Juéguesela, Presidente

Presidente Gabriel Boric recibe Honores de la guardia de Palacio
El Presidente de la República, Gabriel Boric. FOTO: CRISTOBAL ESCOBAR/AGENCIAUNO

La nueva izquierda gobernante necesita asumir un verdadero proyecto político y pagar los costos de ello, en vez de seguir en eterna campaña. El único proyecto a la vista es el de un Estado social, y que Gabriel Boric se atreviera a abrazarlo ordenaría la discusión y aclararía muchísimos problemas, partiendo por el constitucional.



¿Representa el Presidente Gabriel Boric un proyecto político? Tal como ha afirmado Daniel Mansuy, todo indica que no. Lo que habría detrás de Boric es una sumatoria de orgánicas y activismos parcelados, pero no un horizonte sistémico, ni tampoco una idea de cómo avanzar hacia él. Quizás por eso su ideología se presenta siempre en negativo, como un vago anti-neoliberalismo de talla universal. Si esto es así, aunque suene duro, lo que la izquierda frenteamplista tendría es un proyecto mediático de protesta, pero no un proyecto político.

¿Es esto problemático? En las actuales circunstancias lo es, y mucho. Cuando la máquina institucional está andando y lo que se requiere es simplemente administrar, esa pega se puede hacer bien, mal o de forma mediocre, y listo. Que venga el siguiente. Pero cuando el descalabro político es mayor y acaba de resultar demolido un gobierno que prometió que era posible sacarle rendimiento a lo que hay para satisfacer las demandas sociales, ya estamos en otro juego. Más todavía con una Convención Constitucional carente de propósito, conducida también por puros activismos minúsculos.

Este escenario exige que el gobierno del Presidente Boric asuma abiertamente el programa con el que han coqueteado tanto tiempo: el de un Estado social de bienestar para Chile. Social, pues los servicios sociales claves tendrían que ser públicos, y “de bienestar”, pues la izquierda que representa Boric querría que fueran estatales. Abrazar públicamente ese proyecto e invertir el capital político que tienen en tratar de hacerlo avanzar sería benéfico tanto para el conglomerado gobernante como para el país, corrigiendo una serie de problemas que amenazan con hacerlos sucumbir al poco andar.

Para empezar, la ausencia de una visión política sistémica se traduce en contradicciones constantes a nivel de política pública, dada la ausencia de prioridades estratégicas. Por ejemplo, todo Estado social (y especialmente los “de bienestar”) suponen un fuerte control migratorio y fronterizo. Esto, porque intentar proveer servicios públicos de calidad a todos los habitantes del país demanda una racionalización de los recursos fiscales. Y resulta imposible operar dicha racionalización si es que el número de beneficiarios crece de manera desordenada. Si el Presidente Boric quiere algo así como un Estado de bienestar en Chile, va a tener que abandonar la idea “neoliberal” del flujo libre de mano de obra persiguiendo los flujos de capital, ya que el negocio principal de los estados de bienestar es capturar flujos de capital aumentando lo menos posible su carga de beneficiarios, de modo de maximizar la inversión por beneficiario.

Lo expuesto no significa cerrar las fronteras, sino manejar el flujo de personas hacia el país de una forma que sea conveniente para los beneficiarios del sistema público. Cualquiera que repase las políticas de visas de residencia o trabajo de los países que incendian la imaginación del entorno del Presidente verá que, en conjunto, están marcadas por un claro egoísmo colectivo nacional. Salvo excepciones humanitarias, e incluso dentro del margen de ellas, lo que se busca al dejar entrar a alguien a un Estado de bienestar es que aporte más de lo que demande. Y son múltiples las estrategias para obtener ese resultado.

