Hace 25 días, sobre los hombros de Sergio Ramírez, exguerrillero de la Revolución Sandinista y exvicepresidente del régimen de Daniel Ortega entre 1985 y 1990, pesa una orden de detención acusado por el Ministerio Público de Nicaragua de conspiración y lavado de dinero. Las acusaciones judiciales han transformado al escritor, de 79 años, en uno de los últimos enemigos que acumula la pareja presidencial de Ortega y su vicepresidenta, Rosario Murillo, que tiene la vía libre para un cuarto mandato consecutivo tras la detención de sus principales rivales.
Su libro más reciente, Tongolele no sabía bailar, que retrata la represión a las protestas sociales en 2018 que dejó más de 300 fallecidos, fue recientemente prohibido e interceptado en la aduana del país para evitar su circulación. Al igual que su última obra, el premio Cervantes de Literatura 2017 también está impedido de ingresar a Nicaragua. Desde que la persecución política en su contra se intensificó, el exilio lo vivió inicialmente en Costa Rica. Ahora se mantiene en Madrid.
En conversación con La Tercera, Ramírez, quien será el orador principal de la próxima Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), a realizarse de forma virtual entre el 19 y el 22 de octubre, apunta contra el orteguismo. “Las dictaduras populistas están más allá de las definiciones de izquierda o derecha, todas se vienen pareciendo. Qué diferencia hay entre Jair Bolsonaro, Daniel Ortega, Nicolás Maduro o Nayib Bukele”, señala.
¿Cómo describiría el actual estado de la democracia en Nicaragua?
La situación democrática se encuentra en un estado de evaporación y lo que aparecía hace algunos años como un gobierno autoritario que buscaba el mayor control posible del poder, excediendo a los poderes del Estado, se ha convertido en un régimen que ha suprimido las libertades públicas, los derechos democráticos y el funcionamiento del Estado mismo. Depende de una sola voluntad, que es la pareja presidencial, de manera que no creo que queden restos visibles de democracia en Nicaragua.
¿Por qué cree que la fiscalía lo acusa de delitos como lavado de dinero y conspiración?
Porque son los mismos delitos por los cuales se ha acusado a los 40 prisioneros que han sido llevados a la cárcel desde el mes de mayo, empezando por Cristiana Chamorro, que cometió la osadía de anunciar que se presentaría como candidata presidencial. Entonces esta lista de delitos que depende de la Ley de Defensa de la Soberanía Nacional y la Ley contra los Ciberdelitos son un rosario homogéneo que les aplican a todas las personas, independientemente de que no sean culpables. Es simplemente un trámite.
No es su primera vez en el exilio. Anteriormente fue durante la dictadura de Somoza. ¿Cómo ha sido huir, pero ahora obligado por la persecución de su propio excompañero de armas?
Viviendo dos circunstancias muy distintas. La primera es la edad, que es un elemento muy importante. Cuando fui exiliado del régimen de Somoza tenía 30 años y estaba participando en el movimiento armado para derrocarlo. Por lo tanto, no era una lucha inocente, pues queríamos derrocar a Somoza y estábamos convencidos de que no se podía hacer sino por medio de las armas, porque se habían cerrado todos los caminos democráticos. Ahora a mí me reprimen no por querer derrocar a Ortega, sino por usar la palabra, por ser escritor, por ser crítico, por escribir novelas, algo que en tiempos de Somoza no me ocurrió. Somoza no me persiguió por escritor, sino por rebelde.
¿Cómo han sido estos días en España?
Me he sentido muy bien. Vine a presentar mi novela, que ha sido prohibida en Nicaragua y después se ha desatado la persecución contra mí. Me he sentido muy acompañado por la solidaridad de más de 400 intelectuales, escritores, directores de cine, artistas que firmaron un documento de respaldo. Voy a recibir la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes, que también es otro homenaje de solidaridad. De manera que me siento muy respaldado, aunque el exilio siempre es algo que duele mucho y pesa, sobre todo ya a esta altura del camino.
¿Parte de su familia sigue en Nicaragua?
Sí, mis hijas, mis hermanos y una hermana.
¿Han establecido algún protocolo de seguridad debido a las detenciones ordenadas por el régimen?
Mis hijas son totalmente ajenas a la vida política y están dedicadas a sus actividades privadas. Pero nunca se sabe, todos los límites se han roto en Nicaragua.
En el caso de no haber salido al exilio, ¿qué cree que podría haberle ocurrido?
Seguramente hubiera sido detenido y llevado a la cárcel de detención, el famoso Chipote, donde hay personas de mi misma edad que están presas, aisladas, sin ninguna consideración. Los juicios se celebran en secreto dentro de la misma cárcel, sin presencia de los abogados, lejos de los familiares. A muchos de ellos les hacen falta los medicamentos y son sometidos a interrogatorios a medianoche. De manera que tuve que escoger entre dos males: la cárcel o el exilio, pues obviamente el exilio viene siendo más benévolo.
¿Pensó en algún momento que Ortega buscaría controlar todos los poderes del Estado como lo está haciendo?
No, no creo que se me haya ocurrido, porque la articulación del poder era muy distinta. Se trataba de una dirección colectiva, que era el resultado de un equilibrio proveniente de que el sandinismo estaba dividido en facciones hasta muy poco tiempo antes del triunfo. Entonces no había lugar para que alguien se erigiera como caudillo o jefe supremo.
¿Queda algo de la Revolución Sandinista en Nicaragua?
Yo diría que nada. Nicaragua es un país muy joven, el 70% de los habitantes tiene menos de 30 años. Para los jóvenes es un mal recuerdo o no lo recuerdan del todo. Y para los que salieron a las calles en abril de 2018 la escogencia no es izquierda o derecha, sino dictadura o democracia. Entonces, los jóvenes lo que quieren es vivir en libertad, en un país de instituciones normales, de respeto a los derechos humanos. Me parece que el asunto ideológico no es que haya desaparecido, pero no ha estado de por medio.
