Mellado: el hemisferio triste
Armado como las esquirlas de la prédica en la plaza pública de un vociferante que también es un artista o un gestor cultural; Mellado dispara una sátira feroz sobre el comportamiento actual del progresismo chileno, cuyas entrañas conoce a la perfección y del que viene escribiendo con lucidez desde hace tiempo en novelas como "Informe Tapia" o en los ensayos compilados en "La ordinariez".
Si se leen las noticias, se podría pensar que hay varios debates incubándose o en pleno desarrollo en la izquierda chilena. Mientras el destino de Beatriz Sánchez parece relatado con la intensidad de un culebrón en ciernes y el Partido Socialista sigue empecinado en maquillar su propia caricatura; el fantasma de Venezuela agobia a los comunistas, que ni siquiera pueden explicar en qué lado está su corazón. De hecho, las declaraciones recientes de Camila Vallejo y Daniel Jadue lucen como los aprontes de una batalla venidera. La diputada consideró que el informe de Michelle Bachelet para la ONU era "incuestionable" y que la ex presidenta "ha estado a la altura del mandato que le dieron y de la responsabilidad que tiene"; el alcalde de Recoleta cuestionó que el trabajo de Bachelet no decía "nada de los intentos de golpe que ella apoyó", aunque tuviese que llamarla un par de días después para disculparse. Todo es medio confuso y existe un poco a la deriva, como si temas como los resultados del paro docente y la extensión de la jornada laboral pasasen por el lado; atomizados e invisibles, incapaces de ser acogidos por la agenda diaria del sector.
Algunas claves para entender dicha confusión pueden estar en "El niño alcalde", la última novela de Marcelo Mellado. Publicada por Hueders, la brevedad de la obra no conspira contra su mordacidad: el libro es un monólogo hecho de fragmentos donde se describe la vida política en un lugar que bien puede ser Valparaíso pero que también es Chile completo. Armado como las esquirlas de la prédica en la plaza pública de un vociferante que también es un artista o un gestor cultural; Mellado dispara una sátira feroz sobre el comportamiento actual del progresismo chileno, cuyas entrañas conoce a la perfección y del que viene escribiendo con lucidez desde hace tiempo en novelas como "Informe Tapia" o en los ensayos compilados en "La ordinariez". Dice acá su narrador: "supe que hay unos cabros y cabras amigas en el parlamento, allá en la plaza o'higgins, representando ese espíritu ciudadanístico que nos tiene a todos locos de política y con ganas de espectáculo, ese bloque ampliado de iluminados por la cosa pública es una gran cosa y hay que brindar por ello, aunque los habitantes de la ciudad no tengan en todo eso". Sigue: "se instalaron sedes gubernamentales y la ciudad se hizo apetecible para todo tipo de especuladores, sobre todo los políticos que reemplazaron a los especuladores inmobiliarios; y más poetas, ¿pueden creerlo? y harto rockero y dealer, y las hermanitas ecologistas que hacían yoga también llegaron, la ciudad se puso más terapéutica y comenzamos todos a tomar té con jengibre y limonada con menta".
El tono de la novela pareciese citar a Nicanor Parra (dos de sus avatares parecen estar ahí: el Energúmeno y el Cristo del Elqui) pero tiene que ver más con Pablo de Rokha, con esa voz solitaria que se lanzaba contra la realidad y hacía de la diatriba un arte en su revista "Multitud" pero también en textos imprescindibles como "Neruda y yo". Mellado juega en ese borde. Su parodia hace de la sátira un asunto moral, a la vez que está inundada de la tristeza que entraña la contemplación del presente, una tristeza que toma la forma de la sorna, la soledad y la melancolía; acaso una novela social hecha de pura desesperanza, apenas salvada por el humor mientras sostiene: "mi conciencia cívica está entrando en crisis, el mundo de los otros ganó la partida".
Ahí están las pistas que permiten entender la rabiosa actualidad del libro, su gesto de francotirador y su violencia paródica. Pura poesía hecha de escombros, estamos acá ante una novelística de la ruina y sus afectos, cuya urgencia es proporcional a su desazón. La literatura, de nuevo, explica lo real. De este modo anota: "hay que aplanar la provincia, la región y el país entero, hay que evitar tanto relieve, aplanemos el paisaje y seamos felices, no más cerros, porque se producen muchas quebradas y rincones que sirven a la podredumbre para que se oculte y haga daño a la población, hay que evitar tanto tambor y bailongo que pretende imitar a las comunidades felices de otras latitudes, nosotros somos del hemisferio triste, corten el hueveo los ideólogos de la felicidad y de la participación ciudadana, hijos de la improvisación política".
Con esto Mellado vuelve a insistir que la épica ciudadana ha sido jibarizada hasta volverla una postal o una foto de Instagram; un proceso que identifica con el modo en que se explotan y saquean la identidad y la tradición hasta convertirlas en una cáscara dispuesta para la visita de los turistas o los especuladores. Aquello despliega una idea que quizás explica con claridad a ciertos sectores de nuestra izquierda ahora mismo: la gentrificación de la ciudad es la máscara de la gentrificación de la política.
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