¿Eso es todo amigos?
Inexplicablemente, la DC apuesta por un camino en solitario que ya la llevó a una derrota estrepitosa en 2017. Y lo hace sin certeza de cómo procederán sus propios senadores en pocos meses más.
El Presidente Sebastián Piñera tiene muchas razones para celebrar la aprobación de la idea de legislar de la reforma tributaria en la Cámara: logra avanzar en un proyecto emblemático, acalla la crítica interna, resucita a su Ministro de Hacienda, entre otras. Pero la principal razón es el movimiento tectónico que puede terminar provocando en la oposición.
Piñera sabe que mientras sus opositores se peleen entre ellos, él puede gobernar relativamente tranquilo. Sabe que mientras más se arrincona al centro desde la izquierda, más cosecha la derecha. Y sabe que en la medida que la oposición se mantenga dividida, su sector puede ganar elecciones por mucho tiempo.
Por otra parte, pareciera que mientras más se espera de la oposición, más defrauda. Ella misma subió las expectativas respecto de lo que sería su performance en materia tributaria. Constituyó un equipo técnico conjunto, desde la DC al Frente Amplio, e intentó consensuar una postura común. Los conceptos iniciales parecían razonables: progresividad, recaudación y combate a la elusión.
Durante meses lograron tener al gobierno a la defensiva. Lograron visualizar gruesos errores del proyecto, así como desnudar la letra chica. Poco a poco fueron obligando al gobierno a ceder en diversos puntos críticos. Felipe Larraín se fue quedando sin margen. El Presidente hubo de tomar la negociación en sus propias manos. El gobierno bajó sensiblemente en las encuestas. El empresariado comenzó a quejarse de que se estaba cediendo mucho. El ex presidente del Banco Central aprovechó de candidatearse para Ministro de Hacienda.
Pero la oposición no estuvo a la altura.
Muchos sabían de la disposición individual de algunos legisladores DC de aprobar la idea de legislar. Pero ningún diálogo significativo se hizo con ellos.
La DC, por su parte, mantuvo un inexplicable diálogo a dos bandas, lo que resquebraja cualquier confianza.
Y otros aprovecharon de elevar a cualidad de principio fundamental algunos elementos enteramente opinables y evidentemente adjetivos. Nada se hizo tampoco respecto de esa retórica altisonante.
De esa forma, la oposición se fue encajonando. Desechó salidas alternativas, como presionar por la división del proyecto, generar una mesa técnica con el gobierno para los aspectos más controversiales, o construir un protocolo interno para la discusión en particular. No agotó el diálogo. No generó complicidad entre los distintos partidos.
Como en la historia de la caza del ciervo de Rousseau, el mal desenlace es previsible cuando no existe confianza. Se dio el peor escenario imaginable: triunfo para Piñera con la oposición dividida.
Inexplicablemente, la DC apuesta por un camino en solitario que ya la llevó a una derrota estrepitosa en 2017. Y lo hace sin certeza de cómo procederán sus propios senadores en pocos meses más.
A su vez, la izquierda embate duramente –y con tono moralizante-- contra la DC, aislando al centro político y empujándolo hacia la derecha.
Pensar hoy en un acuerdo para las elecciones municipales y regionales parece una ilusión. Y el problema es que, sin una coordinación mínima para dichos comicios, la derecha puede ganar hasta 13 de 16 gobernaciones regionales.
No se rompe la unidad cuando no había nada unido. Pero sí se rompe la posibilidad de una coordinación cuando se rompe la confianza.
¿Qué va a pasar con la reforma a las pensiones? ¿Terminaremos con un 5% extra de cotización en manos de AFPs y aseguradoras?
La oposición se pudo poner de acuerdo para repartirse cargos en la Cámara, pero no para un tema relevante como los impuestos. Ni rompiendo confianzas, ni con principismo, se logrará la coordinación mínima que se requiere para enfrentar las reformas (o contrarreformas) desde una perspectiva progresista.
Como para preguntarse si el querido Porky tenía razón: "¿eso es to, eso es todo amigos?"
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