Corrimos por las calles y era como un Apocalipsis. Eran las 6 am, pero la gente corría por todos lados. Escuchamos una sirena horrible, muy fuerte. Había aviones sobrevolando Kiev, helicópteros. Todo el mundo estaba sacando efectivo. Teníamos miedo, por eso nos fuimos al metro, que estaba lleno, porque la gente se refugiaba de las bombas”. Es el relato de Viktoria, una ucraniana de 18 años, quien recuerda el 24 de febrero, día en que comenzó la invasión rusa, como si fuera ayer.
Ese día, Vladimir Putin anunció el inicio de la “operación militar especial” en el este de Ucrania, con el argumento de que “Rusia no puede sentirse segura ante la amenaza ucraniana”. La ofensiva, que buscaba evitar el acercamiento de Kiev a Occidente, en especial su integración a la OTAN, ha significado que, hasta el 4 de octubre, 13,7 millones de personas cruzaran las fronteras para huir de la guerra. Los principales destinos: Polonia y Alemania.
Tras huir de Kiev hacia Bila Tserkva, una ciudad del oeste de Ucrania, Viktoria se sintió “segura”, pero rápidamente entendió que esa sensación solo era pasajera y que Bila Tserkva también sería blanco de ataques. “Todas las noches no dormíamos porque había sirenas y no había refugios de bombas en la ciudad, no tiene metro”. Un día, hablando con su madre por teléfono, tomando té mientras miraba las noticias, sintió una gran explosión que rompió las ventanas. “Ahí me di cuenta que no estaba segura”, y el 8 de marzo decidió huir sola, con 17 años en ese momento, hacia Berlín. Su madre intentó convencerla de que se fuera a su ciudad natal. “Mi madre me decía ‘deberías venirte’, pero, ¿para qué? ¿Para morir juntas? No”, dice.
El trayecto hacia Berlín le tomó 36 horas, en tren y bus, pasando por una ciudad al oeste de Ucrania, Lviv, y luego cruzando la frontera con Polonia. “Estaba muy feliz cuando pasé la frontera, y solo fueron como dos metros de distancia. Pero me sentí tan aliviada y tan feliz, que es simplemente imposible describirlo con palabras porque estuve estresada todo el tiempo que estuve en Ucrania. Estaba tan estresada que no podía sostener mi teléfono porque me temblaban las manos. Perdí cinco kilos”, cuenta.
Siete meses han pasado desde que Putin inició los ataques a Ucrania, siete meses en los que quienes huyeron de Ucrania, y quienes se quedaron, han tenido que revivir el miedo, el dolor y la culpa. “Incluso hasta hoy, es difícil para mí socializar aquí porque mi mente todavía está en la guerra allá en Ucrania. La mayor parte del tiempo, es extraño ir por la ciudad y ver a todos viviendo sus vidas cuando sabes que hay una guerra en Ucrania (…). Intento pasar por alto esas cosas y mirar el presente. Pero en algún momento realmente sentí culpa, que podría haberme quedado, podría haber ayudado, aunque he ayudado desde aquí”, dice desde Berlín, Stanislau, un bielorruso de 26 años, que residía en Kiev hace dos años y medio, y que estaba en la capital ese 24 de febrero. “Soy una persona bastante adaptativa, pero en este caso fue realmente mucho para procesar. Primero necesitaba procesar todo lo que significaba la guerra. Lo que pasó allí, y luego necesitaba integrarme a la sociedad aquí”, agrega.
Tras haber empacado equipaje de emergencia, el día que estalló la guerra Stanislau y su pareja también se refugiaron en el metro de la capital. El 25 de febrero comenzaron el viaje fuera del país, tomando un tren de evacuación a Lviv, trayecto que les tomó 12 horas en vez de las nueve que suele durar el viaje. “No nos pudimos subir al primer tren porque había tanta gente tratando de subirse que decidimos no forzarlo y esperar al segundo. Los primeros días subir a esos trenes y tratar de salir de la ciudad, fue una locura”, dice. Una vez en Lviv, intentar pasar a Polonia les tomó casi 24 horas. Decidieron no tomar los trenes y hacerlo en minibuses, y luego 23 km a pie. Una vez en Polonia, desde Varsovia, viajaron hacia Berlín.
