Las vergonzosas imágenes del inédito asalto al Capitolio perpetrado el miércoles por partidarios de Donald Trump aún permanecen en las retinas de los habitantes de Estados Unidos y, por qué no, del mundo entero. La irrupción violenta de los manifestantes en el Congreso, que paralizó por unas horas la sesión en la que se estaban recontando los votos electorales de los estados para certificar la victoria del demócrata Joe Biden en las elecciones de noviembre, fue calificada por el propio Presidente electo como uno de los “capítulos más oscuros de nuestra historia”.
A la condena de Biden a los violentos hechos que se saldaron con al menos cinco muertos, incluso se sumaron los cuatro expresidentes vivos de Estados Unidos, un país donde tradicionalmente los exmandatarios no se involucran en cuestiones políticas después de su gestión. “No es lo que somos como nación”, destacó el demócrata Jimmy Carter (1977-1981), para quien lo ocurrido en la capital estadounidense fue una “tragedia nacional”.
Las palabras de Carter fueron refrendadas por sus otros dos correligionarios. Mientras Bill Clinton (1993-2001) aseguró que “el asalto fue alimentado por más de cuatro años de políticas venenosas”, Barack Obama (2009-2017) señaló que “la violencia en el Capitolio fue incitada por el Presidente”, en alusión a Trump.
Pero la condena que más debate provocó provino de George W. Bush (2001-2009), el último Presidente republicano que ocupó la Casa Blanca hasta la llegada de Trump en 2017. “Estoy consternado por el comportamiento imprudente de algunos líderes políticos desde las elecciones y por la falta de respeto mostrada hoy hacia nuestras instituciones, nuestras tradiciones y nuestra aplicación de la ley”, dijo Bush, sin hacer mención explícita a Trump. “Es una visión enfermiza y desgarradora; así es como los resultados de las elecciones se resuelven en una república bananera, no en nuestra democracia”, subrayó el exmandatario, para quien el “violento asalto al Capitolio” fue efectuado por personas “cuyas pasiones fueron inflamadas por falsedades y falsas esperanzas”, en unos incidentes que, a su juicio, pueden “dañar” la “reputación” del país.
De inmediato el uso de la expresión “república bananera” se transformó en tendencia, como destacó CNN el jueves. La propia cadena de televisión estadounidense recordó que el término fue acuñado originalmente por el escritor estadounidense William Sydney Porter, alias O. Henry, en el cuento El Almirante, publicado en 1904. Si bien la historia se ubica en Anchuria, una “pequeña república bananera marítima” de ficción, se estima que Porter se inspiró en Honduras, país donde vivía cuando escribió el cuento, consigna la BBC.
Según CNN, las repúblicas bananeras correspondían a los países de América Central, independizadas a principios del siglo XIX, donde se cultivaba el plátano, y que EE.UU. veía prácticamente como un territorio propio. Algunas compañías privadas -como la United Fruit Company (hoy Chiquita)- llegaron a dominar estos territorios, como el caso de Costa Rica y Guatemala, entre otros, destaca la cadena.
Pero luego, consigna la BBC, la expresión pasó a hacer referencia a países monoproductores, con instituciones gubernamentales débiles y corruptas, donde una o varias empresas extranjeras influían en las decisiones nacionales. “Una ‘república bananera’ es un término despectivo para un país de ligera organización cívica o política”, sintetiza el analista político de CNN en Español Jorge Dávila Miguel.
“Me pregunto, y lo digo sólo medio en broma, si las ‘repúblicas bananeras’ que tenía en mente el expresidente Bush deberían sentirse ofendidas por la comparación”, comenta a La Tercera Michael Shifter, presidente de Diálogo Interamericano, un think tank con sede en Washington. “Es difícil imaginar, en estos tiempos, que el violento asedio al Capitolio de Estados Unidos por una turba descontrolada ocurriera en gran parte de América Latina. La democracia puede estar en problemas en América Latina, pero se han logrado avances importantes desde las llamadas ‘repúblicas bananeras’ asociadas con principios del siglo XX”, dice.
“No, EE.UU. no es una república bananera. Esa es una referencia desafortunada a los años 20 y 30 en la política exterior estadounidense”, señala categórico a este medio el cientista político de la Universidad John Hopkins, Riordan Roett. “Los tribunales estadounidenses funcionan, la prensa es libre, el Congreso completó sus responsabilidades constitucionales (el jueves) después de un aterrador evento trumpiano. Es un momento terrible, pero solo un momento”, asegura.
“Por supuesto, el término ‘república bananera’ siempre ha sido muy ofensivo”, dice a La Tercera Scott Mainwaring, politólogo de la Universidad de Notre Dame. “Estoy de acuerdo con el expresidente Bush en que lo que ocurrió fue una reminiscencia de una república bananera (...). Pero decir que un incidente recuerda a otros acontecimientos históricos mundiales no significa que EE.UU. se haya convertido en una ‘república bananera’”, enfatiza.
“Comparar a EE.UU. con una ‘república bananera’ es injusto tanto para EE.UU. como para América Latina”, coincide Cynthia Arnson, directora del programa de América Latina del Wilson Center. Similar opinión manifiesta Erick Langer, profesor de Historia de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad de Georgetown, quien cree que “la comparación de EE.UU. con una ‘república bananera’ no es buena”. Lo que sí reconoce como común (denominador) es la “gran inestabilidad política”, si bien aclara que “la causa es diferente, porque en las ‘repúblicas bananeras’ el desequilibrio político venía de afuera y, en este caso (EE.UU.), viene de adentro”, explica el académico. “En este caso, son grupos que han existido hace mucho tiempo, pero fomentados por Trump se han vuelto más poderosos y más grandes, así como también por los medios sociales”.
En ese sentido, Mainwaring señala que “las milicias nacionalistas blancas que invadieron el Capitolio se basan en un largo legado de grupos extremistas militarizados. Sin embargo, es cierto que al legitimar y respaldar a estos grupos, Trump los ha envalentonado enormemente”. “La polarización, la disfuncionalidad del gobierno y la falta de confianza básica en las instituciones políticas y la democracia no comenzaron con Trump, esta ha sido una tendencia durante décadas, pero se han acelerado enormemente y han alcanzado un punto bajo en los últimos cuatro años”, recalca Shifter.
“Lo que hemos visto a lo largo de los cuatro años de Trump es que las instituciones democráticas y el imperio de la ley en EE.UU. no fueron tan fuertes como habíamos imaginado”, comenta Arnson a La Tercera. Sin embargo, reconoce que “lo que ha sido muy sano es la defensa del proceso electoral por parte de funcionarios estatales y locales -tanto republicanos como demócratas- junto con jueces, incluyendo a muchos nombrados por Trump, todos rechazando las acusaciones de fraude”. “En ese sentido, el sistema democrático funcionó bien, a pesar de que se necesita restablecer la credibilidad del sistema electoral, ahora cuestionado por muchos ciudadanos”, afirma.
Con todo, Roett ve un gran desafío para la nueva administración que se instalará en la Casa Blanca el 20 de enero. “El país está muy dividido. Los medios conservadores han aumentado su influencia. Trágicamente, EE.UU. ahora está dividido entre las élites urbanas y la base de Trump. La administración de Biden debe comenzar a abordar los conceptos erróneos sobre la política nacional sostenidos por la base”, concluye.