“Tras cada acto médico hay una mano espiritual”

El jefe de la Unidad de Paciente Crítico del Hospital Barros Luco, Luis Castillo, relata el difícil caso: “Una paciente muy joven que tenía infección por coronavirus y que había hecho una falla respiratoria catastrófica. Llegó al hospital prácticamente agonizando, la función de su pulmón era cercana a cero”.

Tatiana Puel (24) se había sentido mal días antes. Eran los malestares de un resfrío fuerte. Incluso, se había desmayado y había ido al consultorio de su barrio, donde le entregaron medicamentos y le indicaron reposo.

Pero la madrugada del 28 de mayo, la persistente tos que la agobiaba asustó a su familia. “Le fui a preguntar si se sentía mal y dijo que no. Minutos después estaba inconsciente. Fue muy rápido. Yo salí a la calle gritando, pidiendo ayuda, un auto para llevarla al hospital”, cuenta su madre, Myriam Mancilla.

La joven no solo fue puesta en ventilación mecánica. También necesitó ser conectada a un equipo Ecmo, un soporte extracorpóreo que oxigena la sangre y la devuelve al sistema circulatorio. Era la primera vez que en el Hospital Barros Luco se usaba esta tecnología. “El mismo virus le había bloqueado la función del pulmón. Cuando la vi, le predije un riesgo de mortalidad cercano al 95%. Si ella no entraba a Ecmo en ese momento, su posibilidad de vida caía a cero”, cuenta Castillo.

Tatiana permaneció tres semanas en condición grave, con riesgo vital, hasta que lentamente fue recuperando su capacidad respiratoria. En su casa, impedida de verla, su madre aguardaba los llamados que a diario le advertían desde el hospital que estuviera preparada, que estaban haciendo todo lo posible por su hija, pero que su condición era crítica y su desenlace incierto.

En total, estuvo hospitalizada entre el 29 de mayo y el 17 de julio. A casi un mes de su ingreso pudo salir de la UCI. Y cuando despertó, le explicaron lo que había pasado.

“Desperté asustada, no sabía dónde estaba. Cuando dormía tenía pesadillas”, recuerda.

La paciente fue dada de alta con secuelas motoras que están en tratamiento: “Me he ido recuperando de a poco. Estoy haciendo ejercicios con una kinesióloga. Ya puedo caminar, pero aún cojeo”.

Según le han explicado, son habilidades que podrá recuperar. “Vamos a seguir, con esfuerzo, para sacarla adelante, porque para eso ella resistió todo. Ella quería seguir en la tierra”, dice su madre.

Para Castillo, no todo tiene explicación lógica. “Yo creo que detrás de cada acto médico hay una mano espiritual que ayuda a los enfermos y que guía al equipo para que estos casos terminen a salvo. Esta niña estuvo dependiendo de este pulmón externo por dos semanas. Sin esto, se muere. Ahora ella está bien, recuperándose en su casa y con muchas posibilidades de poder llevar una vida normal”.

“Mi hijo me salvó la vida”

Hasta hoy, Juana Millaqueo (34) no sabe cómo se contagió. Ni su marido ni sus hijos se enfermaron. Solo ella, y pese a que había extremado los cuidados por una razón: estaba embarazada de su cuarto hijo.

Primero se sintió mal. Tenía dolor en todo su cuerpo y se cansaba. Con los días, el malestar empeoró y comenzó la fiebre. El 17 de junio sintió que no podía respirar y se desesperó.

Sus familiares corrieron con ella al consultorio y desde ahí la derivaron al Hospital Parroquial de San Bernardo. Era el peak de la pandemia, la holgura en la red asistencial era mínima y recuerda haber estado una noche hospitalizada en una camilla. Tres días después la trasladaron a la Clínica Las Condes, donde llegó grave. “Era como una pesadilla, me sentía muy mal. Recuerdo haber estado boca abajo y nada más, después perdí el conocimiento. Desperté a los 12 días y me explicaron dónde estaba, me dijeron la fecha. Yo no podía creerlo, no entendía nada. Pregunté por mis hijos, mi marido y mi guagua en la guatita”.

“Juanita”, como la nombran con cariño en la clínica, cuenta que en el momento más oscuro, cuando sentía que ya no daba más, tuvo una visión de su guagua. “Me vi con mi hijo al lado, ya nacido, en la misma cama y sentía que si me dormía, él se iba a caer. Sabía que no podía dormirme, que tenía que luchar por mantenerme despierta. Fue bonito, mi hijo me salvó la vida”.

