Madariaga y SQM
Hay un culebrón ahí; una trama de gestos y protocolos; de ajustes de cuentas y dobles discursos; de revelaciones fabricadas con traiciones de todo tipo, algo que si bien ha sido descrito con habilidad por el periodismo extraña cierta lectura simbólica o novelesca.
Para los que han seguido el caso de SQM esta semana, ha sido imposible no percibir algo de melodrama en la vuelta de Julio Ponce Lerou como asesor del directorio. Esto no solo por lo que la sola mención de su nombre significa para la clase política (tanto de forma práctica como simbólica) sino también por los dimes y diretes en relación a su puesto, una cadena de desmentidos, mails revelados y polémicas públicas de todo tipo. Ahí, el recordatorio de que la minera del ex yerno de Pinochet financiase de modo irregular a la derecha, la izquierda y el centro (además de algunos progresistas) convivía con las declaraciones furibundas del ex ministro Eduardo Bitran, que quedaron en entredicho al filtrarse que en realidad estaba al tanto de que en la letra chica de la negociación del estado con la empresa (lo que a la postre implicaba el salvataje de la imagen de la misma) implicaba que su antiguo dueño, quien parecía haber sido excluido de todo, podía volver como asesor. Hay un culebrón ahí; una trama de gestos y protocolos; de ajustes de cuentas y dobles discursos; de revelaciones fabricadas con traiciones de todo tipo, algo que si bien ha sido descrito con habilidad por el periodismo extraña cierta lectura simbólica o novelesca.
Anoto esto quizás porque la aparición de "Madariaga y otros", el nuevo libro de cuentos de Marcelo Mellado (1955) puede arrojar algunas luces sobre cómo narrar lo anterior. Sí, el mundo literario de Mellado no tiene que ver con lo anterior. De hecho, novelas como "Informe tapia" o "La batalla de Placilla", volúmenes de ensayos como "La ordinariez" o colecciones de cuentos como "Armas arrojadizas", se ocupan de un imaginario que bien puede ser su reverso imposible: las vidas de poetas y escritores de San Antonio, Valparaíso y Chiloé; todos perdidos entre proyectos inconclusos, asediados por funcionarios municipales a veces hasta el borde del exterminio, tratando de resistir en medio de un paisaje cooptado por operadores políticos y culturales, por concejales sinuosos, repleto de impostores de todo tipo. Mellado escribe sobre ellos con humor negro pero también con ternura, mientras relata cómo resisten, muchas veces de modo patético, en un mundo que los condena a un olvido sordo, no pocas veces terrible.
Publicado por Random House, "Madariaga y otros" vuelve sobre lo mismo aunque se interna, por lo menos en su primera mitad, en algo parecido al policial o lo que Mellado puede llegar a entender como policial. Porque Madariaga no es un detective sino un chofer de colectivo local. Ex prisionero político de Tejas Verdas, alguna vez fue poeta y militante comunista. A veces recibe encargos de su viejo partido mientras maneja un Lada y se mueve en el litoral central, entre San Antonio, Llolleo y las riveras del Maipo. Madariaga es también una especie de depositario de la memoria local, un archivista secreto de la vida cotidiana cuyas peripecias se entroncan directamente con ella. Así, Mellado lo hace perseguir concejales con nombres delirantes ( como el "Cara de Viático", militante PS), juntarse con viejos compañeros en picadas y restoranes, hacer encallar a sicarios de empresas pesqueras en roqueríos; mientras, acarrea músicos y doctores a prostíbulos y boïtes, aprende yoga, se defiende con un linchaco y lleva en el bolsillo el manuscrito de una vieja antología de poetas del PC con prólogo de Neruda.
De este modo, el autor describe la trama de un poder cotidiano, a todas luces doméstico, un poder hecho de transas en boliches, de coimas funcionarias paupérrimas, de pretensiones culturales de todo tipo. Se trata una parodia sofisticada que permite leer lo real (la mirada de Mellado quizás explica lo de SQM mejor que varios análisis técnicos, por ejemplo) pues hay algo casi documental en toda aquella sorna y delirio. Es la trama del poder político narrada como lo que vemos y leemos a diario, como una comedia mezquina e idiota, hecha de pequeñeces y envidia, de arribismo político y mala leche, de avaricia y no poco deseo, todo acicateado por la sombra de un cohecho material e ideológico que ha sepultado los restos de toda épica, de una corrupción tan patética como, a la postre, chilena.
En ese descampado, Madariaga busca un territorio inexistente al cual aferrarse y encuentra en el paisaje la última utopía que defender. No en vano, en uno de los cuentos del libro, Mellado hace que el protagonista remonte el río Maipo con un amigo en bote. En ese viaje, Madariaga bebe y come y se duerme y sueña con el pasado del mismo río, habitado por lo pueblos originarios. Al despertar, vuelve a su vida cotidiana pero funda una asociación de defensores del patrimonio cultural del Maipo. Por supuesto, todo se va al diablo, en medio de corruptelas y miserias burocráticas de todo tipo. Pero Madariaga aguanta y sobrevive. Lo importante ya ha sucedido. La experiencia lo ha transfigurado de modo irrevocable y él en ocasiones se instala en un recodo del río en una carpa. Ahí a veces llega una familia de habitantes originarios. Madariaga comparte con ellos, aprende su lengua, los escucha. Son fantasmas pero él mismo es casi un fantasma y, por lo tanto, puede hablar con ellos. Héroe estoico, es un testigo voluntario que se acomoda a las situaciones mientras registra un mundo de cosas perdidas porque él mismo está hecho de esas cosas perdidas.
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