Cambio de posición: se acabó el jaque mate
A solo 6 meses de que fueran electos los integrantes de la Convención Constitucional, vivimos un nuevo giro en el tablero político. Hace más de un año, una abrumadora mayoría de chilenos depositó su esperanza en el proceso constitucional. Hoy, debido a los recientes comicios, tenemos la oportunidad de sintonizar no solo con aquel 80% del apruebo, sino que también con el otro 20%.
Los resultados de las elecciones recientes dan cuenta de que la extrema izquierda no tiene la ventaja que creía tener, pues al parecer gran parte de la ciudadanía ya no se siente -o nunca se sintió- representada por el ánimo refundacional y el repudio a las bases del desarrollo de las últimas décadas. No por nada la derecha pasó de tener una escueta representación del 28,8% en la Convención, a un 43,8% en la Cámara Baja y un 50% en el Senado -sin contar además la victoria en primera vuelta de Kast por sobre Boric, quien se suponía encarnaba la esencia del “octubrismo”-.
Sin duda, las elecciones fueron un balde de agua fría para los miembros de la Convención ligados a la extrema izquierda. Varios venían actuando avasalladoramente en contra de cualquier idea opuesta. Ahora deberán tener una cuota importante de moderación. También la necesitarán aquellos que legítimamente optaron por el rechazo en el plebiscito pasado, y que hasta hoy han mostrado escaso entusiasmo con el proceso o se han manifestado con excesivo disgusto ante el actuar de la Convención.
¿Por qué la necesidad de esta mesura? Si consideramos que hay un plebiscito ratificatorio -con voto obligatorio- y que el futuro Congreso ya no tendrá aquella simpatía con la Convención que en un minuto se daba por hecho, hay que comprender que la única forma de alcanzar una nueva Constitución es trabajando en propuestas bajo el marco del acuerdo de noviembre. Esto quiere decir que hay que evitar los maximalismos en favor de suscitar la mayor adhesión ciudadana posible -objetivo que parece obvio, pero que últimamente había sido desplazado del espíritu de la política.
Ahora que la Convención ha salido de aquella etapa centrada en la generación de su reglamento, tiene la oportunidad de trabajar conjuntamente en las tan ansiadas propuestas sustantivas. Para esto, hay que terminar con los discursos refundacionales, como aquel del decrecimiento. Y también hay que dejar de encandilarse con la coyuntura, pues la Convención pasó desde los “presos de la revuelta” a los llamados públicos para pautear al parlamento o para dar “apoyo” a los candidatos presidenciales.
Hoy, la esperanza está en aquellos que apostaron masivamente por un cambio de los parámetros que organizan la sociedad chilena sobre la base del diálogo, independiente de los inciertos resultados presidenciales. De lo contrario, seguramente el nivel de confianza ciudadano actual en el proceso constituyente terminará por esfumarse. Necesitamos que, con su facultad constitucional y con el realismo adecuado, la Convención se dedique a lo que le corresponde y para lo que fue elegida por todos nosotros, abandonando la estridencia y todo tipo excesos particulares, para así generar los amplios acuerdos que requiere un nuevo texto ratificado por la ciudadanía.
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