El ginecólogo Rogelio González la recibió en su ingreso a la clínica. “Ella llegó con 25 semanas de embarazo. Muy grave, en estado crítico, con una neumonía bilateral. Se intubó e ingresó a la UCI. Allí estuvo poco más de una semana, en que estuvimos tratándola a ella y monitoreando muy de cerca a su hijo. En las embarazadas se ha visto que un 6% necesita cuidados intensivos y el 3% ventilación mecánica. A ella le tocó ese pequeño porcentaje, que tiene un riesgo vital tremendo”, cuenta el profesional.

Poco a poco, la paciente fue mejorando, hasta su alta, el 11 de julio. Salió sin secuelas y bordeando las 30 semanas de gestación. Mantuvo por esos días controles estrictos, maternos y fetales, en la red pública y la privada. Hasta que la semana pasada volvió a la Clínica Las Condes para dar a luz a su hijo, con el mismo médico que la acompañó en su fase crítica. Y en un parto normal, el sábado 12 de septiembre nació Dylan, con tres kilos 180 gramos, perfectamente normal, salvo una particularidad positiva: “Nació con anticuerpos contra el coronavirus, con defensas propias, las desarrolló en el útero. Es decir, existió un traspaso viral de la mamá a la guagüita durante el embarazo y Dylan montó una respuesta inmune adecuada con sus propios anticuerpos. Hay muy pocos casos descritos en el mundo de transmisión transplacentaria demostrada, por lo que este es un caso que probablemente mostraremos a la comunidad médica en una publicación científica”, cuenta el ginecólogo.

La madre del pequeño dice que se siente bendecida. “Tenía miedo de cómo podía venir él y fue un alivio ver que estaba sanito. Estoy agradecida de todo, de todos. De estar viva, de haber podido sobrevivir y volver a mi familia. Yo luché, no dejé de pelear, pensando en mi hijo y en ellos”.

“Ya habían muerto su madre y su hermano de coronavirus. A él teníamos que salvarlo”

Sebastián Ugarte, jefe de la Unidad de Paciente Crítico de Clínica Indisa dice que Omar Aránguiz (67) es un caso emblemático: “Sus familiares gestionaron el traslado. A mí me llamaron para contarme su historia: pocos días antes habían muerto su madre y su hermano por coronavirus. Él estaba internado, grave. Sus hijos estaban angustiados con todo lo que había pasado. A él teníamos que salvarlo”. En esa coordinación, Ugarte recuerda una llamada en especial: “Esto es como rescatar al Soldado Ryan, me dijeron para convencerme. Era el 16 de mayo, estaba casi todo lleno, en todas partes. Sabíamos que él estaba muy mal, que todas las posibilidades iban en contra, pero le armamos una cama”.

Cuando llegó a la clínica se calculó su posibilidad de sobrevida: menos de 12%. “Llegó casi en paro respiratorio. Media hora más y habría fallecido. Hizo una neumonía con una falla respiratoria grave, shock séptico, falla renal, polineuropatía y un síndrome inflamatorio multisistémico”, dice Ugarte. “Hicimos de todo. Incluso, terapias experimentales. Pero hay un medicamento que es fundamental: infinito cuidado y una enorme paciencia, porque fueron tres meses”, añade.

Aránguiz estuvo hospitalizado entre el 16 de mayo y el 18 de agosto. Días antes de agravarse había asistido al funeral de su madre, Eliana (89). Al de su hermano Roberto (64) no pudo ir, por los malestares que ya estaba desarrollando. “Me sentía resfriado. Recuerdo que me acosté y no supe más de mí, hasta que me llevaron de urgencia a la clínica. Luego desperté, 60 días después. Y fue tremendo. Pero para mi familia, peor: yo dormí dos meses, ellos sufrieron todo ese tiempo”.

Rodrigo Aránguiz, su hijo, cuenta que fue un largo y duro camino. “No podíamos verlo. Por mucho tiempo estuvo grave, los días eran iguales, sin evolución, y nosotros con el miedo de que también se fuera a ir”. Hasta que recibieron una llamada que les devolvió la esperanza: “Mi papá había despertado. Pero fue difícil, porque hubo dos veces en que volvió a enfermarse gravemente. Fue así, con altos y bajos, hasta que por fin lo sacaron de la UCI y empezó a recuperarse consistentemente”, recuerda.

Omar ya está en su casa, en un programa de hospitalización domiciliaria. Tiene diferentes terapias, principalmente para recuperar la movilidad de un brazo y la fuerza muscular. Ambas con buen pronóstico. “Yo tenía una rutina súper agitada, mucho trabajo, siempre corriendo. Ahora quiero pensar lo que viene por delante, lo que quiero hacer. Lo único que tengo claro es lo que no quiero: seguir como antes. Quiero aprovechar esta nueva vida que tengo y disfrutarla junto a mi familia”.