Sólo en una ocasión el abogado Sebastián Soto -excomisionado nombrado por Evópoli y exvicepresidente de la Comisión Experta- se refirió públicamente y en duros términos al trabajo del Partido Republicano durante el proceso constituyente. Lo hizo el 21 de septiembre, cuando se discutía la incorporación de la exención del pago de contribuciones a la primera vivienda.

“El plebiscito de diciembre no se va a ganar con confrontación, polarización y con la lógica amigo/enemigo. Soy de los que creen que el plebiscito de diciembre solo podrá ganarse si hay un pacto político…”, dijo en esa intervención, en la cual -además- añadió que algunas normas del texto le “despertaban la ira”.

A pesar de ello, votó “A favor” el domingo pasado. Aún en su tono prudente y analítico, el abogado y académico de la UC revisa críticamente los factores que empujaron al fracaso del segundo proceso constituyente, y apunta sobre todo a una “estrategia de confrontación” que aplicaron tanto los republicanos como las fuerzas de izquierda. Eso sí, para Soto los primeros son “más responsables”, pues al ser mayoría tenían el mandato de “liderar el proceso”.

¿Por qué votó “A favor” de un texto que le despertaba la ira?

La columna vertebral del texto tenía elementos que yo suscribo intensamente, principalmente aquellos vinculados con el sistema político. También tenía otros elementos que a mí me disgustaban, ya sea porque considero que eran artículos populistas o de una especificidad inadecuada para la Constitución. Pero al final, en la globalidad, me parecía que lo leal y que una forma de resolver el problema constitucional era votando “A favor”.

Si el texto era positivo, ¿los problemas que derivaron en su derrota estuvieron más bien en el contexto?

No, ambas. El texto tenía elementos positivos y negativos, y el contexto también. Principalmente, pienso que se instaló en el Consejo un antagonismo, una lógica de la confrontación que, a mi juicio, fue un error muy clave como estrategia electoral, como camino constitucional y como decisión política.

¿Esa estrategia quién la instaló?

La lógica de la confrontación se instala paulatinamente desde dos sectores. En primer lugar, la izquierda tuvo una retórica a favor de los acuerdos, pero un ánimo muy distante de ellos. Por eso que llegó con el lápiz rojo a todas las mesas de negociación para dibujar líneas rojas en el texto de los expertos. La estrategia de la confrontación fue una buena excusa que le dieron para abandonar paulatinamente un texto que les resultaba crecientemente incómodo. Al Partido Republicano, que debía liderar el proceso, nunca le vi ni una retórica ni un ánimo a favor de los acuerdos. Tenían 22 de los 50 escaños, a mi juicio los hace más responsables.

Los republicanos plantearon que estaban a favor de los acuerdos. ¿Fue un juego de máscaras?

Es importante hacer una autocrítica. Todos los sectores tenemos que hacerla. Hay que revisar los hechos y las estrategias planificadas desde el inicio. Cada sector tendrá que hacer lo suyo al respecto.

¿El Partido Republicano llegó desde un inicio con esta estrategia confrontacional al Consejo?

No lo sé. No estuve en el espacio donde se planificaron las estrategias republicanas, pero mi impresión es que tempranamente se instaló una lógica de la confrontación, un discurso antagonista y una crítica al acuerdo logrado en la Comisión Experta. Más adelante, también se apreció en el ánimo al momento de negociar o de incluir ciertas cláusulas constitucionales que definitivamente impedían cualquier acuerdo transversal.

¿En qué cláusula piensa?

En la de contribuciones, en la especificidad excesiva en temas como libertad de enseñanza y derecho a la educación y, por cierto, en la cláusula vinculada con el aborto. La izquierda sobredimensionó su efecto jurídico, pero nosotros, Chile Vamos, subvaloramos su efecto simbólico.

El proceso fue una derrota para quienes impulsaban un acuerdo. ¿El resultado del plebiscito es una reivindicación para los que intentaron buscar un entendimiento?