Por otro lado, si no hay claridad respecto al proyecto político, se genera otro problema: uno de expectativas. Los servicios ofrecidos por los Estados sociales, en general, son de peor calidad o más limitados que aquellos a los que logran acceder los segmentos más adinerados en el sistema privado. Y, además, exigen una alta disciplina ciudadana en su utilización. Luego, cuando la expectativa popular de un servicio de alta calidad ha sido forjada observando el sistema privado, como en el caso chileno, el gobernante debe desinflar rápido la ilusión de que ese será el estándar universalizado. En Chile la posición ideal codiciada por el público frente a los proveedores de servicios es la del consumidor adinerado, con alternativas y capacidad de presión. El cliente que siempre tiene la razón. Ningún sistema público podría sostenerse con ciudadanos que esperan ser tratados como clientes demandantes: los Estados de bienestar, especialmente, se sostienen en la premisa de que el usuario que ve decepcionada su expectativa de servicio asuma dicha decepción como el costo a pagar por generar una cobertura mejor y más justa, en promedio, para todos los usuarios. Instalar esta visión y defenderla requiere compromiso y acción política.

Finalmente, si en verdad Boric quisiera ser el rostro de un proyecto político de izquierda más o menos articulado, debería tener claro que su primera prioridad tiene que ser una reforma profunda en las áreas del Estado cuya incidencia en la vida de todos los chilenos se pretende expandir. Esto, porque si su análisis sobre el “neoliberalismo” se asume como correcto, la mayoría de los servicios del Estado estarían acostumbrados a tratar con gente pobre, obligada a conformarse con lo que les toque, lo que genera una serie de patologías institucionales que tendrían que ser subsanadas antes de pretender escalar la cobertura.

¿Algo más? Yo sumaría el hecho de que un gobierno sin proyecto político, al no tener prioridades, es incapaz de negociar acuerdos estratégicos con la oposición que hagan viables en el tiempo las instituciones que se desea construir. Hoy eso se ve imposible: la izquierda inorgánica pretende someter cada área de la vida nacional a su desordenado capricho, sin negociar con nadie. El resultado es que toda ventaja coyuntural que logren será destruida apenas el escenario político gire (como sin duda, eventualmente y como siempre, ocurrirá). La derecha hoy es un flan amorfo, pues no se puede ser oposición clara a un proyecto inexistente, pero apenas pueda volverá por sus fenicios. En vez de ayudar a construir una oposición constructiva, comprometida con la visión de un Estado social como piso constitucional común, la falta de proyecto político de la izquierda promueve las peores pulsiones y las más oportunistas estrategias de su adversario.

Terminaría afirmando que una izquierda sin proyecto corrompe a la Convención Constitucional, donde ese sector político tiene una mayoría general pero es incapaz de ponerse de acuerdo en las cosas más sencillas. Un proyecto político gubernamental claro sería capaz, quizás, de ordenar ese despelote, de una u otra forma, y tratar de orientarlo hacia una forma estatal que facilite la construcción de un Estado social como consenso general para los próximos 30 años.

En suma, la nueva izquierda gobernante necesita asumir un verdadero proyecto político y pagar los costos de ello, en vez de seguir en eterna campaña. El único proyecto a la vista es el de un Estado social, y que Gabriel Boric se atreviera a abrazarlo ordenaría la discusión y aclararía muchísimos problemas, partiendo por el constitucional.

El riesgo, si se persiste en la actual situación, es que la nueva izquierda termine simplemente en la remolienda clientelista, rediseñando distritos, y repartiendo plata y cargos para juntar los votitos para reelegirse todo lo posible, con retóricas encendidas y prácticas mediocres y de corto plazo. Una y otra vez, hasta que su estrella se apague. Y yo, al menos, lo que le deseo al Presidente Gabriel Boric y su entorno cercano es que en 20 años puedan mirar atrás y sentirse con razón los forjadores de una forma de Estado social que, sumando y restando, le haya hecho un bien al país, y no como los operadores gastados de una máquina de poder reventada por la corruptela y la repetición descreída de consignas. Les deseo, entonces, un futuro como el de Thomas Jefferson o Aneurin Bevan, y no uno como el de Ortega, Kirchner o Correa. Estando en desacuerdo con su opción política, prefiero verlos triunfar en la mejor de sus versiones, desafiándolos y colaborando con ese triunfo, que presenciarlos naufragar en la ignominia, con el país a la rastra.

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