Costanera muerte

Costanera Center
Andres Perez/ La Tercera

Uno esperaría que ante una muerte abrupta en público lo que cunda sea el respeto, el gesto básico de suspensión de la normalidad, un simbólico y civilizado acompañamiento mínimo en la pérdida trágica. Ante un suicidio ocurrido en su interior, pongamos por caso, cabría esperar que un centro comercial cerrara sus puertas un rato y la muchedumbre se replegara.



Hace poco el pianista francés David Fray tocó en el Teatro Municipal las Variaciones Goldberg de Bach, una interpretación soberbia que incluso antes de comenzar generó emociones; específicamente, hilaridad.

Cuando apagaron las luces y sólo quedó iluminado medio piano y la silla –cundían las tosecillas–, a un costado del escenario se abrió una puerta y, sin afectación, entró el hombre, recibido con un aplauso cerrado y generoso que se desinfló en un dos por tres cuando el respetable público captó que estaba ovacionando al encargado de dejar la partitura en el piano.

Risas y cuchicheos y acto seguido entró, ahora sí y también sin afectación, David Fray, que dicho sea de paso ni ocupó la partitura: tocó de memoria la hora y tanto que dura esa pieza cometiendo al cruzar las manos sobre el teclado dos o tres errores mínimos que no hicieron sino realzar la belleza de una interpretación fuera de serie, pulcra y sublime.

Cuando terminó, hubo un breve silencio de oro quebrado enseguida por otra ovación, esta vez muy oportuna. Un tipo sentado a mi lado se paró y gritó una veintena de veces, con entusiasmo garrero, "BRAVO, BRAAAAVO". Los aplausos no se detenían y Fray salía una y otra vez a recibirlos, pero no hizo bis, no cabía un bonus track luego de interpretar tan rotundamente una obra absoluta. A veces cabe callar, nada más.

Todo en esa función constituyó lo que yo llamaría Reacciones Pertinentes. Los desaforados vítores de mi vecino de butaca eran completamente ha lugar; sólo hacía falta tener personalidad, pero un entusiasmo así era una respuesta perfectamente adecuada a tan magnífico ofertorio musical; también lo fue la risa generalizada (no así la mueca reprobatoria que le vi a un par de viejos mañosos) ante el chascarro del comienzo; lo mismo el silencio agradecido pero sin yapa de Fray ante la ovación. Y también fue apropiada la sincera disculpa del señor que cuando llegué ocupaba mi asiento por error.

Hay respuestas y reacciones, quiero decir, que se imponen, que caen de maduras en determinados momentos o contextos, propiciadas por ese sedimento cultural que llamamos civilidad o sentido común o tino y que es algo así como el equilibrio intangible pero categórico que se produce entre tradición y ruptura, en materia de conductas, en una sociedad determinada.

Así, por ejemplo, uno esperaría que ante una muerte abrupta en público lo que cunda sea el respeto, el gesto básico de suspensión de la normalidad, un simbólico y civilizado acompañamiento mínimo en la pérdida trágica. Ante un suicidio ocurrido en su interior, pongamos por caso, cabría esperar que un centro comercial cerrara sus puertas un rato y la muchedumbre se replegara.

Pero no es así cuando se trata de un mall chileno, en particular de ese verdadero suicidario metropolitano en que se ha convertido el Costanera Center. Una y otra vez alguien decide quitarse ahí la vida saltando al vacío: ¿qué pasa en la mente chilena, cómo pasamos por este mundo, por qué tenemos tasas de suicidio tan altas?

No sé; pero no al azar, supongo, eligen para su desesperación final ese adefesio arquitectónico (no me refiero a la enorme torre, de diseño discutible, sino al mall mismo, de indiscutible y supina fealdad, que enfrenta la ribera del Mapocho y los cerros con unos paredones de melamina que al carecer de un mínimo de decencia vecinal y de consideración por el entorno suponen la muerte de un espacio público que con otro tratamiento hubiera sido privilegiado).

El Costanera Muerte no cierra sus puertas –ni siquiera un piso– cuando alguien muere porque el comercio, cual show, debe continuar. Y en este país, es cosa sabida, sapos no faltan. Ya no se respeta ni el sitio del suceso; allí donde el feroz sonido y la vibración del cuerpo al caer alteran hondamente el estado mental de los trabajadores, ¿qué dice el elefantiásico mall en su paradójica pequeñez?: A seguir trabajando. Ni siquiera han puesto mallas protectoras entre los pisos para evitar suicidios y accidentes, como hacen otros malls del mundo: ¿estarán esperando subvención estatal? En el Costanera Muerte, metáfora hipertrofiada del Chile actual, no hay red de apoyo: el que cae, cae, y la marcha no se detiene.

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