Era 2017 y a Carlos –no es su nombre real– le correspondía realizarse otro examen de rutina en el Hospital Regional Dr. Leonardo Guzmán de Antofagasta. Al ser portador de VIH, debía hacerlo de manera periódica. Sin embargo, en esa oportunidad, recibió un resultado que no estaba dentro de lo que esperaba: el doctor le diagnosticó sífilis. Él, un funcionario que trabaja en una empresa de seguridad de entonces 55 años, no entendía de qué se trataba.
–Sólo sabía que era una enfermedad de transmisión sexual –cuenta hoy.
Los manuales de medicina, efectivamente, la describen como una infección de esas características que también se transmite por la placenta o vía sanguínea. La produce una bacteria –la Treponema Pallidum– y se desarrolla en tres etapas, de primera a terciaria, donde cada una es más grave que la anterior.
Sólo que eso no era lo raro. Lo extraño, como explica la infectóloga Alejandra Marcotti, de la Clínica Alemana, es que “desde el 2014, 2015 empezamos a ver un aumento en la tasa de sífilis”. Sobre todo, en una población específica: los hombres representan el 64,5% de las notificaciones a nivel nacional. Las características propias de la sífilis sólo ayudaban a su propagación, admite la doctora.
–Es una enfermedad a veces muy silente. No siempre las personas saben que la tienen y, por lo tanto, pueden seguir diseminándola.
El diagnóstico de Carlos ese año fue uno que empezó a repetirse en todo Chile. De hecho, según los estudios del Minsal, la sífilis es la infección de transmisión sexual (ITS) de mayor prevalencia en el país: en los últimos cinco años más de 35 mil personas se contagiaron de ella. Más, incluso, que los diagnosticados con VIH, aunque en cerca del 30% de los casos, los pacientes registran coinfección con ese virus.
La infección fue especialmente prolífica en el norte. El mismo informe muestra que la Región de Antofagasta se encuentra con una tasa de 63,6 casos notificados por cada cien mil habitantes y sólo lo supera la vecina Tarapacá, con una tasa de 65,2 casos. Aunque la particularidad de la segunda región es otra, según la Seremi de Salud local: ahí es donde más riesgo existe de contraer la enfermedad, de acuerdo a sus estudios.
“(En la región) el 95% de los pacientes no usan preservativo de manera regular. Encuestas aplicadas a población juvenil de hace algunos años, demostraban que un altísimo porcentaje sabe de la importancia del uso de preservativo, pero que en el momento de la relación deciden no adoptar esta medida de prevención”, explican desde la repartición.
Los primeros síntomas, dice el infectólogo de la Posta Central, Francisco Zamora, suelen ser lesiones en los genitales. Unas heridas que no duelen y que no alcanzan a durar más de una semana. Carlos no tenía esas molestias cuando fue a examinarse. Pero si sufría otras:
–Sentía un olor desagradable, uno que nunca había sentido en mis genitales. Pensaba que podía tener una infección urinaria.
En el hospital le hicieron sus exámenes periódicos y ahí, luego de enterarse que tenía la infección, supo, con alivio, que sólo estaba en la fase primaria: la menos riesgosa.
En ese entonces, cuenta, recordó una vez que se había roto el preservativo mientras se acostaba con su pareja, un hombre con el que llevaba tres años de relación.
–Empiezas a sacar la cuenta. ¿Con quién he estado? Y yo sólo había estado con uno. Entonces saqué altiro la conclusión.
Así, dice, fue cómo descubrió que le estaban siendo infiel. Su novio se había acostado con una persona infectada y, de paso, le había transmitido esta ITS que estaría en su cuerpo para siempre.
Cuando volvió a verlo, y antes de terminar con él, se lo dijo.
–Anda al médico. Hazte los exámenes y revísate. Y dile a la otra persona también. Tú y él son los que tienen el problema.
Sin educación
El doctor Pedro Usedo ha visto el crecimiento de la infección desde su consulta en el Hospital Regional de Antofagasta. Un ejemplo: hace tres años atendió a 161 pacientes con sífilis. El año pasado, en cambio, fueron 293.
Según el especialista, en Antofagasta se genera una “tormenta perfecta” que ayuda a entender por qué las personas se están contagiando:
–El trabajo en la Macrozona Norte no solamente moviliza a la población que se dedica a la minería, sino todo lo anexo que conlleva. Se genera movilidad y un tránsito permanente. Hay que tomar en cuenta el tema de la cultura, el tema migratorio– explica.
Para entender lo que Usedo quiere explicar, hay que agregar dos estadísticas. La primera es que, después de la Metropolitana, Antofagasta es la región con mayor cantidad de migrantes. La segunda es que, como recogió el informe epidemiológico del Minsal, el porcentaje de personas extranjeras contagiadas con sífilis, pasaron de 7,6 a 16,9% entre 2017 y 2021.