No. En esto hay cuatro derrotas, algunas que son positivas y otras negativas. La primera derrota es la de la élite política que considero muy negativa, porque se muestra nuevamente incapaz de proponer un texto de consenso aceptado por la ciudadanía, que es lo que se buscó en el Acuerdo por la Paz y en el Acuerdo por Chile. La segunda derrota, que miro con buenos ojos, es la de la izquierda, que viene predicando hace más de una década, sin pudor, que la Constitución es la causa de todos nuestros problemas y que la nueva Constitución es la solución. Ese discurso abstracto fue derrotado. La tercera derrota, la que me duele, que es de las derechas, es cuando absurdamente decidimos escribir o plebiscitar muchas de nuestras ideas más sentidas en un momento en que, a mi juicio, lo sensato hubiera sido un acuerdo más amplio. La última derrota es la de la lógica de la confrontación, que por segunda vez pierde electoralmente. La primera fue en la Convención y ahora es en el Consejo.

¿Esa última derrota valida su tesis de que la polarización no iba a servir y que había que hacer un texto más amplio?

Muchos creemos que era un mejor camino intentar construir una cancha para la tregua. En política hay ciertos espacios en los cuales tácitamente se ha acordado una tregua. Por ejemplo, relaciones internacionales. Esto no quiere decir que en todo lo demás hay que mantener una lógica de consenso, porque en sociedades plurales como la nuestra tenemos muchas discrepancias, por lo tanto, la confrontación es casi inherente a la política. En la discusión constitucional hacía mucho sentido fijar las bases de una tregua para construir una Constitución de consenso. Eso es lo que, desafortunadamente, no se logró.

Hubo líderes de la derecha que plantearon que era ingenuo hablar de una tregua con la izquierda, porque decían que ellos no iban a entregarle una victoria a la derecha.

Yo discrepo, porque el desafío era liderar una estrategia que envolviera a la izquierda en torno a un texto razonable de forma tal de no darle excusas para bajarse. Los republicanos, quienes tenían la responsabilidad de liderar el proceso, nunca elaboraron una estrategia para envolver a la izquierda en torno a un texto razonable, sino que, en sus indicaciones, promovieron una estrategia para bajarla.

Dice que fue un error plebiscitar ideas muy sentidas de la derecha. ¿A qué ideas se refiere?

El error cometido fue similar al que Baradit narró de lo ocurrido en la Convención. Él cuenta en su libro que la Convención pensó que se iban a dar vuelta a las encuestas cuando se incluyeran ciertos temas muy sentidos por la ciudadanía, como los derechos sociales. Se pensó que el plebiscito giraba principalmente en torno al contenido del texto. Desafortunadamente, en nuestro caso nos pasó algo similar, puesto que incluimos cláusulas con las que puedo coincidir en lo sustantivo, pero que rompieron la posibilidad de generar un acuerdo. Por ejemplo, las cláusulas vinculadas con la libertad de enseñanza y educación, o con la potestad tributaria y sancionadora del Estado. Y así otras que pensamos podían cambiar el resultado de las encuestas, cuando ya sabíamos que la ciudadanía no vota tanto por un texto como por un contexto. No nos preocupamos tanto del contexto.

¿Era mejor para el proceso lograr un acuerdo y que luego fuera rechazado a tener una propuesta que dividió e igual fue derrotada?

Nunca sabremos si un acuerdo hubiera sido rechazado o aprobado. La pregunta que debió hacerse con más fuerza es ¿cuál era la mejor estrategia para dar vuelta las encuestas? Se optó por la lógica de la confrontación, se optó por el mismo error que cometió Fernando Atria al inicio de la Convención, que fue decir que bastaban los 2/3 para conseguir un texto de consenso. A mi juicio, la mejor fórmula, que definitivamente no era un seguro ni garantizaba el éxito, era intentar un acuerdo que convocara, no que excluyera. Un acuerdo político hubiera matizado la incertidumbre propia de un texto constitucional, hubiera reducido la tergiversación del texto.

