El estrés, la incomodidad, los atochamientos, empujones, caras largas y uno que otro vendedor ambulante que se pasea por los vagones son algunas características de lo que suele ser la experiencia esencial del Metro. Cada tanto, ese cuadro se desdibuja, la cotidianeidad se interrumpe de golpe. En ese momento, el Metro de Santiago deja de ser el Metro como lo conocemos. Detenido el tren, el ambiente se torna silencioso; se miran los unos a los otros, aparecen algunos rostros de sorpresa y de resignación, otros de perplejidad, como esperando saber qué sucede. La ansiedad persiste hasta que el conductor, finalmente, explica que acaba de ocurrir un evento crítico en la estación. Un "sigma", como lo llaman en su propio código.
En otras palabras, lo más probable es que una persona se haya precipitado a las vías.
El segundo lunes de abril de 2019 fue uno de esos días, que se han tornado cada vez más frecuentes en los últimos años. Eran las 12.15 horas cuando en una de las estaciones de la Línea 4, con dirección a Tobalaba, un sujeto decidió terminar con su vida. Los conductores tienen la indicación de avisar en cuanto observen algo fuera de lo normal —alguna pareja discutiendo, alguien llorando cerca de las vías, entre otras señales o actitudes sospechosas—, pero en este caso no había indicios: el hombre estaba parado como cualquier otro pasajero, al medio del andén, pegado a un grupo. Tan solo cuando el tren avanzó, tomó posición, apresuró la marcha y se dejó caer, entre los gritos del resto.
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Línea 5. Foto: Agencia Uno.[/caption]
"Ojo: a todos nos puede tocar". Como si se tratara de una amenaza, los conductores del Metro de Santiago se transmiten ese mensaje. Especialmente a los recién llegados, que también son los más incrédulos. Todos, aseguran, en algún momento deberán enfrentarse de frente a la muerte.
Ese lunes, Macarena, como será llamada en este reportaje, tuvo la mala fortuna de estar en la cabina del tren AS-02 que se aproximaba a la estación. Conductora desde hacía algunos meses, llevaba su jornada sin mayores inconvenientes. Más allá de alguna conversación entre colegas sobre el tema, nunca se le había cruzado por la cabeza tener que enfrentarse a esta situación, menos ese día, un lunes recién pasado el mediodía, horario bastante más tranquilo por la afluencia de la línea.
"Fue como en cámara lenta… —relata—. Cuando me iba acercando a la estación, un tipo se lanzó un piquero, y justo antes del golpe vi su rostro. No sabía cómo continuar, siendo sincera, hice todo en piloto automático".
Han pasado cinco meses desde entonces. Regresó de una licencia extensa y dice sentirse capacitada para conducir con normalidad, pero la escena sigue estando allí, fresca entre sus recuerdos. Tampoco puede borrar aún los sonidos y una injusta sensación de culpa.
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La recurrencia de la conducta suicida, que abarca la ideación y planificación, hasta el acto consumado del suicidio, es una realidad inquietante del Chile contemporáneo, aún más en la población adolescente. El lunes, sin ir más lejos, en el marco de lo que sería el Día Internacional de la Prevención del Suicidio, la subsecretaria de Salud, Paula Daza, presentó una guía práctica de prevención y cifró que al año son poco más de 1.800 los suicidios en el país: es decir, cinco muertes diarias. En su exposición, también sostuvo que más de 220 mil personas sobre los 18 años han planificado su suicidio y que más de 100 mil reconocieron haberlo intentado. Los datos, extraídos de la Encuesta Nacional de Salud, no dejan espacio a la duda: dos de cada 10 personas tienen problemas de salud mental.
"Hay un concepto que es fundamental, que tiene que ver con lugares de preocupación para el suicidio. En todas las ciudades y países del mundo hay sitios que, de una u otra forma, empiezan a ser paradigmáticos, desde el punto de vista de preferencia para cometer actos de suicidio —explica Matías Irarrázaval, jefe del Departamento de Salud Mental del Minsal—. Eso es preocupante, porque a medida que esos lugares van tomando relevancia, pueden ir aumentando los casos".
En Chile, el Metro de Santiago se transformó en uno de ellos. Si bien, según Irarrázaval, los decesos en las vías siguen siendo pocos en comparación con otros métodos, como el ahorcamiento, la ingesta de medicamentos y el uso de armas de fuego, las cifras aumentan cada año. En abril, La Tercera tuvo acceso al informe que Metro entregó a Carabineros. El estudio, que comprende desde 2017 hasta marzo de 2019, señala que en ese período se presentaron 54 intentos, con 20 fallecidos, en total: 4 en 2017, 7 en 2018 y ya 9 en los primeros tres meses de este año.
Entre enero y marzo de 2019, por otro lado, se reportaron 11 eventos. Línea 1 y Línea 2 son los recorridos que acumulan más, con 18 y 14, respectivamente, mientras que la Línea 6, que cuenta con puertas diseñadas para frenar a potenciales suicidas, suma uno.