Esta semana arrancó la campaña electoral en Nicaragua para las elecciones presidenciales de noviembre, en las que Ortega buscará la reelección sin contrincantes. ¿Qué se puede esperar de esos comicios?
Lo que existe en Nicaragua es la conciliación de un régimen de partido único. Me parece que es muy parecido al modelo que tuvo hasta el final la República Democrática Alemana, donde había un partido único, pero iban a unas elecciones donde había unos partiditos de mentira que recibían algunos asientos en el Parlamento, pero eran fieles al partido único. A eso nos estamos acercando en Nicaragua. Son unas elecciones en las que los candidatos verdaderos están presos y los de mentira van a querer legitimar al Frente Sandinista como partido único del país.
¿Usted cree que Ortega tenía miedo de llegar a las urnas con competencia?
Sí, obviamente. El hecho de que metiera en la cárcel a todo el que le desafiara su poder o lo desafiara en unas elecciones que él no estaba dispuesto a dar, se volvió un criminal y había que quitarlo de por medio. Me parece que este temor comenzó a materializarse cuando apareció como candidata Cristiana Chamorro. El hecho de pensar que tenía que entregarle la banda presidencial a la hija de doña Violeta Barrios de Chamorro, a la que ya se la había entregado antes, lo llenó de mucho temor.
¿Usted estaría dispuesto en un futuro a ser candidato?
No, no, no, yo personalmente no. El futuro dirigente que va a unir a la oposición va a salir de la cárcel, porque cuando todas estas personas de gran prestigio en el país salgan, estarán preparadas, son jóvenes. Ahí estará el que podrá ganar la presidencia en unas elecciones democráticas.
En julio usted dijo a La Tercera que Ortega pasaría a la historia como un “dictador” y que, al menos por la vía electoral, no ve “ninguna” salida a la actual situación en Nicaragua. ¿Cómo se podría resolver entonces?
Yo no hago más que ratificar lo que dije entonces y ahora con muchísima más razón, la puerta electoral está cerrada. Creo que sería un error gravísimo de la comunidad internacional darles algún sesgo de legitimidad a estas elecciones. Yo sé que la crisis de Nicaragua no se va a resolver fuera de las fronteras, pero si la comunidad internacional vacila en decir que hay que reconocer a Ortega en el poder sería un error, porque sería reconocer elecciones donde todas las reglas electorales están siendo burladas.
¿Cómo ve el aislamiento de Nicaragua ante la comunidad internacional?
Es algo que le pesa mucho a Ortega, aunque me parece que él decidió hace tiempo quemar sus naves y escogió entre quedarse en el poder él, su esposa y su familia, y sacrificar prestigio, opinión pública, el ambiente diplomático que le es totalmente adverso. No va a hacer concesiones de ningún tipo al grado del insulto con países como Argentina o México, que no han sido adversarios suyos, sino que simplemente propusieron una hoja de ruta para que hubiera un proceso electoral legítimo que comenzara por sacar de la cárcel a los prisioneros.
En España, el partido Podemos se ha negado a condenar al régimen de Ortega. ¿Por qué hay sectores de izquierda que aún lo defienden?
Porque hay una vieja izquierda que piensa en la ortodoxia de cómo pensaba mucha gente en los años 60 y 70, gente que está dispuesta a defender a Ortega como si se tratara de una revolución a la imagen de lo que era la revolución en esos años. Muchos están dispuestos a cerrar los ojos ante eso, como el Foro de Sao Paulo, por ejemplo. Me parece que este es un asunto de obsolescencia política, de arcaísmo político y una izquierda que no tiene nada que ofrecer. Porque una izquierda que no sea moderna no va a poder sobrevivir.
Además de Ortega, Nayib Bukele, en El Salvador, también genera preocupación por sus medidas autoritarias. ¿Le llama la atención que esta tendencia de gobernantes autoritarios se extienda por la región sin respuesta de la comunidad internacional?
Sí existe una condena de la comunidad internacional, pero eso no es todo. A veces siento que pedimos demasiado a la comunidad internacional, como que fueran capaces de intervenir dentro de un país y dictar las reglas del juego y quitar a los autoritarios y a los dictadores. Esos procesos se resuelven dentro de los países, pero también insisto en que esto de las dictaduras populistas está más allá de las definiciones de izquierda o derecha, todas se vienen pareciendo. Qué diferencia hay entre Jair Bolsonaro, Ortega, Nicolás Maduro o alguien que echa por la borda toda la popularidad que tiene, como Bukele, porque tiene mucho respaldo popular y lo está usando para dinamitar las instituciones.
Bolsonaro, Maduro, Ortega, Bukele, ¿cree que van a abrir una nueva etapa en la política en Latinoamérica?
No lo creo. Son los modelos exitosos en institucionalidad los capaces de superar crisis profundas. Como el ejemplo de Chile, que vivió una crisis, pero al fin y al cabo lo que se impuso es la institucionalidad, el pueblo libremente eligió una Asamblea Constituyente y a fin de año van a elegir Presidente, y este es el camino. O como en Uruguay, donde gobierna el Frente Amplio o el Partido Blanco o el Partido Colorado, pero son capaces de respetar la alternancia en el poder. Por eso yo insistía en que cuando hablamos de izquierda hay que recordarse de figuras como las de Pepe Mujica o Ricardo Lagos, que para mí encarnan la verdadera izquierda en América Latina, la izquierda democrática, capaz no solo de apoyar, sino de hacer depender a los sistemas de las reglas del juego democrático.