“Tengo a la vista 17 libros sobre el estallido social del año pasado”, escribía en octubre de 2020 Arturo Fontaine para la revista Letras Libres. De esos 17, agregaba, “me parece que el más iluminador y profundo es El porvenir se hereda. Fragmentos de un Chile sublevado, de Rodrigo Karmy”.
Aclaraba el exdirector del CEP, colega de Karmy en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, que la mirada de este último “es radical, de izquierda”, y que su libro -compilación de textos para El Desconcierto y otros medios- “está escrito al fragor de lo que va aconteciendo”. Destacaba, asimismo, el hecho de que el autor hablara de “la violencia redentora” y que describiera lo ocurrido el 18-O como “un momento destituyente” que, como tal, “no cristaliza en un poder”. Que es una “revuelta” o “asonada” que “no instaura, sino revoca”.
Cuenta hoy el académico del Centro de Estudios Árabes de la señalada facultad -en el living de su departamento, al costado norte de la plaza Las Lilas-, que El porvenir… fue un libro escrito “casi accidentalmente”. En propiedad, su investigación sobre “la cuestión de la revuelta” partió en 2010 y sólo tomó la forma de un libro en 2020, con Intifada, acerca de la Primavera árabe (intifada quiere decir revuelta o levantamiento popular).
En ambos volúmenes echó mano Karmy a un repertorio teórico-conceptual originado en distintos saberes que lo ayudaron a ensayar explicaciones e interpretaciones. Otro tanto ocurre con El fantasma portaliano. Arte de gobierno y república de los cuerpos, recién publicado. Con un prólogo de la premio nacional de Literatura Diamela Eltit (quien habla de un “viaje político y cultural esclarecedor”), este ensayo bebe de aproximaciones sicoanalíticas, filosóficas e historiográficas. ¿Hace falta iniciación en el tema y sus conceptos? No está de más. El autor ayuda, en todo caso:
“La cuestión fundamental del fantasma portaliano es que el imaginario oligárquico chileno está constituido por una concepción portaliana del orden que implica tres articulaciones fundamentales: una concepción del saber (solamente quienes tienen virtudes y pertenecen a la oligarquía saben lo que el país necesita), una concepción del poder (solo los que pertenecen a la oligarquía, que tienen virtudes, según Portales, pueden ejercer el poder) y la constitución de un sujeto totalizado, un cuerpo totalizado que se identifica con el imaginario nacional. Por lo tanto, el imaginario nacional sería el de una nación unívoca, homogénea, sin grietas, sin quiebre”.
El imaginario portaliano, plantea el académico, “es un imaginario antipopular, en el sentido de que priva a los pueblos de Chile de ejercer deliberación y ejercer cartas de ciudadanía”. Y el propio ministro Portales Palazuelos “es el violador de la república, que constituyó una república de la violación. Y cuando digo violación, estoy citando al propio Portales en su famosa carta donde se sitúa en una posición masculina frente a la Constitución, situada en un lugar femenino, tratándola de señora que puede ser violada cuando las circunstancias lo ameritan”.
El portalianismo, sostiene, “no instala un gran concepto de Estado, sino más bien un preciso arte de gobierno que transforma a las potencias populares –”la república de los cuerpos”- en cuerpos inertes. Eso es lo que Portales llama, en otra famosa carta, el peso de la noche. Desde el punto de vista portaliano, el pueblo es un agente pasivo, que no puede ejercer la política”.
Gabriel Salazar ha hablado de la necesidad de “ajusticiar el fantasma de Portales”. ¿A qué se refiere usted con destituirlo?
Lo que hizo la revuelta de octubre fue destituir parcialmente el fantasma portaliano: destituir el control que la oligarquía tiene sobre la vida política del país. La revuelta de octubre nos abrió otras posibilidades de imaginar. La revuelta es la afirmación de la imaginación popular, que inventa otros modos de ser en el mundo. Y, de una manera más radical, esa invención tiene que ver con ir y atravesar, sin miedo, el fantasma portaliano, cuyo efecto más primario es la producción de miedo. Diría, también, que la revuelta es un momento radical de pensamiento popular. Es el momento en que el pueblo piensa radicalmente acerca de sus prácticas y de sus discursos.