¿Hubo posibilidad real de llegar a acuerdo en el Consejo, atendida la lógica de la confrontación por parte de republicanos y de los lápices rojos de la izquierda?

Tuve la oportunidad de integrar prácticamente todas las mesas de negociación. En muchas de ellas reconozco abiertamente la impericia de la izquierda para negociar y la deliberada voluntad de pararse de la mesa. Asimismo, también reconozco que tempranamente la estrategia republicana fue una estrategia adversarial que desechó un espacio para la tregua. Visto hoy, quizá nos faltó con más fuerza una estrategia desde el inicio que intentara generar un consenso. Pienso que hubo líderes políticos importantes en Chile Vamos que lo intentaron.

¿Chile Vamos fue subsumido por los republicanos?

Fuimos condescendientes con la estrategia republicana. Lo fuimos porque no teníamos la fuerza electoral interna. Quizá tampoco teníamos toda la convicción necesaria. Tenemos que sacar lecciones de ello.

¿En qué puntos Chile Vamos debió haber sido más firme?

Si uno hace historia, hubo algunos momentos en que pudo haberse actuado de modo distinto, como en la primera negociación de enmiendas. Posiblemente el mejor camino hubiera sido una conversación tripartita con la centroizquierda y no una negociación exclusivamente entre Chile Vamos y republicanos. Eso nos hubiera permitido dividir a la izquierda. Hay que ser muy claros en eso: la izquierda tenía a su facción antagonista representada principalmente por el Partido Comunista, y tenía a su facción acuerdista, representada por las fuerzas de centroizquierda y por el PS. En una mesa tripartita hubiera sido posible mostrar con mucha más claridad esa grieta que los dividía.

¿Falta autocrítica por parte de republicanos en cuanto al proceso?

Todos tenemos que hacer una autocrítica pública y privada. Es parte de la necesaria humildad con que se deben recibir las derrotas.

Ellos plantean que les faltó tiempo. El asesor jefe de los consejeros republicanos, Jorge Barrera, dijo que un reemplazo total de la Constitución es imposible mediante un consenso.

Hay que tomarse en serio la derrota, porque de lo contrario no vamos a ser capaces de comprender su magnitud. Es importante hacerlo para entender lo que nos divide al interior de las derechas. Si sólo fue cuestión de tiempo, no estamos encontrando la esencia del problema. La lógica adversarial puede ser una estrategia electoral, pero nunca será una estrategia exitosa para la gobernabilidad. Si las derechas quieren ofrecer gobernabilidad deben abandonar esa lógica en muchas de las discusiones políticas.

Usted fue parte de quienes respaldaron la apertura del proceso constituyente cuando Piñera estaba en el gobierno. ¿Fue tiempo perdido?

Termina la vuelta larga, termina el ciclo constitucional y termina sin alcanzar el primer óptimo que tanto el Acuerdo por Chile como el Acuerdo por la Paz buscaron: escribir una Constitución de consenso. Sí se ha alcanzado un segundo óptimo, que es la reivindicación del gradualismo, del reformismo, que fue tremendamente cuestionado por la izquierda con el estallido, que principalmente creyó en la revolución. El ciclo constitucional se abre para encontrar una salida institucional a una crisis política de proporciones y hoy se cierra sin una nueva Constitución, pero con una Constitución que resucita en su legitimidad y con una reivindicación del gradualismo, del reformismo. La vuelta corta era la vuelta de los militares a la calle, que era un camino conforme a la legalidad, pero que estaba lejos de la legitimidad.

¿Valió la pena todo este esfuerzo y los recursos gastados?

Esto hay que mirarlo con perspectiva. Hoy tenemos una Constitución relegitimada, aunque no es de consenso, que nadie siente completamente ajena, puesto que todos en algún momento hemos adherido a ella mediante el voto de los plebiscitos. No era el óptimo, pero sí es una derivada que yo valoro.