En abril de 2021, Ninoshka Vicencio (24) sentía dolor de cabeza, decaimiento, vómitos y nauseas. Pasaron tres días y supo que estaba contagiada de covid. Justo después de recibir este resultado, esta enfermera de Peñalolén comenzó a perder el gusto (ageusia) y el olfato (anosmia). Nunca pensó que esta pérdida la perseguiría por nueve meses. O que la acompañaría hasta hoy. “Estaba irritable, angustiada, lloraba todos los días porque sentía hambre y no podía comer”, explica.

Durante junio pasado, Vicencio ya había recuperado en parte su gusto y olfato, pero comenzó a sufrir de parosmia, que es el concepto médico que se utiliza para definir la distorsión de olores. Y sufrir eso, agrega Vicencio, “fue mucho peor”.

“Es bien compleja la situación, porque con la parosmia las personas ya no presentan anosmia, que es cuando no se puede oler, sino que presentan una alteración de la percepción de los olores. Generalmente sienten olores poco placenteros, como metálicos, quemados y pútridos”, comenta la doctora Alexia Núñez, profesora asistente del Departamento de Biología de la Universidad de Chile.

Vicencio aún recuerda cuando notó el cambio. Con tan solo poner un pie en la cocina supo que algo andaba mal. Su familia estaba cocinando un sofrito para el pollo del almuerzo, pero ella no sentía nada: ni la cebolla, ni el ajo. Lo único que percibía, en cambio, era el olor a podrido.

Ninoshka Vicencio

“El primer día no me creían mucho, pero después se dieron cuenta de que cosas que a mí me gustaban no las estaba comiendo porque yo les decía que olían horrible o sabían mal. Ahí me empezaron a comprender”, cuenta ella.

La doctora Sofia Waissbluth, del Departamento de Otorrinolaringología de la Universidad Católica, explica que la comunidad científica estima que aproximadamente de un 30% a un 40% de los pacientes afectados por el Covid-19 presentan alteraciones del olfato y/o gusto. Y agrega algo más: “se ha visto que pacientes menores de 40 años tienen mayor predisposición de desarrollar la forma de covid que se manifiesta únicamente por alteraciones del olfato o del gusto. Se ha visto también que en pacientes con una forma severa de covid, presentan menos problemas del olfato, y que la mayoría de los pacientes recuperan el olfato dentro de 3 semanas”.

Ninoshka Vicencio no se recuperó a las pocas semanas ni a los pocos meses y, según el doctor Carlos Stott, jefe de servicio de Otorrino del Hospital Clínico Universidad De Chile, esto se puede explicar por la muerte celular que sufrió su epitelio olfatorio, que es donde están las neuronas sensoriales del olfato:

“El covid es un virus y los virus entran por las vías respiratorias. Entran por nuestras narices y por nuestras bocas, la zona olfatoria está en el techo de la nariz y el virus se sabe que destruye esta zona olfatoria que tiene células que son las que captan las partículas olfatorias y las transmiten hacia el cerebro. De esta manera, dependiendo de la carga viral, se produce la cantidad de daño”.

Stott afirma que después del daño, el cuerpo tiende a recuperarse. Pero no siempre a la misma velocidad: “puede ser una reparación extremadamente lenta o, incluso, no repararse nunca”. Por lo nuevo del virus y por lo poco que aún se sabe de él, dice el especialista, todavía no es posible determinar cuánto puede extenderse este tipo de parosmia.

“Eso era lo que más me angustiaba. Después de un mes de estar muy mal, tenía psiquiatra en ese tiempo para controlar la ansiedad”, comenta Ninoshka Vicencio. Sumado a este estado, la enfermera sufría alimentándose solo con avena, agua, leche, lechuga, arroz y quesillo: los únicos alimentos que no la hacían sentir malos olores, pero que hacían que su uniforme comenzara a quedarle cada vez más grande y que el hambre la despertara en la noche.

Angustiados y encerrados

La comida no es solo el combustible para el ser humano, sino que además está relacionada con todo la vida emocional. Esto hace, según la psicóloga de la Unidad de Trastornos de alimentación de UC Christus, María Elena Gumucio, que la pérdida o distorsión del gusto y del olfato afecten más de lo que se crea a la calidad de vida de los que la sufren.

“La comida es un acto social de compartir, de relajarse, de disfrutar y gozar los alimentos y sus sabores. Es importante para la salud mental. Cuando las personas dejan de sentir el placer en los sabores, la comida pasa a ser ‘un tengo que comer’ y se pierde la capacidad del goce en la vida”, añade la terapeuta.

Cesar Lobos (26) perdió este goce con la anosmia: “estaba desesperado y ansioso. Además empecé a notar que no comía como por gusto, o porque tuviera que hacerlo, sino que por ansiedad”. Lobos, un publicista de Ñuñoa, tuvo coronavirus en octubre pasado y, aunque el dolor de cabeza desapareció a la semana, la pérdida del gusto y el olfato aún persiste. Todavía se acuerda cuando notó los efectos. Fue probando un helado: “no sentí nada, solo la textura del helado y que estaba frío”.

Desde ese momento, la comida pasó de ser su hobby a su tortura.