La única razón por la que Stanislau pudo salir de Ucrania, pese a la obligatoriedad de que los hombres de entre 18 y 60 años deben quedarse para incorporarse al Ejército, fue por su nacionalidad bielorrusa.
“¿Hacia dónde hay que correr?”
“Cuando llegamos a Berlín, la primera pregunta que me hizo mi hijo cuando ya tuvimos un departamento fue: ‘Cuando suene la sirena, ¿hacia dónde hay que correr?’”, cuenta Maxim, de 29 años, quien salió de Dnipro, al sureste de Ucrania, el 15 de marzo. “Esa es la psicología de un niño de 3 años, su primera pregunta no fue dónde puedo ir a jugar, sino hacia dónde correr, y eso es precisamente de lo que tratamos de escapar”, relata a La Tercera.
Maxim recuerda haberse despertado a las 4 am el 24 de febrero por una notificación en su celular que decía que Putin daría un anuncio importante. Esperó el anuncio y cinco segundos después escuchó los bombardeos. “Entendí que iba a haber una guerra a gran escala, pero pensaba que comenzaría desde la parte este y que las tropas tardarían de 3 a 5 días en llegar a Dnipro, pero fueron solo cinco segundos”, cuenta Maxim, quien viajó con su esposa, su hijo de 3 años y su suegra. Durante 10 días estuvieron durmiendo en el estacionamiento de su edificio con sus vecinos. Un mes antes del inicio de la guerra sabían que algo sucedería y por ello ya tenían listo un equipaje de emergencia y siempre con el auto lleno de bencina. “Estábamos esperando que pasara, pero en realidad no estábamos preparados para ello. Incluso cuando sabes que algo pasará, nunca estás preparado realmente para eso”, dice.
Para Maxim, salir de Ucrania no estaba permitido, pero con la convicción de huir junto a su familia pudieron armar un plan. Hay algunas excepciones para que los hombres de entre 18 y 60 años puedan salir del país y una de ellas es ser el acompañante de un niño con discapacidad. El hijo de una amiga de ellos tiene una y la madre del niño ya había salido antes de Ucrania, sola. Tenían todos los documentos que acreditaban que Maxim era ahora el acompañante del niño. Así pudo cruzar.
Ya en Alemania, Maxim ha intentado reorganizar la empresa que había construido en Ucrania hace siete años, de producción de insectos beneficiosos para matar pestes. Desafortunadamente, el sitio de producción estaba al lado del aeropuerto, por lo que recibió bombardeos. Ha seguido en contacto con sus colegas y trabajan hoy para reorientar la estrategia para el mercado europeo. Pese a que su plan a largo plazo es volver a Ucrania, a corto plazo no hay muchas certezas. “El plan a corto plazo siempre cambia porque pensaba que la guerra terminaría este verano y no sucedió. Pero mi lugar de residencia probablemente será Ucrania si todo va bien con la guerra y no hay un gobierno ruso o uno que apoye a Rusia”, dice.
La necesidad de volver
Vlad, de 26 años, vivió la noticia de la guerra a distancia. Para el 24 de febrero estaba de vacaciones con su pareja en Sri Lanka. Desde entonces que no ha vuelto a Ucrania. Sin saber muy bien a dónde ir, el plan fue comprar el vuelo más barato a alguna capital europea. Así llegó a Berlín. “Ahora veo que es más seguro volver, pero nunca se sabe realmente lo que Putin tiene en su retorcida cabeza”, dice. “Tan pronto como la victoria llegue para Ucrania, volveré. Extraño muchísimo, como nunca antes. Cuando tenía 18 siempre quise venir a vivir a Europa (Occidental), pero ahora siento que no”.
Una encuesta de la Agencia de la ONU para los Refugiados, del 13 de julio, mostraba que la mayoría de los refugiados querían regresar a Ucrania lo antes posible, apenas la situación de seguridad mejorara. A la fecha, del total de 13,7 millones de personas que salieron desde el 24 de febrero, 6,4 millones han regresado.
