Dedicar libros es de lo más común y Susan Neiman (Atlanta, 1955) lo ha hecho más de una vez: dedicó a sus tres hijos, por ejemplo, una “historia alternativa de la filosofía” que publicó en 2002 (Evil in Modern Thought), y a una de ellos Why Grow Up?, con sus “pensamientos subversivos para una era infantil” (2015). Lo que no es común es que alguien dedique una entrevista. Es lo que hace Neiman.
En teleconversación con La Tercera Domingo, la filósofa judío-estadounidense radicada en Berlín, directora de Einstein Forum en Potsdam, explica esta “petición extraña”: Claudio Lange, su amigo chileno más cercano y padrino de sus dos hijas, vive en Berlín desde poco después del Golpe y “casi murió por el coronavirus”. Fue también la persona que le presentó al historiador y activista Paul Robeson, y ella quiso dedicarle esta entrevista.
Puede parecer una nota muy personal, pero para esta filósofa moral la experiencia de cada quien no tiene por qué separarse de la reflexión acerca del mundo y de lo que hay en él. Más bien lo contrario, piensa esta investigadora para quien “un filósofo puede contribuir a clarificar, quizá diciendo lo obvio que nadie se molesta en decir, para poner las cosas en diferentes perspectivas y ayudar”.
Hace unas semanas, en medio de protestas ya planetarias por la muerte de George Floyd a manos de un policía de Mineápolis, en el Times Literary Supplement publicaron una reseña de su libro Learning from the Germans. Era de 2019, pero se leía tanto o más vigente que cualquiera de los recién impresos: el volumen da cuenta de sus propias experiencias de niña que creció en el sur de EE.UU., de judía que se sintió en Berlín como “un remanso para quienes no se sienten en casa en ningún otro lado”, de profesora invitada de la U. de Mississippi y de exhaustiva entrevistadora a ambos lados del Atlántico.
¿La idea? Entender y hacer ver de qué manera el trabajo con el pasado, expresado en el introducido concepto vergangenheitsaufarbeitung (enfrentar el pasado), ha permitido a los alemanes lidiar con el estigma del período nazi, preguntándose luego qué podrían aprender de ahí los estadounidenses para aplicarlo al pasado esclavista y su legado. ¿Respuesta posible? Suscribir los valores ilustrados tal como los entendió Immanuel Kant, del que es estudiosa: la razón como guía de la moral, la universalidad de los valores, el rechazo a las lealtades tribales y el compromiso con los imperativos éticos (“ideas admirables pero de difícil puesta en práctica”, añadió el autor de la reseña en el TLS).
En esta lógica, las grandes preguntas sólo son tales si interrogan el mundo para entenderlo y, eventualmente, transformarlo. Al decir de Neiman, hay filósofos para quienes su disciplina sólo debe pensar en preguntas eternas y abstractas, pero ella no es de esos: “No creo que sea una filosofía muy interesante, y hay muchos en el pasado que no la han practicado así, de Platón a Rousseau, de Kant a Hegel y Marx; también filósofos estadounidenses como Emerson, Thoreau y William James. Emerson y Thoreau, por ejemplo, estuvieron muy involucrados en el movimiento abolicionista”.
Lo anterior, agrega, “no es algo que te enseñen en el departamento de filosofía”, cuestión que, en sí misma, le resulta problemática. El caso es que ve “una tradición en la que los filósofos prestan atención a la historia y se involucran en las luchas de su época, y esa es una tradición en la que estoy muy feliz de participar. No me metí a filosofía porque quisiera pensar en los mundos naturales posibles. De adolescente leí a Sartre y De Beauvoir, y ellos eran mis héroes. Incluso, si no estoy de acuerdo con todos sus juicios políticos, es lo que pensé que estaba haciendo cuando decidí estudiar filosofía”.
-¿Cuán importante fue insertar estas visiones en la historia reciente de EE.UU. y Alemania?
-Lo que está sucediendo ahora, por supuesto, no era algo que pudiese anticipar cuando terminé el libro, y no podría estar más encantada. En cierto sentido, me he estado haciendo estas preguntas desde que llegué por primera vez a Berlín, en 1982. Estaba trabajando en mi tesis doctoral y me sorprendió que hubiera alemanes, nacidos entre 1945 y 1960, que se preocuparan por enfrentar los crímenes de sus padres y maestros. Fue poco antes del 50° aniversario de la llegada al poder de Hitler, y grupos de la sociedad civil de Berlín estaban preparando de exhibiciones, películas, conferencias, explorando la historia. Todo eso me conmovió, y me preguntaba por qué los estadounidenses nunca hablan de Hiroshima o por qué la Guerra de Vietnam ya no está en nuestro radar. No me daba para pensar en la Guerra Civil, pero ya estaba impresionada con ese contraste.
Sin embargo, la razón principal para escribir el libro se dio cuando vi al Presidente Obama dar su discurso fúnebre por los nueve feligreses negros masacrados en Charleston, en 2015. Fue la primera autoridad política que pidió que se bajara la bandera confederada, porque estaba claro que era un símbolo de supremacía blanca. Luego Walmart, la corporación más grande de EE.UU., dijo que ya no venderían ese tipo de símbolos. Ahí me dije, “madre mía, Estados Unidos finalmente está comenzando a examinar sus crímenes del pasado”.
