Columna de Cristián Valenzuela: El megáfono

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“¡Alto ahí!, ha ingresado irregularmente al territorio nacional chileno”, se escuchó fuerte y claro en Colchane, frente a la mirada atenta de las autoridades, entre ellas las ministras del Interior y Defensa, que viajaron para dar a conocer una serie de obras y anuncios para enfrentar la crisis fronteriza. A las pocas horas, y luego de que la ridícula escena se viralizó por las redes, la ministra Tohá aclaró que el megáfono no era un anuncio ni una propuesta, solo una demostración de un proveedor.

Pocos meses antes, megáfono en mano, el Presidente Boric usaba el mismo instrumento para anunciar sus compromisos en materia habitacional, agregando que “no voy a dar mi brazo a torcer para cumplir los anhelos y el programa que el pueblo me ha encargado”, en medio de una convocatoria organizada por funcionarios del gobierno que se autopercibían como pobladores.

El megáfono es como un fetiche del gobierno. Seguramente, aunque hoy se distancian, deben creer que transmitiendo sus ideas y compromisos a través del megáfono lograrán convencer a los chilenos que lo están haciendo increíble como gobierno y que las críticas y la desaprobación son solo cuestionamientos superficiales y comunicacionales que no se condicen con la realidad. No son los únicos, pues hay varios que, megáfono en mano, se creen intérpretes del sentir mayoritario de los chilenos y portadores de una verdad que parece solo revelada a ellos mismos.

Pero la realidad es distinta a lo que se emite por esos artefactos. La inmigración ilegal no está controlada; la economía no está recuperándose ni la disponibilidad de empleo al alza; Chile no es el país más seguro de Latinoamérica como debe creer el Presidente, ni va camino a ello con granadas, descuartizamientos y personas que son asesinadas y quemadas por organizaciones criminales.

La realidad es otra y es difícil que la puedan ver, sentir e interpretar, si no están conectados con esa realidad ni son capaces de bajar a terreno para percibirla. En el último mes, el Presidente viajó a China, dos veces a Estados Unidos y ahora va rumbo a la Antártica. Ha asistido a decenas de encuentros deportivos de los Panamericanos y Parapanamericanos, y ha subido el cerro un par de veces.

¿Cuántos campamentos ha visitado en el último mes para conocer la realidad de la pobreza marginal, el hacinamiento y las condiciones infrahumanas que viven miles de familias de inmigrantes? ¿Con cuántas víctimas de la delincuencia y terrorismo ha conversado, para conocer sus aflicciones y pesares? ¿Con cuántos desempleados ha compartido, para comprender lo que es no tener plata para alimentar a tu familia ni perspectiva alguna sobre el futuro? ¿Con cuántos apoderados de escolares sin clases en Atacama ha intercambiado una palabra siquiera, para dimensionar el daño perpetuo que les causará esa paralización a sus hijos?

Luego de dos años, uno tiene derecho a cuestionar el verdadero compromiso del Presidente y su gobierno con el bienestar de Chile. A veces resulta incomprensible que estando a cargo de resolver los problemas y teniendo las herramientas para hacerse cargo de las urgencias sociales, nuestras autoridades se preocupen más de lo comunicacional/performático -con o sin megáfono- que de trabajar por los chilenos. ¿Para qué postularon si no quieren hacerse cargo de los problemas reales de Chile?

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