Desiguales
El gran desafío para la centroderecha es interiorizar que la desigualdad, en sus distintas formas, tiene efectos políticamente muy indeseables. No es moralmente neutro que exista una gran concentración de la riqueza ni que nuestra política social no tenga efectos significativos en redistribución.
Recientemente se inauguró en La Pintana su primer local de comida rápida, Papa John's. Celebrado hasta por su alcaldesa, Claudia Pizarro, vino a traer inclusión a una de las comunas más postergadas del gran Santiago. También se está definiendo el trazado de las nuevas líneas del Metro, que incluyen extensiones hacia dicha comuna. Que todos nacemos diferentes y que nadie elige la familia en que nace o el barrio en que crece, son condiciones fortuitas que no deberían tener mayor relevancia pero que en Chile van trazando nuestro destino desde la cuna. ¿Por qué? Si bien existen desigualdades que se justifican moralmente, como aquellas derivadas del esfuerzo o las preferencias individuales, también hay desigualdades injustas, como en el trato o las oportunidades.
La desigualdad es tan profunda como visible. Es comentario frecuente entre turistas que si se toma un Uber desde el aeropuerto hacia Las Condes se ven al menos tres países distintos: la postergación palpable de Renca, el dinamismo del centro-Providencia y grandes parques y modernas torres espejo en el barrio alto. Mientras Las Condes tiene un índice de desarrollo humano (medición que combina educación, expectativa de vida e ingreso per cápita) de 0,93, a la par con Suiza, Renca tiene 0,69, a la par con Bolivia.
Que tenemos uno de los peores coeficientes de Gini de ingresos del mundo es un hecho. Pero, ¿qué significa? Cuento largo corto, el índice Gini es una fórmula usada para medir qué tan equitativa es una distribución determinada que, aplicándola a los ingresos, comprende dos momentos: el estado de la distribución "bruta" de los ingresos, midiendo la equidad entre los sueldos de mercado, y una "líquida", que valoriza cuánto los impuestos y políticas sociales los redistribuyen. Esta diferencia es clave: Chile tiene una distribución "bruta" a la par con países europeos (0,495 Chile, CASEN 2015 vs. 0,5 Finlandia y Alemania, OCDE 2018), pero en Chile tras impuestos y transferencias baja apenas a 0,482, mientras que llega a 0,259 en Finlandia y 0,293 en Alemania. Muchos países OCDE son tanto o más desiguales en los sueldos, pero sus políticas cumplen una función redistributiva que sólo marginalmente cumplen en Chile.
¿Qué hace que Finlandia, que tiene sueldos tan desiguales como Chile, sea un paraíso igualitario? Un informe de la OCDE es categórico: la función redistributiva viene dada por la política social en proporción mucho mayor a los impuestos (Causa y Hermansen, 2017). Políticas como educación, salud o protecciones contra la vulnerabilidad, entre otras, probadamente construyen sociedades más igualitarias. Y en esto, si bien hay mucho camino por recorrer también es cierto que ha habido avances significativos. Un estudio realizado por Claudio Sapelli desagregó la desigualdad por generaciones, y concluyó que la mala distribución del ingreso ha disminuido considerablemente entre las más jóvenes, principalmente por avances importantes en educación, al punto que la desigualdad cayó 20 puntos entre quienes nacieron en la década de 1960 frente a los nacidos en democracia.
Pero el mayor desafío hoy es la segregación territorial. El lugar donde nacimos muchas veces condiciona nuestras vidas porque nacer en una comuna vulnerable significa muchas veces acarrear estigmas y ser expuestos a desigualdades de trato, o una provisión inferior de servicios como consultorios, liceos, seguridad, etc., o que vivir en la periferia les aleje de los focos de empleo, imponiendo importantes tiempos de traslado y con ello limitando la vida familiar. Pero lo peor: nada de esto lo elegimos y no pareciera fácil superar esta predestinación clasista si no planificamos nuestras ciudades desde un Chile justo.
El gran desafío para la centroderecha es interiorizar que la desigualdad, en sus distintas formas, tiene efectos políticamente muy indeseables. No es moralmente neutro que exista una gran concentración de la riqueza ni que nuestra política social no tenga efectos significativos en redistribución. Desigualdades muy profundas erosionan la convivencia social, la confianza interpersonal, el sentido de pertenencia y la participación electoral, y con ello incluso la representatividad del sistema. Si nos reconocemos como iguales ciudadanos, deberíamos poder pararnos sobre un piso mínimo que garantice un nivel de vida suficiente para, desde ahí, desarrollarnos libremente.
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