La conciencia de clase de Mon Laferte

Segunda noche Festival de Viña del Mar 2020
FOTO: LEONARDO RUBILAR CHANDIA/AGENCIAUNO

En días en que el Festival de Viña intenta hablar de una unidad despolitizante y bastante superflua, la cantante mostró un “ellos y nosotros” que a algunos les puede parecer violento, pero que existe y que debe ser tomado en cuenta por esa política que escapa de los problemas sociales.



El show de Mon Laferte era esperado por varios debido a lo que ha sucedido en torno a ella desde que estalló la crisis social en Chile. Muchos estaban atentos a lo que diría la exitosa cantante chilena y la forma en que afrontaría al gobierno y al poder. Querían ver a un nuevo Jorge González, a una nueva voz que represente a quienes no la tienen.

Una vez sobre la Quinta Vergara, ya la aplaudían en el lugar o en las redes sociales. Todo lo que decía, lo que no decía o lo que parecía que diría era celebrado por los usuarios de Twitter ligados al progresismo; por otro lado, los de derecha intentaban criticar su show musical para no decir que les molestaba su postura política, cuestión muy propia de ese sector. Pero nadie quedó indiferente ante su presencia en el Festival tal vez más político de los últimos años, aunque la organización haya trabajado infructuosamente para que no lo fuera. Gran error.

La artista radicada en México, a diferencia de lo que todos esperaban, dio un espectáculo bastante elegante y poco panfletero. Si bien habló de algunas cosas, lo hizo de manera inteligente y hasta más política de lo que quienes la admiran por estos días, no tanto por su música sino por lo que dicen que representa, esperaban.

Un ejemplo fue una especie de discurso o conversación con el público en que habló de sus orígenes sociales. Ahí Laferte, al contrario de lo que podíamos pensar muchos, salió del discurso fácil y populista, ese en el que los políticos son malvados sujetos que intentan robarnos el futuro, para contar su proveniencia de clase y su pasado como viñamarina, según contaba, con días en los que no tenía qué comer. Es decir, fue lo suficientemente audaz para plantear antagonismos de clase que aún existen en Chile, sin subirse a un podio ni dar lecciones, sino como sujeto, como mujer, pero sobre todo como parte de una historia nacional eterna que, aunque muchos la edulcoren con el progreso material de los últimos treinta años, igual está ahí.

¿Cuál es el problema de ese mismo interesante y valioso relato? Que se romantiza el origen social, que se vuelve una épica que, al tiempo que critica la desigualdad evidente en Chile, la transforma en algo bonito, propio de un cuento en el que ser pobre te hace virtuoso por el solo hecho de serlo. Y eso no es tan así, porque no hay belleza en la pobreza, en la carencia en sociedades como ésta, porque es dura, es fría y aniquila. La falta de lo esencial no hace mejores personas de manera inmediata. Tal vez las hace muchas veces más resilientes, pero el resistir y el soportar ciertas lógicas sistémicas no es necesariamente un valor.

Dicho esto, lo interesante de lo hecho por Laferte es que planteó un show con posiciones no solo políticas sino sociales. En días en que el Festival de Viña intenta hablar de una unidad despolitizante y bastante superflua, la cantante mostró un "ellos y nosotros" que a algunos les puede parecer violento, pero que existe y que debe ser tomado en cuenta por esa política que escapa de los problemas sociales y, por lo mismo, de la manera en que deben ser resueltos o al menos conducidos.

Si bien hay quienes creen que no hablar de las clases sociales, de las estructuras de poder y de la forma en que estas funcionan, las resuelve, lo real es que no. Y eso, tal vez sin saberlo, la ex chica Rojo lo puso sobre la mesa festivalera de manera menos escandalosa de lo que esperaban tanto sus fervientes nuevos fans como sus furiosos nuevos detractores. Lo que se agradece. Porque, aunque se intente decir lo contrario, hoy más que nunca urge ver las grietas, los conflictos y las heridas. Si no es hoy, ¿cuándo?

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