Columna de Cristián Valenzuela: Miseria. Cobardía. Hipocresía
Gabriel Boric como diputado y Presidente ha sido un gran impulsor y defensor de la problemática de la salud mental; ha llamado a desprejuiciar la conversación sobre esta materia y ha sido muy sensible para acoger a quienes viven y sufren esta condición y sus trastornos asociados. “No los vamos a dejar solos”, suele afirmar el Presidente, pero eso no corre para Chacón ni para sus familiares.
Víctor Jara fue asesinado el 16 de septiembre de 1973. Tenía 41 años y murió acribillado en el Estadio Chile, luego de haber sido torturado y que le mutilaran sus dedos, machacaran las manos y le cortaran la lengua. Un crimen abominable que merece no solo nuestra condena, sino también la más absoluta indignación.
Hernán Chacón se suicidó el 29 de agosto de 2023. Tenía 86 años y tomó la decisión de quitarse la vida, a minutos de que la Policía de Investigaciones lo detuviera, para trasladarlo a la cárcel a cumplir una condena de 25 años como autor del homicidio de Víctor Jara.
Víctor Jara no merecía morir y Hernán Chacón tampoco. Si bien el exbrigadier alegó siempre su inocencia y es legítimo tener diferencias con los fundamentos y razonamientos del fallo judicial, la justicia determinó que era culpable y luego de nueve años de haber sido procesado, debía comenzar a cumplir su condena.
Pero ayer en la mañana, Chacón decidió quitarse la vida y las razones profundas que lo motivaron a hacerlo se las llevará a su tumba. ¿Habrá sido la convicción de su inocencia y un sentimiento profundo de injusticia? ¿Habrá sido la perspectiva de morir en la cárcel, en condiciones infrahumanas y quizás con alguna enfermedad terminal? ¿Habrá sido la vergüenza, el arrepentimiento o la decisión de no infligir mayor dolor a su propia familia?
No lo sabemos y quizás no lo sabremos nunca. Pero lo que sí sabemos es cómo el Presidente de la República, Gabriel Boric, decidió abordar este caso, al contrastar la muerte de Teillier con el suicidio de Chacón, afirmando que “Guillermo Teiller murió como un hombre digno, hay otros que mueren de manera cobarde para no enfrentar a la justicia”.
Una actitud miserable, cobarde e hipócrita.
Miserable, porque refleja su profunda inhumanidad. ¿Por qué el Presidente tenía que pronunciarse sobre ese caso en el contexto del velatorio de Teillier? ¿Por qué debía insultar la memoria de alguien que hace pocas horas había tomado una decisión tan dura, independiente de la culpabilidad o de los delitos que se cometieron hace 50 años? ¿Por qué no respetar el dolor de una esposa, hijos y nietos que, más allá de cualquier consideración, estaban desgarrados también por la violenta muerte de un familiar?
Cobarde, porque usa su plataforma mediática y posición privilegiada para hacer un punto político e ideológico en contra de alguien que, literalmente, no se puede defender. A diferencia de lo que afirma Boric, Chacón llevaba nueve años enfrentando la justicia, en distintos procedimientos, instancias y recursos judiciales. Y lo tacha de cobarde, sin conocer ni menos preocuparse de entender las razones que lo motivaron a tomar esa decisión, antes de lanzarse con una crítica tan vil como esa.
Hipócrita, porque Gabriel Boric como diputado y Presidente ha sido un gran impulsor y defensor de la problemática de la salud mental; ha llamado a desprejuiciar la conversación sobre esta materia y ha sido muy sensible para acoger a quienes viven y sufren esta condición y sus trastornos asociados. “No los vamos a dejar solos”, suele afirmar el Presidente, pero eso no corre para Chacón ni para sus familiares. No solo lo dejó solo, sino que lo remató en el suelo.
A pocos días de conmemorar los 50 años del 11 de septiembre, una parte del Presidente Boric hace continuos llamados a la unidad, a la reconciliación y al entendimiento entre los chilenos, en medio de un clima político confuso y de alta crispación. Pero al mismo tiempo, y sin solución de continuidad, otra parte del Presidente Boric se comporta como un desalmado, mostrando un desprecio absoluto por la muerte de una persona y desacreditando, una vez más, la impronta de la figura presidencial.