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Informe de Metro, período 2017-2019.[/caption]
¿Pero por qué, de pronto, el Metro se transformó en un foco? "Uno intenta definir moldes, pero en general en estos casos, como está involucrada la conducta humana, no se ajusta del todo. Lo que te podría decir es que, clínicamente, se ve que la persona que ya tomó la decisión de cometer suicidio está buscando el medio —explica Irarrázaval—. Y reconociendo que las personas pueden pasar entre 20% y 30% del tiempo del día transportándose, evidentemente que el Metro es una posibilidad".
Pero los funcionarios coinciden en que no siempre fue así. Iván Meza, quien trabajó como jefe de estación hasta 1988, recuerda que era muy raro vivir un caso de suicidio en el Metro en ese entonces. Tal vez por eso, los procedimientos eran también mucho más precarios. "A mí me tocó descubrir a una niña que quería matarse. Ella estaba en Franklin, dejó pasar un par de trenes y el flujo no daba para eso, así que nos llamó la atención. Nos acercamos y se puso a llorar, nos dijo que quería morir, así que le conversamos, la llevamos a la zona de explotación, como se le decía, y llamamos a Carabineros. Ellos se la llevaron, pero la soltaron al rato. Pasaron unos minutos y nos avisan que la niña se había lanzado en Rondizzoni… Fue horrible para todos".
Cristián fue conductor durante 12 años y recuerda que el protocolo recién mejoró con la implementación de la Reforma Procesal Penal: "Cuando entré era todo bien al lote. Lo que se hacía, por ejemplo, era que si había un suicidio, había que tratar de ocultar la información, que no se hiciera tan masiva. A los pasajeros les decíamos que había cualquier problema, inventábamos fallas técnicas, y hacíamos la evacuación. El supervisor se encargaba de todo. Recién después se empezó a regularizar, en todo sentido".
Metro de Santiago no se refirió al tema. Muchos funcionarios también se negaron: se los notaba incómodos, temerosos por las represalias que, creen, no tardarían en llegar. "Si se sabe que tú estás hablando, te van a echar", dice uno de ellos. "Tuvimos que firmar un contrato de confidencialidad —explica otro—. A mí me tocó hace como un mes, más menos. Hay harto secretismo en esta empresa".
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Para quien aspira a ser conductor en el Metro, en la entrevista previa hay una pregunta que resulta clave: ¿Estás dispuesto a ver a alguien que se acaba de precipitar a las vías?
"Y uno tiene que venderse, ponerse la camiseta. Dices que sí, no te queda otra. ¿Pero quién está preparado para ver una muerte?", se pregunta Mario, quien suma poco más de un año de experiencia en la empresa.
Ser conductor en el Metro de Santiago es eso: sinónimo de estrés. En un curso que se extiende por cuatro meses, tres de teoría y uno de práctica, con nueve módulos que abarcan desde lo más básico —señalización, conducción, tratamiento de averías— hasta lo más avanzado —procedimientos críticos—, buscan prepararlos para todo escenario. Incluso un suicidio.
En esos casos, lo primero que debe hacer el conductor es pedir el corte de corriente al PCC (Puesto de Comando Centralizado). Luego, detenido el tren, debe explicar lo que acaba de ocurrir: antes, les preguntaban rápidamente si podían bajar y verificar el estado de la persona que se precipitó; desde febrero, cuando un sujeto se lanzó a las vías portando cianuro, ya no. Finalmente, viene la evacuación: mientras el personal de la estación vacía el andén, el conductor —mediante una llave de seguridad— abre la primera puerta para que los pasajeros abandonen el coche.
"Ahí se activa el 'Plan Eric'. El conductor que vivió la situación va al psicólogo, a la mutual, y le hacen una revisión —dice Mario—. Se le dan, además, dos días de descanso. Si sigue muy mal, va a un psicólogo particular para extender la licencia y Metro le reembolsa".
Con el conductor fuera de la ecuación, es turno de los SGO (Supervisores de Gestión Operativa). También se llama a la policía y al Sapu, que debe verificar el estado de la persona. En caso de muerte, son los supervisores quienes retiran los restos y los depositan en las bolsas mortuorias a la espera del Servicio Médico Legal (SML). Los encargados de aseo ayudan con la limpieza. Todos ellos, los implicados en el evento crítico, reciben un bono. El tren, por otra parte, deja de funcionar: se lleva a talleres para que el personal de material rodante pueda lavarlo.
"Uno de repente piensa que deberían enfocarse más en la persona. Porque a nivel de Metro, funciona —opina Mario—. En nuestro caso, no tanto. La idea es que ojalá te ayudaran lo más posible para sacarte luego de la situación".
A cinco meses del incidente, Macarena asegura que la empresa se ha preocupado de ella, pero que la ansiedad aún no se disipa del todo: "Los primeros días tuve pena, angustia y pesadillas. Tampoco quería acercarme al trabajo. Tomaba micro, para no volver… Metro igual tomó las precauciones de no exponerme, estuve un período solamente en reinserción laboral, hasta estar más preparada. Estoy agradecida por ese lado, pero sigue el miedo. Ojalá no pasara más".