Desde que Elon Musk entró cargando un lavatorio a la oficina central de Twitter en Market Street, en San Francisco -un despliegue de ingenio que jugaba con las palabra “sink” (lavabo) y la expresión “let that sink in” (tómate el tiempo de comprender bien)-, estaba claro que su debut en el campo de batalla de los magnates de redes sociales vendría con show. Adorado y mitificado por tropas de emprendedores y todo el ecosistema que los rodea, Musk ya había probado el adictivo sabor a la fama. No era sólo el heredero de un millonario sudafricano que había hecho su propia fortuna en Estados Unidos tras vender su parte de PayPal; era también el visionario que había puesto sus ganancias en una compañía de autos eléctricos (Tesla), en su subsidiaria Solar City, en una empresa que aspiraba a una tajada de la privatización del espacio (SpaceX) y en una compañía dedicada a desarrollar investigación y tecnología para crear una interfaz cerebro-computador (Neuralink). Un Da Vinci, si Leonardo hubiera sido su propio mecenas.
Musk había también saboreado los réditos egóticos de la controversia, y había comenzado a cultivar esa actitud pública de “la plata es mía y hago lo que quiero”. La polémica infantil suscitada al encender un pito de marihuana en el podcast de Joe Rogan fue sólo un preludio de los tuits sobre una eventual apertura a bolsa de Tesla en 2018 que le valieron una multa de 20 millones de dólares de la SEC y su salida temporal de su dirección. Fue un episodio que, además, comenzaría a unir los caminos de Musk y Twitter, cuya compra también partió con posteos que parecían broma pero que -demanda mediante por parte de sus antiguos dueños- terminaron concretándose en octubre del año pasado. 44 mill millones de dólares que levantaron cejas suspicaces -cuando no sorna- de varios observadores de Silicon Valley. Pero la plata es de Musk y hace con ella lo que quiere.
Para entonces el otro prodigio de Silicon Valley ya había consolidado su sitial de villano reticente. Mark Zuckerberg es 13 años menor que Musk, pero en muchas cosas ya viene de vuelta. El fundador de Facebook ya había sido expuesto con el escándalo de Cambridge Analytica desde sus primeras revelaciones en 2017, ya había pasado dos días testificando frente al Congreso de Estados Unidos en 2018 -contestando más de 600 preguntas de cerca de 100 parlamentarios- y ya había prometido portarse mejor. Más importante aún, ya había comprado Instagram (2012) y Whatsapp (2014), concentrando junto a Facebook un universo de 3 mil millones de usuarios, todas reunidos hoy bajo el paraguas de Meta. Un poco menos que el total de habitantes del planeta.
Una guerra cultural
Mientras Zuckerberg se empeñaba en mejorar su libreta de antecedentes tratando de convencer al mundo de que respeta la privacidad de los datos de los usuarios de sus redes y mostrando iniciativas de moderación de contenido violento, Musk llegó a Twitter aparentemente decidido a lo contrario. Alzando la bandera de la libertad de expresión, restituyó cuentas suprimidas por desinformar -la más notoria de todas, la de Donald Trump- y eliminó todas las instancias de moderación de contenidos que la administración anterior había puesto en marcha, justamente en respuesta a las críticas al respecto. El ticket azul -antes una garantía de verificación de cuentas “serias”- pasó a convertirse en un producto a la venta del plan “premium”, por sólo 8 dólares mensuales para cualquier usuario. Naturalmente, Musk empezó a transformarse en el héroe de los sectores de la derecha norteamericana que, en medio de la exacerbada guerra cultural que divide a esa sociedad, se sentían injustamente censurados por la dictadura de lo “políticamente correcto”. Cuando en las elecciones de medio término de noviembre del año pasado Musk llamó a votar por los candidatos republicanos terminó de abrazar esa bandera (el electorado no se mostró particularmente receptivo en las urnas). Meses después, acusó a Facebook de tener un prejuicio en favor de los Demócratas, argumentando que la campaña para incentivar la participación electoral era en realidad partisana.
En resumen, Musk transformó su enfrentamiento con Zuckerberg en un asunto cultural. Si Estados Unidos se divide en un “ellos” contra “nosotros”, al menos podría contar con la simpatía de la mitad del país.
De paso, logró algo que parecía cuando menos improbable: que Mark Zuckerberg se comenzara a ver como la salvación de quienes buscaban huir de las garras del nuevo matón del curso.
La historia cuenta que los primeros choques entre Zuckerberg y Musk datan de 2016, cuando un cohete de SpaceX que llevaba a bordo un satélite asociado a una iniciativa de Facebook explotó en el momento de su lanzamiento. Según una fuente citada por el Financial Times, Zuckerberg estaba “furioso”. Le seguirían otros rounds, como cuando en medio del escándalo Cambridge Analytica y la campaña #deletefacebook Musk tuiteó preguntando “¿Qué es Facebook?”.
Pero las cosas nunca habían llegado al punto en que llegaron ahora.