Gran parte de los intelectuales de la oligarquía, sin embargo, no logra entender este asunto, instalando esta maquinaria de la sociología del orden, instalando esta circularidad entre violencia y anomia. Toda la episteme de la sociología del orden no ha podido salir de la idea de la violencia y del orden. Pero la revuelta no plantea soluciones: la revuelta plantea un problema, una pregunta, una inquietud radical, porque suspende el tiempo histórico y permite que el país piense en su propio devenir.
¿Intelectuales como usted serían, entonces, unos notarios de las aspiraciones colectivas? ¿No hay algo contraintuitivo ahí?
El carácter averroísta del pensamiento funciona así: tienes una potencia colectiva que necesita de la imaginación para cristalizarse de manera singular. Pueden ser los intelectuales, o determinadas organizaciones, o determinados artistas, pero siempre se cristaliza algo del pensamiento a través de la imaginación de manera singular. ¿Es esto contraintuitivo? Totalmente. Pero precisamente en eso consiste la filosofía: desafiar lo que aparece como algo natural.
“El 18 octubre [de 2019] debe ser recordado como el día del triunfo popular”, escribió en un artículo que figura en El porvenir se hereda. ¿Cómo debe ser recordado el 4 de septiembre de 2022?
Como el principio de la restitución del fantasma portaliano. El portalianismo no es un régimen de gobierno, sino un fantasma que articula un arte de gobernar. El portalianismo es flexible y adaptable a los vaivenes y las transformaciones del capital. En el siglo XIX funciona como el ministro que establece una manera de enlazar el Estado con el capital. Él mismo era un empresario fracasado y un político exitoso, al revés de Piñera. El fantasma portaliano se modifica con el tiempo, pero permanece siempre su núcleo duro, que es el ethos autoritario, como se ve en 1833, 1925 y 1980.
¿Cómo se da esa restitución?
El triunfo del Rechazo puede ser leído en varios niveles. En primer lugar, fue una falsa elección, por así decirlo: no se elegía, simplemente, la esperanza versus el orden, o transformación versus orden. Incluso, la propia campaña del Apruebo estuvo sostenida en la idea de orden, porque intentaba competir con la campaña del Rechazo manteniendo la idea de certidumbre. Entonces, estuvimos presenciando una elección donde sólo se podía elegir una concepción del orden.
¿Una sola?
Una sola concepción del orden, que es la concepción portaliana. El plebiscito del 4 de septiembre tiene que entenderse como la consumación de un proceso que comienza en el 15 de noviembre de 2019. El momento más importante del triunfo de los pueblos de Chile fue la elección de convencionales del 15 de mayo [de 2021], y los que ganaron el 4 de septiembre perdieron el 15 de mayo. Hoy asistimos al triunfo de esos derrotados, y ahora se abre otro ciclo histórico con otras luchas. No creo que esté del todo restituido el fantasma portaliano, pero están las condiciones, muy asentadas, para que este se rearticule de otra manera.
Ahora, la campaña del Apruebo fue estipulada a base de la certidumbre, no de la transformación o de la esperanza, y eso es un efecto del intento de restitución oligárquica que viene del 15-N, donde la fuerza de los pueblos quedó atrapada en los torniquetes, para decirlo en la jerga de la revuelta. Ahí tienes una campaña a la cual se le ha expropiado la lengua, que habla en la lengua del poder cuando tenía que ofrecer esperanza y transformación. Y la gente, entre el envase original y la copia, prefirió el envase original.
¿Qué explica el triunfo del Rechazo?
No se puede aceptar la tesis de que el pueblo es tonto, que no leyó la Constitución, etc. El Apruebo optó por la figura del orden, no por la transformación. Y entonces, ¿cómo cobra sentido en el mundo popular una Constitución que no responde a sus demandas, pero que más encima le dicen que no traerá más que lo mismo (el orden, la certidumbre)? El mundo popular es el que quedó fuera, cuestión que, en parte, se expresó en que durante la redacción del preámbulo de la nueva Constitución se borró la referencia al estallido social. ¿Por qué las transformaciones propuestas por la Convención fueron amenazantes para ese mundo? Precisamente, porque quedó fuera de su proceso y, al ser la transformación amenazante y no encontrarle sentido, vota orden: vota Rechazo. Pero eso no significa que no demande transformación.
¿Dónde ve las causas de ese resultado?
