Patricio Fredes Molina (48), cuando habla de lo que ha logrado durante una vida de trabajo en el puerto de San Antonio, se llena de orgullo. Mientras toma un café en un local con vista a la bahía, va contando su historia: su abuelo y su padre trabajaron en el puerto. Él mismo partió a los 18 años como estibador: descargaba naves tirando sacos. “Yo era como el mentholatum: servía para todo”, bromea.
Luego de varios años logró tener un buen estándar de vida. Se casó, compró una casa, auto y tuvo dos hijos. Hoy es dirigente sindical y presidente de la Federación de Trabajadores Portuarios de San Antonio. Desde esa posición, todos los días piensa en algo que, a la larga, es la gran traba que tiene esta ciudad.
“El problema es que el puerto ha crecido más rápido que la ciudad. Es una ciudad pequeña con un puerto gigante”.
Y esa es, precisamente, la impresión que da esta ciudad al recorrerla: el puerto ocupa toda su línea de costa. Las megaestructuras que lo rodean, sus grúas, edificios, contenedores y buques son parte del horizonte de toda la ciudad a lo largo de sus casi cuatro kilómetros.
El centro de San Antonio, por otro lado, son prácticamente cuatro cuadras con algunas galerías. Abundan los casinos de apuestas, una que otra pescadería y un par de galerías con varios locales cerrados. La gente que viene tiene que esquivar a los ambulantes, que llenan toda la vereda para vender lo que sea: pollos de goma que suenan, llaveros, audífonos o peinetas. Hay olor a orina en algunas murallas y la basura se acumula en los postes del alumbrado público.
Este sector es coronado con un mall de la empresa Parque Arauco, que abrió el año 2009. A su entrada también se agolpan los ambulantes, y en su subterráneo opera el casino de juegos de la ciudad, que atrae a gente de toda la Quinta Región.
Hay algo que resiente Fredes sobre todo esto: que el puerto, si bien mejoró la calidad de vida de su familia, no ha mejorado la ciudad.
Rafael Letelier, presidente de la Cámara de Comercio Detallista y Turismo de San Antonio, piensa lo mismo: el puerto y la ciudad son dos mundos que no conversan entre sí.
“El centro está en una situación catastrófica -advierte-. Los ambulantes no dejan caminar a la gente y los adultos mayores no se pueden mover en ese nivel de congestión. Y, además de que lo usan de baño, los robos y lanzazos están a la orden del día. Quien va, trata de estar el menor tiempo posible, lo que baja las ventas”.
Lo otro que comenta Letelier, que es dueño de una bomba de bencina a la entrada norte de la ciudad, es que la falta de servicios es abrumadora:
“Aún no se termina de construir el hospital de la comuna y, actualmente, tenemos que ir a atendernos a Valparaíso. Además, no hay universidades. Recién abrió un CFT. Nuestros niños hoy tienen que irse de acá para buscar oportunidades”.
Esto también lo resintió Fredes, que tiene dos hijos. La mayor tuvo que irse a Valparaíso a estudiar Trabajo Social. Si quería hacerlo acá, no había dónde: la oferta se limitaba a carreras técnicas relacionadas al puerto.
La ciudad, comentan, está al borde del colapso por otro tema: hay tres grandes tomas de terreno en la comuna: una en el sector de Bellavista, otra en el sector de Placilla y una última en Llolleo. Desde que crecieron explosivamente el año 2020, las calles de la ciudad están repletas. Y si se le suman los camiones de las exportaciones, todo se vuelve un desorden.
Pero lo que más lamentan, dicen, es que la ciudad se ha vuelto insegura. Lo respaldan cifras de Carabineros: al comparar los delitos cometidos a la fecha entre el 2023 y el año pasado, ha habido casi el doble de robos en lugar habitado. Además, los robos con intimidación crecieron un 54%, y los robos en lugar no habitado en un 41%.
Osvaldo Ossandón, Fiscal Jefe de San Antonio, aclara que si bien hay delitos que han disminuido respecto al año pasado, como el robo con violencia, los delitos de mayor connotación social han aumentado. Eso sí, lo mira con ponderación. “Los homicidios han aumentado levemente, lo cual es trágico, pero no está al nivel de la explosión que vivimos hace uno o dos años”.
A todo esto se le sumó la gota que rebasó el vaso: un informe de la ONU sobre cocaína, publicado la semana pasada, decía que San Antonio es un puerto neurálgico a nivel mundial para el narcotráfico.
El fiscal y jefe de sistemas de análisis criminal y focos de la Región de Valparaíso, José Antonio Uribe, explica un par de cosas. Lo primero es que esto no significa que toda esta droga se quede en la comuna, sino que es un puerto de paso importante. También, que están encontrando entre tres o cuatro toneladas al año de cocaína y marihuana.
Lo otro que preocupa es que esto no se controle a tiempo:
“Las bandas que importan droga a través de San Antonio son de México o de Colombia, básicamente. Entre ellas, el Cartel de Jalisco. Esto puede ser a la larga un riesgo para nuestra economía”.
El fiscal continúa su argumentación.