César Lobos

“Por el hecho de no sentir el sabor ni el olfato de las cosas ricas que antes disfrutaba, me daba ansiedad. Y lo que hacia era comer y comer y con eso me saciaba, pero sin gusto ni nada”, agrega Lobos.

La psicóloga María Elena Gumucio agrega que la falta de goce hacia la comida por parte de los afectado por anosmia y parosmia, también puede afectar su vida social. Por eso advierte que no deberían optar por aislarse. “Lo más sociable que tenemos los seres humanos es comer juntos. Entonces, cuando alguien evita comer y evita comer con otros, quiere decir que esa persona se esta aislando y es preocupante”, añade.

Para Javiera Vivanco (25) esa tarea ha sido difícil. La joven dueña de casa se contagió de covid en mayo de 2021 y, a partir de junio, empezó sentir malos olores y sabores a su alrededor. Desde entonces su pieza se convirtió en su refugio, ya que la sensibilidad hacia los malos olores empeoró con el inicio de su embarazo.

“Llegaba la hora de comer y para mí era desagradable. Me daba rabia no poder comer, no poder estar ahí. Tenía que encerrarme en mi pieza. Para mi era angustiante, yo lloraba. Lo único que quería era comer normal” agrega Vivanco.

Alimentos tan comunes como el pan y el café estaban absolutamente vetados para esta joven de San Bernardo. Durante sus ocho meses con parosmia ha perdido 10 kilos. Admite que el hambre la ha vuelto irritable y débil físicamente. De hecho, asegura, no es raro verla con dolor de estómago.

María de los Ángeles Villafranca (28), de San Fernando, también optó por encerrarse en su habitación para evitar la angustia de no poder comer lo mismo que su familia, luego de contagiarse en abril pasado. Aunque eso, en su caso, la ha llevado a subir alrededor de 6 kilos. Empezó a comer ansiosamente y, al darse cuenta, decidió buscar ayuda psicológica. Pasar por esto no ha sido fácil para ella.

María de los Ángeles Villafranca

“Es algo que no se ve. Es algo que se vive de forma solitaria, a pesar de que los cercanos te intentan de cuidar”, admite.

Experimentos caseros

La desesperación por conseguir los dos sentidos de vuelta, hizo que César Lobos buscara respuestas en las redes sociales. Él, por ejemplo, admite haber intentado un desafío que se volvió viral y que, según algunos usuarios, prometía recuperar el gusto y el olfato: comer una naranja caliente. Pero Lobos no tuvo suerte y eso no sorprende. La comunidad científica no recomienda tales tratamientos.

Según el doctor Carlos Stott, una posibilidad que sí existe es la terapia de olores. Esta consiste en enseñarle a la nariz nuevamente a oler. “Lo que se hace es tomar olores bastante distintivos, que tienen características bastante claras, como ejemplo el café. Entonces se va a haciendo que la persona vaya instruyendo a su nariz nuevamente a ir captando olores”, explica el médico.

María de los Ángeles Villafranca optó hace dos semanas por probar este “entrenamiento olfativo”. Se compró una serie de esencias y se preocupa de intentar de olerlas todos los días de forma profunda e intentando identificarlas. Este no es el primer tratamiento que prueba: en noviembre del año pasado visitó a un otorrino que le facilitó un inhalador nasal con corticoides por seis meses, pero abandonó el proceso.

“Ocupé el corticoide un mes y de ahí ya no lo usaba todos los días, porque no sentía que me lo había dado con la convicción de que me iba a ayudar. Ahí cometí el error de no usarlo tan seguido como me dijo”, se lamenta.

El doctor Stott admite que la alternativa de los inhaladores de corticoides puede ayudar, porque son antiinflamatorios. Pero también agrega que es una solución sin ningún fundamento. A Manuel Barriga (18), de Las Condes, si le funcionó en parte. El estudiante se contagió de coronavirus la primera semana de abril de 2021 y, desde entonces, tuvo pérdida del gusto y del olfato.

Manuel Barriga

En septiembre visitó a un doctor que le recomendó ingerir cápsulas de omega 12 y utilizar el inhalador nasal con corticoides tres veces al día. Gracias a esto pudo recuperar de forma parcial ambos sentidos, pero con un grado de parosmia.

Ninoshka Vicencio sigue esforzándose en comer de todo, incluso aquellas cosas que para ella no tienen un olor o sabor agradable. También busca recetas que contengan ingredientes que no le causen rechazo.

Esta misma solución busca entregar Manuela López (22) de La Serena. Ella, estudiante de Nutrición de la Universidad Católica del Norte, junto con un grupo de compañeras, están trabajando en una tesis sobre la parosmia en Chile. Tiene como objetivo ver los cambios en la alimentación que han tenido los afectados y poder ayudarlos con herramientas para mejorar su alimentación y calidad de vida.

César Lobos, Javiera Vivanco, María de los Ángeles Villafranca y Manuel Barriga siguen esperando recuperar sus sentidos algún día. Todos saben qué quieren comer cuando esa ocurra. Ninoshka Vicencio, sin embargo, tiene reservado ese momento para algo más. No es su comida favorita, ni siquiera un alimento, pero sí algo que ha extrañado demasiado, dice.

“Quiero poder abrazar a mi mamá y sentir su olor”.