A la doctora Carol Ortiz (42 años) no le sorprendió el fuerte dolor que sentía en las piernas. Cuando niña había tenido problemas en sus caderas y solía sufrir malestares cuando caminaba mucho. El día anterior -el lunes 16 de noviembre- había realizado un largo turno en el Hospital Clínico Fusat de Rancagua, donde trabajó de pie casi toda la jornada. Lo extraño era que había tomado varios analgésicos y ninguno daba resultados. Entonces llamó a su amiga y colega Francisca Perales, para pedirle que fuera a su departamento, en Providencia, a aplicarle una inyección intravenosa.
Las dos se quedaron tomando once después de realizar el tratamiento. Nada parecía fuera de lo común.
-Si el dolor sigue, llámame- se despidió Perales.
El miércoles en la mañana, Ortiz despertó con dolor en todo el cuerpo. Llamó a su amiga por teléfono y le contó lo que pasaba. Empezaron a pensar seriamente que podían ser síntomas de Covid-19. No tenían idea dónde pudo haber sido contagiada. Estaba tomando días libres de su trabajo en el Hospital de La Florida, pero no había tenido ningún contacto estrecho en ese tiempo.
-No, no creo. Llevamos ocho meses en esto, ¿cómo ahora voy a contagiarme? -dijo ella.
-Avísame si tienes fiebre, si te duele la cabeza. Avísame y te llevó a la clínica -le respondió su amiga.
Durante la tarde los problemas se agudizaron. Tenía fiebre de 38 grados y problemas para respirar. Entonces decidieron ir a la Urgencia de la Clínica Alemana. Llegaron a las 18 horas. A Carol le hicieron un escáner y muestras de sangre. Se dio cuenta de inmediato que el contagio era más grave de lo que había imaginado. Así se lo hizo saber a Francisca Perales.
-No puedo creer que me haya dado esta huevada. Después de ocho meses luchando con esta mierda -decía Ortiz mientras lloraba.
Las dos amigas se despidieron con un abrazo a medianoche.
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Los amigos y la familia coinciden: la historia de la doctora Carol Ortiz está marcada por metas cumplidas paso a paso. Fue la primera estudiante universitaria de su familia. Entró a Medicina en la Universidad Católica y pagó la carrera trabajando al mismo tiempo. También fue un pilar para sus dos hermanos menores, a quienes cuidaba con atención.
Esa forma de ser también la mostraba en su trabajo. “Ella hacía las cosas porque le nacían, para ayudar al otro. Eso fue algo que manifestó en su vida personal y en lo laboral”, comenta Pablo Tapia, jefe técnico de la Unidad de Pacientes Críticos (UPC) del Hospital de La Florida.
Cuando Carol empezó a trabajar como doctora, en el CRS de Maipú, les compró una casa a sus padres en Maipú y ayudo económicamente a sus hermanos. Cumplió el sueño de viajar a Europa y Tailandia.
“Era una profesional muy matea, tenía mucho conocimiento. Por otro lado, en lo práctico, en meter mano a los pacientes, era súper prolija. Desde el punto de vista práctico y académico era muy eficiente. Cualquier duda que yo tenía, le preguntaba a ella. Le decíamos la mamá, era la mamá de la unidad”, asegura Sebastián del Solar, colega de la doctora.
Carol trabajó en el CRS de Maipú, en la Clínica Las Lilas y en el Hospital de Carabineros. Actualmente, hacía turnos en el Fusat de Rancagua y en el Hospital Clínico Dra. Eloísa Díaz I. de La Florida, donde era jefa técnica de la UPC. Siempre manifestó el deseo de trabajar en las emergencias. Quería salvar vidas.
“Si había que quedarse cinco horas extras de su jornada laboral, lo hacía sin que le pagaran un peso”, asegura Pablo Tapia.
Como doctora destacó por sus diagnósticos certeros y por establecer vínculos con sus pacientes. Hacía gestiones para conseguir medicamentos cuando no le correspondía y lloraba junto a los familiares de quienes estaban mal. Gestos que no eran parte de su trabajo y que tampoco eran habituales en otros doctores, como recuerda Daniel Morales, jefe de la UPC Adultos del Hospital de La Florida: “Una vez llegó una mujer inmigrante que tenía un muy mal pronóstico por un cáncer. Estaba sola en Chile. Ella nos propuso trabajar especialmente para darle un poco más de tiempo, para que su familia en Colombia pudiera venir a despedirse. Nos convenció a todos de eso”.
La mujer sobrevivió por un mes más de lo pronosticado. Aunque no pudo reunirse con sus seres queridos, la lucha de la doctora Ortiz por esa paciente quedó en el recuerdo del resto de los médicos de la UPC.
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En tiempos normales, en la UPC del Hospital de La Florida había 11 camas destinada a los pacientes de mayor gravedad. El peak de contagios por coronavirus obligó a aumentar a 58 las unidades. El equipo destinado a ese lugar se vio enfrentado a una situación desconocida. Día a día llegaban pacientes con quienes debían trabajar para salvarles la vida.
Carol Ortiz dejó de ver a su familia y a su perro, a quien dejó con sus padres en marzo. Les hacía visitas sin entrar a la casa para dejarles mercadería. Tomaba todas las precauciones para no contagiar a sus seres queridos.