Hay varios análisis de las causas que son mucho mejores de los que yo podría ofrecer. En mi lectura, prefiero cambiar causa por efecto. ¿Qué es el 4 de septiembre? El efecto es doble: una “restitución oligárquica”, si se quiere, pero a la vez, un nuevo despertar de luchas sociales -que no será lo mismo que la revuelta de octubre de 2019- expresadas desde los primeros días por los estudiantes en las calles exigiendo que se respete el carácter democrático del proceso. Es decisivo esto por dos cosas: 1) el abismo entre oligarquía y pueblo se mantiene, incluso, más allá de los resultados electorales y, por tanto, el proceso de luchas continuará y no será “suturable” de una vez y para siempre “desde arriba”, y 2) vuelve Platón: en La República, recurre a la figura del filósofo como una forma de impedir que el gobernante devenga tirano. ¿No es precisamente esa figura la que se cristaliza hoy en los estudiantes secundarios? ¿No están ellos ocupando la posición del filósofo al exigir el carácter democrático del proceso, diciéndole a la oligarquía “no se arreglen entre ustedes”? El 4 de septiembre es un momento en que, más que la Constitución propuesta, se aplasta el proceso democrático.
Si esto no va a ser como el movimiento de octubre de 2019, ¿qué piensa que va a ser, y con qué grado de legitimidad? ¿No puede el ánimo social, inflación e inseguridad mediante, convertir el revival estudiantil en un disparo en el pie?
El devenir de los procesos sigue siendo ingobernable y estaría por verse si se trata de un nuevo despertar. Pese a que el plebiscito del día 4 ha sido el intento por restituir el control oligárquico sobre el proceso (fue un golpe oligárquico de tipo civil), este sigue resistiéndose a ello, sobre todo si es la misma clase política, cargada de ilegitimidad, la que intenta llevarlo adelante. No me extrañaría la posibilidad de que, frente a la nueva propuesta constitucional que pueda surgir, advenga un nuevo triunfo del Rechazo, porque el problema actual se puede resumir así: ¿cómo dotar de legitimidad al sistema cuando el propio plebiscito delegó esa responsabilidad en el sector con mayor grado de ilegitimidad (la clase política)? Por eso, de la reciente aparición de los estudiantes en la calle no me interesa tanto la cuestión de si tendrán o no legitimidad (que sería un análisis muy juristocrático, aunque no irrelevante), sino el problema de cómo el orden sigue supurando a “los que sobran”.
Lo que pasó el 4 de septiembre, ¿le parece menos democrático o menos legítimo que lo ocurrido para el estallido?
La elección de la Convención fue una cuestión inédita que el pueblo le impuso a la clase política, al partido portaliano: lo pilló por sorpresa, lo pilló volando bajo, y el partido portaliano no tuvo otra opción que ceder. Pero cedió hasta ciertos cánones, porque lo que se exigía en las calles era una asamblea constituyente, y lo que terminó habiendo fue una convención constitucional, que no es lo mismo, porque hay un grado de deliberación en una asamblea constituyente que una convención no tiene. Ahora, no creo pertinente responder si la votación del 4 de septiembre fue plenamente democrática, o si fue propia de una democracia “trucha”. Lo que corresponde, más bien, es deshilvanar el proceso de restitución oligárquica que está en juego ahí.
Cuando habla de oligarquía, ¿está hablando de todo el sistema político, de los medios y demás?
En principio, hablo del “partido portaliano”, pues la idea del “partido del orden” me parece demasiado laxa. El partido portaliano inaugura, por así decirlo, la República de Chile en el siglo XIX y se sigue manteniendo, hasta el día de hoy, como un partido probadamente neoliberal y que se sostiene sobre un consenso fundamental entre lo que antes se denominaba la Concertación y la actual derecha política. Ahora, lo que me parece relevante ahí es que los ciudadanos hemos estado totalmente privados de decidir acerca de la continuidad del partido portaliano. Hemos decidido acerca de parlamentarios, alcaldes, concejales de uno u otro partido, pero esos partidos están totalmente capturados por un metapartido, el partido oligárquico, que se articula en los primeros días de la transición con la democracia cupular y consensual. ¿Hay democracia en Chile? En realidad, hay una democracia portaliana: una democracia sin democracia, una democracia puramente formal.