El cemento de la sociedad

confianza

La vida social no pende solo de las cuerdas legitimadoras del poder, sino también de aquello que hace posible una infinidad de interacciones entre los distintos miembros de un cuerpo social, las cuales están permanentemente atravesadas por problemas de coordinación y expectativas.



Hace unas décadas, Jon Elster se refirió a la confianza como el “cemento” de la sociedad. Con ello quiso decir que sin un mínimo de confianza generalizada no hay orden social posible. Ahora bien, la confianza social tiene varias aristas: una de ellas tiene que ver con la confianza interpersonal, otra con la confianza en los expertos, y no menos importante es la confianza en las instituciones (gobierno, partidos políticos, etc.). Son estos dos últimos aspectos de la confianza social los que muestran señales alarmantes de deterioro en Chile.

Ejemplos en los últimos días sobran: críticas desmesuradas e irresponsables a las autoridades del Banco Central de Chile, alcaldes de diversos sectores políticos siendo investigados por fraude al fisco, un aspirante a la Presidencia de la República falsificando las firmas necesarias para inscribir su candidatura, o una campaña política para llegar a la Convención Constitucional basada en la mentira y el engaño.

La reacción de gran parte de la ciudadanía es esperable: no solo indignación, sino también desencanto y desconfianza hacia las personas involucradas, así como a las instituciones a las que pertenecen. Mucho se ha dicho sobre el daño que le hacen estos hechos a la legitimidad de nuestras instituciones políticas. Ello es muy cierto. Pero dicha legitimidad es condición necesaria y no suficiente, para construir un país donde reine la paz social. En este sentido, no menos importante es que quienes ocupan posiciones de poder hagan su mejor esfuerzo personal por cumplir honestamente con aquello que la ciudadanía les ha encomendado y, más importante aún, que sean competentes en dicha misión.

Esta mezcla de honestidad y competencia está en el corazón de la confianza. Para la mayoría de los autores contemporáneos sobre el tema la relación de confianza involucra al menos tres cosas: alguien que confía, alguien en quién se confía, y un papel o rol de parte de este último. Así, si Juan espera que Pedro cuide a sus hijos mientras va de compras; Magdalena espera que el Dr. Pérez le recete un medicamento apropiado a la etapa de su embarazo; y Daniel espera que Gonzalo será honesto a la hora de contabilizar las horas del trabajo académico que están realizando juntos. Algunas de las habilidades requeridas para cumplir con aquellos que confían en nosotros serán de carácter técnico. Sin embargo, toda relación de confianza involucra también ciertas disposiciones de carácter: honestidad, fidelidad, o el cumplimiento de una promesa.

Decir que nuestro derrotero como país depende de la confianza, y que la confianza requiere de hábitos y virtudes, no es simplemente apelar a los fundamentos morales del orden social. Implica reconocer, sobre todo, que la vida social no pende solo de las cuerdas legitimadoras del poder, sino también de aquello que hace posible una infinidad de interacciones entre los distintos miembros de un cuerpo social, las cuales están permanentemente atravesadas por problemas de coordinación y expectativas. Baste pensar en cómo nuestra vida cotidiana parece requerir cientos de actos diarios de confianza en otros.

Así, confiamos en ciertos medios de comunicación, en la competencia de quienes conducen el transporte público, en la calidad del lugar donde compramos nuestro almuerzo, o en la experiencia de quien nos inyecta la dosis de refuerzo contra el Covid-19. Un orden social que no presenta grados mínimos de confianza social no solo pende de un hilo en materia de legitimidad, sino que arriesga su misma existencia en cuanto orden social.

Y como toda virtud o hábito, la confianza parte por casa. Es grande la tentación de pensar que los problemas de legitimidad y confianza que vivimos como sociedad tienen que ver exclusivamente con las instituciones políticas. Lo cierto es que dichos problemas no son sino un reflejo del modo en que nos relacionamos cotidianamente con nuestros círculos más cercanos. En otras palabras, el “cemento” de la sociedad se fragua en nuestras relaciones cotidianas, y en ese sentido no dependemos exclusivamente de que quienes detenten el poder cambien su conducta. Se trata de una luz de esperanza ante un panorama social muy poco alentador.

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