de la UCH, la falta de cohesión entre los sectores “deja libre a los extremos, que puede que sean el mismo porcentaje que los más moderados, pero como actúan solos son mucho más visibles. La mayoría moderada está fraccionada y se ve como algo heterogéneo, entonces la ciudadanía no puede identificarse ahí, porque no ve las salidas para lograr un proyecto común”, sostiene.
Aunque la politización ideológica de la élite aún estaría en un punto que podría considerarse límite para hablar de una polarización. La investigadora del CEP Carmen Le Foulon tiene una mirada más optimista: “Se ve un discurso político que está polarizado, y hay posiciones extremas, pero yo creo que aún el centro no está completamente vacío”.
El retorno de la lucha de clases
Cuando el gerente de Asuntos Públicos y Estudios Cuantitativos de Cadem, Roberto Izikson, piensa en polarización, hay otras formas que se le vienen a la cabeza y que comenzaron a surgir después del 18-O. Para él, de a poco se ha ido generando una brecha entre la élite política, económica, social y el resto de la ciudadanía, que ha estado marcada por el discurso contra el abuso, más allá de la posición ideológica. “Lo que estamos viendo en Chile son indicios del resurgimiento de la lucha de clases, y eso se observa en todos los estudios cualitativos en donde el pueblo identifica a la clase alta como un generador de abusos y de maltrato. Se expresa también en el freno de la política de movilidad social, en la estructuración de que la movilidad social era el proceso para estar mejor, en la redefinición del concepto de la clase media, donde hoy se define como una clase endeudada”, argumenta.
Esto también se ha traducido en grandes diferencias entre la élite económica y la opinión pública a la hora de opinar sobre temas contingentes. Así lo demostró la última encuesta Cadem de agosto. Ante la pregunta ¿qué es más urgente hoy para avanzar en normalizar el país?, un 68% de los directores y gerentes señala que debe ser prioridad restituir el orden público, sin embargo, solo un 22% de la opinión pública coincide con esa medida. Luego, ante el planteamiento "cuando Chile logre superar la crisis, ¿crees que será…? Un 67% de la opinión pública cree que será un mejor país que antes, pero solo un 37% de los líderes económicos piensa lo mismo. Más grande se hace la brecha ante la opción de que Chile será un peor país de lo que éramos: ahí un 48% de la élite económica se identifica con esa respuesta, frente a solo un 12% de la opinión pública.
Hay otro dato que demuestra que en cuanto a percepciones sí habría un aumento de la polarización entre élite versus pueblo, y es el que arrojó la Encuesta Nacional Bicentenario de la UC, publicada en octubre de este año: un 77% de los encuestados cree que existe un alto conflicto entre ricos y pobres. Desde el 2006 que se viene midiendo esta arista, y este año obtuvo el porcentaje más alto, en comparación con el 2019, donde un 67% aseguraba que existía un alto grado de conflicto o incluso en 2018, donde se obtuvo el menor nivel desde que se comenzó a medir, con un 48%. Esa medición para Izikson ha venido a develar una realidad que en Chile parecía olvidada desde el retorno a la democracia: “La élite hoy día siente temor al pueblo, porque no lo conocen. Y el pueblo siente rabia hacia esa élite”.
Lucía Miranda, académica de la UC y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) coincide con esta mirada. Para ella, el dicho “no son 30 pesos, son 30 años” muestra la deuda que la ciudadanía siente respecto de una élite que nunca logró reducir las desigualdades. “Esa fractura creo que alimentó la distancia entre la élite y los sectores populares, haciendo que se asocie a los políticos con la clase más pudiente y, por tanto, con una élite económica objeto ahora de esos rencores”, argumenta. En esa misma línea, el investigador del COES Carlos Meléndez prefiere explicar el fenómeno en el eje establishment (élites) vs. antiestablishment (pueblo): “La primera ha ido perdiendo terreno, mientras que la segunda se ha ido agudizando. Pero la oposición élite vs. pueblo no es “objetiva”, no se basa necesariamente en niveles de ingreso, sino en la percepción de ganadores y perdedores”.
