Jesuitas, abusos y poder
¿Era Poblete un enfermo mental, que pudo haber sido detectado a través de test psicológicos, o se trata más bien de conductas que se fueron incubando y consolidando a través del tiempo? Es posible que ambas razones lo expliquen. Pero lo que parece ser cada vez más claro es que el descrédito de la Iglesia.
El fallecido historiador Gonzalo Vial, comenta en su historia de Chile que una de las razones más gravitantes que contribuyeron a que la Iglesia Católica perdiera peso en la sociedad chilena del siglo XIX, fue su torcida incursión en política, haciendo las veces de "muñeca" del Partido Conservador en el que participaban los frailes a troche y moche junto a los señores de frac del Club de la Unión. En efecto, de tanta "transaca", a la Iglesia se le olvidó evangelizar, y, mientras tanto, el pueblo y el "bajo pueblo" se descristianizaba a pasos agigantados.
Los tiempos hoy son otros, pero no deja de llamar la atención un cierto paralelo con el actual declive de confianza en la Iglesia chilena. Por una parte, si bien el catolicismo tuvo un rol muy importante en la recuperación de la democracia y en la defensa de los derechos humanos, al mismo tiempo ese prestigio ganado fue un arma de doble filo. La confianza siempre es necesaria, sobre todo en una institución de carácter espiritual; pero no sabemos en qué momento esa confianza se desvirtuó y se transformó más bien en un "activo", tal como entienden este concepto los contadores e ingenieros comerciales. Poblete y Karadima, por ejemplo, tenían buenos activos ―el primero consolidó los números del Hogar de Cristo y el segundo formó a muchos sacerdotes y a varios obispos en una sociedad aceleradamente secularizada―.
El problema es que los estados de resultados no reflejan la verdadera eficacia del catolicismo.
En este contexto, a raíz de los innumerables abusos sexuales, de conciencia y de poder por parte de clérigos, mucho se ha hablado de las causas que los generaron. Los psicólogos, psiquiatras, penalistas y teólogos esbozan diferentes diagnósticos sobre el tema; pero quizá una vertiente que menos se ha explorado, ha sido precisamente esa cercanía de la Iglesia con el poder político y económico durante décadas, en las que se insertan varias planificaciones políticas desde la misma sacristía. Es cierto que los abusadores tienen un perfil patológico específico, y frecuentemente estas desviaciones tienen un origen en individuos que jamás debieron ingresar al sacerdocio. Pero también es cierto que donde el cristianismo en tanto comunidad se ha corrompido, los abusos cunden y ayudan a hacer proliferar hechos tan horribles como los que hemos conocido. ¿No es acaso este el reproche que se les ha hecho a los jesuitas por hacer vista gorda o derechamente encubrir la doble vida del padre Renato Poblete?
Por cierto, no siempre es fácil identificar esa fina línea donde se produce la corrupción. ¿Era Poblete un enfermo mental, que pudo haber sido detectado a través de test psicológicos, o se trata más bien de conductas que se fueron incubando y consolidando a través del tiempo? Es posible que ambas razones lo expliquen. Pero lo que parece ser cada vez más claro es que el descrédito de la Iglesia y el derrumbe de su "activo" se explique también por una cierta superstición muy afincada en cierto catolicismo, por lo que pueden hacer las élites, por la confianza mística en el poder, en los que "influyen", y todas esas prácticas tan lógicas para algunos, pero que al mismo tiempo son tan lejanas a la esencia del catolicismo que se inició curiosamente con una comunidad de fracasados apóstoles.
Esta parece ser la diferencia entre la popularidad y eficacia de san Alberto Hurtado ―de quien se ha dudado injustamente en estos días― y la de muchos que han seguido su obra, pero que al mismo tiempo parecen haberla manchado. Hurtado tenía una habilidad extraordinaria para llegar a los sectores más favorecidos, tal como Poblete y Karadima; pero al mismo tiempo no tuvo la tentación de "aburguesarse", tejiendo "redes", "contactos", entre sus "conocidos". Ni tampoco, a la luz de su vida, sus escritos y los testimonios que conocemos, ablandó el oído de sus receptores con falsos discursos edulcorados sobre la caridad cristiana. Cualquiera que lo haya leído, sabe lo duro que fue con el conservadurismo más rechoncho de nuestro país, que hasta le llegó a tildar de "cura rojo".
Los abusos deben ser desterrados de la Iglesia y las sanciones deben reflejar el grado de gravedad que tienen. Pero también es necesaria una actitud preventiva de fondo para que los católicos y sobre todo entre los laicos, se reconstruya una Iglesia chilena preocupada por lo que ocurre en el mundo, pero desde una modalidad radicalmente distinta de la que hasta ahora tristemente se ha desplegado.
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