“Es muy difícil detectar la droga al hacer el aforo, ya que viene oculta en un contenedor lleno de mercadería. Pero sabemos que mientras más busquemos, más vamos a seguir encontrando”.
Sin planificación
El puerto de San Antonio es tan viejo como la ciudad que lo acompaña.
Luego de la destrucción a cañonazos del puerto de Valparaíso por la marina española en 1866, la atención se centró en un pequeño puerto un poco más al sur y cercano a Santiago. Su utilización creció y lo llamaron San Antonio de las Bodegas, por los almacenes de la carga que llegaba.
Los años que vinieron fueron de un crecimiento moderado. El puerto se desarrolló, pero la pesca artesanal seguía siendo una de las principales actividades. Lo siguió siendo hasta entrado el siglo XX.
Mario Mathus, historiador y académico de la Universidad de Chile, explica que el desarrollo tardío de la ciudad, en comparación a Valparaíso, por ejemplo, hizo que la gente de la zona buscara su sustento en empleos poco calificados. Esto llevó a San Antonio a tener un retraso en su crecimiento.
“Es una población que se emplea en una agricultura muy sencilla, en la pesca artesanal, o en un comercio de baja productividad. Esas actividades -indica- no pudieron conformar una ciudad que estuviera adecuadamente equipada”.
San Antonio aprovechó otros factores, como la construcción de carreteras, para aumentar su competitividad con Valparaíso. Luego, llegó la oportunidad de que el puerto se concesionara en 2000. Esto significó un salto, cuenta Fredes: “Antes en el puerto te pasaban ropa usada para trabajar. Cuando se privatizó, nos dimos cuenta de que se profesionalizó, que había una generación nueva que llegaba”.
El puerto fue creciendo y le trajo empleo a un sector de la población. Al 2021 era el puerto principal en cuanto a toneladas exportadas e importadas en el país, destronando a Valparaíso por lejos. Pero su explosivo crecimiento económico no vino con una planificación urbana acorde a los desafíos. Esto generó una contradicción en la relación entre el puerto y la ciudad.
“El puerto sobrepasa a San Antonio y no le aporta beneficios. Es una ciudad bastante precaria en cuanto a infraestructura, equipamiento y transportes -aporta el académico PUC Arturo Orellana-. Durante una década ha tenido tasas de desempleo mayores al promedio nacional, además de sus bajos estándares de escolaridad, pocas alternativas de desarrollo para los jóvenes y varios problemas de seguridad”.
La falta de crecimiento se explica, en parte, porque el puerto genera empleos, pero no deja grandes ingresos a las arcas municipales. Así lo afirma Constanza Lizana (ind.-ex FA), la actual alcaldesa de la comuna.
“El puerto le deja poca plata a San Antonio, porque la tributación se hace en base a patentes, pero no respecto de las ganancias que obtienen. A pesar de eso, nosotros absorbemos las externalidades negativas del puerto, como los camiones o la contaminación”.
Lizana agrega: “Nuestra comuna tiene un regimiento, casino, cárcel, pero no tenemos universidad. Tenemos 50 carabineros para 100 mil habitantes. Y todo esto, a pesar de ser el principal puerto que mueve económicamente al país”.
Raúl Celis (RN), exintendente de Valparaíso entre 2010 y 2014, aporta otra mirada al tema.
“Se supone que con el puerto se iba a salir de la pobreza, pero pasó otra cosa: se entendía que San Antonio es el puerto de Santiago. Entonces, los altos cargos de las empresas, como agencias de aduana y transportistas, viven en Santiago y vienen por el día. O bien, incluso, prefieren vivir en Rocas de Santo Domingo, un balneario que queda a minutos del puerto”.
Para Lizana, estos problemas les llegaron por herencia de malas administraciones anteriores:
“Esa falta de visión vino del alcalde pasado (Omar Vera), que estuvo 16 años. Y si bien le dio énfasis a una actividad sumamente importante, que es el puerto, necesitamos diversificar las líneas de desarrollo”.
Vera, independiente cercano al Partido Radical, fue alcalde de San Antonio en cuatro períodos consecutivos, entre el año 2004 y el 2021. Él no lo ve de la misma forma que Lizana. Cree que la relación con el puerto fue “un win-win” entre ambas partes.
“Nosotros recibimos la comuna el año 2004 con un 47% de pobreza y una cesantía del 19% -argumenta-. La entregamos con un 7% de pobreza y un 6% de cesantía. Teníamos cuatro jardines infantiles, y la entregamos con 14, además de traer un CFT estatal gratuito. Construimos consultorios y pavimentamos la mayoría de las calles. Lamento las expresiones de la alcaldesa, debe ser porque ella no conoce la historia de la comuna, porque no es de la zona”.
Caroline Sireau, delegada presidencial provincial de San Antonio, admite que el puerto aún deja una baja recaudación. “Por eso hay una ley de puertos que está en discusión, que justamente busca que toda la actividad portuaria tribute en la ciudad o territorio donde se realiza”.
Puerto de San Antonio es la empresa estatal que administra las instalaciones del terminal marítimo, además de otorgar las concesiones a cinco empresas que explotan el borde costero.