Aunque Vlad quiere volver lo antes posible, su situación es más complicada porque si retorna tendría que ser reclutado por el Ejército, lo que no está en sus planes. Tiene un trabajo como informático remoto para Ucrania: “Ucrania obtiene más beneficios de mí si es que pago impuestos y dono dinero, en vez de si fuera a la guerra”, justifica. “Pero si la guerra termina mañana, me devuelvo mañana”. Y es que la guerra lo tocó directamente. Su primo vivía en Bucha, un suburbio de Kiev, que fue escenario de una masacre por parte de las fuerzas rusas donde murieron al menos 450 personas, entre ellos el primo de Vlad. “Lo asesinaron y enterraron”, asegura. Pero ni Vlad ni su familia saben ni sabrán cómo murió exactamente, ya que fue encontrado en junio, mucho después de que las tropas rusas se retiraran de Bucha.
Su familia en Ucrania huyó a Polonia tras el estallido de la guerra, pero ya decidieron volver a Kiev. “Ya han pasado siete meses y todas las mañanas me despierto y reviso todas las noticias en Telegram. Golpea muchísimo, desencadena mucho en mí. Una vez más te recuerdas por qué odias a Rusia”, sostiene.
Pero, así como Vlad, Stanislau también tiene en sus planes volver pronto, de hecho, ya tiene pasajes para mediados de octubre. “Extraño mucho Ucrania en este momento. La gente aquí está viviendo un tipo de vida muy diferente. Ha sido un poco inquietante, pero ahora me estoy acostumbrando. Pero estoy seguro de que cuando regrese a Kiev, estaré en la misma sintonía con todos los que están ahí. Y es que muchos buenos amigos míos y colegas se quedaron y los extraño mucho a todos. Extraño mucho Kiev”, dice. Eso sí, asegura que le da un poco de temor: “Todavía estoy un poco asustado. Rusia en este momento es impredecible, pero hay muy buenas noticias ahora con el contraataque de las fuerzas ucranianas. Sé que hay mucha seguridad alrededor de Kiev y sistemas antiaéreos y todo ese tipo de cosas”.
Y es que no solo el extrañar sus casas, sus familias y amigos los hace querer volver. La dificultad de adaptarse a una nueva ciudad y un nuevo país ha golpeado sus vidas, especialmente en calidad de refugiados de guerra. “Mucha gente pregunta en simples conversaciones: ‘¿Tu familia está bien?’, y en realidad no entienden que esa persona puede haber perdido a alguien, o quizás sus papás fueron asesinados. Estoy harta de esas pequeñas conversaciones. ‘¿Tu familia está bien?’. No, están en refugios de bombas”, dice Viktoria.
Por otro lado, los europeos temen por el incremento de las cuentas de electricidad este invierno, un tema que es recurrente en las conversaciones con los mismos ucranianos. “No me gustan las conversaciones sobre el incremento de los precios ‘a causa de Ucrania’. No, esto pasó por culpa de Rusia. La situación es en Ucrania, la guerra es en territorio ucraniano, pero es por los malditos rusos”, sostiene Maxim. Lo mismo dice Vlad: “Muchas personas aquí se quejan de que subirán las cuentas de electricidad y odian a Ucrania por eso, pero no es nuestro problema. Es culpa de Rusia”.
Lejos de su país, Viktoria se siente orgullosa de ser ucraniana. Sabe que viene de una nación a la que le ha tocado situaciones como la anexión de Crimea por parte de Rusia, la guerra de Donbás y la revolución en 2014 en contra del Presidente Víktor Yanukóvich, quien buscaba estrechar lazos con Rusia. “Tuvimos la revolución en 2014 y los rusos dicen que EE.UU. hizo esta revolución y la gente no quería. Pero, sinceramente, es un orgullo esa revolución”, cuenta. Viktoria resume en una frase toda la situación que Ucrania ha tenido que vivir y al ver su vida comparada en Alemania: “La gente en Europa tiene su libertad gratis, son libres y eso es todo. Pero en Ucrania, la gente lucha por su libertad”. “Espero que esta guerra sea la última, de verdad lo espero”, dice Vlad, quien busca moverse a Portugal hasta que la guerra termine y pueda regresar.