Experiencia vital

sichel boric

Si bien como padre y profesional valoro las experiencias vitales de los candidatos, me preocupan mucho más los proyectos de país que promueven, la consistencia de sus posiciones políticas y económicas. Creo que ahí debe estar centrada la discusión en cualquier campaña y donde todos debemos esforzarnos por llevar el debate.



Durante la última semana, la discusión entre los candidatos presidenciales que lideran las encuestas ha transitado entre el número de hijos que cada uno tiene o el nivel de títulos académicos que ostentan. Sin ánimo de descalificar las biografías de cada uno, creo que a la hora de elegir un presidente, esas características o experiencias vitales no parecieran ser lo más relevante. Según el INE, apenas el 30% de la población chilena tiene estudios superiores. En tanto, la tasa global de fecundidad está en el nivel más bajo de nuestra historia, con una cifra promedio de 1,6 hijos por mujer.

Al contrario. Si bien como padre y profesional valoro las experiencias vitales de los candidatos, me preocupan mucho más los proyectos de país que promueven, la consistencia de sus posiciones políticas y económicas. Creo que ahí debe estar centrada la discusión en cualquier campaña y donde todos debemos esforzarnos por llevar el debate.

Un primer ejemplo lo representa la discusión del cuarto retiro de pensiones. No hay ningún economista serio que apoye la decisión irracional de seguir dilapidando los ahorros para la jubilación. Ni siquiera los economistas que asesoran a los propios candidatos. Aún así, Gabriel Boric -presionado por el Partido Comunista- se dio una vuelta de carnero y cambió su posición en 180 grados, pasando de un rechazo total a una aprobación entusiasta del mismo. De igual forma, el silencio de Yasna Provoste sobre la materia da cuenta de su incapacidad para derrotar el populismo entre sus filas, ya que ningún parlamentario DC votará en contra de la medida.

Un segundo caso, vigente en estos días, es el debate sobre los llamados “presos de la revuelta”. Pese a que todas las cifras de estudios y análisis muestran que una medida de amnistía como la propuesta tendría un enorme impacto en la percepción de justicia y en los lineamientos de orden público, hay entusiastas promotores de la iniciativa, buscando liberar de responsabilidad a quienes cometieron un amplio rango de delitos contra el orden público y las personas. Por cierto, nadie es partidario de los juicios eternos ni las prisiones preventivas como castigo anticipado, pero una cosa distinta es someterse a la presión de grupos que, al margen de la ley, buscan la impunidad de delitos graves.

Finalmente, si hablamos de definiciones relevantes para forjar la impronta que tendrá un gobierno, está el tema de la corrupción. No hay ninguna duda de que la corrupción ha avanzado en Chile y que es políticamente transversal, de izquierda a derecha. Pero lo que no es transversal es la consistencia y coherencia de la condena. Si aparece en San Ramón, se escandaliza la derecha; si se materializa en Vitacura, se agita la izquierda. Pero a la hora de conformar listas de candidatos al Parlamento o investigar a fondo la penetración de la corrupción en los gobiernos locales, los actores políticos, y en especial los candidatos presidenciales, parecen tener una experiencia poco vital de cómo reaccionar frente a ella.

Son estas materias –los equilibrios económicos y el futuro del sistema previsional, el resguardo del orden público y el combate de la corrupción– algunos de los temas más fundamentales para los chilenos y los que, a mi juicio, deben estar en el centro de los debates presidenciales. Porque, aunque tengas nueve hijos y varios doctorados en el cuerpo, si no tienes una consistencia mínima en materia económica, no respetas ni haces respetar el Estado de Derecho y no eres frontal contra la corrupción, tu gobierno va a ser un desastre y perjudicará a la inmensa mayoría de los chilenos.

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