La efeméride Manson
Manson componía canciones pop. Quería ser famoso y lo consiguió del peor modo posible, al punto que Leonard Cohen, que no era tonto, se dio cuenta y lo inmortalizó apenas como un cliché en algunos versos de "The future".
Hay algo perturbador en la idea de que los monstruos también envejecen: esta semana se cumplen 50 años del homicidio de Sharon Tate y los crímenes de "la Familia", que es el nombre que se le dio al culto que dirigía Charles Manson. Es una efeméride extraña, que se despliega en la cultura popular como una mitología febril hecha de los jirones de las promesas rotas de la década del 60. Su centro es el mismo Manson, que mandó a asesinar siete personas y tuvo una secta que sometió la voluntad de decenas más; y quien murió el 2017 rodeado de una extraña aura pop. Pero si ahora mismo Tarantino o David Fincher lo resucitan en películas o series de tv, antes ya lo hicieron Axl Rose, que se paseaba con una polera con su rostro cuando tocaba en vivo y el cineasta John Waters (amigo de Leslie Van Houten, otra acólita condenada por los asesinatos del clan) quien anotó: "También soy culpable. Culpable de usar los asesinatos de Manson de manera chistosa, insolente en mis primeras películas, sin la menor sensibilidad hacia los familiares de las víctimas o hacia los jóvenes asesinos con el cerebro lavado por Manson, también víctimas de este caso lamentable y terrible".
Porque Manson componía canciones pop. Quería ser famoso y lo consiguió del peor modo posible, al punto que Leonard Cohen, que no era tonto, se dio cuenta y lo inmortalizó apenas como un cliché en algunos versos de "The future": "Tu vida privada explotará de repente/habrá fantasmas, habrá fuegos en la carretera/ y el hombre blanco bailará/ Verás a tu mujer colgada de los pies/ su rostro cubierto por el vestido/ todos los malos poetas darán vueltas/tratando de sonar como Charlie Manson/ Sí, el hombre blanco bailará". Puede ser. Cohen era astuto, sabía leer esas señales, sabía que lo que quedaría de Manson sería apenas un chiste, un tono, un encantamiento mediocre que se colaba entre las fantasías apocalípticas de fines del siglo pasado. Ahí, sonar como Charles Manson era apenas la fantasía vulgar de un mal poeta; era moverse por el mundo del mismo modo en que él respondía las entrevistas con puras muecas, era sacar la lengua o sacudirse inesperadamente, levantar las cejas de modo imprevisto sonriendo ante la cámara, interpretando el papel que él creía que le habían asignado los otros: el de un santo oscuro que era también la parodia de un iluminado. "Cuando me voy a dormir no estoy entre estos muros. Estoy alrededor de ti. Dentro de ti. Soy todo el mundo", dijo en una entrevista con Vanity Fair.
Esa parodia aparecía con claridad en Las chicas (2016), la perfecta novela de Emma Cline, que tomaba los asesinatos del clan Manson y los leía desde la fascinación pero también desde la violencia sexual. El libro, que era una obra de ficción, devolvía a la historia de "la Familia" la fragilidad y la confusión que la cultura popular le había arrebatado. Cline escribía desde la perspectiva de una adolescente que se iba a vivir al desierto con el clan, haciendo que el descubrimiento de la protagonista de sus propios deseos fuese paralelo a la ejecución de los crímenes de la secta. Poco más de treinta años antes, los Sonic Youth habían incluido "Death Valley '69" en Bad Moon Rising, su disco de 1985, al que habían llamado igual que un single apocalíptico de los Credence Clearwater Revival. Interpretada por la banda junto con Lydia Lunch; la canción aún sigue escuchándose como una alucinación oscura e hipnótica acerca de los asesinatos ordenados por Manson. Dice la letra: "Y ahora en el cañón/ Afuera allá afuera allá/ella empezó a gritar/ella empezó a gritar/ No quería hacerlo/ No quería hacerlo/No quería hacerlo/No quería hacerlo/ pero ella empezó a gritar/Así que la golpeé/ la golpeé/la golpeé/la golpeé/ En lo profundo del valle/ en el maletero de un auto viejo/ atrás de un Chevy/ Tengo arena en mi boca tienes arena en tu boca".
El video -dirigido por la banda, Judith Barry y Richard Kern- es una pieza de arte experimental que vuelve la canción una experiencia demoledora pero que no renuncia a lo satírico. En él vemos cómo el grupo baila una ronda; los vemos disparando, fingiendo algo parecido a una ceremonia. De pronto, cambia el plano y entramos en una casa donde han sucedido unos asesinatos. Vemos los cuerpos, tirados sobre camas, tinas, mesas. Todo está grabado en baja calidad, todo es baratísimo, toda esa sangre excesiva solo puede ser falsa. La marca de Kern, esa pobreza de las imágenes suyas está ahí. Entonces, la banda aparece en vivo. Un avión suelta un misil. Una muchacha aparece en el suelo, con la boca llena de sangre. La muchacha va y viene en el video. Camina por la calle, muestra un cuchillo más grande que ella. Todo se intercala con fotogramas de gente formando el signo de la paz en un campo, con policías que reprimen manifestantes. Entonces el misil cruza el mar y el sonido de la banda se hunde en el ruido. Un disco de vinilo vuelta por cielo. La muchacha acuchilla algo, posiblemente al espectador. El misil explota, le pega a un barco. Todo es una broma: el crimen es apenas algo que parece una película barata. Ahí, las imágenes se intercalan y en la canción, el coro agónico repite la frase "Death valley '69" una y otra vez como si aquel fuese un lugar que no se puede abandonar, un horror perenne del que la canción es una cárcel. Nunca vemos a Manson ahí pero ahí está, tejido quizás con estas imágenes y fragmentos del caos que solo podían volver como retazos o pedacitos degradados de otra pesadilla más de nuestra cultura.
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