CEP: Más luces que sombras

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Hablemos de la encuesta CEP. Esta vez no de sus datos, sino de lo que, en mi opinión, son hoy las luces y sombras de una encuesta que, pese al paso de los años y a sus caídas -lo de la primera vuelta presidencial de 2017 fue más que un tropiezo- sigue siendo referente principal de opinión pública y política en el país.

Partamos por destacar los aportes que la CEP hace. En primer lugar, es la única encuesta pública de carácter nacional, trietápica y representativa que va quedando. Como tal, aporta representatividad del total de la población, incluyendo sectores rurales y segmentos como los adultos mayores, menos representados por encuestas telefónicas o sobre paneles online.

Por ser presencial y realizada en el plazo largo de un mes en terreno, permite llegar donde otras encuestas públicas de opinión no llegan y entrevistar tanto a ciudadanos desinteresados en la política (una amplia mayoría) como interesados en ella.  Estos últimos, pese a ser una minoría, tienden a estar sobre representados en encuestas realizadas en períodos muy cortos de tiempo, con altas tasas de reemplazo y donde tienden a responder quienes más interés tienen en la coyuntura política.

Además, su método de selección de entrevistados al involucrar habitualmente 3 etapas de sorteo tanto aleatorio como sistemático (manzana- hogar – entrevistado), hace que la CEP sea 100% probabilística, pudiendo efectivamente estimar un margen de error con precisión, a diferencia de otras encuestas que requieren especificaciones del tipo "si la encuesta fuera probabilística en todas sus etapas tendría un margen de error de +/- equis por ciento".

Como si lo anterior fuese poco, el Centro de Estudios Públicos pone a disposición de la comunidad no sólo su informe (Estudio Nacional de Opinión Pública), sino también las bases de datos de las encuestas, permitiendo que, a partir de ellas, muchos investigadores y analistas las usemos para generar reportes complementarios e informes de distinto tipo.

Por donde se la mire, la encuesta CEP produce un bien público, uno que puede ser consumido y, a diferencia de otras encuestas, masticado y reinterpretado mediante el uso público de sus bases de datos sin ningún tipo exclusiones en su acceso.

En esta apertura e inclusión radica uno de los grandes méritos y aportes que hace la encuesta para la comprensión del país que habitamos, de las percepciones y orientaciones valóricas predominantes, de la visión que hay sobre la política, la economía y la cultura entre otras. En definitiva, la CEP nos da acceso a los sueños, temores, frustraciones y expectativas que circundan nuestro hábitat.

Pero desde esa perspectiva, desde el tremendo valor que tiene su mirada, la CEP es una institución pública, que produce bienes públicos y como tal está necesariamente sometida al escrutinio de la ciudadanía y es responsable de construir lazos de confianza y credibilidad entre la opinión pública, la misma que escudriña mediante sus estudios periódicos.

Porque, así como la CEP produce conocimiento público, también genera realidades o mundos posibles a partir de las conversaciones que instala con sus encuestas. El poder que tiene, por la influencia de su directorio y la credibilidad ganada por años con sus datos, le permite instalar juicios ciudadanos (percepciones) y lecturas sociales (interpretaciones) como si fueran verdades objetivas. Es ésta una tremenda responsabilidad que es necesario calibrar adecuadamente.

La CEP, sus datos y sus lecturas generan realidad y ahí radica su gran poder de influencia.

En ese escenario, la arbitrariedad con que se plantea el listado cerrado de políticos a evaluar parece injustificada, tanto por la falta de un criterio objetivo en la elección como porque aparece desajustada con el viento de los tiempos. Explicaciones del tipo "no caben todos" ya no se sostienen en un escenario de creciente desconfianza institucional.

Un criterio explícito de elección del listado y externo a las subjetividades e intereses de su comité editorial parece un buen consejo para una encuesta que este año renace de las cenizas en que quedó tras su mal apronte electoral de hace solo un año. La CEP puede y debe sacudirse la sombra de sospecha en la que cayó la mayoría de las encuestas tras ese desacierto, para seguir construyendo.

Bien que renazca, sus luces tienen vocación de aportar a lo público y aplacar sus sombras.

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