A fines del mes pasado, cuando ya se conocían rumores sobre el inminente lanzamiento de una red de Meta para competir con Twitter, Musk respondió un tuit de un usuario que se burlaba del nuevo hobby de Zuckerberg -el ju jitsu- desafiándolo a una “cage figt”, una especie de lucha libre “todo vale”. Zuckerberg contestó -en Instagram, eso sí- “mándame tu ubicación” y desató una ola de especulaciones. ¿Es real? ¿Es sólo un chiste que estaba llegando muy lejos? ¿Es una costosa jugada publicitaria?
Hasta ahora, la insólita pelea parece factible: se han reportado negociaciones con terceras partes para organizar el evento -como Dana White, el presidente de la Ultimate Fighting Championship- y se han discutido posibles locaciones, como Las Vegas. Una pelea de exhibición. De egos, probablemente.
En medio de todo el ruido, Zuckerberg se animó a, finalmente, abrir los fuegos en un nuevo ring. El 5 de julio escribió su primer mensaje en Threads, la flamante red social a imagen y semejanza de la plataforma a la que pretende desbancar. El texto rezaba: “Thread is here. Let’s do this”.
Alien versus Depredador
A medida que los usuarios de Threads comenzaban a sumarse por millones -gracias a la facilidad de incorporarse a través de la cuenta de Instagram, donde habitan dos mil millones de personas-, también comenzaba a instalarse una pregunta. La primera parte puede variar sin alterar la cuestión: puede ser “¿Qué es mejor?” o “¿qué es peor?”, pero la elección es la misma: ¿Zuckerberg o Musk? Varios usuarios recordaron el tagline de una película mala pero inolvidable: “Alien versus Depredador: gane quien gane, nosotros perdemos”.
Los primeros rounds fueron categóricos: en las primeras 7 horas Threads ya contaba 10 millones de usuarios. A las 16 horas ya eran 30 millones. Y a los cinco días, 100 millones, cerca de un tercio del total de usuarios de Twitter. Mientras, el tráfico de Twitter sentía la baja. Y Elon Musk acusó el golpe. “La competencia está bien, la trampa no”, tuiteó, anunciando una demanda contra Meta, acusando que la compañía había incurrido en una “apropiación indebida, sistemática y voluntaria de secretos comerciales y otras propiedades intelectuales de Twitter”. Desde Meta le restaron importancia a la acusación, aclarando que ningún ingeniero de Threads trabajó antes en Twitter (compañía que despidió a 6 mil empleados desde la llegada de Musk).
Quizás envalentonado, Zuckerberg volvió a tuitear después de una pausa de 11 años, limitándose a postear el meme aquel de Spiderman enfrentando a Spiderman.
Más comunicativo fue en otras instancias al marcar explícitamente las diferencias con Twitter, prometiendo una red más limpia. “La meta es mantener esto amable a medida que crece. Creo que es posible y que al final será la clave para su éxito. Esa es una razón por la cual Twitter nunca prosperó tanto como creo que debió hacerlo, y nosotros queremos hacerlo de manera diferente”. Una linda promesa para los usuarios, pero sobre todo para los avisadores que han huido del salvaje Oeste de la red del pájaro azul. Para varios analistas ahí está la clave de todo esto. Las decisiones de Musk en Twitter -que él mismo comunica, aunque formalmente haya una nueva CEO, Linda Yaccarino- no han caído bien. No sólo está el fin de la moderación; los últimos cambios son intentos por monetizar una red que nunca ha traducido su influencia en dólares. Además de cobrar por la verificación, hace poco anunció el límite de posteos que los usuarios gratuitos pueden ver, para agregar valor a su plan premium. Parece determinado a moverse desde un modelo financiado por el avisaje a uno basado en la suscripción. También, apuntan otros observadores, puede estar interesado en bajar el tráfico por su red, considerando que debe 70 millones de dólares a Amazon en cuentas por el uso de sus servidores (una deuda que se suma al arriendo de las oficinas de San Francisco, que Musk no ha pagado porque dice que no lo vale).
En momentos en que Musk, un debutante en el mercado de las redes sociales, intenta implementar esas primeras medidas, se ha encontrado con Zuckerberg, un tipo cuya irrupción, éxito y riqueza están definidos justamente por crear, expandir y monetizar redes sociales, y cuyos productos son consumidos por casi la mitad del planeta.
“Tomará algún tiempo, pero creo que debería haber una aplicación de conversación pública con más de mil millones de personas”, posteó Zuckerberg. Por supuesto, sumar tiempo no es necesariamente sumar amor, y él tiene sus propios problemas: por ejemplo, Threads retrasó su debut en Europa por el enfrentamiento que Meta mantiene con la UE por su legislación sobre la privacidad de datos personales. Pero hay otra clave que puede ser el verdadero fondo del asunto: Threads está construida sobre ActivityPub, un protocolo de redes sociales abierto descentralizado. Eso permitirá que sus usuarios interactúen con los usuarios de cualquier otra red o aplicación que use el mismo protocolo sin tener que crear una cuenta en ella. Dicho de otro modo, sus usuarios -y con ellos, sus avisadores- podrán tener acceso, comunicación e interacción con cientos de millones de otros usuarios. Esa jaula es mucho más grande que cualquiera que pueda instalarse en un escenario en Las Vegas.