Luis Knaak Quezada, su gerente general, considera que el desembarcadero es, desde el punto de vista económico, “un pilar que sustenta un sistema virtuoso”. Y que si se considera a las agencias de aduana, a los transportistas y los trabajadores del puerto, la industria les entrega empleo a ocho mil personas. “Es un número muy relevante para una ciudad de 100 mil habitantes”.
También aseguran que el año pasado aportaron al Fisco seis mil millones de pesos, además de $ 443 millones al municipio de San Antonio, que en 2022 tuvo un presupuesto de $ 21.418 millones.
Aún así, Lizana es crítica: “La promesa que se le hizo por el puerto a la ciudad es una promesa que no se ha cumplido”.
Una apuesta perdida
Eugenio Zegers es un empresario inmobiliario que tenía una visión. Con su empresa familiar eran propietarios de un paño de 350 hectáreas de terreno a unos cinco minutos en auto del centro de San Antonio, hacia el cerro Placilla.
“La idea que teníamos era vender el terreno a inmobiliarias o al Estado. Y que ahí se levantaran unas 16 mil viviendas, colegios y espacios públicos -comenta-, para paliar el déficit de vivienda que tiene la comuna”.
La idea del proyecto era trabajar el terreno y que lograra pasar por varias autorizaciones. El fin último era lograr que fuera urbanizable para ser vendido a quien quisiera edificar. El trámite llevaba varios años y mucho dinero invertido, cuando pasó lo peor, recuerda Zegers: “En febrero de 2020 se tomaron el terreno. Ahora son 80 hectáreas tomadas, pero todo el terreno que inutilizan llega a la mitad”.
El terreno de Zegers aún no es desalojado. Según sus estimaciones, en ese terreno usurpado, donde habitan actualmente unas mil familias, podrían vivir unas seis mil.
“Cada uno se instaló como quiso en sitios súper grandes, de unos 500 metros cuadrados -se queja-. Hay sectores que son casi una toma VIP: hay casas con dos pisos, y se ven autos del año. Hay quienes se lo tomaron para tener una segunda vivienda”.
Zegers ha tenido reuniones con el Ministerio de Vivienda (Minvu) y con la alcaldesa. Pero no hay respuesta aún. Lo que cree es que falta un real diálogo entre las autoridades para solucionar el problema en San Antonio.
Lizana, en tanto, cree que el problema no se soluciona desalojando a las familias, sino incorporándolas al plan de crecimiento urbano. “Estamos trabajando con el Minvu para hacer un catastro, que nos diga la situación de las familias que viven en ese campamento. Con esa información podremos ordenar y regularizar las familias que viven ahí, para que puedan hacer valer su derecho humano de acceso a la vivienda”.
No obstante, Lizana descarta entregarle ese derecho a habitar a gente que tenga una segunda vivienda: “Eso sería un abuso y no lo podemos tolerar”.
Por su parte, Zegers dice que lo que siente es impotencia: “Uno quiere aportar a esta ciudad con un proyecto innovador, pero terminas saliendo para atrás”. Esa misma sensación, de querer emprender y no lograr la respuesta esperada, es la que tienen los gremios del comercio en San Antonio: los hoteles ya no se llenan, y el mismo centro tiene locales que han rotado tanto, que ya definitivamente no vuelven a abrir.
“El puerto creció y se desarrolló, pero el sanantonino ya perdió el arraigo con el puerto -apunta Letelier-. Siente que impacta de forma más negativa que positiva en su vida. Nos dijeron que iba a llegar algo que nunca llegó”.
El académico Arturo Orellana, en tanto, es categórico. Dice que San Antonio falló.
“Si piensas que se hizo una apuesta tan grande como fue condicionar a una ciudad para que sea el principal puerto del país, uno esperaría que San Antonio se consolidara como una capital provincial mejor equipada, además de ser una posibilidad de que viva la clase media y media alta. Pero nada de eso pasó. Por tanto, podemos decir que fue una ciudad fallida”.
Lo mismo opina el historiador Mathus: “Los proyectos de planificación urbana, al haber estado ausentes tanto tiempo, han provocado que cada vez que se han hecho intentos por integrar productivamente, socialmente, arquitectónicamente o en distintos ámbitos a la ciudad, han sido fallidos. Eso es porque tenemos dos sectores demasiado diferenciados con una brecha gigantesca que los separa. Mientras que la mayor parte de la población de San Antonio corresponde a grupos pobres, el puerto vigoriza un sector muy moderno, donde se moviliza mucha mercancía y hay mucho dinero”.
Patricio Fredes hoy encara una disyuntiva. Dice que después de jubilar se va a quedar en San Antonio, porque ya hizo su vida ahí. Pero su hija Anais, que va en tercer año de Trabajo Social en Valparaíso, ya le dijo algo que lo dejó helado: ella no va a volver a casa.
Cuando se lo contó, Fredes se entristeció. Pero ahora lo entiende. En el café, mirando la bahía, se pregunta esto: “¿Qué va a hacer si se queda acá?”.