La adivinación de lo real

El-Juicio-Final-900

El Tarot Trans de la fotógrafa Zaida González ahora se exhibe en el Centro Cultural Estación Mapocho. Sincronías entre el arte y la política: es imposible no pensarlo a la luz del contexto otorgado por la discusión actual sobre la Ley de Identidad de Género, ese debate inesperado que el gobierno de Piñera tuvo que asumir y que la derecha ha transformado en una pelea más bien mezquina, llena de ajustes de cuentas y demostraciones de fuerza de todo tipo.



El Loco es perseguido por un perro que le muerde la mano. Está en calzoncillos y en el suelo hay una imagen del Costanera Center como un templo hecho de luz. El Mago es la vedette Maggie Lay, ataviada para la noche de un Santiago que no existe. La Papisa sostiene una lechuza embalsamada. Los Enamorados son tres hombres desnudos ataviados con coronas de flores. El Carro muestra a un hombre con síndrome de Down vestido de domingo, flanqueado por dos caballitos de plaza falsos. La Fuerza es una mujer negra, de su sexo emerge un tigre. La Estrella es un chico trans acompañado de un cisne de plástico. La Luna son dos hombres caracterizados de mujeres; sus sombras se despliegan sobre el fondo falso de un imaginario mar de noche.

Todos son parte de la baraja del Tarot Trans que la fotógrafa Zaida González editó el año pasado y que ahora se exhibe en el Centro Cultural Estación Mapocho. Sincronías entre el arte y la política: es imposible no pensarlo a la luz del contexto otorgado por la discusión actual sobre la Ley de Identidad de Género, ese debate inesperado que el gobierno de Piñera tuvo que asumir y que la derecha ha transformado en una pelea más bien mezquina, llena de ajustes de cuentas y demostraciones de fuerza de todo tipo. Anoto esto porque el trabajo de González excede aquella discusión pero también le da sentido, haciendo de éste el mejor momento para acercarse a aquellas imágenes y preguntarse por los significados y relatos subterráneos que emergen de estas cartas donde los símbolos patrios desacralizados y los juguetes sexuales de colores aparecen al lado de fotos familiares, de mascotas que miran la cámara, de fragmentos de la intimidad que no se pueden abandonar porque son acaso la única patria posible; en suma, un país de cuerpos que se exhiben al modo de una ciudadanía.

En cierto sentido, hay algo sintético acá. El tarot de González no adivina el futuro sino que describe el ahora. Lo refiere en tanto colectivo posible, reemplazando sus viejos símbolos por otros nuevos. Su técnica, que tiene que ver con intervenir las imágenes con los colores de las fotografías de los estudios de antaño al modo de la reconstitución de un imaginario familiar tan deformado como reconocible, resulta acá especialmente gravitante. Parodia tan incesante como amarga, la baraja existe en un limbo que es capaz de citar la historia de Chile al modo del susurro de una pornografía privada, construyendo el recuerdo de un inconsciente que no es tal, pero a la vez representándolo como algo nuevo y contradictorio. Así, el tarot contiene el orden secreto del mundo pero también la exhibición de los símbolos y relaciones que lo hacen posible. Ahí, por ejemplo, la fotógrafa coloca a Jorge González, su hermano, como El Diablo. Sentado en un trono de tela roja, el cantante tiene una corona amarilla; detrás de él se despliegan unas alas brillantes del mismo color. En sus pies descansan, en una enredadera de rosas, los retratos de sus padres. González levanta la mano derecha y en su regazo tiene un gato. Su sonrisa es beatífica y está ataviado con una capa. La imagen tiene un aura irreal pero es a la vez profundamente concreta: es un símbolo del que tenemos que hacernos cargo, un arquetipo cuya significaciones se disparan hacia demasiados horizontes.

Así, el trabajo de Zaida González construye una lectura feroz del presente. En un mundo cultural donde las teorías de la conspiración están hechas de la paranoia de que todos los símbolos de la ciudadanía estén sometidos a la explicación de un origen secreto, el Tarot Trans reinterpreta estos arquetipos para exhibirlos frontalmente. En ese sentido existe la peculiar belleza del trabajo de la fotógrafa: los significados están a la vista; biología y afectos, familia y fetiches, intimidad y deseo; todo eso habita en el mazo; puros nuevos símbolos para la vieja ceremonia de las cartas. La adivinación entonces se hunde en el desierto de lo real, atraviesa la intemperie de la política.

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