Esas estadísticas, cree Rodolfo Noriega, de la Asociación Fuerza Migrante, no pueden prestarse para la xenofobia.
–Si hay personas que requieren más atención por este tipo de situaciones, hay un problema que hay que afrontarlo, más allá de estigmatizar a la población migrante como vector de la propagación de enfermedades de transmisión sexual.
Para ayudar a la prevención, el doctor Usedo cree que es clave determinar lugares de alta conglomeración de personas y actuar en ellas. Por ejemplo, en locales nocturnos y discotecas que son consideradas zonas de riesgo debido al comercio sexual. En esta tarea, el apoyo que han tenido de las agrupaciones de pacientes que viven con VIH y otras enfermedades de transmisión sexual ha sido importante.
Una de ellas es Nueva Aura. Trabajan en terreno visitando clubes nocturnos para realizar test rápidos de detección de ITS y entregar preservativos a quienes se encuentren en el lugar. Pero ayudar a disminuir los contagios ha sido complejo para ellos. Cuentan que quienes pagan por servicios sexuales ofrecen mucho más dinero para tenerlas sin preservativo.
Nueva Aura también visita establecimientos educacionales para enseñar sobre esto. Ahí el panorama es desalentador, describe su presidente, Pedro Sánchez. En las escuelas los alumnos dicen que no le temen a las ITS, “porque hay tratamiento”:
–Nosotros quedamos pasmados y no es primera vez que lo escuchamos.
Otra agrupación es ArpeVIH. Ellos realizan seminarios para educar sobre la prevención a alumnos, profesores y apoderados en colegios de la zona. Su presidenta, Elayne Leyton, recuerda uno en conjunto con la Universidad de Antofagasta:
–La conclusión a la que llegamos es que nadie sabía nada. Así que ¿quién le enseñaba a quién? Si tú vas al baño de los colegios, esa es la educación sexual que tienen los niños. Lo que está escrito en los baños.
Valeria Escobar, matrona y jefa de la carrera de obstetricia de la Universidad de Antofagasta, ve lo mismo. Esa es la raíz, cree, para explicar las historias de varios jóvenes que van a controlar su infección y, sobre todo, de los que no van porque aún no saben que la tienen.
–Si la población no tiene acceso a una educación sexual integral (…), es difícil que se le tome importancia a esto.
Tres inyecciones
Hay un último factor que considerar, cree el gobernador de Antofagasta, el independiente Ricardo Díaz: la pandemia.
–El hecho de que estuvimos todos encerrados en casa provocó que, en el fondo, se bajaran las atenciones y diagnósticos en otras áreas. Disminuyeron mucho las consultas médicas de ETS y los controles que debieron hacerse.
Igual influyó, sostiene Díaz, que durante ese periodo los escolares no participaron de los planes de prevención o de desarrollo de educación sexual, ya que hubo una priorización en la enseñanza y estos aspectos de la formación personal fueron dejados de lado.
Valeria Escobar observa el costo de la región.
–No solamente por las personas que son Fonasa, que se van a atender en el sistema público. También está el acceso a tratamientos, medicamentos, controles, horas médicas de especialidades como infectología. Incluso mayor riesgo para adquirir enfermedades como VIH.
Poca educación sobre el tema, consultas médicas postergadas y, agrega el doctor Usedo, poca accesibilidad para conseguir un diagnóstico. Todo eso ayudó a que la sífilis se expandiera por el norte. Por lo mismo, indica el médico, hay que empezar a tomar medidas. La primera es saber a quiénes hay que proteger.
–Hay que determinar cuál es la población de riesgo e ir disminuyendo de alguna forma esta cadena de contagios. Porque cada vez que hay un paciente que se contagia, hay exponencialmente un riesgo elevado de seguir propagando la enfermedad.
Eso, justamente, era lo que Carlos no quería cuando supo de su infección. Por eso comenzó a tratarse de inmediato en el Hospital Regional.
–Te van colocando inyecciones de penicilina, una vez a la semana. Lo que recuerdo es que son primero tres y, después, te hacen un examen para ver si ha bajado el virus. Si no es el caso, el tratamiento se repite.
Al estar en el nivel C de Fonasa, el costo total de ese tratamiento fue de unos $4 mil pesos para Carlos. Dos meses después de esas inyecciones, le informaron que su carga viral había bajado. Eso significaba que, a menos que el índice de la infección volviera a subir, no tendría que repetirlas. Afortunadamente, cuenta, eso no le ha pasado. Y tampoco quiere que le pase a nadie más.
Por lo mismo, Carlos ha participado en talleres de prevención. Incluso se presentó como voluntario trabajar en la agrupación Arpevih y ha hablado con migrantes para informarlos sobre el tema. El problema es que, a pesar de sus esfuerzos, a los consultorios y hospitales de su región siguen llegando pacientes infectados.
Por eso, Carlos ahora sólo pide una cosa: que se hable de la sífilis. Que no se esconda, que no se olvide.