Polarización entre generaciones
Pero existe un tercer tipo de polarización que para Izikson es la más significativa y es la que será más permanente que la división entre la élite y el pueblo: la generacional. “Desde hace dos años, y ya con mucha claridad después del estallido, se abrió una grieta entre la forma en cómo los jóvenes de 15 a 30 años ven y piensan el mundo versus el resto de las generaciones”, dice él. Prueba de ello son las mediciones de Cadem entre octubre de 2019 y octubre de este año, ante la pregunta de si está de acuerdo o no la población con algunos conceptos de movilización y orden público. Por ejemplo, el 70% de los encuestados entre 18 y 34 años manifiesta estar de acuerdo con las evasiones. En el grupo de 35 a 54 años, un 43% las aprueba, y en los mayores de 55 solo lo hace un 27%. Esta diferencia se hace más grande todavía al momento de evaluar a la primera línea: en los más jóvenes, un 79% está de acuerdo con ellos, mientras que en los mayores de 55 es aprobada solo por el 34%.
Desde el COES y la Escuela de Sociología de la UDP, Jorge Atria concuerda con este planteamiento, aun cuando cree que todavía no es tanto como para denominarlo una polarización entre jóvenes y el resto de las generaciones. “Hay una diferencia importante en términos generacionales respecto de cómo encauzar los cambios. Me cuesta hablar de polarización, porque si uno mira los datos, hay porcentajes que son mayoritarios de acuerdo con generar reformas, entonces no veo que la polarización sea completa. Pero existen diferencias en la forma y los ritmos en los cuales los cambios se pueden lograr”.
La encuesta CEP de diciembre de 2019 también aporta un dato respecto de esta diferencia: un 36% señala que a partir de la crisis de octubre se ha generado mucha o bastante tensión entre las personas mayores y las más jóvenes de su familia. Quizás por eso para Roberto Izikson esta forma de polarización será más estructural, ya que “representa un cambio de paradigma que quizás influencie al menos un par de décadas”.
¿Hasta qué punto estas formas de división política, generacional y de clases -que por el momento no han escalado como para definir a Chile como un país polarizado- pueden convivir o, por el contrario, comenzar de a poco a disolverse? En el debate académico coinciden en que estamos muy lejos de llegar a fenómenos de polarización más intensos como los que se están dando en EE.UU. con la lucha entre defensores y opositores a Trump. Pero el académico del Instituto de Sociología UC e investigador del COES, Matías Bargsted, advierte un dato: “Los estudios de EE.UU. demostraron que esa polarización de ciudadanos se dio después de que las élites estuvieron polarizadas por mucho rato, hasta que empezó a decantar en la población general”. Por eso es que existiría un riesgo de que si la élite política permanece polarizada ideológicamente, esta pueda permear a la ciudadanía, aunque Bargsted no lo ve como un destino seguro. El académico pone de relieve que la polarización de la élite política está centrada en una dimensión más bien afectiva que ideológica, en donde prima entre los partidos un ambiente de desconfianza que contribuye a una mala polarización que bloquea las resoluciones y el avance legislativo.
Para algunos expertos, el plebiscito de hoy será la mejor forma para encauzar todo tipo de diferencias. “La polarización élite-pueblo será pasajera, pero compleja de resolver. De alguna manera lograremos llegar a un nuevo pacto y espero que el proceso constitucional sea el camino”, dice Izikson. Para otros, quizás eso no sea suficiente: Jorge Atria cree que este estado de ebullición no se va a desactivar por completo después del referéndum. Será en los próximos meses cuando veremos de qué manera se enfrentan las posiciones posresultados y cómo se van amortiguando. Pero para el académico de la UDP la única salida será aprender a convivir con las distintas visiones. “Eso es un cambio que tiene que hacer la sociedad chilena si se considera realmente democrática”.