“Ella estaba mal. Conmigo hablaba cada vez que salía de un turno, la acompañaba mientras se iba para la casa. Al principio sí, estaba muy afectada. Con esta enfermedad no hay mucho que hacer”, comenta su hermana Paola.
“Recuerdo haber terminado una jornada larga de trabajo y de la nada habernos mirado (con Carol) y habernos puesto a llorar. Habernos dicho que, en el fondo, nunca habíamos vivido una situación en la cual, a pesar de dar el 200% de tu esfuerzo, había tantas personas que igual se morían. Eso te daba una sensación de frustración”, dice Francisca Perales, jefa técnica en la UPC.
Para el equipo de la UPC, la situación fue tan compleja que pidieron apoyo a los siquiatras del hospital. Hacían terapias grupales para encontrar herramientas emocionales para enfrentar la pandemia.
Cuando uno de los contagiados mejoraba, era un triunfo, una alegría en medio de la oscuridad.
“Lloramos juntos. Es una cuestión atroz, impresionante, la historia de cada paciente, la familia. Nos tocó familiares de funcionarios que fallecieron, dar malas noticias, fue durísimo”, recuerda Sebastián del Solar, jefe técnico de la UPC.
La doctora Ortiz era de las más afectadas. Lo notaban en su cara, en su estado de ánimo. Hacía muchas horas extras, porque el trabajo nunca terminaba. Había una especie de pacto entre todo el equipo: cuando la pandemia pasara, ella sería la primera en tomar vacaciones. Carol decía que estaba agotada.
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El doctor Daniel Morales estaba de turno en la Clínica Alemana la tarde del miércoles 18 de noviembre. Fue quien atendió a Carol, su colega en el Hospital de La Florida, cuando llegó con evidentes síntomas de Covid-19. Le hizo el examen, vio su escáner y conversaron.
“Le transmití tranquilidad, cariño, que la iba a sacar adelante. Nosotros habíamos sacado pacientes de extrema gravedad. Lo que le decía era que también podía salir adelante. Era joven y no tenía patologías crónicas”, cuenta.
Por su experiencia, Ortiz tenía claro que sus exámenes eran complejos. El doctor Morales también lo sabía. La enfermedad había avanzado mucho. Ese día, antes de ser intubada, habló con sus compañeros de trabajo para encontrar calma.
“Me dijo que estaba súper asustada, nos expresamos el cariño de amigos, le agradecí por todo lo que me había enseñado, lo que había entregado por mí y le dije que sabía que iba a salir bien. Esa fue mi última conversación”, dice Sebastián del Solar.
La doctora murió el viernes 20, a las 19.30. Fue por una hemorragia intercraneana. Según su certificado de fallecimiento, padeció una neumonía con Covid.
La noticia causó conmoción en quienes la conocían. En el Hospital de La Florida organizaron varios homenajes, con ambulancias en fila prendiendo sus luces, velas en el frontis, misas, carteles e ilustraciones para recordar a la doctora. También, a partir de esta semana, la unidad de pacientes críticos de la Fusat Rancagua llevará su nombre: doctora Carol Ortiz Gutiérrez.
El último informe epidemiológico sobre la pandemia entre el personal de salud es del 25 de septiembre. Los números indicaron que había 3.750 profesionales contagiados y 72 fallecidos. Por otra parte, el Colmed maneja la cifra de 19 médicos fallecidos hasta hoy.
“Ella es una mujer joven, sana. Bajó la guardia y contrajo la enfermedad fuera del hospital. Yo creo que ese mensaje de juventud, energía, vitalidad, conocimientos, no nos hace inmunes a esta enfermedad”, dijo el subsecretario de Redes Asistenciales, Alberto Dougnac.
Sus declaraciones, que en principio eran para expresar condolencias, causaron indignación en varias de las personas que conocieron a la doctora Ortiz.
“Vuelvo de enterrar a mi hermana, prendo la televisión y veo esto. Uno no espera mucho de las autoridades del país, pero igual. Fue horrible. Y no solo para nosotros, una falta de respeto e indolencia para el gremio”, dice Paola Ortiz.
“Ella trabajó seis u ocho meses y le estás diciendo que no supo hacer su trabajo. A eso se dedicaba, era lo que hacía todos los días. Se desvivió para salvarle la vida a la gente durante todos los meses. ¿Y me estás diciendo esto? Lo encontré idiota, ridículo”, sentencia Francisca Perales, quien se encuentra en cuarentena y sin síntomas tras haber acompañado a su amiga contagiada.
Quienes estuvieron con Carol descartan que pudiera haber “bajado la guardia”. Son enfáticos en señalar que estaba tomando los mismos cuidados que en los peores momentos de la pandemia. Siempre estuvo alerta; consciente de lo duro de la enfermedad y que podía enfermar a su propia familia.
“Si pudiera decir algo, es que agradezco a todo el mundo, he recibido tanto apoyo, tanto cariño y tanta preocupación. Y eso no lo van a empañar”, dice Paola Ortiz.
En el Hospital de La Florida aún guardan algunos documentos que pertenecieron a Carol Ortiz. Entre ellos, tres libretas en las que anotaba cada detalle de sus pacientes. Aún no está claro si la familia los guardará o si quedarán en ese lugar, como una especie de recordatorio sobre aquellos días en que la doctora y su equipo enfrentaron lo peor del coronavirus.