-¿Qué vino después?
-Quise pasar al menos medio año en eso. Creo que los problemas para enfrentar nuestra historia son internacionales, y que las soluciones deben ser locales. No creo que haya una fórmula única en la que puedas confiar, desde Alemania hasta EE.UU., desde Chile hasta Bélgica. Es muy importante atender a los detalles: no sólo lo que se escribe en nuestros libros escolares, sino también qué canciones cantan los niños, qué tipo de símbolos tenemos en nuestras calles. Ahora, no se trata de que el racismo sea exclusivamente un problema del sur de EE.UU.: el sur es una lupa para el resto de los Estados Unidos. Y me pareció en 2015 que podría contribuir a comprender cómo otros países pueden tener algún proceso para enfrentar su pasado. Ahora, esto no es como una vacuna. Es un proceso largo y complicado, y no es que los alemanes se hayan sometido a él voluntariamente. Fuera de Alemania muchos tienden a pensar, “oh, estaban tan consternados por los crímenes cometidos que se arrodillaron y suplicaron perdón a todo el mundo”. Y no fue así como se veían a sí mismos, pues en el peor de los casos se veían como víctimas.
-Respecto de las “cargas del pasado”, ¿qué tan pesadas deben ser para que la historia no se olvide, y qué tan livianas para poder seguir adelante?
-No quisiera responder en términos de “pesado” y “liviano”. A todos nos gustaría ver a nuestra gente como héroes; a nuestros padres, a nuestras naciones. Es normal, ¿verdad? Cuando nos damos cuenta de que no los vemos completamente heroicos, hay otro movimiento, que también es normal: decir, “bueno, fueron víctimas de la historia, tal vez habrían actuado mejor si las cosas hubieran sido diferentes, pero fueron víctimas”. Lo interesante, por supuesto, es que los alemanes también se vieron a sí mismos como víctimas, de lo cual la mayoría de los no alemanes no tiene idea. La siguiente progresión por la que pasaron los alemanes es que, en lugar de centrarse en su propio dolor y en sus propias heridas, dijeron: “También tenemos que pensar en las heridas que causamos a otra gente. También tenemos que pensar en nosotros mismos como perpetradores”. Es un proceso por el que tienes que pasar.
-Un colega suyo, André Comte-Sponville, ha dicho que vivimos en la era más moral de la historia, o en la menos inmoral. ¿Vivimos una “revolución moral”?
-Si me hubieras preguntado hace tres meses, “¿estamos en medio de una revolución moral?”, habría dicho, “ojalá”. Por mi lado, he sido objeto de desprecio, comentarios sarcásticos, todo tipo de cosas, tras escribir un libro llamado Claridad moral [Moral Clarity. A Guide for Grown-Up Idealists, 2008], por hablar del idealismo. Me han vilipendiado durante años por decir que tenemos que hablar en términos morales, y que tenemos que alejarnos de una época de ironía, tenemos que abandonar la vergüenza por hablar de ideales, que está muy presente en gente progresista y educada, tanto en Europa como en los EE.UU., que considera vergonzoso mostrar pasión moral, hablar de ideales. En el último mes estamos viendo un universalismo y una diversidad cultural genuinos: la gente convocada por el asesinato de George Floyd han solidarizado con los negros estadounidenses, pero también han pedido que cada país mire sus propios crímenes. La otra noche estuve entrevistando a Noam Chomsky por Zoom para el Einstein Forum. A sus 91 años, dijo que este es el momento más peligroso de la historia humana, pero que nunca, en toda su vida, ha visto un momento moral universalista tan esperanzador. Algo ha cambiado radicalmente en el último mes, y estoy comprometida a estar a bordo, tanto como pueda, y que esto siga adelante.
-Usted estudia el concepto del mal (evil), que no es mensurable y que muchas veces reemplaza toda explicación de cómo llegó a haber personajes como Hitler o Stalin. ¿De qué forma se le puede entender hoy?
-Es algo que abordo en mi libro [Moral Clarity] y que me preguntaron seguido durante el segundo gobierno de George W. Bush, quien usaba palabras como evil y expresiones como “claridad moral”. Soy una mujer de izquierda y la gente decía, “cómo puedes decir estos conceptos bushianos demoníacos”, y mi respuesta siempre es, “porque son las armas más potentes que tenemos en el idioma, y si las dejamos en manos de quienes no piensan en cómo usarlas, estamos peor”. Hay una diferencia entre llamar a algo “malvado” (evil) y llamar a algo malo (bad). Ahora, es cierto, no puedes cuantificarlo. No puedes decir, “esto es dos puntos más malvado que esto otro”, pero lo que puedes hacer es analizarlo. En el libro trato cuestiones muy contemporáneas del mal, que no son Hitler ni algo obvio. Trato de identificar el tipo de pensamiento crítico que te permite decir que algo es evil y no solamente bad.